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                                                                                                                                Sobre la relación entre cultura y conflicto armado

                                                                                                                                Los orígenes y la duración del conflicto armado interno se podrían explicar, en un gran porcentaje, por la cultura heredada y reforzada en Colombia desde la Colonia. Resumen de uno de los capítulos del Informe final de la Comisión de la Verdad.

                                                                                                                                Laura Camila Arévalo Domínguez

                                                                                                                                Editora de El Magazín cultural
                                                                                                                                Presentación del grupo musical Bombo Negro, durante la entrega del informe final de la Comisión de la verdad.
                                                                                                                                Foto: GUSTAVO TORRIJOS

                                                                                                                                Basta con haber nacido en Colombia. La cultura de la guerra no solamente tocó a los grupos armados legales o ilegales o a sus víctimas directas. Una de las conclusiones que podríamos sacar al leer el Informe final de la Comisión de la verdad es que no fue un conflicto de algunos malos y otros buenos que, a su paso, dejaron víctimas civiles (que no fuimos muchos de nosotros, los que estuvimos en la ciudad), sino que la guerra, que aún no termina, permeó cada rincón, sin importar su estrato o cercanía a las zonas rojas. Somos el resultado de aquellas “tragedias culturales” que se llevaron a cabo después de un despojo, un secuestro, un reclutamiento forzado, una masacre, una “pacificación”, una desaparición, la ausencia del Estado, el poder del narcotráfico y un gobierno basado en la idea de que aquí, todavía, no existe un “nosotros”.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Porque el conflicto y la cultura se han retroalimentado continuamente. Porque la desconfianza por el otro, por el diferente (sin importar mucho cuál sea la diferencia), no comenzó en la década del 50, sino en la Conquista, cuando se instaló la idea de que algunos habían nacido para servirles a los otros.

                                                                                                                                Le sugerimos: De qué hablamos cuando hablamos de cambio

                                                                                                                                La idea de que las personas eran inferiores por su raza o posición social y que por eso eran enemigos, sobre todo aquellos que se rebelaron, justificaba la violencia. La de que se les maltrataba, se les excluía o se les condenaba porque “algo estarían haciendo”, y que el racismo, el clasismo y el patriarcado se explicaban por la precaución y la sospecha. Y fue por esto que la tierra no se distribuyó equitativamente (resistencia a reformas agrarias), no se valoró la cultura campesina, ni se ha podido reconocer que aquí hay más de una cultura, lengua y religión.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                El grupo de comisionados halló que “el acumulado histórico de la configuración de la nación nos ha conducido a la construcción de una idea acotada y maniquea del otro, de la otra y de lo otro, que nos impide construir un ‘nosotros’ incluyente. Que las herencias culturales coloniales se han mantenido en el tiempo y aún se manifiestan en la cultura contemporánea, estimulando violencias estructurales basadas en la exclusión social de amplias capas de población y territorios, que conducen o propician la presencia de las violencias armadas. Que la persistencia del conflicto armado ha llevado al uso y reedición de valores, imaginarios y prácticas que se arraigaron a la matriz cultural y que vivimos dentro de una democracia y una justicia de baja intensidad, razón y consecuencia de la persistencia del conflicto armado que han estimulado la desconfianza y abierto el paso a la ilegalidad”.

                                                                                                                                Y cada uno de estos hallazgos se explica por medio de hechos históricos, decisiones gubernamentales, experiencias de algunos actores o víctimas, y algunos analistas.

                                                                                                                                Podría interesarle: Rudolf Nureyev, un matrimonio devoto con la danza (I)

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                                                                                                                                Se explica, además, que el relato del “enemigo interno” deshumaniza, y convierte a ese otro, a ese diferente, a ese enemigo, en alguien sin derechos, prescindible, una amenaza para la sociedad. Y a ese enemigo, según el informe, se le ha llamado guerrillero, terrorista, comunista, y se le ha combatido con violencias tan extremas como la “limpieza social”.

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                Le puede interesar: “Wërapara”, las indígenas trans colombianas que quieren ser colibríes

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                                                                                                                                Presentación del grupo musical Bombo Negro, durante la entrega del informe final de la Comisión de la verdad.
                                                                                                                                Foto: GUSTAVO TORRIJOS

                                                                                                                                Basta con haber nacido en Colombia. La cultura de la guerra no solamente tocó a los grupos armados legales o ilegales o a sus víctimas directas. Una de las conclusiones que podríamos sacar al leer el Informe final de la Comisión de la verdad es que no fue un conflicto de algunos malos y otros buenos que, a su paso, dejaron víctimas civiles (que no fuimos muchos de nosotros, los que estuvimos en la ciudad), sino que la guerra, que aún no termina, permeó cada rincón, sin importar su estrato o cercanía a las zonas rojas. Somos el resultado de aquellas “tragedias culturales” que se llevaron a cabo después de un despojo, un secuestro, un reclutamiento forzado, una masacre, una “pacificación”, una desaparición, la ausencia del Estado, el poder del narcotráfico y un gobierno basado en la idea de que aquí, todavía, no existe un “nosotros”.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Porque el conflicto y la cultura se han retroalimentado continuamente. Porque la desconfianza por el otro, por el diferente (sin importar mucho cuál sea la diferencia), no comenzó en la década del 50, sino en la Conquista, cuando se instaló la idea de que algunos habían nacido para servirles a los otros.

                                                                                                                                Le sugerimos: De qué hablamos cuando hablamos de cambio

                                                                                                                                La idea de que las personas eran inferiores por su raza o posición social y que por eso eran enemigos, sobre todo aquellos que se rebelaron, justificaba la violencia. La de que se les maltrataba, se les excluía o se les condenaba porque “algo estarían haciendo”, y que el racismo, el clasismo y el patriarcado se explicaban por la precaución y la sospecha. Y fue por esto que la tierra no se distribuyó equitativamente (resistencia a reformas agrarias), no se valoró la cultura campesina, ni se ha podido reconocer que aquí hay más de una cultura, lengua y religión.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                El grupo de comisionados halló que “el acumulado histórico de la configuración de la nación nos ha conducido a la construcción de una idea acotada y maniquea del otro, de la otra y de lo otro, que nos impide construir un ‘nosotros’ incluyente. Que las herencias culturales coloniales se han mantenido en el tiempo y aún se manifiestan en la cultura contemporánea, estimulando violencias estructurales basadas en la exclusión social de amplias capas de población y territorios, que conducen o propician la presencia de las violencias armadas. Que la persistencia del conflicto armado ha llevado al uso y reedición de valores, imaginarios y prácticas que se arraigaron a la matriz cultural y que vivimos dentro de una democracia y una justicia de baja intensidad, razón y consecuencia de la persistencia del conflicto armado que han estimulado la desconfianza y abierto el paso a la ilegalidad”.

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                                                                                                                                Podría interesarle: Rudolf Nureyev, un matrimonio devoto con la danza (I)

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                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                Por Laura Camila Arévalo Domínguez

                                                                                                                                Periodista en el Magazín Cultural de El Espectador desde 2018 y editora de la sección desde 2023. Autora de "El refugio de los tocados", el pódcast de literatura de este periódico.@lauracamilaadlarevalo@elespectador.com
                                                                                                                                Ver todas las noticias
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