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Sobre las implicaciones de la sopa de tomate en “Los Girasoles” de Van Gogh

Obras de Vermeer, Van Gogh y Monet han sido el más reciente objetivo de protestas por parte de grupos climáticos en Europa. Las reacciones desde el mundo del arte han sido variadas con respecto a las implicaciones de estas acciones.

Andrea Jaramillo Caro
29 de octubre de 2022 - 12:31 a. m.
El 14 de octubre dos activistas del grupo Just Stop Oil arrojaron sopa de tomate contra la obra de Van Gogh, "Los Girasoles", y pegaron sus manos a la pared en una protesta contra el cambio climático. EFE/EPA/JUST STOP OIL
El 14 de octubre dos activistas del grupo Just Stop Oil arrojaron sopa de tomate contra la obra de Van Gogh, "Los Girasoles", y pegaron sus manos a la pared en una protesta contra el cambio climático. EFE/EPA/JUST STOP OIL
Foto: EFE - JUST STOP OIL HANDOUT

Primero fue una torta sobre la Mona Lisa, después sopa de tomate en Los Girasoles de Van Gogh, luego puré de papas sobre un Monet y ahora salsa de tomate en La joven con el arete de perla de Vermeer. Estas son las más recientes acciones que se unen a una serie de protestas que ponen al arte en el ojo del huracán.

Lo primero que habría que establecer es que esto no es nuevo: las protestas dentro de museos se remontan al siglo XX y por las salas de estas instituciones han pasado múltiples causas. La protagonista de este año, en el que no solo se ha lanzado comida a las obras, sino que también ha habido personas que se han pegado a sí mismas a las piezas, fue el cambio climático. En el pasado han sido los derechos de las mujeres o la guerra.

Estos actos no se han dado sin levantar críticas de sus detractores y palabras de aliento de quienes las apoyan. Just Stop Oil, el grupo ambientalista detrás de las protestas que involucraron a la obra de Vermeer y la de Van Gogh, afirmó en un comunicado que: “Dos partidarios de Just Stop Oil arrojaron sopa sobre los Girasoles de Vincent Van Gogh, mientras las acciones en la capital llegan al día 14. Exigen que el gobierno del Reino Unido detenga todos los nuevos proyectos de petróleo y gas. [...] Este no es un evento de un día, es un acto de resistencia contra un gobierno criminal y su proyecto de muerte genocida. Nuestros partidarios regresarán hoy, mañana y pasado, y pasado mañana, y todos los días hasta que se satisfaga nuestra demanda: no hay petróleo ni gas nuevos en el Reino Unido”.

“Intentamos sentarnos en las carreteras, intentamos bloquear las terminales petroleras y prácticamente no obtuvimos cobertura de prensa, pero lo que recibe más prensa es arrojar un poco de sopa de tomate sobre un trozo de vidrio que cubre una obra maestra”, dijo Mel Carrington, un portavoz de Just Stop Oil a The New York Times. En un artículo publicado el 26 de octubre en el diario estadounidense, Cara Buckley escribió: “No está claro si arrojar comida a las obras de arte, que sigue una larga línea de tácticas de protesta de la guerrilla, fue un éxito. Para los activistas climáticos, las protestas representaron victorias, en la medida en que atrajeron mucha más atención que cualquier cosa que hubieran emprendido hasta ahora. A pesar de décadas de cabildeo, peticiones, marchas y desobediencia civil, las emisiones de combustibles fósiles que calientan el planeta están en su punto más alto y la ventana para evitar una mayor catástrofe climática se está cerrando”.

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Aunque afirman que las pinturas no han sufrido daños y que sus acciones han sido planeadas teniendo en cuenta la protección de las mismas, en una publicación en su blog se pronunciaron frente a la pregunta: ¿por qué atacar el arte? Afirmaron que “el arte es precioso. Compartimos ese amor profundamente. Lo que queremos hacer es salvar un futuro donde la creatividad humana todavía sea posible. Estamos terriblemente cerca de perder eso, así que tenemos que romper las reglas. Y eso significa presionar los botones culturales para provocar, desafiar y conmocionar. No hay otra manera. Esta acción hace que la gente confronte lo que es una respuesta justificada a las amenazas que ahora enfrentamos, lo que es sagrado y lo que debemos hacer para protegerlo”.

Tanto las declaraciones como las acciones han desatado un debate que permea varios aspectos como tácticas, estrategias de protesta y el discurso detrás de estas prácticas. Para Robinson Meyer, de The Atlantic, “el objetivo de Just Stop Oil y Letzte Generation (el grupo detrás de la protesta sobre la obra de Monet) ha sido engatusar a la gente para que no les importe más la crisis climática. Sin embargo, incluso si uno estuviera inclinado a defender sus tácticas y argumentar, por ejemplo, que los activistas mostraron una moderación admirable al elegir profanar pinturas que estaban protegidas por un panel de vidrio, las protestas aún fracasan en sus propios términos”.

Meyer, al igual que otros, resaltan el hecho de que los vidrios de seguridad que protegen las obras están diseñados para mantener lejos de la pintura la luz ultravioleta y partículas de polvo, no comida. Este es uno de los puntos a los que se ha referido el historiador de arte español Miguel Ángel Cajigal, conocido en redes sociales como El Barroquista. Cajigal afirmó para este diario que “hay que tener en cuenta que las obras no están protegidas. Lo que pueden tener es un vidrio en algunos casos o pueden estar en una cápsula, que no es lo mismo, pero la protección no es global. Por ejemplo, los marcos hacen parte de la obra y no están protegidos. La protección es algo muy relativo. El problema aquí, sobre todo, es que se está transmitiendo la idea desde los propios vándalos que no pasa nada porque tienen un cristal y eso no es cierto. Para empezar, hay que descolgar los cuadros, cualquier impacto sobre ese cristal puede generar movimientos o desprendimientos sobre la pintura. Estamos hablando de objetos que son únicos y que están especialmente protegidos por esa razón, cualquier pérdida que se le haga al cuadro es irreversible, es una cosa que creo que no entendemos del todo. El problema es que cuando causen un daño grave a la obra, que acabará pasando porque esto es una escalada y cada vez son más agresivos o van por obras más famosas, la gente se llevará las manos a la cabeza”.

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Para Cajigal, este tipo de protestas parecen ir entradas a hacerse virales y considera que no hacen el bien que esperan lograr. “La lucha medio ambiental es otras cosa y yo creo que estas acciones le están haciendo un grave perjuicio a la verdadera lucha medio ambiental. Por su parte, Hrag Vartanian, escritor, curador, crítico de arte y cofundador de la revista Hyperallergic, opinó: “Los museos son el lugar donde exhibimos, discutimos, argumentamos y cuestionamos las interpretaciones y los problemas históricos. Además, creo que estas acciones son, más que protestas, vandalismo. Las personas que realizan estas acciones eligieron estos trabajos por su significado y la forma en que circulan en las redes sociales y otros canales. Creo que esto demuestra cuán central es el arte para nuestra condición humana y cómo continúan encendiendo conversaciones en algunas de las formas más inverosímiles”.

Para Cajigal, el sentido de estas protestas se encuentra en la búsqueda de publicidad por parte de los grupos que las organizan. “Creo que el objetivo, si no estaba claro en un principio, es evidente ahora que se han serializado. Son grupos nuevos que quieren hacerse famosos a toda costa, probablemente más que asociaciones ambientalistas que ya tienen un recorrido como Greenpeace. De hecho, la visión que tienen organizaciones como Greenpeace sobre estos actos es muy negativa, porque si llevas trabajando por esta causa varios años y obteniendo resultados reales, que suponen cambios en la lucha contra el cambio climático, vienes y te encuentras con gente que entra a un museo sin saber bien lo que está haciendo, es muy evidente que afecta tu trabajo y el de otros en la misma lucha”.

Por su lado, Vartanian considera que “la violencia del calentamiento global es mucho peor que el daño causado a las obras de arte. Con todos los museos y obras de arte del mundo hay muy pocos incidentes y esa actitud es reaccionaria. Incluso si una obra de arte se llega a dañar, y espero que no pase, pero si llegase a pasar, eso no justifica quitar el arte de la vista del público. Creo que la mayoría de los historiadores del arte son clasistas cuando dicen eso porque la sugerencia en esa declaración es que las obras no pertenecen al público, incluso cuando están en instituciones públicas, y pertenecen a una pequeña élite que decide cómo debemos interactuar con ellos, y encuentro esa actitud horrible”.

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Más allá de la sopa o el puré de papas, se encuentra un tema entretejido en estas acciones y es el de la relación de los museos o la cultura con familias o empresas que, a través de donaciones, aspiran minimizar los daños que sus negocios pueden causar al medio ambiente. Un caso muy sonado en los últimos meses es el de la familia Sackler, la cual está relacionada con la crisis de opioides y financió por años varios museos, de la cual diferentes instituciones se han desligado. Frente a esto Vartanian cree que “mucha gente tiene una idea muy simplista de lo que es un museo y su papel en la sociedad. Los museos reflejan los valores de nuestra comunidad, pero en las últimas décadas muchas de las instituciones más destacadas han sido absorbidas lentamente por los superricos, especialmente en los Estados Unidos, que lo utilizan para ayudar a aumentar el valor de sus propias colecciones. Si ve una exposición importante en un museo, casi puede estar seguro de que hay un miembro de la junta con obras de ese artista. El que no ve eso, no está viendo la realidad de los museos y lo que están haciendo. Los súper ricos quieren señalar acciones como esta y llamar bárbaros o lo que sea a las personas que las cometen, pero en realidad los bárbaros son aquellos que piensan que comprar algo de arte puede enmascarar los crímenes que están cometiendo y tratando de lavar el arte con su filantropía cultural. Mucha gente ve a través de este truco”.

Cajigal opina que es una cuestión de pensar en el financiamiento de los museos. “Los precios de entrada no sostienen un museo. No queremos que presten sus espacios para fiestas y no queremos que se asocien ni a los Sackler, ni a compañías petroleras, ni energéticas. Al final resulta que la gente no quiere que la cultura se asocie con esas compañías que quieren lavar su imagen. Por lo cual yo me pregunto ¿cómo podemos financiar a los museos? Porque no quedan muchas alternativas y no digo que se haga a través de estas compañías o familias, digo que sin esas fuentes de financiación habrá que mirar otras alternativas. No basta con decirles que no hagan negocios con esas empresas o personas”.

“Los manifestantes ambientales han estado intentando todo y cualquier cosa durante décadas, esto es solo una nueva fase. Recuerde cuando se encadenaban a los árboles, se pegaban a las entradas de las corporaciones y mucho más. Además, teniendo en cuenta los nombres de los principales donantes asociados con las obras de arte y las instituciones (a menudo pegados en las paredes de los mismos museos), no sorprende que los manifestantes estén apuntando a esos lugares”, concluye Vartanian. “¿Por qué la gente no vería al museo como cómplice de esta amenaza ambiental, particularmente cuando ha recibido cientos de obras de arte y millones de dólares de la familia? Creo que las personas que piensan que los museos son neutrales son parte del problema”.

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Andrea Jaramillo Caro

Por Andrea Jaramillo Caro

Periodista y gestora editorial de la Pontificia Universidad Javeriana, con énfasis en temas de artes visuales e historia del arte. Se vinculó como practicante en septiembre de 2021 y en enero de 2022 fue contratada como periodista de la sección de Cultura.@Andreajc1406ajaramillo@elespectador.com

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