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Desde el epígrafe, de autoría de Jorge Luis Borges, hermoso por demás, se encapsula la médula de esta novela. En efecto, se trata de ese chispazo de luz que constituye vivir. Cortázar diría: “la esperanza le pertenece a la vida, es la misma vida defendiéndose”. La novela de Rubiano se resume en estos enunciados.
Desde el inicio, el narrador descubre un entramado que se caracteriza por la potencia de sus descripciones, que se saben mantener perfectamente durante todo el recorrido de la novela, sobre todo en lo que respecta a las topografías. Se siente uno avanzando por las trochas, por las carreteras mal terminadas y por la geografía de un país que se percibe desolado e inhóspito, cerrazón de la corruptela y la violencia, las dos isotopías que componen la historia de Colombia, nación de eufemismos, tecnicismos baratos y burocracia desgastante, aspectos estos que Rubiano nos sabe poner muy diáfanos frente a los ojos, denotando su toma de posición frente a la clase dirigente y a los industriales nefastos que suelen manejar los contratos más jugosos en el país del nunca jamás. La novela, entonces, es también una respuesta desde la literatura a esos negocios amañados, a los nuevos ricos, esos levantados que se vuelven clasistas, a esa falta de filialidad con la condición humana, a esa necesidad de escalar a costa de los otros para alcanzar fama, prestigio, estatus social, todo mal logrado, claramente. Novela brutal y necesaria para que entendamos en qué país nos movemos, y que logra ser testimonio de época, porque es, en sí misma, una radiografía espesa de Colombia. Desde el plano de la literatura entendemos nuestras marañas terribles. Tolstói decía que la ficción era otra forma de contar la verdad: Rubiano sí que sabe poner en la praxis el axioma del ruso en su novela.
El afecto superlativo está de fondo, es también Banzai una novela de amor, Manuel y Mireia nos lo confirman, incluso, en las peores adversidades, en los recodos más grises. La importancia de las cosas minúsculas, de los detalles más básicos, la belleza de lo sencillo, eso es, en últimas, lo que nos salva, lo que nos queda.
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En los aspectos de forma debo destacar el manejo de las temporalidades en la novela, un excelente trabajo con la estructura, pues se narra manejando prolepsis y analepsis de una manera impecable. Van y vuelven los tiempos a la acción en presente. Se siente uno en el contexto que antecede y en el contexto que acontece. Cada capítulo va desmadejando la secuencia de tiempos para que la trama se vaya encontrando. Se trata de una forma de narrar propia de un autor que tiene oficio y que ha venido experimentando con la escritura mucho tiempo, no estamos hablando de autores de parpadeos, que se hicieron de un momento a otro escritores, Banzai es una novela escrita con disciplina, con seriedad, con respeto por los lectores a los que iba a llegar sin saberlo. Esta clase de literatura es de lectura obligatoria.
Hay aquí, además, un trabajo de corte cartográfico muy serio; Madrid, Los Ángeles, Colombia en sus ruralidades, todo descrito de manera verosímil denotando el trabajo previo de reconocimiento con respecto a los lugares para poder, posteriormente, recrearlos en descripciones que parecen más bien imágenes muy bien logradas de esas espacialidades.
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Una novela donde hay tiempo hasta para el humor, corrosivo o negro, como prefieran llamarlo. Lo menciono por el personaje de Evelyn, un hombre violento con nombre de mujer que se hace matoncito para sentirse más varón y malote, pero que en el fondo es el reflejo de la frustración y por extensión, de una sociedad enferma de principios conservadores arcaicos que se inocula, incluso, entre las trochas más intransitables de nuestra geografía nacional. De esta novela me quedo con Emilio, es el personaje superlativo, a mi juicio, el que va viniendo de menos a más y que se devela al final como una columna vertebral importante en el desarrollo de la trama, además es el de más fuerza, el de más arrojo, el de mayor lealtad, el mejor construido.
Aquí, en estas páginas deambulan Kamikazes y tiburones, juegos de muerte en la carretera, oficinas y trochas, descomposición familiar, herencias mal habidas de narcos malditos que nos destrozaron en los noventas, órdenes emitidas por personajes desconocidos que quieren acabar con nuestras vidas, distintas idiosincrasias del hampa, negocios chuecos, hijos y sobrinos de antiguos lugartenientes que siguen siendo mantenidos por los negocios de sangre y muerte de sus padres y tíos, cultura narcoparamilitar al acecho, “gente de bien”.
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Banzai es una tensión, es un solo día, es el espejo de nuestras instituciones, es lo nauseabundo de la gran mayoría de nuestra clase élite, es la puñalada a la alteridad, es la fotografía de la corrupción y la patraña, es la desnudez de la falsa fachada, es la brutalidad, pero, por otro lado, también es la vida, es el amor, es la lealtad, es la honestidad individual haciendo el contrapeso, es la belleza de lo minúsculo. Suelta uno la novela en su punto final y exhala, porque todo el tiempo nos mantiene suspendidos en una sola inhalación. Que reflejo más transparente de lo que somos. Contar, que no es el antónimo de callar, sino de olvidar. El peligro de no seguir contando historias como esta es con la memoria: de no hacerlo, la memoria será una semántica arrojada al olvido en negras bolsas de plástico. Novelas como Banzai nos permiten seguir entendiéndonos en la literatura, que también está habitada de contenidos históricos que nos sirven para tener la versión real de los acontecimientos, no la que nos construyen falsamente en las bibliografías amañadas de ediciones que solo cumplen con el servicio obsecuente de la dinámica de poder de turno.
Yo si estoy dispuesto a cambiar este momento por toda la eternidad. ¿Ustedes?
*Profesor de literatura y escritor