“Sobrevivir a la guerra: ese fue nuestro mayor éxito”
El 5 de abril se conmemoran treinta años del inicio del sitio de Sarajevo, un conflicto armado e interétnico que dio origen a la guerra de Bosnia. Durante los cuatros años que duró el asedio, el fotoperiodista Gervasio Sánchez retrató con su cámara a varios niños. En 2017 regresó a la ciudad balcánica para buscarlos y conversar con ellos.
Danelys Vega Cardozo
Quizá el ejemplo de otros lo inspiró. Quizá necesitaba de un espejo que le ayudara a tomar la determinación. Quizá aquella frase motivacional le quedó sonando, esa que dice, algo así como, “si aquel pudo, yo también puedo”, “si Eslovenia y Croacia lo hicieron, ¿por qué nosotros no hacerlo?”. El 5 de abril de 1992 proclamó su independencia. Bosnia y Herzegovina a Yugoslavia a un lado dejó. El nuevo Estado comenzó a dar pasos en solitario, ya no había acompañantes a su alrededor. El júbilo por aquella hazaña no duró mucho. Ese mismo día, literalmente, todo estalló y en medio de una guerra quedó. Lo que antes, tal vez no era un problema, empezó a serlo, y todo por una declaración.
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Quizá el ejemplo de otros lo inspiró. Quizá necesitaba de un espejo que le ayudara a tomar la determinación. Quizá aquella frase motivacional le quedó sonando, esa que dice, algo así como, “si aquel pudo, yo también puedo”, “si Eslovenia y Croacia lo hicieron, ¿por qué nosotros no hacerlo?”. El 5 de abril de 1992 proclamó su independencia. Bosnia y Herzegovina a Yugoslavia a un lado dejó. El nuevo Estado comenzó a dar pasos en solitario, ya no había acompañantes a su alrededor. El júbilo por aquella hazaña no duró mucho. Ese mismo día, literalmente, todo estalló y en medio de una guerra quedó. Lo que antes, tal vez no era un problema, empezó a serlo, y todo por una declaración.
Por aquellas tierras convivían croatas, serbios y bosnios. Sin embargo, la independencia todo lo dificultó. Los serbios querían seguir perteneciendo a Yugoslavia, pero los otros no. Entonces, Sarajevo, la capital de Bosnia y Herzegovina, fue sitiada. Yugoslavos y serbios unidos: las calles de aquella ciudad se llenaron de francotiradores. Ahora cada paso estaba amenazado por las balas. Y aquellos que se atrevían a cruzar la “Avenida de los Francotiradores” se jugaban la vida. Hubo disparos, pero también bombas. Hubo miedo, hambre y desesperación. Los medicamentos, la comida, el agua y hasta la electricidad empezaron a faltar. La ciudad en la que ocho años atrás se habían celebrado los Juegos Olímpicos de Invierno, esa misma que era conocida por su multiculturalidad, quedó sumida en ruinas. Y los libros quedaron convertidos en cenizas, luego del incendio de la Biblioteca Nacional de Sarajevo. El asedio duró cuatro años. Tiempo en el que las violaciones a los derechos humanos no cesaron. Tiempo en que la sangre no paró. Más de diez mil personas fallecieron y más de cincuenta mil fueron heridas. El 29 de febrero 1996 Sarajevo se “liberó”, tras los Acuerdos de Dayton, firmados en 1995. Pero las firmas no borraron las huellas.
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Durante el sitio de Sarajevo, los niños aprendieron a “jugar” a las escondidas en los sótanos de su casa…Quizá en aquel lugar, las granadas no los alcanzaban. Para algunos el deporte pasó a un tercer plano. No había tiempo para jugar con la pelota, porque a diario se jugaban la vida. “Los niños que hoy tienen la edad que yo tenía entonces, y que están creciendo en paz, juegan al fútbol y otras cosas, cuando teníamos diez u once años jugábamos a la guerra”, dice uno de los afectados en el documental de DW “El sitio de Sarajevo - ¿Cómo fue crecer durante y después de la guerra?”. Ese mismo que afirma que la “guerra le quitó muchas cosas”, la misma historia que cuentan otros. “Cómo podríamos llegar a tener éxito, luchábamos por sobrevivir. Sobrevivir a la guerra, ese fue nuestro mayor éxito”.
Pero para otros como Damir, el deporte fue su salvación. Niños como él se refugiaron en el baloncesto, y entonces cuando tuvieron la oportunidad, cuando las balas cesaron —o al menos el asedio llegó a su fin— se dedicaron profesionalmente a lo que un día les ayudó. Sin embargo, indirectamente, la misma guerra acabó con la carrera deportiva de más de uno. En el caso de Damir, a los 24 o 25 años, encestar dejó de ser una opción para ganarse la vida. Una lesión en la espalda lo alejó de los rebotes y los pases, esa misma que relata que es una consecuencia de la mala alimentación y calidad de vida que soportó en los tiempos en que los proyectiles estuvieron en furor. Los proyectiles que llegaron hasta su casa en mayo de 1992. En aquella construcción, los agujeros aún son perceptibles, aunque ya nadie habita ahí. Su hermano, Jasmin, afirma no haber sentido miedo en la noche en que todo aconteció, para él aquello hacía parte de una película. Eso sí, comenta que este suceso afectó su dignidad, por estar atrapado dentro de un sótano lleno de suciedad. La suciedad que dejaba las granadas. “Me siento víctima de la guerra, porque si no hubiera sucedido, todo sería diferente”, dice Jasmin.
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Mientras tanto, Alma tiene una sensación distinta. Ella dice que sobrevivió, por lo tanto, no se considera una víctima. Además, relata que a ella le fue mejor en comparación con aquellos niños que quedaron huérfanos o inválidos. “Es probable que la época de la guerra me haya afectado psicológicamente, pero creo que de algún modo me hizo más fuerte y me mostró que algunas cosas sencillamente suceden, y tienes que sobrevivir”. Sobrevivir es lo que siguió haciendo, porque como comenta Selma, su hermana, la situación sociopolítica en Sarajevo para ese entonces —hace cinco años— era complicada: no había oportunidades laborales para los jóvenes, tanto así que Alma se convirtió en la niñera de su sobrino. Y a pesar de todo, las sonrisas de aquellas hermanas no se han desdibujado de sus caras. Cuando se reúnen con su familia prefieren hacer bromas sobre aquella época de guerra. Tal vez, porque saben que lo sucedido nadie lo podrá borrar, pero la actitud que asumen frente a aquello nadie se los puede arrebatar.
Y entonces aparece Aljosa, y de repente alguien le pregunta: “¿Quién ha perdido en esta guerra?”, para él casi que todo el pueblo ha perdido algo, pérdidas distintas, pero al fin y al cabo todas son pérdidas. Sin embargo, considera que una parte de la población se vio beneficiada y seguiría saliendo victoriosa. “El ejército y los políticos no perdieron, volverían a beneficiarse de otra guerra: volverían a ganar.” Para él la corrupción gubernamental “es peor que la guerra misma”. La corrupción que dice sigue latente en Sarajevo. Por mucho tiempo luchó por tratar de cambiar este aspecto en Bosnia y Herzegovina, pero abandonó aquella causa y ahora prefiere prestarle atención a la cultura. “En realidad los políticos siguen robando millones y millones y siguen destruyendo el país, nos mienten, nos engañan, abusan de nosotros, ¿y qué nos queda? Nada”.
Las preguntas sobre los efectos del pasado y la guerra en las víctimas llevaron al fotoperiodista Gervasio Sánchez a buscar en Sarajevo, veinticinco años después, a aquellos niños que fotografío durante esos cuatro años del asedio. En 2017, en invierno, las calles de la capital de Bosnia y Herzegovina estaban cubiertas de blanco y el rojo había desaparecido. La nieve había arrasado con la sangre. El tiempo había hecho lo suyo. Los niños que dejó ahora eran unos adultos. Aquellos que, a pesar de todo, buscaron la forma de seguir adelante, porque como diría él: “No es la alegría la que nos forma como seres humanos, sino la tristeza, el drama de la vida. La tristeza te convierte en lo que eres”.