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No me quejo de las soledades que me acompañan, ellas son fieles y honestas. Escribo para sacudirlas, recordarlas, transferirles afecto, sacarlas a pasear y encontrar otras. Mis soledades no son espacios sin gente; son miedos, nostalgias, inquietudes y silencios que no me pesan ni me espantan ya. Cada soledad es un fragmento, cada fragmento es una historia tan breve que el viento podría llevarse.
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Soledad número 1
A veces se apodera de mí ese dilema que le planteó la tía Cena a Nora Márquez, su sobrina enamorada, en la novela Caballo viejo: “¿Tu corazón hace pum, pum por alguien o hace así para trastear la sangre de un lado pa’ otro?”. Este es un dilema que no se resuelve fácilmente, un dilema que me provoca enterrar en el jardín de la casa para ver si retoña alguna respuesta.
Soledad número 2
Me trago algunas angustias que nadie podrá leer en mi mirada.
Soledad número 3
En medio de estos resplandores de incendio en el Caribe me acuerdo de la ceiba que estaba en el patio de la casa de la infancia. Me aferro a su sombra inconmensurable que conseguía arropar cualquier nostalgia, filia, debate íntimo, olvido, regreso y encuentro. Una sombra que no era egoísta y que tenía la paciencia para cobijarme mientras la vida pasaba.
Soledad número 4
El atrevimiento de la muerte —cuando llega— es más grande que la sombra de la ceiba de mi infancia. Eso no lo discuto.
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Soledad número 5
Hay monólogos que se convierten en diálogos. Hay recuerdos anónimos y abordables.
Soledad número 6
¿Soy honesta si digo que no tengo apetito de eternidad?
Soledad número 7
El ventilador es descarado al querer imitar la brisa caribeña. No, jamás lo logrará. Lo que siento es un fogaje intenso. No sé qué es más triste: un ventilador que remeda la brisa del Caribe, una risa contenida, o creer que el sexo es oscuridad y sudor. Siento que ruedo como una hoja seca con la fuerza del ventilador. Es una brisa artificial que me vuelve ausente y me lleva a preguntar: ¿qué me hará menos ausente?, ¿la buena compañía o la buena soledad?
Soledad número 8
Soy latidos deshojados, nostalgias que no escampan y olvidos regados en el camino.
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Soledad número 9
Hoy no sé si humedecer las penas con la lluvia, el llanto, el mar, o con una Costeñita.
Soledad número 10
A veces quiero callar lo que siento. A veces quiero estremecer al otro derramando palabras. A veces me pregunto cómo pueden convivir una soledad frágil y una soledad pretenciosa.
Soledad número 11
Me duerme el rumor de la noche mientras sigo pariendo soledades.
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