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Sólo teníamos el día y la noche (Reseña)

Presentamos una reseña del libro de Fernando Wills y Juan Leonel Giraldo titulado Sólo teníamos el día y la noche y publicado por la editorial Ariel en 2023.

Olga L González* - Especial para El Espectador
27 de enero de 2024 - 07:00 p. m.
Este libro publicado en 2023 recopila los testimonios de 100 descalzos.
Este libro publicado en 2023 recopila los testimonios de 100 descalzos.
Foto: Archivo Particular
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Nuestra historia reciente ha estado demasiado centrada en la historia de los actores armados (guerrilla, paramilitares, mafias) y muy poco en los esfuerzos colectivos propiamente políticos. Las armas, sus usos y abusos han dominado las discusiones, la memoria, los estudios, los documentales. Por eso, porque recupera una historia que ha quedado confinada, la publicación de este libro es un gran acontecimiento.

En Colombia, casi nadie sabe quiénes fueron los “descalzos”. Ni siquiera en los medios politizados hay conocimiento de esta gesta, epopeya de formación y transformación política pensada y puesta en obra en los años setenta y ochenta del siglo XX.

Los “descalzos” fueron los individuos, hombres y mujeres colombianos que interrumpieron el curso de sus vidas (estudio, trabajo, a veces familia) para meterse al campo a hacer trabajo político con las comunidades rurales. Fueron cuadros políticos con muy buena formación, con claridad de objetivos y métodos, con líneas directrices que derivaban de un gran estudioso del proceso político colombiano, el destacado líder político Francisco Mosquera.

Este libro recoge los testimonios de cien antiguos miembros del Movimiento obrero independiente revolucionario, Moir, creado en 1969, de la Juventud Patriótica, Jupa, o del Movimiento obrero estudiantil campesino, Moec [1], todos participantes de este experimento político. Cada uno cuenta su experiencia personal y colectiva: el momento en que se descalzan (es decir, se van al campo); el tipo de vida que tienen (compartir techo y trajines con los campesinos); el trabajo de formación política (unirse a las luchas de obreros y campesinos; participar en elecciones); el trabajo artístico (mucho teatro, música, pero también cineclubs, murales…), el trabajo en torno a la salud, el trabajo de proselitismo (vender su periódico Tribuna roja), y también las razones por las que esta utopía desarmada no prosperó (violencia de las guerrillas armadas, violencia mafiosa, represión estatal).

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El libro se lee como una epopeya y como el recuento de una generación que vivió con efervescencia el momento político: eran años de revolución cubana, de maoísmo, de guerrillas en América latina. En Colombia bullían dos movimientos sociales: el movimiento estudiantil[2] y el movimiento campesino (en particular, Asociación Nacional de Usuarios Campesinos, ANUC -línea Sincelejo[3]). Algunos de los jóvenes eran militantes de vieja data. Otros se estaban politizando en la universidad. Unos más se convencieron en una tarde.

Los testimonios se van apilando. El lector va entrando en el momento en que estos jóvenes toman decisiones de vida. Los primeros “descalzos” contaban sus experiencias en esa Colombia rural alejada de todo, sin electricidad, sin acueducto, con condiciones de trabajo durísimas, librando batallas contra los grandes terratenientes. Contaban también de la belleza del paisaje, del coraje de los campesinos y dirigentes locales, de lo mucho por hacer:

“En las conferencias nacionales llegaban unos y otros con sus informes. Uno veía a esos tipos como centauros cabalgando por allá. Hablaban de Ciénaga, de La Mojana, de la navegada por el río, del nevado de no sé dónde, qué maravilla, y uno leyendo a Mao, la Gran Marcha. Y un día dije: ‘Cuando haya una vacante por ahí, me voy’”(Álvaro Concha).

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Así, contagiados por la fuerza de esos relatos, y con la certeza de que era posible contribuir al anhelado cambio de las estructuras políticas, sociales y económicas, se fueron desperdigando los descalzos. Estuvieron por prácticamente todos los departamentos de Colombia, viviendo con los campesinos, compartiendo con ellos el sudor, la pobreza, el trabajo, las enfermedades. A lo largo de las páginas, se van desgranando los nombres de los lugares a donde fueron a trabajar: Tame, Mulato Alto, Barranca, Sucre, Ciénaga de Oro, Quibdó, Plato, El Difícil, Sevilla, Puerto Boyacá, Arauquita, Fortul, Girardot, El Espinal, La Gabarra, Mompox, Moscote, Yopal, Bijagual, Morales, La Ventura, Tiquisio Nuevo, Puerto Berrío, Tibú, Chinchiná, Barranquilla, El Carmen de Bolívar, Sabanalarga, Corozal, Santa Rosa, La Mojana, Quinchía, Pitalito, Sumapaz, Pasto, Tumaco, Líbano, Bucaramanga, Faca, Aguachica, Guamal, Cúcuta, Purificación, Chaparral, Montería, Guaduas, Puerto Bogotá, Lorica, Caicedonia, Orito, Santa Marta, San Lucas, San Pablo, Riohacha, Bolívar, La Mesa, Yumbo, El Banco, Micoahumado, Magangué, La Dorada, Guaduas…

Allí los billetes eran escasos, estaban muy arrugados o casi se rompían (es decir que la economía reposaba no tanto sobre la moneda, sino sobre otro tipo de intercambios). En regla general había comida (y si no había comida, había Procasenol, p. 110); había donde dormir, así fuera en “la perrera”, en el suelo, o en una hamaca atravesando el río. Los descalzos resaltan las dificultades, que eran las mismas dificultades del pueblo. Resaltan el cariño que les profesaba la gente, el valor inmenso de los lideres, el asombro de descubrir que lo que ellos sabían desde niños, allá era palabra nueva.

Estos militantes hacían trabajo político, hacían teatro, distribuían Tribuna Roja, pero buscaban no ser una carga para los campesinos. Una de las directivas era trabajar con la comunidad. Muchos hicieron trabajos agrícolas durísimos (en el corte de caña, echando machete para talar monte, cortando plátano, recogiendo algodón, cargando bultos de arroz), o participaron en trabajos de construcción, o en el más natural para ellos, la docencia. A veces, sus esposas conseguían un trabajo asalariado en la ciudad que permitía un mayor ingreso. Tenían, pues, una ética para relacionarse con estas comunidades y ganarse su respeto.

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El lector descubre también cómo las decisiones políticas de los gobiernos colombianos y/o extranjeros determinan las condiciones de vida de los campesinos colombianos: en la región de Codazzi, varios agricultores se suicidan cuando se quiebra el algodón, luego de que Estados Unidos impone el fin de su cultivo en Colombia para exportar sus excedentes. (p. 117).

¿En qué consistían sus luchas políticas? En organizar sindicatos de vendedores ambulantes, de trabajadores del café, de trabajadores madereros, de cooperativas de licores del departamento. En la zona cafetera, en la Costa, hacen invasiones, participan en elecciones, deben mediar con los grupos políticos: con el Partido Comunista, que era fuerte en los Llanos, con las FARC, con el ELN, financiado por la Manesmann, con los gamonales. Muchas veces son encarcelados, otras, los comandantes de Policía saben que Tribuna Roja es un periódico legal y no los lleva a la comisaría por venderla. Sus acciones son a veces ilegales (como las invasiones de tierras de grandes terratenientes[4], que sin embargo suelen ser acciones legítimas), a veces legales (como participar en elecciones, en un contexto en que las fuerzas de izquierda eran abstencionistas). En una cosa son muy claros: los descalzos no toman las armas. Creen que la lucha debe ser ante todo la lucha por conquistar el pueblo, desarrollar su nivel de conciencia política, que las masas desposeídas aumenten su fuerza. No les gustan los ejércitos y sus órdenes incuestionables[5], no creen en el foquismo, no creen en las vanguardias armadas, no creen en los iluminados. Creen más bien en los procesos, en la educación popular, en la movilización, en la deliberación, y en la correlación de fuerzas. No son pacifistas por principio, pero saben que el momento político no es propicio: ninguna revolución se hará sin las masas, y por ahora la correlación es desfavorable: la violencia traerá represión y abusos.

Se recuerda en este libro a personajes inolvidables, se les rinde homenaje. Fueron personas con buena formación política, líderes campesinos o sindicalistas, universitarios o personas del pueblo, grandes dirigentes, con y sin diplomas.

Se recuerda también a los militantes muertos: a partir de un momento dado empieza la matazón. Caen asesinados por las guerrillas, por los paramilitares, por la mafia: al hermano de gran fotógrafo Leo Matiz lo mata el ELN (p. 76); a Julio Mayorga lo matan los paras (p. 77); a Ariel Pocaterra lo matan los paras (p. 190); a Plutarco Urbano lo matan las Farc (p. 296); en Córdoba los paras matan a todos los de izquierda (p. 381); a Lucho Acevedo lo matan las Farc (p. 395); a Oscar Restrepo lo mata Pablo Escobar o el ejército (p.408); a Aidée Osorio la matan las Farc (p. 416); a Luis Eduardo Rolón lo matan las Farc (p. 416); a Raúl Ramírez lo matan las Farc (p. 416); a Luis Ávila lo mata el ELN (p. 420); a Edgar Flórez lo mata el ELN (p. 421); a Pedro Herrera lo matan las Farc (p. 421); a Harvey Suárez lo mata el EPL (p. 422); a Eduardo Quintero lo mata el gobierno (p. 422).

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La lista es aún más larga. Varios militantes explican las circunstancias que llevan a esta masacre: la represión es muy fuerte luego del robo de las armas del Cantón Norte por parte del M19. El proceso de paz con las Farc (bajo el gobierno de Belisario Betancur) empodera a esa guerrilla. El ELN adquiere fuerza regional con las extorsiones. Algunas zonas (como Córdoba) son feudales, con extenso dominio paramilitar. La violencia se convierte en lenguaje. Impera la ley del armado, la ley del más fuerte. El auge de las mafias empeora todo. Las Farc, en particular, disputaron violentamente la presencia política de los descalzos. Como lo dice Francisco Valderrama, descalzo en la zona minera de El Bagre (Bajo Cauca): “Aparecieron las Farc, y nuestros compañeros trataron de sobrevivir y coexistir con esa gente, pero era muy difícil, debido al odio que nos tenían. La matazón estaba culminando en 1989. Había empezado unos cuatro o cinco años atrás. (…) Llegó un momento en que los asesinatos eran tan frecuentes que no sabíamos por qué lo hacían, se volvió una sangría gratuita”. (p. 397).

Esa violencia es contagiosa, perversa. En Santa Rosa (Bota caucana), concejales, maestra, personero, tesorero son los atacantes armados que casi matan al responsable de la cooperativa apoyada por los descalzos (p. 390). La codicia, el dinero fácil, el secuestro, la delincuencia se normalizan. La violencia se vuelve legítima, se insinúa en las relaciones, en especial en zonas de colonización (el Carare o Caquetá). Estas comunidades nuevas, sin lazos fuertes previos con el territorio ni intercomunitarios, y donde aparecen “leyes” (en general dictadas con el fusil bajo el brazo) están muy bien descritas.

La destrucción del tejido social, las amenazas de los actores armados, la persecución que sufren (especialmente por parte de las Farc) terminan por expulsar a los descalzos. Por esa razón, a finales de los años ochenta, a la par que se reforzaban los ejércitos armados, los cientos de civiles, hombres y mujeres del Moir que hicieron trabajo político con las comunidades, no tuvieron más remedio que salir de donde estaban.

¿Qué queda de esta experiencia? ¿Por qué no la conocemos?

Parece que nuestra fijación con el conflicto, con su triste secuela de muerte y destrucción, y sobre todo nuestro interés por desentrañar las lógicas de los armados, han acaparado todas las miradas. Pero otras historias de transformación política no armada merecen también nuestra atención.

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La historia de los descalzos debería ser conocida y analizada. Este libro colectivo y plural de Leonel Giraldo y Fernando Wills es un valioso documento de trabajo, el primer libro de no ficción dedicado a esta gesta (además, incluye un buen anexo fotográfico). Aparte de la reflexión propiamente política, es una verdadera etnografía de Colombia y un documento reflexivo sobre los años setenta y ochenta. El momento actual, en el que existe un consenso para condenar las aventuras armadas para conquistar el poder, y en el que la izquierda busca su derrotero, es probablemente un buen momento para conocer a los descalzos. Esperemos que el libro encuentre sus lectores y suscite reflexiones y debates.

* Investigadora, politóloga de la Universidad de los Andes, con estudios de Maestría de Historia de la Universidad Nacional de Colombia, y doctora en Sociología de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París.

[1] Para una caracterización de este movimiento, creado hacia 1959, ver José Abelardo Díaz, “El Movimiento Obrero Estudiantil Campesino 7 de enero y los orígenes de la nueva izquierda en Colombia 1959 – 1969″, Trabajo de grado, Maestría de Historia, Universidad Nacional de Colombia, 2010.

[2] 1971 fue el año de mayor movilización estudiantil en Colombia en la segunda mitad del siglo XX. Ver al respecto: Álvaro Acevedo Tarazona y Emilio Lagos Cortés “Protesta estudiantil en la crisis universitaria de 1971 en Colombia: la Juventud Patriótica (JUPA) y la Nueva Izquierda”. Ciencia Política, Vol 17, N° 33, 2022, p. 139-169.

[3] El movimiento campesino tuvo su momento de mayor fuerza en los años setenta, con la organización de la ANUC, de la que existieron dos vertientes, una reivindicativa, cercana a los movimientos sociales de izquierda (la Anuc línea Sincelejo), y otra cercana al gobierno (la Anuc línea Armenia). Ver al respecto: Juan S. Lombo, «Cuando el movimiento campesino se tomó el país: los 50 años de la ANUC», El Espectador, 7 de julio de 2020.

[4] Las solas invasiones merecerían un análisis especifico. Mencionemos una de las más grandes, la gigantesca invasión que se dio en los predios de la familia Lara en Florencia (p 211).

[5] Refieren, por ejemplo, que el ELN mataban a sus miembros por robarse una gallina. (p. 162-163).

Por Olga L González* - Especial para El Espectador

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EDUARDO(72582)28 de enero de 2024 - 08:40 p. m.
Cuánta razón tuvo FRANCISCO MOSQUERA cuando hace más de 50 años dío la lucha al interior del MOEC para señalar que la lucha armada no estaba al orden del día y que lo que se imponía era la creación del partido proletario y del frente antiimpierialista, como elementos indispensables para garantizar la soberanía nacional y sacar a Colombia del atraso. Hoy, la mayoría de quienes adelantaban la lucha guerrillera se desmovilizaron y participan de la lucha política legal.
Flavio(nrv85)27 de enero de 2024 - 11:13 p. m.
Escuche sobre los médicos descalzos,. Un programa de salud que tenían en la República Popular de Chína . Consistía en la visita de personal de la salud a las aldeas más lejanas. Creoquelo vi en la revista Revolución o Cconstruyendo. No me acuerdo.
Alvaro(36332)27 de enero de 2024 - 07:46 p. m.
Muy bien, pero ustedes solo reseñan libros de autores con “conexiones”, recomendaciones, y/o agentes literarios. Muy bien, sigan así. Todo muy democrático. 😁
clara(87777)27 de enero de 2024 - 07:38 p. m.
Muy interesante este relato, hay que leer el libro y empezar a hacer visibles esas historias de Colombia donde la lucha por la dignidad de los pueblos se ha gestado desde tiempo atrás.
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