El Magazín Cultural

Soñando con Barcú, la plataforma

Camilo Montaño, cofundador de Barcú, habla de este evento cultural, que busca transformarse en una plataforma para artistas plásticos que exponen en el centro histórico de Bogotá.

Laura Camila Arévalo Domínguez
30 de octubre de 2022 - 02:00 a. m.
Camilo Montaño, uno de los organizadores de Barcú, con una pieza de Diamantina Arcoíris, diseñadora colombiana. Este evento cultural se termina hoy, en La Candelaria.
Camilo Montaño, uno de los organizadores de Barcú, con una pieza de Diamantina Arcoíris, diseñadora colombiana. Este evento cultural se termina hoy, en La Candelaria.
Foto: Foto: cortesía de Barcú / David Ángel

Han insistido mucho en el regreso de Barcú, en el reencuentro, pero hablemos de lo que venía pasando antes. Recordemos el origen y la relación de este evento con el centro de la ciudad…

Barcú nació hace ocho años en La Candelaria con varios pilares fundamentales: el primero tiene que ver con algo que descubrimos o con algo que, más bien, asumimos, y es que la gente está llena de excusas para ir al centro histórico de Bogotá. Es un espacio que no tiene la relevancia que nosotros quisiéramos, como ocurre en muchos países del mundo en donde lo visitas y encuentras los mejores restaurantes, oferta cultural, etc. Es decir, son lugares con mucho poder. En Bogotá, claro, hay muchas personas que lo visitan o viven allá. También hay un gran flujo de estudiantes, pero si vas al norte, encuentras mil razones por las que no irían: tráfico, distancia y hasta el frío o el clima. Entonces, quisimos hacer un evento para ser uno de los agentes de transformación del centro histórico de nuestra ciudad. El otro tema tiene que ver con una serie que rompa el formato: ya no somos una feria, somos un evento cultural.

¿Cuál es la diferencia?

El evento cultural fusiona el arte con la música. Queremos hacer esto con el propósito de generar nuevas audiencias desde la música hacia las artes y viceversa. Hoy por hoy, que un museo o una galería en una feria consiga nuevas audiencias es difícil: los pelados están conectados 24/7 a la pantalla y engancharlos para que vayan a ver una obra de arte real no es fácil, pero si les dices que habrá un concierto que probablemente les gustará, hay más posibilidades. Hay evento musical, pero, además, te encuentras en La Candelaria rodeado de arte.

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Sobre la transformación en evento cultural, como usted lo describe, y la identidad de Barcú. Hablemos sobre sus temáticas y enfoques...

Sí. Cuando arrancamos Barcú como feria, se sumaron otros eventos y nosotros arrendamos, pero nos dimos cuenta de que cumplíamos la función de un vendedor de finca raíz: vendíamos el espacio, las personas lo pagaban, traían sus obras, se acababa la feria y al mismo tiempo el proyecto. Y eso estuvo bien. Quedamos agradecidos con las galerías, pero queríamos tener más control de nuestro contenido y comenzar a desarrollar nuestros propios proyectos culturales, traer artistas que creyeran en nuestra plataforma para darles más fuerza y convertirnos en una organización que amplificara los mensajes que quisieran comunicar a través de su arte.

¿Y cómo fueron logrando esto? Le pregunto por un ejemplo concreto sobre las formas en las que comenzaron a jugar un papel distinto con los artistas, sus mensajes y la identidad del evento…

En pandemia, por ejemplo, hicimos un poema y lo pusimos en el piso 17 de un edificio en el norte de Bogotá. Fueron 34 metros de largo por cinco o seis metros de altura, era gigantesco. El artista fue un escocés llamado Edward Montgomery y decía: “Mina amor, distribuye esperanza”. Y en pleno encierro era un mensaje que, tal vez, para la gente que salía con pico y cédula, significaba algo. Entendimos que el arte en el espacio público y en gran formato tiene un poder interesantísimo. Se crean mensajes sutiles, pero increíblemente transformadores.

La obra de Aron Fowler es, supongo, la que eligieron para apostarle a estas características: piezas de gran formato y en espacio público…

La instalación en la plaza de Bolívar, sí. El artista es norteamericano y viene de San Luis, Misuri. Es el artista principal de esta edición y viene de una comunidad con muchas dificultades. Su obra habla de todos estos problemas y está, además, haciendo un proyecto colaborativo con Diamantina Arcoíris, pero volviendo a la plaza de Bolívar: cuando yo estaba sentado con él hablando, le pregunté por las cosas que había creado y me mostró una escultura de un corazón que tiene ocho metros de longitud por cinco de diámetro tres de altura, hecho de parlantes. Dentro del corazón hay algo así como un cuartico, como un iglú, y uno se mete ahí. Adentro te encuentras con cinco sillas y en cada una de ellas hay un estetoscopio y unos audífonos. Cuando te pones las dos cosas, escuchas tu corazón. Los parlantes de afuera, amplifican ese sonido y como son cinco personas, se hace una sinfonía de latidos. La obra te dice tantas cosas, como que no importa el color de tu piel, ni tus preferencias sexuales o religiosas ni tu línea política, porque al final hay algo que nos une y es mucho más poderoso: nuestra humanidad.

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Sigamos hablando del regreso de Barcú, pero esta vez para entender cómo lograron volver a la presencialidad en medio de una crisis económica, los tiempos de pospandemia y las nuevas formas de consumo o de relación con nuestros tiempos de ocio…

Es un reto que se siente titánico. Es bien difícil porque el arte y la cultura, o más bien, nosotros como evento cultural, vivimos, en gran medida, de nuestros patrocinadores. Por supuesto que la crisis económica ha afectado a todo el mundo, entonces conseguir el apoyo es cada vez más complejo. La gente cree que porque ya lo hicimos ocho veces, la próxima será fácil y no, es arrancar de cero todos los años. Claro, la trayectoria te ayuda porque ya es un evento conocido que tiene un público. Nosotros, además, somos muy arriesgados: hacemos apuestas enormes y nos lanzamos a producir 2.500 metros cuadrados trayendo un corazón gigantesco desde Los Ángeles y con ese dólar. Así que tú arrancas todo esto persiguiendo un sueño que no sabes si vas a ser capaz de financiar. Al final, de eso se trata: si quieres lograrlo y es suficientemente importante para ti, lo harás. ¿Que tendrás que hacer algunos recortes, ajustes para tratar de llegar a la meta y miles de cambios? Pues sí, claro. ¿Que si es un negocio redondo? Pues no, pero esa es otra discusión.

Usted es empresario y está acostumbrado a hablar en términos de ganancias, sostenibilidad y números. Si no es un negocio, o no uno redondo, ¿por qué lo hace? ¿Qué relación tiene con las artes?

Eso tiene que ver mucho con la satisfacción que te da. Tiene que ver con lo que uno ya ve en el resultado, porque durante el proceso casi que no dimensionas lo que logras, seguramente por el día a día. Yo puedo tener diez reuniones pésimas de cualquier otro tema y de pronto tengo una que tenga que ver con Barcú y soy un hombre feliz. Ser parte de la organización de este evento cultural me llena de pasión y buena energía. Sí, soy empresario y soy consciente de que tenemos que sacar esto adelante y de que debe ser sostenible. Sé que eventualmente será un negocio rentable, pero tiene mucho que ver con las convicciones que uno tenga con respecto a su proyecto. Todo es un proceso que se empieza a dar de una manera muy orgánica: no lo ves venir y empieza a crecer en ti.

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Le quiero insistir en su relación con las artes. ¿Cómo llegó a Barcú?

A mí me invitó a Barcú la persona que se inventó el concepto. Ya no es socio nuestro porque tenía unas visiones distintas con los otros socios, así que decidió dar un paso al costado. Él tenía una galería en La Candelaria y me propuso esta feria. Yo, por mi parte, estaba buscando un vehículo para acercarme más al arte y la cultura. No lo dudé y me metí en el proyecto. Cada socio dentro de cualquier emprendimiento va entendiendo cuál es su rol. Para mí siempre ha sido muy importante buscar institucionalidad y credibilidad. Eso comenzó a traducirse en un interés por meter componente social.

¿Por qué estaba buscando un vehículo para acercarse a la cultura?

Hago parte de una empresa familiar muy diversa: participamos en el sector de transporte, distribución de bebidas y alimentos, etc. Yo no vivo de Barcú y mi día es muy variado, pero este evento cultural me da equilibrio en la vida. Mi trabajo normal me encanta, es un reto y ese es mi sostenimiento, pero Barcú es mi posibilidad para soñar y tener conversaciones muy diferentes a las que tienes en un ambiente corporativo.

¿Y cómo le ha ido hablando de arte en esos ambientes corporativos? Y se lo pregunto, sobre todo, por los momentos en donde está buscando que inviertan en Barcú…

Para mí es delicioso vender desde la pasión. Cuando lo comunicas, sale de tu corazón. Poco a poco hemos construido proyectos poderosos, amparados en la marca Barcú, pero han creído en nosotros porque saben que amamos esto. Se vuelve interesante y suena bien, suena valioso. Unos se suman con dinero, otros con algún tipo de acompañamiento.

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Dicen que se han convertido en una plataforma para acompañar, desarrollar e impulsar a artistas plásticos y musicales de Latinoamérica. ¿Cómo lo han hecho?

Arrancamos en pandemia una convocatoria en la que quince curadores escogieron artistas relevantes de su región. De esas recomendaciones salieron cinco para hacer una residencia artística de la mano de la Universidad de Navarra, en España. Ese es uno de los ejemplos que daría, sobre todo porque el resultado hace parte de las exposiciones de Barcú este año. Algunos de estos participantes nunca habían montado en un avión o no planeaban venir a Bogotá a exponer su obra, darse a conocer, tener diálogos, estar con personas distintas, etc. Piensa en un artista colombiano que no tenga dinero o reconocimiento, pero sí mucho talento y una obra en construcción. Ese es el que nos interesa para Barcú. Lo que buscamos es fortalecer su plataforma

Tiene que ver, supongo, con la profesionalización de artistas que ustedes destacan...

Es importante no ser tan pretenciosos. Hay diferentes tipos de artistas en Barcú. Están los que exponen por primera vez, que vienen de regiones muy lejanas y se profesionalizan con, por ejemplo, la residencia, la experiencia, las conexiones, etc. Ellos encuentran en Barcú un elemento en el camino que ayudará al fortalecimiento de sus carreras. También están los similares a Aron Fowler, que ya son personas muy grandes en el sentido de reconocimiento, trayectoria, etc. Allí ya están explorando mercado en América Latina y las ventas se darán o no se darán, pero depende mucho de la conexión de las personas con su obra.

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Barcú se da en un momento; de hecho, dura cinco días, pero su trabajo de gestión cultural y el de su equipo es de meses de planeación, reuniones y estrategias. Hablemos de esos momentos…

Todo el año trabajamos en función de o que pasará el siguiente. Es muy importante para nosotros la sostenibilidad del negocio. Eso es lo que nos permitirá seguir estructurando estos proyectos de residencia de artistas, curadurías, convocatorias, etc. Eso se va construyendo durante muchos días para un momento, como lo dices, que es justamente este que estamos viviendo. ¿Qué quisiéramos que pase? Que Barcú no sea un evento de una semana, que no se terminara hoy, sino que pudiéramos tener instalaciones durante dos meses, por ejemplo. Que nos convirtiéramos en un espacio expositivo semipermanente.

Laura Camila Arévalo Domínguez

Por Laura Camila Arévalo Domínguez

Periodista en el Magazín Cultural de El Espectador desde 2018 y editora de la sección desde 2023. Autora de "El refugio de los tocados", el pódcast de literatura de este periódico.@lauracamilaadlarevalo@elespectador.com

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