Sor Juana Inés de la Cruz: rebelión poética bajo la sotana (Letras de feria)
El 17 de abril de 1695 falleció la escritora mexicana, quien fue considerada por Octavio Paz como “la última poetisa barroca”. Como parte del cubrimiento de la Feria del Libro de Bogotá, este texto recuerda a una de las poetas más influyentes de la literatura hispana.
Laura Valeria López Guzmán
Su verdadero nombre fue Juana Inés Ramírez de Asbaje. Nació en una familia sin recursos, lo que le costó enfrentarse a una sociedad represiva y todopoderosa que se encontraba al servicio de la idea católica en la que la mujer era, por naturaleza, pecadora, y, aunque fuera una tentación para los hombres, debía estar a su servicio cumpliendo el rol de madre y reproducirse.
A través de la erudición, la escritura, la educación y, especialmente, la poesía, sor Juana Inés de la Cruz desafió la desigualdad que había en el México del siglo XVII, en ese entonces llamado la Nueva España, época en la que las mujeres no tenían acceso a la educación ni a la cultura. En su entorno, estaba rodeada de clérigos recelosos que nunca aprobaron que una mujer mostrara algún tipo de curiosidad intelectual ni tuviera independencia de pensamiento.
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En 1667 ingresó en un convento de las Carmelitas Descalzas de México, pero allí solo estuvo cuatro meses, ya que por temas de salud debió regresar con su familia. Dos años después volvió al convento, pero esta vez al de la Orden de San Jerónimo, donde realizó los votos perpetuos y permaneció el resto de su vida. Sobre esto, escribió: “Vivir sola... no tener ocupación alguna obligatoria que embarazase la libertad de mi estudio, ni rumor de comunidad que impidiese el sosegado silencio de mis libros”.
Su cuarto del convento fue testigo del tiempo que le dedicó a estudiar filosofía, astronomía, teología y lenguas; además, este fue el escenario perfecto para realizar encuentros a los que asistieron escritores, filósofos y amigos cercanos, como el virrey Tomás Antonio de la Cerda, entre otros miembros del virreinato. Una gran biblioteca y muchas horas dedicadas a la lectura reafirman lo que dijo alguna vez Margo Glantz: “Sor Juana no quería ser santa, quería ser sabia”.
A finales del siglo XVII, los textos de la autora mexicana fueron tildados de mundanos, por lo que el obispo de Puebla, donde vivía en esa época, le insistió en que solo estudiara la religión. Ante esta imposición, sor Juana escribió La respuesta a sor Filotea de la Cruz, un manifiesto que defendió el derecho a la mujer de la educación y el conocimiento.
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A pesar de tener experiencias que fortalecieron y nutrieron su vida como artista y escritora, también se enfrentó al arzobispo Aguiar y Seijas y su confesor, el padre jesuita Antonio Núñez de Miranda, quienes consiguieron, luego de varios años, que sor Juana Inés renunciara a la poesía, entre sus demás prácticas intelectuales, y que además aceptara que estas eran acciones de una persona pecadora.
En 1982 Octavio Paz escribió Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe, libro en el que explica, según él, que ella es “la última poetisa barroca. Con ella se cierra la gran poesía del barroco español, y al mismo tiempo es avance y profecía de la poesía moderna. La suya, además, trata un tema nuevo: la poesía del conocimiento”.
Paz la bautizó como la antisanta Teresa, “ni mística ni contemplativa: los escritores místicos tienen como tema la unión con Dios. En sor Juana no hay mística ni unión con Dios, y si hay contemplación, no es de Dios, sino del universo. Lo que hay, sobre todo, es conocimiento. Se trata de una escritora profana, oficial, cercana a sus modelos, los poetas del XVII, y, concretamente, Góngora y Calderón. Como ellos, escribió comedias y autos sacramentales y poemas más o menos culteranos. Pero, junto a eso, el tema del conocimiento, que va a ser crucial en toda la poesía moderna, es su originalidad mayor”.
Su verdadero nombre fue Juana Inés Ramírez de Asbaje. Nació en una familia sin recursos, lo que le costó enfrentarse a una sociedad represiva y todopoderosa que se encontraba al servicio de la idea católica en la que la mujer era, por naturaleza, pecadora, y, aunque fuera una tentación para los hombres, debía estar a su servicio cumpliendo el rol de madre y reproducirse.
A través de la erudición, la escritura, la educación y, especialmente, la poesía, sor Juana Inés de la Cruz desafió la desigualdad que había en el México del siglo XVII, en ese entonces llamado la Nueva España, época en la que las mujeres no tenían acceso a la educación ni a la cultura. En su entorno, estaba rodeada de clérigos recelosos que nunca aprobaron que una mujer mostrara algún tipo de curiosidad intelectual ni tuviera independencia de pensamiento.
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Su cuarto del convento fue testigo del tiempo que le dedicó a estudiar filosofía, astronomía, teología y lenguas; además, este fue el escenario perfecto para realizar encuentros a los que asistieron escritores, filósofos y amigos cercanos, como el virrey Tomás Antonio de la Cerda, entre otros miembros del virreinato. Una gran biblioteca y muchas horas dedicadas a la lectura reafirman lo que dijo alguna vez Margo Glantz: “Sor Juana no quería ser santa, quería ser sabia”.
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