“Soy la mujer de barro que cuando llueve florece en la oscuridad de la noche”
Esta es una de las estrofas de la canción que musicaliza “Wërapara”, el documental de Claudia Fischer que llegó desde el 22 de junio a las salas de cine y que entreteje la historia de seis mujeres trans de la comunidad emberá chamí. Su directora habló sobre lo que significó retratar la realidad de este pueblo.
Samuel Sosa Velandia
“Soy la mujer de barro que cuando llueve florece en la oscuridad de la noche, la que florece con aroma a mujer de barro. Soy mujer de barro, mujer de barro, la que en la noche se convierte en la flor del colibrí”, son las palabras de Alexa Yagari, que se convirtieron en canción y que musicalizó a ´Wërapara´, la película que ella protagoniza, junto a otras cinco mujeres de su comunidad.
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“Soy la mujer de barro que cuando llueve florece en la oscuridad de la noche, la que florece con aroma a mujer de barro. Soy mujer de barro, mujer de barro, la que en la noche se convierte en la flor del colibrí”, son las palabras de Alexa Yagari, que se convirtieron en canción y que musicalizó a ´Wërapara´, la película que ella protagoniza, junto a otras cinco mujeres de su comunidad.
Marcela, Roxana, Jaima, Gina, Alexa y Pamela son oriundas de Jardín, Antioquia, pero toda su vida se ha gestado dentro del resguardo indígena Karmata Rúa, una comunidad que hace un poco más de 40 años recuperó sus tierras, en las que estas seis wërapara (como son llamadas en su lengua nativa) han labrado su camino, su identidad y lo que hoy puede llamarse una colectividad, unida por el deseo de ser reconocidas en su entorno y de que su identidad de género no les represente la pérdida de su identidad cultural.
Así, estas mujeres trabajan como tejedoras y diseñadoras de accesorios típicos de su cultura, que ya han hecho parte de varias pasarelas del mundo. Claudia Fischer habla de cómo fue el proceso de creación de esta película dentro de un territorio con realidades diferentes a la suyas.
¿Cómo llegó a la historia de estas seis mujeres?
Casi siempre son las historias las que llegan a mí. Yo no me encontraba en el país y recibí una llamada de Liliana Sanguino, quien en ese momento era docente en Westminster University, en Londres. Ella se encontraba haciendo la curaduría para el Fashion Case Show que iban a realizar en 2019.
Liliana escogió a Laura Laurens como la diseñadora, y ella estaba trabajando con Roxana y las demás chicas, por lo que mi tarea era registrar el proceso y hacerles seguimiento a ellas. Entonces, no fui yo la que provoqué este encuentro, sino que el encuentro llegó a mí. Sin embargo, después yo me fui interesando en documentar la vida de estas mujeres, no solo por mi fascinación antropológica por las culturas indígenas, sino también por la historia y la autenticidad de cada chica.
¿Por qué su interés en documentar las realidades de comunidades indígenas del país?
Pienso que lo importante es dejar una memoria histórica, un registro de lo que está pasando en este siglo XXI. Me parece relevante ver la movilidad que han tenido las comunidades indígenas en el país; aprovechar esta apertura de pensamiento que ellos tienen hacia quienes no habitan su territorio, donde nos están dejando entrar más y registrarlos diariamente.
Me parece muy importante el testimonio de la comunidad; vemos como todo su conocimiento les permite sobrevivir en condiciones extremas, y ese saber no lo debemos perder. Y aunque ya ha sido negado por nuestra cultura, debemos aprender y sumarnos a lo que ellos han preservado por durante mucho tiempo. Por eso, para mí es muy relevante que el legado de la comunidad indígena colombiana sea revalorado y sustentado por ellos mismos y no desde nuestro punto de vista.
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Hablemos sobre el proceso de rodaje, ¿cómo fue llegar a un territorio el cual no es el suyo?, y, sobre todo, ¿cómo hizo para que su presencia no se sintiera como una invasión o entrometimiento al entorno de la comunidad?
Yo ya había tenido una experiencia muy linda con la comunidad arhuaca en la Sierra Nevada, registrando dos chicas para el documental ´Ati y Mindhiwa´. Entonces, lo que aprendí fue a observar sin entrometerme. Siempre mi intención no fue llegar con un equipo grande, y por eso estaba yo haciendo la cámara, el sonido y la entrevistas a la vez, porque de esta manera no iba a invadir el espacio, pero sí tratar de observar y poder impregnar lo que más se pudiera con la mínima acción hacia ellos.
Muchas veces para los artistas la obra nunca está terminada, así ya esté expuesta en la galería, ¿cree que le faltó algo por mejorar o contar?
Siempre en todo lo que he trabajado, me ha faltado un poquito más. En este caso, quizá la técnica pudo ser mejor, pero si mejorara este aspecto perderíamos la intimidad. Entonces, tuve que hacer una balanza, porque puede haber escenas que son sucias en cuanto al sonido y la imagen, pero tienen un contenido que no hubiéramos logrado de otra manera. Igualmente, al ser un documental a mí me gusta eso: que sea un poquito sucio, que sea absolutamente realista, que sea crudo y no algo muy elaborado, y que más bien resalte elementos muy importantes a nivel personal.
La película ha recorrido más de 30 festivales, pero ¿qué significa lanzarla en Colombia, el país donde la gente es más cercana a esta realidad?
El hecho de que la película haya recorrido 30 festivales no quiere decir que nosotros pudimos acompañarla; muchas veces estuvo sola y si fue premiada, agradecemos más eso de que nos hayan reconocido sin ni siquiera estar presentes. Ahora, el que la película llegue a Colombia, me parece que cumple con nuestro objetivo, que es compartir con nuestros connacionales toda la riqueza que tienen estos personajes, pero también mostrar que ninguna vida es fácil. Yo pienso que todas las vidas tienen su dureza y eso es lo que nos está entregando Wërapara, nos habla de que la vida no es sencilla y que está conformada por sentimientos.
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¿Cómo retratar una realidad a través de las cámaras sin estigmatizar, criminalizar, banalizar o victimizar a los personajes?
Yo creo que los abordo desde una posición muy neutral, que no tiene que ser absolutamente racional, sino que me dejo llevar por el corazón y por conectar emocionalmente con cada personaje. Cualquier tema en la vida debe ser abordado con neutralidad. Yo no soy quien juzgo, pero si puedo pararme con la balanza en las manos y caminar con ella sin olvidar el lado humano.
Han existido reclamos en algunas producciones colombianas, en las que se les acusa a los directores de lucrarse de las historias y luego olvidarse de los personajes, ¿qué opina frente a esta situación?
Yo no estoy abordando a la comunidad para usufructuarme personalmente bajo ningún punto de vista. Yo estoy en una situación en la cual no necesito generar una economía con lo que estoy haciendo, y eso me permite todo lo contrario, que es hacerles un regalo a ellas. Quizá durante el camino puede haber mal interpretaciones, como que ellas mismas estén pensando: “Y ahora qué es lo que me van a dar económicamente”. Pero creo que mi propósito fue muy claro, ninguna tiene una educación formal, excepto Rossana, quien es la única que terminó bachillerato. Y para que ellas entren al colegio o a la universidad es completamente imposible, por lo tanto, mi propósito es compartir y generar viajes, donde ellas puedan tener una experiencia personal con las propias raíces mesoamericanas y con nuestras culturas indígenas. Así fue como pudieron viajar a México, que creo fue un gran aporte para ellas, ya que pudieron estar con comunidades trans internacionales y tener su voz.
El otro aporte que estoy haciendo es muy claro: brindarles el acompañamiento. No estoy proponiendo ningún proyecto de comprarles 20 lotes o algo por estilo. Yo les estoy preguntado a ellas, qué es lo que quieren hacer con sus vidas, para que se les pueda acompañar. Dentro de un acompañamiento que obviamente no puedo hacer desde una visión maternalista ni paternalista porque no es el caso. Nosotras hicimos un intercambio de historias y conocimientos.