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Una mujer en la audiencia pide la palabra. Hace notar que son muy pocas las mujeres trans que asisten a ese tipo de festivales literarios. Le pregunta a Camila Sosa Villada, quien se encuentra en la tarima del auditorio Adolfo Mejía, qué estrategias podrían desarrollarse para acercarlas. Sosa Villada responde, pero quizás no de la manera que ella esperaba. Le dice que respeta mucho ese festival, por supuesto. Simplemente cree que las mujeres trans andan ocupadas “en cosas más importantes que sentarse a escuchar hablar a un señor escritor. En sobrevivir, por ejemplo”.
Sobre ese tema vuelve en la siguiente entrevista, en donde, además, Sosa Villada reivindica el poder político de la palabra travesti, la importancia del resentimiento, conversa sobre lo subversivo que es el planteamiento de la maternidad elaborado en su exitosa novela Las Malas, siembra preguntas contundentes al movimiento feminista y demuestra con el ejemplo, en su propia puesta en escena mientras habla, que la escritura también se construye oralmente. Quizás sin proponérselo, ofrece esperanza e inspiración para todas aquellas que alguna vez han sido expulsadas por “malas”, del núcleo de la sociedad y enviadas al peor eslabón del infierno de la cultura.
Dijo con mucha nostalgia durante su presentación en el festival que las travestis están desapareciendo, ¿cómo es eso?
Ser travesti es un fenómeno estrictamente latinoamericano. Incomprensible para el resto del mundo. Luego, creo que han bajado muchísimas nomenclaturas de la teoría europea y de la teoría norteamericana. Instancias como mujer trans, transgénero. En mi época, cuando yo comencé, entre las travestis nadie necesitaba hurgar en tu ropa interior para saber qué clase de travesti eras. Si eras una travesti operada, si habías hecho tu reasignación genital, si tenías las tetas hechas o no. Me da la sensación de que “mujeres trans” es un término que higieniza la palabra travesti, pues siempre fue un insulto. La palabra travesti está cubierta de crímenes, de semen, de sangre, de golpes, de oprobio. De alguna manera los homosexuales se reapropiaron de la palabra “puto”. Allí, en Argentina, recuerdo ser muy pequeña y ver entrevistas con Carlos Jauregui, un activista que murió ya hace mucho tiempo. Él decía: “yo prefiero que me digan puto a que me digan gay”. Y, cuando escuché eso me dije, “mira, qué inteligente”. Porque supone la capacidad de articular el insulto para decir: “es verdad, soy travesti y no tengo ningún problema con eso”. Bueno, yo creo que ese tipo de travestis está desapareciendo. Dependía de algo histórico, también social: la carencia de derechos, la prostitución, la segregación absoluta. Ahora vemos que las mujeres trans, mira, empezamos a ser publicadas: nada más yo estoy siendo publicada por Planeta. Hay mujeres trans en el cine, la televisión, mujeres trans que diseñan ropa. Mujeres trans que comienzan a ser captadas por el capitalismo. Hace un tiempo, pensaba: “el capitalismo no puede captarnos porque somos pobres y prostitutas”. Pero eso ha cambiado. Cada vez más sus padres no las echan de sus casas, cada vez consiguen más derechos. Y eso está bien. Yo no estoy diciendo que eso esté mal. Pero sí entiendo que hay un gran sector que se extingue día tras día.
También dijo que las terf (sigla para definir el feminismo trans-excluyente) estaban brindado una oportunidad, ¿a qué se refiere?
Yo creo que el feminismo se está agotando. Es necesario traicionarlo y reformularlo. Empezar a buscar otros modos de pensarnos en relación con el mundo. Hacerles caso a las racializadas, a las que están siendo explotadas sexualmente, a las putas también. ¿Has visto que por lo general las terfas tienen una posición abolicionista sobre la prostitución? Yo creo que es un terreno que ya está podrido, que hay que irse de allí, inventarse otra fiesta. También es cierto que las travestis no tenemos ni el dinero, ni la organización, ni el tiempo para juntarnos, para debatir, para sentarse a escribir y hacer todo lo que hay que hacer, de cara a lo que un movimiento como el feminismo supone.
¿Y el transfeminismo, ese que no se concibe sin las trans?
Se habla de eso, sí. Y me parece bien. Lo que ocurre es que la insistencia en querer pertenecer a un lugar del que constantemente te están echando es una estupidez. Más allá de que haya otras feministas que no estén de acuerdo con las terfas. Y más allá de la estupidez epistemológica con la que hablan las terfas — ellas se valen de malas interpretaciones que hacen sobre la Beaouvoir y tantas otras — yo creo que nos están invitando a hacer algo por nosotras mismas, sin tener que ir plegadas a un movimiento. A mí eso me parece alucinante, que nos inviten a hacer algo por nosotras, porque demuestra que nos creen capaces de hacerlo. Luego, me pasa algo todavía más profundo. Ahorita veo a muchos jóvenes que conservan su masculinidad, suponte, la barba. La barba es un privilegio. Para las travestis era...
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¿Una condena?
Yo recuerdo pasarme horas sacándome los pelitos de la barba con una pinza. Ahora ellos se dejan la barba, no se operan sus pechos, andan todos peludos, se pintan un poco la boca, las uñas y dicen: soy trans. Y yo digo, a ver, vamos a pensar un poco. ¿Qué es ser travesti? ¿Qué es ser trans? Claudia Rodríguez tiene un escrito que está muy bien, donde ella dice: ahora las colas (a los maricas en Chile les dicen las Colas) se pintan la boquita y dicen que son travestis. Van más lejos. Dicen que ser travestis es ser revolucionarios. Pero para ser travestis hay que saber comer mierda, dice ella. Y las travestis sabemos comer mierda muy bien. Y sabemos que hay dos tipos de mierda para comer: la mierda mala y la mierda buena. Claudia dice: la mierda buena es la que huele a antirretrovirales. Y la mierda mala es la que no huele a nada. Que me digan ahora que ser travesti es ser revolucionario.
¿Por qué le gusta tanto esa cita?
Me pareció tan interesante cuando la escuché porque los no binarios también nos acusan a las travestis de reproducir estereotipos dañinos para las mujeres. Por ejemplo, ser deseables para los hombres, prostituirnos, el maquillaje, las tetas, etcétera. Es aquí cuando yo también me vi cayendo en una posición terf, porque estoy diciéndole a alguien que no es lo que afirma ser. Por eso yo creo en analizar todas las circunstancias, yo te decía antes: ser travesti tenía que ver con lo económico, con la prostitución, con el odio con el que te miraban todos. Todo configuraba una travesti. No puede ser que crean que comparten sustancia con nosotras; es decir, que crean que están hechas del mismo material que estamos hechas nosotras; ¿qué solo por pintarse la boca ya son trans? Hay toda una experiencia que te hace travesti. ¿Ves? Por eso me dije a mí misma: “bueno, yo también tengo un poco de terf adentro”. Mi propuesta es discutir, hacer preguntas: ¿por qué crees tú que eres trans? ¿Solo basta con enunciarlo, basta con decirlo? ¿O ser travesti es más bien algo de lo que participa todo el mundo?
¿Cómo participa?
Hay toda una sociedad que está participando de tu identidad, haciéndote. Hay clientes que te demandan a ti sexualmente, cirujanos que te demandan a ti como paciente, hay estéticas que te demandan a ti como clienta. Hay otras travestis que te dicen a ti cómo tienes que hablar, vestir, hormonar. Entonces me da la sensación de que no basta solo con enunciarlo, con decir, “yo soy trans”.
¿Y la idea de construir una puesta en escena le parece más amplia, le gusta más? Es decir: pensar el género como un acto teatral.
Quizás. Es que yo como resentida que soy no concibo que alguien diga “yo soy trans” sin haber pasado por todo lo que yo he pasado, por todo lo que han pasado mis amigas. Suponte: el día que yo viajé para Colombia, me junté con dos amigas travas, grandes ya, de 60 años cada una. Y fuimos a ver una monja. Le dicen la monja de las travestis. Se encarga de conseguirles trabajo, de conseguirles una casa, tiene muchos contactos y las ayuda. La fuimos a visitar y, cuando estábamos charlando, una de ellas comentó que le gustaba mucho ir a la iglesia evangelistas. Y la pastora le exigió que debía dejar de vestirse como mujer para poder ir a la Iglesia. Y ella lo hizo. Tuvo que empezar a ir vestida de hombre. ¿Cómo pueden creer que tienen la misma sustancia de estas mujeres? Es muy fuerte. Por eso propongo discutir y desmenuzar al máximo esta idea del travestismo, para ver hasta dónde llegan. ¿Hasta dónde son capaces de llegar por una identidad? Lo más molesto es que hablan en nombre de las travestis. Y a las travestis más grandes, como estas amigas mías, no les llega una reparación histórica, que es la batalla que estamos dando, por lo menos un par. Hay que reparar a las viejas por todo el horror que han vivido. Oye, es que han sobrevivido a una dictadura. Una dictadura que además se extendió y duró casi hasta 2010. Hasta entonces era un delito ser trans.
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¿Qué implicaciones tenía eso en tu vida cotidiana?
Yo salía a hacer las compras, por la mañana. Y cuando salía había policías esperándome, me subían al patrullero, me pedían el documento, me hacían mil preguntas. Así todos los días. Había alguien adentro del supermercado que no quería que yo entrara, entonces llamaba a la policía cada vez que yo hacía las compras. Es importante tener presente que hubo un tiempo en el que, a pesar de todo, salíamos a la calle, sin saber si íbamos a volver vivas a la pensión, a la casa, al rancho.
Pero, por todo lo que ha dicho, este es un asunto que va más allá de lo generacional, que está atravesado por la raza y la clase, como los personajes de Las Cuervas, en Las Malas, quienes eran adineradas, de día vivían como hombres. Por las noches, cada tanto, se antojaban de ir a pasar tiempo con las travestis del Parque Sarmiento.
Sí, Las Cuervas querían estar con nosotras, vivir la experiencia de la noche con nosotras, pero venían de otro mundo y siempre volvían a él. Mira, yo, hasta hace muy poco, cuatro o cinco años, no conocía a una sola travesti que no fuera pobre. Hacíamos dinero fácil porque era acostarse con alguien y ya, pero eso no resolvía la pobreza. Un ejemplo: yo gano muy bien con Las Malas, creo que no hay escritores que ganen tan bien como yo con este libro. Sin embargo, ganando todo ese dinero, no puedo comprarme una casa. Vivo bien, estoy por mudarme a un departamento muy lindo, pero a mí no me alcanza para comprarme una casa, porque mi pobreza es estructural. Mis padres son campesinos, apenas tienen su casa. Entonces, eso me parece algo muy fuerte. Yo nunca conocí travestis que vinieran de buenas familias, porque… mi teoría es que hay mucho para perder. Muchos hombres tenían el deseo de ser travestis, seguro, pero perdían más de lo que ganaban. Imagínate tú un hombre de una buena familia colombiana...
Les dicen “familias de bien”
Eso, imagínate un hombre de una de esas familias que dijera “yo soy trans”. Imagínate todo lo que podría perder. Conocí a una travesti, a la que ahora le decimos La Fachi, porque es media fascista, y ella vivía muy bien, vivía en un departamento muy lindo. Y ella les colocaba siliconas a las otras travestis. Me resultaba extrañísimo que viviera tan bien siendo travesti. Claro, luego, me enteré: de día era un pediatra. De noche se vestía como travesti, cuando iban los amantes a su casa. Solo por eso lograba vivir tan bien. ¿Cómo habría podido sostener ese nivel de vida siendo travesti? ¿Qué niño habría ido a atenderse por una travesti al médico, hace 20 años?
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Después de todo esto, ¿qué es ser mujer hoy, para usted?
Es más fácil responder qué es ser hombre. Ser mujer es algo de lo que también está participando toda la sociedad, se construye culturalmente. Algunas lo aceptan, otras no.
La cultura dice tantas cosas. Hay un bolero que dice: “la mujer que al amor no se asoma no merece llamarse mujer”. Otras dicen que las mujeres son las que tienen vagina, otras dicen que las mujeres son las que se comportan contrario a la masculinidad. Otras dicen: “no, mujer es la que tiene hijos”. Nada de eso parece suficiente para definir una mujer.
Hay un fragmento de Las Malas donde dice: “todas queríamos ser madres, era curioso hasta qué punto todas queríamos lo mismo”. ¿Cree que esto pasaba como una apuesta por conquistar la feminidad?
Exactamente. En Argentina hubo un caso muy fuerte. El de Mariela Muñoz, una mujer trans, muy pobre, que vivía en la miseria y había adoptado tres niños. Los había inscrito como propios. Se los dejaban mujeres que eran prostitutas, se los dejaban por meses y no los querían más. Ella llegó a tener como 23 hijos adoptivos y unos 60 nietos. Esa historia tuvo mucha resonancia en los medios. Yo era pequeña todavía y aparecía Mariela Muñoz en la televisión. Ella había hecho su caso público, porque no sabía cómo llevarlo adelante. La trataban de monstruo, era realmente muy fuerte de ver. La estaban amenazando con enviarla presa por haber adoptado a estos niños. Al final, le dieron el documento de identidad como mujer solo porque había tenido esa historia, es decir, por ejercer la maternidad. Yo tuve presente eso cuando escribía Las Malas. Era como una carta, un valor de cambio. “Yo soy madre, entonces tienes que tratarme bien”.
¿Y usted quiere ser mamá?
No, ni loca (risas).
¿Por qué?
Lo primero es que no estoy capacitada para cuidar un ser vivo. Luego, yo he tenido una experiencia de maternidad con mis padres, ser madre de ellos ha sido agotador. Lo he sido desde niña. Entendiendo como maternidad ocuparse afectivamente de ellos, ocuparse de su salud, ocuparse de sus necesidades. Recuerdo que mis padres se peleaban muy feo, muy violentamente, mi padre se iba, ya sabes, hacía su escena. En esos días de ausencia de él, mi madre tomaba un frasco de pastillas, yo tenía que llevarla al médico, acostarla, llevarla al baño, revisar que estuviera viva, buscar algún adulto que me ayudara.
Mi madre tuvo un accidente cuando yo tenía 7 años. Mi padre se había ido, creo que tenía una amante y había desaparecido hacía como tres meses. Para año nuevo, estalló una bomba de estruendo por dónde vivía, le pegó en el ojo y perdió el 70% de la visión de ese ojo. Yo recuerdo ser muy pequeña y levantarme todas las mañanas a hacerle el desayuno, llevárselo a la cama, acompañarle al médico, ponerle sus botas, ocuparme como una madre de su realidad. Esa experiencia me marcó y ya no quiero hacerme cargo de nadie. Luego está la experiencia con los hombres, que una termina siendo su madre, su secretaria, su amante y amiga. Pero, sobre todo, su madre. Así que no, no quiero ser madre.
En Las Malas, la madre de todas las travestis, la Tía Encarna, una noche se encuentra un bebé abandonado en el parque donde todas ejercen el trabajo sexual. Lo lleva a la casa de las travestis y entre todas deciden criarlo allí. Yo creo que la novela propone una nueva forma de vivir y de entender la maternidad. ¿Cuál sería esa nueva forma, si existe? Quizás nos beneficie a todas.
El año pasado leí un libro de una etóloga que se llama: ¿Qué dirían los animales si les hiciéramos las preguntas correctas? Hay un momento en el libro en el que ella habla de los orangutanes. Resulta que las orangutanas viven en comunidad. Y se hacen cargo todas. De las crías ajenas y las propias. Y para reproducirse salen de la comunidad para buscar a los orangutanes que están borrachos comiendo fruta podridas, frutas fermentadas. Tienen sus relaciones, se embarazan y vuelven a parir con sus orangutanas, con sus amigas. Había algo de eso en Las Malas, que me llegó por supuesto después del libro y dije: también puedo explicar Las Malas a partir de eso, había una que lo cuidaba, otra que se encargaba de que el niño estuviera protegido, otra de la tía encarna. Me gusta molestar también. Cuando hablo de la maternidad en Las Malas estoy siendo provocativa.
¿Porque se está robando el tótem de la feminidad?
Porque me estoy robando ese tótem que es tan sagrado, tan importante para tanta gente. Yo tengo un ex, muy reciente, a él se le murió la madre de cáncer teniendo él 22 o 23 años. Y él nunca pudo superar la muerte de su mamá. En alguna discusión, hablando, me decía: tú eres una resentida, a mí se me murió mi madre. Yo le decía: sí, yo soy una resentida porque me tiraban piedras por salir a la calle. No es el mismo dolor que se muera tu madre al dolor de que te persiga toda la sociedad. Cuando bromeando le decía, “eres un hijo de puta”, él me respondía: “no, con mi madre no”. Había algo en esa idea de la maternidad tan sagrada que me interesaba mucho.
En esto creo que podemos encontrarnos todas. Porque si no eres madre, o no encajas en el tipo de madre que la sociedad espera, te vas al rincón de las malas. Reconociendo que no hemos vivido experiencias de vida equiparables, ¿quizás es ahí en donde terminamos todas las identidades femeninas dándonos la mano?
Claro. Hay tantas mujeres que no han podido ser madres, que no hubo forma. Siempre se les juzga a ellas si abandonan. En cambio, el padre es un héroe, porque el padre se hizo cargo de lo que ella no se hizo cargo nunca. No es solo ser madre, tienes que ser una madre presente, tienes que priorizar el niño por encima tuyo. Si no, te expulsan. por eso está allí el personaje de Laura. Laura (la única mujer cisgénero en Las Malas) va a trabajar el parque embarazada y luego tiene un romance con una travesti. Eso me encanta, porque la gente se pregunta: pero… ¿cómo va a trabajar al parque embarazada? ¿Cómo va a coger embarazada? Así que esta visión de la maternidad me gusta mucho más. Que se les filtre a los lectores una heroína como la Tía Encarna, por la que sienten un afecto. Que además termine suicidándose con su hijo. Yo creo que es una linda heroína.