Spotlight: una cadena de silencio que se rompió
El trabajo de Spotlight pasó de hacer énfasis en unos casos particulares a tener una visión holística sobre la problemática. Así, el enfoque de la investigación llevó al equipo periodístico a probar que el abuso sexual a menores, perpetrado por miembros de la Iglesia católica en Boston, era un comportamiento sistemático dentro de la institución, y que, además, era un tema conocido entre sus jerarcas.
María José Noriega Ramírez
En un consejo de redacción, con más de diez periodistas sentados alrededor de una mesa, Martin Baron comienza su trabajo como director del Boston Globe. Con esfero en mano, teniendo una libreta y una copia física del periódico sobre el escritorio, y sin decir mucho, le da la palabra al grupo de editores para que ellos se presenten y le comenten los temas que están trabajando. “En Local tengo algo importante sobre el cierre del túnel”. Otro dice: “Parece que Pedro estará de baja hasta el 1 de septiembre. Dicen que volverá a jugar este año, pero el médico no está tan seguro”.
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En un consejo de redacción, con más de diez periodistas sentados alrededor de una mesa, Martin Baron comienza su trabajo como director del Boston Globe. Con esfero en mano, teniendo una libreta y una copia física del periódico sobre el escritorio, y sin decir mucho, le da la palabra al grupo de editores para que ellos se presenten y le comenten los temas que están trabajando. “En Local tengo algo importante sobre el cierre del túnel”. Otro dice: “Parece que Pedro estará de baja hasta el 1 de septiembre. Dicen que volverá a jugar este año, pero el médico no está tan seguro”.
-¿Leyeron la columna de Eileen McNamara de este fin de semana?, pregunta Baron.
-¿Hablas del caso Geoghan?, le responden.
-Sí, ¿qué seguimiento estamos haciendo de eso?
-Es una columna, ¿qué clase de seguimiento quieres?
-Por lo visto, un cura abusó de niños en seis parroquias distintas durante los últimos treinta años y el abogado de las víctimas, Garabedian, dice que el cardenal Law lo supo hace quince años y no hizo nada.
-Ese abogado es raro y la Iglesia rechazó la acusación, dijo un periodista en la sala.
-Sea o no raro, el señor Garabedian dice que tiene documentos que prueban que el cardenal lo sabía, responde Baron.
-Tengo entendido que esos documentos están sellados, replica uno.
-De acuerdo, pero el hecho sigue siendo que un cura de Boston abusó de 80 niños. Hay un abogado que dice poder probar que Law lo sabía, y hemos escrito un total de dos artículos en seis meses. A mí me parece una noticia esencial para un periódico local. Creo que como mínimo deberíamos revisar los documentos, afirma Baron mientras dirige su mirada, con gesto de complicidad, hacia Walter Robinson, editor de Spotlight, la unidad investigativa del Boston Globe.
Spotlight estaba buscando una nueva noticia, estaba indagando en una historia relacionada con la policía, cuando Baron incursionó con la propuesta de tratar a mayor profundidad la relación entre pederastia e Iglesia católica. En una conversación previa, el nuevo director ya había intuido que el tema podía ser del interés de la unidad investigativa, pues los dos periodistas coincidieron en la idea de que el Globe debía ser esencial en la vida de sus lectores. Sin embargo, la decisión no era fácil. El enfrentamiento entre el periódico y la Iglesia, dos instituciones que mediaban por naturaleza las dinámicas sociales, creó una disyuntiva importante, teniendo en cuenta, además, que más de la mitad de los suscriptores del periódico eran católicos. Demandar a la Iglesia para tener acceso a los documentos que probaban lo sucedido y retar el poder que ejercían los curas sobre los fieles eran puntos claves en el panorama con el que se iba a encontrar el periódico si decidía seguir las pistas de la historia. Y fueron riesgos que se asumieron. El Boston Globe tenía el poder de hacer de estos hechos una discusión pública y así lo hizo.
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La presión no fue menor. Spotlight recibió comentarios de colegas periodistas para abandonar la investigación, como cuando contaron que tenían el testimonio de Phil Saviano, una víctima y activista, y les dijeron: “Ya informamos sobre él. Publicamos un par de artículos y no paraba de escribir cartas. Tiene su propia cruzada”. O como cuando el cardenal Bernard Law le regaló a Baron el libro Catecismo de la Iglesia católica bajo los argumentos de que era “la mejor guía de Boston” y de que “la ciudad progresa cuando sus grandes instituciones trabajan juntas”. Frente a ello, el director del medio respondió: “Soy de los que piensa que para que un periódico realice mejor su función necesita avanzar solo”. Y en parte esa fue la actitud que el equipo de Spotlight tomó frente a la investigación: “En esto vamos a tener que ignorar a todo el mundo”, afirmó Robinson. Y es que frente a la pregunta de “dónde queda la responsabilidad editorial si publican la historia”, los periodistas respondieron con el cuestionamiento contrario: “¿dónde queda la responsabilidad editorial si no lo hacemos?”.
El silencio se había apoderado de los hechos. El poder religioso y el poder judicial, gracias a la labor de algunos abogados que encontraron en esto un negocio y que convencieron a las víctimas de no hablar, aseguraron décadas de ocultamiento de una problemática que no involucraba a unos cuantos sino a muchos más. Los testimonios de víctimas, de investigadores que se dedicaron a estudiar el por qué la pederastia dentro de la Iglesia, la aproximación a textos (como los directorios que contenían los nombres de los curas en Boston, sus movimientos de parroquia en parroquia y la explicación de las transferencias), documentos legales (que antes estaban fuera del alcance público), entre otras fuentes más, guiaron la investigación hacia un sacerdote que vivía en el mismo barrio de uno de los periodistas o a un cura que había enseñado en el colegio donde uno de ellos estudió. Es decir, la problemática no era nueva ni lejana a la cotidianidad. Incluso, en años anteriores a que comenzara la investigación a profundidad, una lista con nombres de posibles sacerdotes implicados en los hechos llegó al periódico. Los datos no llegaron más allá de una nota de registro y la problemática quedó sepultada entre la masa de nuevas noticias, de nueva información. De alguna manera, todos habían impedido que esta historia se conociera antes. Era hora de romper con la cadena de silencio.
El trabajo de Spotlight pasó de hacer énfasis en unos casos particulares a tener una visión holística sobre la problemática. Así, el enfoque de la investigación llevó al equipo periodístico a probar que el abuso sexual a menores, perpetrado por miembros de la Iglesia, era un comportamiento sistemático dentro de la institución, y que, además, era un tema conocido entre sus jerarcas. La publicación del trabajo trajo consigo una avalancha de reacciones, en su mayoría de víctimas que llamaron al Boston Globe a contar su historia. A lo largo del 2002, el equipo de Spotlight publicó alrededor de 600 historias relacionadas con la pederastia en la Iglesia católica y 249 sacerdotes y hermanos fueron acusados públicamente de abuso sexual dentro de la Arquidiócesis de Boston. Se estima que el número de sobrevivientes supera las 1000 personas. A finales de ese mismo año, el cardenal Law renunció a la Arquidiócesis de Boston y fue reasignado a la basílica de Santa Maria Maggiore, en Roma. Sin embargo, la problemática supera los límites de Boston, pues el alcance que esta ha tenido se ha visto en varios estados, incluso en varios países.