Stanley Kubrick: un lente humano y psíquico
Hacemos un recuento de algunas de las películas en las que el cineasta ahondó en la condición y psicología humanas.
Danelys Vega Cardozo
Hace mucho tiempo, Nicolás Maquiavelo se refirió a la naturaleza del ser humano en su obra El príncipe. Sus palabras exactas no fueron “el hombre es malo por naturaleza”, pero esa fue una de las conclusiones que se extrajeron de los postulados consignados en aquel libro. “Un hombre que en todas partes quiera hacer profesión de bueno es inevitable que se pierda entre tantos que no lo son”, escribió. Pasaron los años y Jean-Jacques Rousseau creyó en la capacidad de raciocinio de los individuos, admitiendo que tanto el bien como el mal coexisten entre ellos. “La razón nos enseña por sí sola a conocer lo bueno y lo malo: la conciencia, que hace que amemos lo uno y aborrezcamos lo otro”, escribió en Emilio, o De la educación. “Existe una vieja ilusión que se llama bien y mal”, aseveró Friedrich Nietzsche en Así habló Zaratustra, como si aquella distinción tan solo fuera una construcción social. Un siglo más tarde, más allá de la filosofía y la naturaleza de los individuos, un hombre estadounidense -al que luego catalogarían como uno de los directores de cine más influyentes del siglo XX- se interesó por la condición humana: Stanley Kubrick.
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Hace mucho tiempo, Nicolás Maquiavelo se refirió a la naturaleza del ser humano en su obra El príncipe. Sus palabras exactas no fueron “el hombre es malo por naturaleza”, pero esa fue una de las conclusiones que se extrajeron de los postulados consignados en aquel libro. “Un hombre que en todas partes quiera hacer profesión de bueno es inevitable que se pierda entre tantos que no lo son”, escribió. Pasaron los años y Jean-Jacques Rousseau creyó en la capacidad de raciocinio de los individuos, admitiendo que tanto el bien como el mal coexisten entre ellos. “La razón nos enseña por sí sola a conocer lo bueno y lo malo: la conciencia, que hace que amemos lo uno y aborrezcamos lo otro”, escribió en Emilio, o De la educación. “Existe una vieja ilusión que se llama bien y mal”, aseveró Friedrich Nietzsche en Así habló Zaratustra, como si aquella distinción tan solo fuera una construcción social. Un siglo más tarde, más allá de la filosofía y la naturaleza de los individuos, un hombre estadounidense -al que luego catalogarían como uno de los directores de cine más influyentes del siglo XX- se interesó por la condición humana: Stanley Kubrick.
Él no habló del ser humano. Kubrick mostró una parte de su humanidad. No utilizó un lápiz y un papel, sino una cámara para hacerlo. Y con ella, a través de diferentes técnicas, intentó transmitirles a los espectadores las emociones y los sentimientos de los personajes de sus películas: miedo, angustia, asombro, tristeza, etc. También se adentró en su psique, en cómo su conciencia podría quebrarse y llevarlos a la autodestrucción, y su reacción frente a distintas situaciones de la vida. Algunas de las cintas del cineasta, entre ellas Dr. Insólito o: Cómo aprendí a dejar de preocuparme y amar la bomba, Nacido para matar, La naranja mecánica y El resplandor, dan cuenta de ello.
“Dr. Insólito o: Cómo aprendí a dejar de preocuparme y amar la bomba”
Las acciones humanas tienen consecuencias, eso lo dejó claro Kubrick en este filme bélico, que a su vez es una sátira política de la Guerra Fría y la carrera armamentista. Aquí el miedo de Jack D. Ripper, un general de la Fuerza Aérea de Estados Unidos, lo lleva a tomar una decisión impulsiva que amenaza con destruir la aparente paz entre las naciones. Aquel hombre cree que los soviéticos han contaminado el agua y que él ha sido uno de los afectados, así que ordena que se lleve a cabo un plan de emergencia: lanzarles bombas nucleares.
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A lo largo de la cinta Kubrick no solo utiliza el personaje de Ripper para adentrarse en las reacciones de los seres humanos ante situaciones que le atemorizan. En la película, el miedo a una posible guerra nuclear hace que la Fuerza Aérea estadounidense y los altos mandos del gobierno, entre ellos el presidente, tomen decisiones para evitarlo a toda costa, incluso sacrificando la vida de sus mismos escuadrones. El temor aumenta cuando el Dr. Insólito, un señor canoso, con traje y gafas, quien se moviliza en una silla de ruedas, confirma que los soviéticos tienen en su poder una “máquina infernal” que culminaría con la humanidad y sería detonada con tan solo un botón de llegar a ser atacados. “Es el arte de crear en el enemigo el miedo de un ataque”, dice sobre ella el Dr. Insólito.
Al sentirse amenazado Ripper, ya no solo por los soviéticos, sino también por los estadounidenses, se quiebra por completo y decide ponerle fin a su existencia. “Pienso que hay una vida posterior a esta y tendré que responder por mis acciones”, dice unos minutos antes. Unas escenas después, la ambición del ser humano por el poder y el desarrollo tecnológico quedan expuestos en el largometraje a través de un posible plan del Dr. Insólito. “Señor presidente, yo no descartaría la posibilidad de conservar un núcleo de especímenes humanos”, dice, y agrega que aquel plan lo llevaría a cabo en minas subterráneas. Sería una computadora la que decidiría los participantes, el destino de algunos individuos, teniendo en cuenta “datos de salud, fertilidad, juventud e inteligencia”.
Al final, el poder y querer ser los primeros en algo termina llevándolos a cavar su propia tumba, no solo la de ellos, sino la de toda la humanidad.
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“Nacido para matar”
El Jack D. Ripper de esta historia se llama Leonard Lawrence, un recluta del Cuerpo de Marines. También son tiempos de Guerra Fría, pero sobre todo de una guerra en particular: la de Vietnam. Lawrence, a quien le apodan Patoso, no puede evitar que se le dibuje una sonrisa en su rostro, algo que molesta al instructor del lugar. A comparación de sus demás compañeros, Patoso tiene menos habilidades en el entrenamiento al que son sometidos. A pesar de los regaños y malos tratos conserva su sonrisa, pero todo cambia una noche.
En aquella ocasión sus compañeros deciden vengarse de él, tras haber sido castigados por su ineptitud. Lo golpean mientras está durmiendo, incluso es lastimado por su compañero más cercano: Chistosito. Aquel suceso lo transforma para siempre: el silencio se apodera de él, sus ojos expresan rabia, su sonrisa se desvanece, mejor dicho, ahora tiene cara de guerra. No solo su rostro, porque su mejoría en el entrenamiento lo podría convertir en una máquina de guerra, al mismo nivel que sus compañeros. No conversa con los otros reclutas, pero sí con algo: su rifle, como si fuera su nuevo mejor amigo. Aquella arma termina causando estragos una noche.
El acontecimiento se desarrolla en el baño de los dormitorios, donde Patoso se encuentra en él y desde allí recita unas palabras en voz alta que despiertan a Chistosito, otros de los reclutas, y hasta al instructor. Patoso carga su rifle y mientras habla con Chistosito le asegura que él ya está “en un mundo de mierda”. De repente, al baño llega el instructor y trata de que Leonard Lawrence entre en razón y deje a un lado el arma, pero en vez de eso le dispara. Unos segundos después también acaba con su vida.
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Más allá de Patoso, Nacido para matar se adentra en la cosificación sexual de los seres humanos, a través de una prostituta vietnamita que es ofertada a los marines, entre ellos a Chistosito. Al final, en la película, aquel soldado demuestra otra parte de la humanidad: la capacidad de sentir compasión por el otro, independientemente de la distinción estadounidense o vietnamita, amigo o enemigo.
“La naranja mecánica”
La complejidad de las relaciones humanas, de los amigos que pasan a ser enemigos o de los lazos afectivos basados en el miedo y la reestructuración de la conciencia son algunos de los elementos abordados en este largometraje de Kubrick. En él, Alex y sus tres amigos “drugos”, o mejor dicho, subordinados, son los personajes que representan el lado oscuro de la humanidad ligado a la violencia, y rasgos presentes en los sociópatas, como las conductas delictivas o el daño a terceros sin ningún remordimiento.
Alex incluso es capaz de lastimar a sus amigos, convencido por su discurso interno: demostrarles que él es quien manda. El problema es que los “drugos”, al tener una personalidad similar, buscan una manera de vengarse. Una noche lo hacen y termina en prisión. Aquello lo lleva a aceptar una reformación de su conducta. Entonces, de manera voluntaria, decide recibir el Tratamiento Ludovico, en donde es drogado y sometido por largos períodos a ver escenas violentas de películas, con el fin de que en el futuro sienta aversión por la violencia física y sexual. Tras aquel tratamiento, igual siente angustia y dolor al escuchar una composición que antes amaba: la Novena sinfonía de Beethoven.
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Cuando sale de la cárcel va a su casa, pero sus papás lo han reemplazado por un nuevo hijo, físicamente similar a él, lo que representa la necesidad de los seres humanos por sustituir las carencias afectivas y no alterar su entorno. Luego de varios encuentros que sostiene con gente de su pasado, a la que le hizo daño y quiere vengarse, termina guiado por su subconsciente a la casa de uno más de esa lista. Aunque su conducta ha sido modificada, el mundo sigue siendo el mismo, gobernado por el rencor. Sus debilidades son aprovechadas y su pasado le recuerda que no existe la redención.
“El resplandor”
Cómo la mente sana se va enfermando es un aspecto que se puede observar en El resplandor a través del personaje de Jack, un escritor que acepta desempeñarse, durante una temporada, como vigilante en un hotel. Lo hace en compañía de su familia: su esposa y su hijo Danny. Los acontecimientos que suceden en aquel lugar pueden entenderse desde los fenómenos paranormales, pero también desde la psicosis, si se tienen en cuenta las apariciones y las voces como alucinaciones visuales y auditivas.
No solo la psique de Jack sufre afectaciones, sino la de Danny, pues las visiones y los encuentros paranormales lo llevan a un estado de shock, común entre quienes sufren un evento traumático. El niño queda afectado en su habla y no puede ni siquiera conciliar el sueño. Mientras tanto, su madre es guiada por el miedo, la señal de alerta que emite el cuerpo ante el peligro como método de supervivencia, para proteger a Danny y a ella.
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En la cinta, a través de estos personajes, es posible adentrarse en aspectos de las relaciones humanas como la desconfianza, que permea la relación entre Jack y su esposa. Aunque en realidad ni siquiera Danny confía en su totalidad en su padre.
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A lo largo de la historia del cine son varios los cineastas que se han interesado por abordar la condición humana desde sus películas, como Chaplin, Buñuel, Hitchcock, Spielberg, Coppola, Scorsese, Bergman y otros tantos. Stanley Kubrick lo hizo a través de su propio estilo: el uso de primeros planos, movimientos ópticos como el zoom y el engranaje entre imagen y música, entre otros. Algunos los llamaron perfeccionista, pero como le dijo alguna vez al historiador de cine Michel Ciment: “El perfeccionismo: los periodistas utilizan esta palabra para agredirme y me parece injusta. Si se intenta hacer algo, procura que resulte lo mejor posible”.
Ahora, no es lo mismo ahondar en la naturaleza que en la condición humana, como lo explicó Hanna Arendt, quien hizo una distinción y puso en entredicho que el hombre pudiera definir su naturaleza. “El problema de la naturaleza humana no parece tener respuesta tanto en el sentido psicológico individual como en el filosófico general. Resulta muy improbable que nosotros, que podemos saber, determinar, definir las esencias naturales de todas las cosas que nos rodean, seamos capaces de hacer lo mismo con nosotros mismos, ya que eso supondría saltar de nuestra propia sombra (…). Las condiciones de la existencia humana -la propia vida, natalidad y mortalidad, mundanidad, pluralidad y la Tierra- nunca pueden “explicar” lo que somos o responder a la pregunta de quiénes somos por la sencilla razón de que jamás nos condicionan absolutamente”.