Sulpicia: la pluma rebelde de Roma
Hija de Servio Sulpicio Rufo y Valeria, hermana de Marco Valerio Mesala Corvino, fundador del Círculo Mesala, Sulpicia (63 a. C. - 14 d. C.) presentó en su lírica una nueva visión del mundo y el romance tradicional.
Mónica Acebedo
La pluma de la poetisa romana Sulpicia fue una de las más transgresoras de la lírica romana, no solo por sus versos sino por su vida misma, ya que rompió con el esquema de la mujer sumisa y entregada a las labores domésticas. Es considerada la única poetisa romana de la época del emperador Augusto (63 a. C. - 14 d. C.) o, por lo menos, de la única de quien se han conservado versos y una de las pocas escritoras de la antigüedad latina. En ese sentido, José C. Miralles Maldonado menciona que “Sulpicia, mujer extraordinaria donde las haya, no se deja fácilmente encasillar dentro de los límites trazados por el uso” (“La lengua de Sulpicia” en revista Habis, n.° 21, 1990, p. 102).
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La pluma de la poetisa romana Sulpicia fue una de las más transgresoras de la lírica romana, no solo por sus versos sino por su vida misma, ya que rompió con el esquema de la mujer sumisa y entregada a las labores domésticas. Es considerada la única poetisa romana de la época del emperador Augusto (63 a. C. - 14 d. C.) o, por lo menos, de la única de quien se han conservado versos y una de las pocas escritoras de la antigüedad latina. En ese sentido, José C. Miralles Maldonado menciona que “Sulpicia, mujer extraordinaria donde las haya, no se deja fácilmente encasillar dentro de los límites trazados por el uso” (“La lengua de Sulpicia” en revista Habis, n.° 21, 1990, p. 102).
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Debió nacer en los primeros años del siglo I en Roma, una época llena de cambios políticos y culturales. Hija de Sulpicio Rufio y Valeria, hermana de Marco Valerio Mesala (fundador del Círculo Poético de Mesala, en el cual estaban poetas tan conocidos como Ovidio, Tibulo y Propercio). Quedó huérfana y creció en un ambiente literario cerca de su tío Mesala, quien posiblemente le permitió ser una mujer emancipada, a diferencia de las estrictas tradiciones patriarcales romanas. Aunque, según algunos de sus versos, parece ser que también tuvieron disputas:
“Odioso cumpleaños, que en el molesto campo,
sin mi Cerinto, he de pasar de espanto.
¿Qué es mejor que mi urbe? ¿Acaso es una villa
en el frío Arezzo apta para una niña?
Mucho de mí te ocupas, mi buen tío Mesala,
pero con este viaje de crueldad haces gala.
Ánimo y sentidos, raptada dejaré,
puesto que no permites ser según mi querer”.
Probablemente sus versos nunca se hubieran conocido, pues una mujer en Roma no habría podido publicar, pero en el libro IV del Corpus Tibullianum de Tibulo (texto que incluye poemas de los más importantes representantes del Círculo de Mesala) se incluyen unas elegías escritas por Sulpicia dedicadas a su amado Cerinto; los poemas 7 a 12 son cortos y rezuman una pasión ardiente de la poetisa por su amado.
La escritora se vale del género de la elegía que se centra en temas de amor, sentimientos profundos y relaciones pasionales, por lo general expresados en forma de queja, como lo hizo Horacio. Explica Henry Campos Vargas que, «en Roma, el tema elegíaco amoroso diverge del tratamiento griego. Fue quizá Cornelio Galo quien introdujo esta importante variante: como centro está “la idea de la entrega a la amada (servitium amoris) y de la obediencia absoluta del enamorado (obsequium)” (Von Albrecht, 1997:692), que dista sobremanera del modelo griego, donde la mujer figura como esclava del hombre”. (“Sulpicia: una sobreviviente de la literatura femenina en Roma” en Revista Filología y Lingüística, n.° 37, p. 10). Pero lo interesante es precisamente la actitud de Sulpicia en su voz poética, ya que se siente una rebelión contra el papel pasivo del objeto amado. Por el contrario, es ella la mujer la que expresa sus pasiones y el hombre el objeto amado y sumiso. En otras tradiciones poéticas femeninas (Safo, por ejemplo) la destinataria del amor es siempre mujer. Es decir, la novedad radica en que Sulpicia intercambia el rol de los amantes.
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Sus versos son sonoros y con un lenguaje amplio. Este poema es una especie de confesión y, al mismo tiempo, es una alabanza a sus pasiones íntimas. No le importa que la juzguen, incluso acepta haber pecado, pero no se arrepiente, porque está segura de que no es la única que ha llegado a sentir de esa manera:
“Por fin llegó el amor; y tan grande
que más vergüenza me daría ocultarlo
que la fama de haberlo desvelado.
Vencida por los ruegos de las Musas
lo trajo Citerea, y lo depositó en mi seno.
Cumplió sus promesas Venus: y mis alegrías
que las cuente quien no las tenga propias.
Confiar algo a mis tablillas
y que alguno me lea antes que mi amado no lo quisiera;
pero me encanta haber pecado,
me da vergüenza poner cara de santa por el miedo a la fama.
Que lo cuenten: yo, una mujer digna,
he estado con un hombre digno”.
Claramente de sus versos brota rebelión, pero a su juicio el amor proviene de los dioses, la diosa Citerea o Afrodita (Venus en la mitología griega) y por eso es casi un deber declarar su amor. Ahora bien, Tibulo y Propercio, por ejemplo, también se sirvieron de este género elegíaco para su lírica, pero ellos eran hombres y podían expresar libremente sus más profundos ardores. Las mujeres tenían unos constructos culturales definidos y la expresión literaria apasionada no era uno de ellos.
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En resumen, Sulpicia fue una de las pocas escritoras de la lírica romana, pero además una pluma rebelde que rompió con parámetros culturales patriarcales a partir de un esquema de versificación limpio, lógico y con un lenguaje novedoso. Cierro con uno que alude a la enfermedad por culpa del amor:
“¿Te ha tocado, Cerinto, cuidar de esta, tu niña,
con tal piedad que un fuego mi exhausto cuerpo agita?
¡Ah!, no distintamente, vencer mi triste fiebre,
quiero de lo que tú, creo, me lo sugieres.
Mas ¿en qué me aprovecha esta fiebre vencer,
cuando a tu pecho frío mi mal puedo ofrecer?”.