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Sylvia Ramírez: “La gente está sobrestimulada porque no sabe aburrirse”

Esta abogada y máster en derecho administrativo habla de felicidad por su “propia infelicidad”. Una conversación sobre su cambio de oficio, su opinión acerca de la autoayuda y sus libros, y su relación con el arte. Además, se refiere al manejo de las emociones a partir de lo que enseña en sus conferencias.

Laura Camila Arévalo Domínguez
12 de octubre de 2024 - 02:00 p. m.
Sylvia Ramírez ha sido destacada en la lista de los 20 líderes de opinión a nivel mundial en habla hispana en Linkedin por la revista “Entrepreneur”.
Sylvia Ramírez ha sido destacada en la lista de los 20 líderes de opinión a nivel mundial en habla hispana en Linkedin por la revista “Entrepreneur”.
Foto: Julián Vallejo.
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Al proponerle la entrevista, usé la palabra “autoayuda” para referirme, digámoslo así, a su tipo de discurso, pero usted me devolvió el mensaje con la palabra “liderazgo”, ¿a qué se debe el cambio?

Fue para darle un cuadro a la conversación, para enmarcarla en algo. Tengo que empezar reconociendo que la única ayuda que uno puede tener en la vida es “autoayuda”: nadie lo pone a uno en la sala de espera del psiquiatra ni le empaca las pastillas que mande el médico. Entonces, la ayuda solo puede ser “autoayuda”, pero lo que yo hago es un ejercicio de administración, como un gerente que entiende qué recursos hay, cuáles faltan, qué es lo mejor que se puede hacer con lo que hay, qué tendría caso salir a tratar de conseguir y qué cosas sabe que, en esta empresa, no tendremos nunca.

Sería preciso decir que usted, entonces, se dedica a enseñarle a la gente cómo “administrarse” …

Exacto, entre otras cosas porque estamos en la época en la que todo el mundo quiere ser cada vez mejor en todo y eso, además de que no es necesario, no conviene. Y lo explico para aclarar mi intención de separarme de la autoayuda, como quien se separa de la peste, pero porque, en mi opinión y quizás con muy buena intención, la autoayuda le propone a uno un paradigma de vida inalcanzable, o que si se puede alcanzar es a cambio de mucha fatiga. También propone cosas irresponsables, como que si uno tiene pensamientos y sentimientos de alta frecuencia le irá mejor. Yo creo en la ley de la atracción, pero no me parece que sea verdad que, solo teniendo pensamientos lindos, la vida comienza a fluir. La vida de uno suele responder a la clase de decisiones y de acciones que uno toma.

Uno de los títulos de sus libros es “Felicidad a prueba de oficinas”. Es fácil que quien vea ese título crea que usted propone soluciones o herramientas del corte de la autoayuda…

Ni una sola de las herramientas que yo propongo tiene efecto terapéutico, ninguna, y si uno se descuida, puede caer en la idea de que no es necesario ir a psicólogo si leo el libro de autoayuda. La ciencia y el comportamiento tienen una razón de ser, lo que yo hago está lejos de ser científico porque, de nuevo, el coaching (que es lo que yo ejerzo) es un modelo de conversación en la que voy ubicando cuáles son las herramientas que más le convienen al otro. Esa es la primera diferencia. Con la autoayuda uno empieza a sentir que podría prescindir de la terapia si uno está enfermo, pero lo que yo hago es para gente que esté medianamente bien: si hay un diagnóstico, no entro. Además, a diferencia de los libros de autoayuda yo no tengo ninguna herramienta para esquivar la naturaleza humana: allí enseñan cómo anestesiarse delante de la realidad para que lo que esté pasando, parezca perfecto. No estoy de acuerdo con impermeabilizarse ante el dolor ni con no admitir que uno tiene sentimientos feos, entre otras cosas porque yo tampoco sé hacerlo.

¿Cómo así que esquivar la naturaleza? ¿A qué se refiere?

Cada vez que uno desconoce su naturaleza (quién es, qué le duele, qué quiere), se estresa. Partiendo de las pulsiones y teniendo en cuenta sus instintos y frustraciones, le enseño a la gente a decidir mejor.

Ya dijo algo sobre lo que para usted era la autoayuda, pero hablemos más de ese concepto. Uno podría pensar que, además, es extraño, porque uno se “autoayuda” con la información de alguien más. Además, casi siempre estos libros o discursos vienen con un formato de pasos organizados: primer, haga eso. Luego, haga lo otro. Pero la vida es caótica, impredecible y hasta injusta…

Claro, es que lo que puede ser tenebroso de los libros de autoayuda es que, como dices, con esa información de alguien más, yo desde el sillón de mi casa reviso si puedo hacer algo con eso. Creo que ese contenido te mete en otra dimensión en la que todo es bonito, así que te vuelves adicto a consumir esa clase de información. Hay una cosa importantísima: si para tener una vida más feliz bastara con entender qué es lo que hay que hacer, hace rato habría sido millonaria. Así que no, no basta con entender qué es lo que hay que hacer, hay que empezar a portarse distinto, pero eso implica tomar acción.

Sí hay varios libros de autoayuda que invitan a la toma de acción, pero reitero la estructura: una manual organizado para resolver la vida…

Mira, yo misma estaría de acuerdo con que mis libros vayan en la góndola de la autoayuda, pero hago énfasis en el “liderazgo” para que el consumidor duro de la autoayuda no se frustre: yo no niego realidades ni desconozco naturalezas. Ahora, sí diría que, por estos días, la gente está sobre estimulada porque, además, no sabe aburrirse. En nuestros ancestros, uno siempre encuentra una tía abuela que movilizó a todos los niños del pueblo para que hicieran la iglesia, un tatarabuelo que fundó el municipio, y cuando uno va a ver qué tienen en común encuentra que podían sentarse toda una tarde a mirar como caía el sol. Nosotros eso no lo sabemos hacer. Además, estamos muy asustados: ahora me queda más fácil ver tú que estás haciendo o qué me quieres contar sobre lo que estás haciendo. Y como yo sí sé qué estoy haciendo, me comparo. Así que para las personas que somos ahora, vender un libro en prosa es cada vez más difícil, y entonces vienen los pasos. Como las circunstancias nos tienen infantilizados, la utilidad práctica del paso a paso es total: le estoy hablando a un humano enredadísimo.

En la literatura la información está organizada de alguna forma: la historia tiene que entrar en un libro. Pero no hay fórmulas, no hay pasos, y sin embargo cada vez hay más libros esperando ser leídos para acercarse a la posibilidad de vernos o entendernos como especie, como condición humana… Esos habría que leerlos, a pesar de nuestras circunstancias, ¿o usted qué piensa?

Yo nunca le diría a alguien que deje de leer a León Tolstói para pasarse a la autoayuda, pero también conozco casos, muchísimos casos, de personas que leen una historia corta, fácil, digamos superficial, y no concluyen cuáles fueron las cinco características que podrían perfilar al protagonista. Digamos que la utilidad del libro de autoayuda es que le dice: mire, si se fija en el perfil de Ulises, usted encontrará cinco atributos centrales. Es decir, sirve de bastón.

¿Pero eso no sería contribuir o alentar la infantilización en la que ahora nos desarrollamos y a la que ya nos acomodamos?

Lo que pasa es que esa no es la causa. Nos tocaría entonces cortar la señal de internet o desconectar Tiktok. Finalmente, terminamos siendo un constructo de unas circunstancias tan nuevas que no podemos manejar.

Por ejemplo, yo trabajo en una sección de Cultura en la que tenemos que luchar para que los textos se vean… No son ni los más elegidos ni los más buscados ni los más leídos, pero sí son fundamentales para la construcción de una sociedad…

Primero, creo que con secciones como la tuya lo que hay que hacer es resistir. El problema, en mi opinión, es una la falta de autoestima muy grande. Es un diagnóstico particular, pero fíjate en esto: cuando uno tiene bien su autoestima, tres cosas funcionan: uno tiene claro quién es uno y no está tratando de demostrárselo a los demás. Uno cree que sí se empeña en algo puede que las cosas le salgan bien y, tercero, uno siente que encaja, que tiene un aspecto humano. Cuando uno no tiene eso resuelto, le queda difícil ver que hay algo más importante que tener una camisa de moda o que estar en el lugar trendy. Por lo tanto, entre estar en el restaurante caro e ir a una galería de arte que abrió sus puertas esta noche, voy a preferir la selfie en el restaurante: me permite contarle a los demás quién soy yo.

Como tengo baja autoestima no trabajo en mí, sino en lo que los demás crean de mí…

Pero claro: no te interesará ir a la exposición, salvo que haya un cuadro muy cool con el cual puedas hacerte una selfie. Otra cosa: el arte tiene la función de permitirme sentir cosas que yo, por ejemplo, sin ser hombre, no podría sentir, o sin ser anciana todavía no podría sentir. Gracias al artista yo tengo la posibilidad de ser alguien más por un momento, pero estamos tan angustiados con que algo nos fastidie o nos incomode, que, si la obra no es suficientemente estética, que es el concepto de ahora, o retratable, no me interesa interactuar. ¿Por qué? Porque no me da una buena historia para contar quién soy yo. También es un problema de marketing.

¿Por qué sería un problema de marketing?

Hay que hacerle entender al ciudadano que cualquier personaje del libro, es él. Es decir, que leer el libro es un pretexto para saber algo más de sí mismo. Y claro, hay que trabajar en la autoestima de la gente para que esté tan segura de sí misma como para entregarse a una experiencia con lo artístico, que es casi una experiencia espiritual, y esas no se publican, son íntimas.

¿Y usted cómo ha entendido todas estas cosas? Es decir, cómo descubrió o qué leyó o en qué pensó para darse cuenta de, por ejemplo, el problema de autoestima que tenemos…

Yo hablo de felicidad por mi propia infelicidad. Me importa mucho que la gente tenga en cuenta que, muy a menudo, uno enseña aquello que más le falta. Y lo que me pasó antes de comenzar es que, entre los 12 y los 18 años, hice un turismo terapéutico con psicólogos porque necesitaba entender si tenía depresión. Todos los profesionales que me vieron me dijeron que no y me contaron unas teorías que explicaron mi mal genio, pero ni una sola herramienta para estar bien. Cuando me di cuenta de que llevaba 8 años diagnosticándome y me estaba empezando a victimizar porque todos los males míos tenían una explicación, paré con todo y busqué mi propio camino.

¿Y en qué consistió esa búsqueda? Cómo lo hizo…

Pensé: “de qué recurso dispongo” y me contesté que sabía leer. Así fue como comencé a investigar por mi propia cuenta cómo funcionaba la gente que la pasaba mejor, pero no porque iban a Ibiza, sino porque tenían una experiencia de vida más satisfactoria. Con lo que fui encontrando por el camino, empecé a diseñar mis herramientas de pensamiento. Después tuve la oportunidad de hacer 3.744 horas documentadas de coaching, uno a uno, y me di cuenta de que lo que me iba pasando a mí, lo iba testeando en la oficina, que era mi laboratorio de felicidad.

De dónde cree que viene la angustia generalizada de ahora. Hablemos de ese desconcierto y de esa desorientación común sobre la propia individualidad y sobre el futuro…

Los seres humanos necesitamos sentirnos seguros y, después de eso, tener aventura. ¿Por qué se mata más la gente del primer mundo? Porque tienen todo resuelto. Necesitamos que pase algo. Después, tengo que preguntarme, pero un momentico, ¿quién soy yo? ¿Qué hace que yo sea yo y no otro? Es decir, necesito tener un sentido de identidad. Sigue la identificación de la tribu, del lugar al que uno pertenece. Y después de eso, necesito contribuir, o sea, que mi vida tenga algún significado. Y esto se vive hermosamente a través de la creatividad. O sea, yo necesito sentir que ejerzo mi derecho de pensar. El ser humano está programado para realizarse en tanto y en cuanto se vincula con alguien más. Por eso, si tú te fijas, el gen, el origen de muchas de las depravaciones nuestras como sociedad, surge a partir de los placeres solitarios. O sea, cuando usted se empiece a enganchar con algo para cuya experiencia placentera no necesite de la participación de alguien más, preocúpese, así funcionan las drogas, la pornografía, etc.

Detengámonos ahí: por qué los placeres solitarios son tan peligrosos…

Porque desnaturalizan. Cuando voy construyendo una vida placentera que prescinde de otras personas, lo que pongo en riesgo es el sentido común, que es algo que uno sólo desarrolla cuando tiene que interactuar con gente.

¿Cuál es su relación con el arte?

Es una relación respetuosa, reconozco que hay muchas cosas que no entiendo, pero voy por lo menos dos fines de semana de cada mes al museo a ver cuadros. O sea, soy un humano que comprende que tener una experiencia a través del arte no sólo me permite sentir otras cosas, sino que puede ser incluso tautológico, me permite volver a mí de una manera distinta. Intelectualmente lo comprendo, pero no siempre consigo sentirlo, por ejemplo, con la pintura. Sí lo siento, en cambio, con las letras y con la música.

Ahora, hablemos de los pensamientos, que también quiero ligar con la literatura, y es que, desde la autoayuda se recomienda “pensar en positivo”, en que todo estará mejor, en que la felicidad es una decisión. Pero pensar, por ejemplo, la tristeza, es un ejercicio de reflexión que ha arrojado respiros, desahogos o pensamientos en forma de obras de arte, ha arrojado poesía. ¿Qué piensa de, por ejemplo, este consejo sobre “pensar mejor” o “pensar en positivo”…

A mí me parece que para pensar mejor la mejor vía es la filosofía, porque tiene herramientas como las que propone la lógica clásica. Pensar mejor, en mi opinión, consiste en dejar de sabotearse. Es decir, dejar de engañarse, para empezar. Básicamente porque para que uno pueda empezar a estar bien, le conviene empezar por entender por qué está mal. El libro de autoayuda generalmente hace una apología de mi dolor. Me dice “Claro, es que, Silvia, tú eres una persona altamente sensible. Como no vas a estar triste si lo que pasa es que tú absorbes las emociones del entorno”, pero no me dice: “Silvia, pero para un momentico y empieza a cuestionarte que, a lo mejor, absorbiendo las emociones de los demás, lo que estas tratando de hacer es gustar”.

Hace poco escuché que una escritora de literatura colombiana decía que los poemas nacían de las emociones “no blandas”: la tristeza, el dolor, la frustración, el miedo, la felicidad...

Yo me separo respetuosamente de los que creen que un poema surge, sobre todo, con ocasión del dolor. No creo que surja de emociones no blandas, sino de emociones expansivas. Es decir, no hay un poema sentido que no tenga detrás algo de urgencia. A veces uno dice, “es que no quepo en la ropa”, pero aplica para todas las emociones expansivas.

¿Usted por qué cree que la felicidad, un estado anhelado por todos, no tiene tanto prestigio?

Para mí, la felicidad tiene tres antónimos. El primero, el aburrimiento. Fíjate que cuando en la vida de uno no está pasando nada, uno comienza a ensayar cosas para sentir algo, o a mandar mensajes a esa persona que no conviene. Todo esto para decir que no creo que el poema precise dolor, sino algo que te haga sentir que no cabes dentro del pellejo, y que eso tienes que ponerlo en algún lado. Ahora, pienso que buena parte del hecho de que el concepto de felicidad esté tan vilipendiado, se debe a que se confunde ser feliz con estar contento.

Cómo es eso, cuál es la diferencia…

Tú, como editora de una sección que, en mi opinión, es la más importante de un periódico, la sección de Cultura, tuviste que dar una vuelta muy larga para autorizarte a hablar con una coach. ¿Por qué? Porque se cree que esto no es serio, así lo ven los intelectuales, y es que estoy de acuerdo en que, si el asunto es de estar contento, estamos hablando de algo menor. O sea, se reduce el ser humano a un animal sintiente y ya. Es muy importante entonces distinguir entre ser feliz y estar contento. Yo creo que ser feliz es perfectamente posible, y no solo posible, sino que además puede ser el estado sostenido de un ser humano. Pero para eso toca entender qué es la felicidad y como no tengo un concepto universal, entendí algo a través de una idea del profesor Salvatore Natoli, un filósofo italiano. Él dice: “Ser feliz es ser, porque eso es lo normal. La condición básica del ser humano es la felicidad. ¿Cómo hace uno para saber que tiene hambre? Se da cuenta porque lo normal es no tener. ¿Cómo hace uno para saber que tiene frío? Misma lógica. ¿Cómo hace uno para saber que está estresado, que está triste, que está de mal genio? Porque lo normal es no estarlo”. Y aquí hay una muy buena noticia: la felicidad no es algo que uno logre o que uno alcance. La felicidad es algo a lo que uno vuelve. Lo que pasa es que eso, desde el punto de vista del marketing, no tiene nada de seductor: es enseñarle a la gente a sepa estar en su estado normal y se aburra con dignidad.

Y podríamos hablar no solamente de aburrirnos con dignidad, sino de aceptar que la vamos a pasar mal en algún momento: vamos a fracasar, a estar tristes, a enojarnos. Es decir, no tratar de esquivar la incomodidad. Y para hablar del arte: dejar de esquivar las posibilidades de sentir y pensar más allá de que sean material para contar…

Exacto. Cuando me preguntan qué hay que hacer con las emociones, mi respuesta es siempre la misma: sentirlas. No hay nada ocioso en la naturaleza humana: la tristeza, el enojo, la rabia, los celos… Todo sirve para algo y esta ahí por alguna razón.

Una de las críticas a este tipo de discurso es que pueden ser peligrosos en tanto que las exigencias del mundo son cada vez más difíciles de cumplir, pero te dicen que la felicidad es fácil, que es tu responsabilidad y que, además, si no la sientes o al consigues, es por ti, como ignorando el contexto, las condiciones sociales, el clima, las enfermedades, y esos matices de la vida…

Lo que pasa es que esta fue una pregunta con veneno. La palabra venenosa es “todo”. Desde luego no todo depende de mí: un coach con un sentido intermedio de la honradez tiene que decirte que eso no es cierto. Y vamos por partes: sin lugar a duda, el entorno me da una forma de ser. Y no sólo porque yo haya tenido más o menos comida, porque yo haya tenido más o menos oportunidades, sino porque, además, en ese espacio, me pudieron hackear mi manera de pensar. Así que reconozco el problema que mencionas, pero al mismo tiempo es cierto que irse para el otro lado es bastante perezoso. Dicen algunos: “Es que el gobierno no nos da oportunidades”. Y sí, digamos que es cierto, pero pensar que el ser humano es una víctima maniatada de sus circunstancias, es nada más y nada menos que anular lo que hace que sea un ser humano, que es el libre albedrío.

Laura Camila Arévalo Domínguez

Por Laura Camila Arévalo Domínguez

Periodista en el Magazín Cultural de El Espectador desde 2018 y editora de la sección desde 2023. Autora de "El refugio de los tocados", el pódcast de literatura de este periódico.@lauracamilaadlarevalo@elespectador.com

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Alberto(75791)13 de octubre de 2024 - 06:06 p. m.
Qué entrevista tan larga. La leeré en pedazos. Creo que los libros de auto ayuda le han hecho un daño grande a la humanidad. Son espejismo y la gente bota la plata en ellos esperanzada en llenar vacíos. Y no! Los libros de auto ayuda son una regadera de recetas que les puede servir a cualquiera o a ninguno.
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