Tan “Subliminal” como el Sumapaz
Andrés Guillermo Mora es un rapero de esta localidad de Bogotá, que mezcla la copla campesina con el hip-hop, un toque urbano para mostrar la realidad de una región que ya dejó en paz a la guerra.
Camilo Amaya - Alta Consejería de Paz, Víctimas y Reconciliación
A Andrés Guillermo Mora no le tocó vivir en un estado de alerta constante en Sumapaz. A sus abuelos sí, también a sus padres, pero sobre todo a los abuelos. De hecho, con la memoria que va y viene, Mora dice que el papá de su mamá le dijo que un día, por allá en 1992, un par de años después del final de los Diálogos de Casa Verde, el Ejército llegó hasta la casa en la vereda San Juan y sin preguntar empezó a romper todo, a escarbar, a buscar, a destrozar. Sus abuelos se salvaron porque se escondieron debajo del piso de madera, calladitos, más que silentes, controlando la respiración para no ser descubiertos. Las gallinas del corral no tuvieron la misma suerte.
“Se las robaron, con el resto de la comida. Al que iban encontrando lo iban matando, sin preguntar. Creían que el simple hecho de nacer en Sumapaz ya lo convertía a uno en guerrillero”.
A Mora lo conocen como Subliminal, su nombre artístico, y por sus líricas, por combinar la copla campesina y el rap, por hablar de frailejones y el agua, y a la vez de la indiferencia de un estado ausente, de los problemas de su comunidad. Y mientras lo hace, le recuerda a quien lo escucha que el Sumapaz tiene una riqueza invisible para el forastero y valorada por el lugareño, que hay ocasiones en las que la rutina no aburre, sino que fortalece.
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El proceso creativo -bueno, su proceso creativo- parte de la naturalidad de una caminata, de ir con sus amigos a caballo hasta La Guitarra, a ocho horas, arriba, más arriba, donde las aguas cristalinas cambian de color dependiendo la inclinación con la que caiga el rayo del sol. “A eso le decimos El Nevado. Y qué frío hace por allá”. Un trayecto neblinoso y con constantes borrascas.
Ya en la noche, Subliminal, se sienta una hora, dos cuando tiene mucho que contar. Y escribe. Y luego saca versos, les pone ritmo, y hace su Beat-Box, una técnica que consiste en que las cuerdas vocales sean un elemento de percusión.
Esta tierra es sagrada /ni se compra ni se vende/ ni que la vengan a explotar/juegan aquellos manes que la quieren acabar/mi Sumapaz nunca se vino a vender/ a darle la tierra a quienes quieren ofrecer/ que supermercados que la quieran difamar/ o multinacionales que la quieran privatizar/ser campesino es representarles esta tierra/donde se guerreó la paz y se dejó en paz la guerra.
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A Subliminal le encantaría vivir de su música, que esta fuera un agujero, o más bien una ventana para ver al país desde el páramo, para mostrar al Sumapaz y para que su lenguaje sea el de la resistencia de todos. Y que entre no solo por las orejas, sino por los poros. Pero hay indiferencia, y por eso ha tenido que instalar cámaras de seguridad, echar azadón, trabajar en construcción y en lo que sea.
“No quiero migrar a la ciudad como tantas personas que lo han hecho por la falta de oportunidades. Esto es un paraíso y acá me quiero quedar. Sé que no necesito mucho dinero, sí bastante tranquilidad, que al fin de cuentas es como tenerlo todo”.
Las ideas nunca mueren /cuando se viene a luchar/ pero cuántos mensajeros más tendrán que asesinar/ para que el mensaje llegue y algo pueda transformar.
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Subliminal seguirá cantando para que los únicos ejércitos del páramo sean los de frailejones, para que se hable del águila real, el turrial o el piquiazul, y del frío que acusa al uso de ruana, del sol incesante que obliga a llevar sombrero, y de un lugar en el que la guerra se fue deshaciendo como sucede con las nubes en el cielo.
“Acá todos queremos la paz, acá todos buscamos que se mantenga la armonía. Pero sabemos que a los de bien arriba no les interesa porque se les acaba el negocio”.
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A Andrés Guillermo Mora no le tocó vivir en un estado de alerta constante en Sumapaz. A sus abuelos sí, también a sus padres, pero sobre todo a los abuelos. De hecho, con la memoria que va y viene, Mora dice que el papá de su mamá le dijo que un día, por allá en 1992, un par de años después del final de los Diálogos de Casa Verde, el Ejército llegó hasta la casa en la vereda San Juan y sin preguntar empezó a romper todo, a escarbar, a buscar, a destrozar. Sus abuelos se salvaron porque se escondieron debajo del piso de madera, calladitos, más que silentes, controlando la respiración para no ser descubiertos. Las gallinas del corral no tuvieron la misma suerte.
“Se las robaron, con el resto de la comida. Al que iban encontrando lo iban matando, sin preguntar. Creían que el simple hecho de nacer en Sumapaz ya lo convertía a uno en guerrillero”.
A Mora lo conocen como Subliminal, su nombre artístico, y por sus líricas, por combinar la copla campesina y el rap, por hablar de frailejones y el agua, y a la vez de la indiferencia de un estado ausente, de los problemas de su comunidad. Y mientras lo hace, le recuerda a quien lo escucha que el Sumapaz tiene una riqueza invisible para el forastero y valorada por el lugareño, que hay ocasiones en las que la rutina no aburre, sino que fortalece.
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Ya en la noche, Subliminal, se sienta una hora, dos cuando tiene mucho que contar. Y escribe. Y luego saca versos, les pone ritmo, y hace su Beat-Box, una técnica que consiste en que las cuerdas vocales sean un elemento de percusión.
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