“Tár” y el desequilibrio del poder
La nueva película de Todd Field competirá en seis categorías de los Premios Óscar. El filme contiene un componente que complica la separación entre la realidad y la ficción.
Nicolás Gómez
Los músicos ansiosos revisan sus partituras, comparten miradas de complicidad y terror. Una figura camina entre ellos y se apropia del podio del conductor de la orquesta: se ve impecable. Es rubia y tiene manos largas. Ella es Lydia Tár, el personaje con el que el director de la película narra una historia extensa donde ella es la que controla el tiempo y el ritmo de las secuencias, como si de conducir una enorme sinfonía consistiera.
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Los músicos ansiosos revisan sus partituras, comparten miradas de complicidad y terror. Una figura camina entre ellos y se apropia del podio del conductor de la orquesta: se ve impecable. Es rubia y tiene manos largas. Ella es Lydia Tár, el personaje con el que el director de la película narra una historia extensa donde ella es la que controla el tiempo y el ritmo de las secuencias, como si de conducir una enorme sinfonía consistiera.
“Tár” es una de las películas que competirá en los Premios Óscar en seis categorías, entre las que se encuentran Mejor actriz, Mejor película y Mejor guion original. Este es el tercer largometraje del actor y guionista Todd Field, en el que explora el mundo y la vida de una notable directora de orquesta ficticia, develando sus sombras de a pocos y permitiéndole al espectador entrar en las facetas más humanas de una mente brillante, pero poseída por el poder y el reconocimiento.
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La actriz que encarna a esta directora es Cate Blanchett, la australiana de 53 años que ya cuenta con dos premios Óscar y que llegó a un nivel de inmersión tal con este personaje, que se despertó varias noches en medio de sueños febriles conduciendo una orquesta imaginaria en la mitad de su cuarto.
Blanchett cuenta que su relación con el director y productor Todd Field llegó a niveles muy profundos de conexión y entendimiento a través de este papel, niveles en los que parecía que solo ellos dos entendían lo que estaba sucediendo. “Es casi como si hubiéramos hecho esta película en un estado inconsciente”, mencionó en una entrevista para Los Angeles Times, donde también habló de que prefiere dejar en el aire un par de misterios para que la audiencia conduzca el futuro de la película.
Esto puede entenderse al revisitar el filme: hay mucho más de lo que la película revela. Durante el largometraje se habla muchas veces de que la música es un lenguaje críptico con sus códigos o trucos. En ese mismo sentido, la película mantiene al espectador en el borde de la silla durante sus dos horas y 38 minutos. Es un tiempo que uno comprende, como dice en la primera secuencia Lydia Tár, de una manera difusa y al antojo de la conductora de orquesta, que siempre tiene la capacidad de hacer largos o cortos los minutos con el movimiento de una mano.
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Tár destaca en un tema que atraviesa a las películas que hablan de personajes reales, momentos específicos de la historia reciente (como la pandemia) o de música: parecieran disfrazadas de una verosimilitud de la que es difícil librarse. Ese lenguaje, que para muchos es ajeno y que pertenece a una pequeña élite de la música clásica de tempos, crescendos, puntos y contrapuntos, podría confundir al público por la sugerencia de que se trata de una historia real.
El filme contiene un componente que complica la separación entre la realidad y la ficción. Habla de una misoginia presente en algunos círculos musicales que ha hecho que varias compositoras hayan sido dejadas de lado en los libros de historia. Habla también de las diversidades de orientación sexual, de las redes sociales, pero, principalmente, habla del poder y la corrupción que le acompaña.
En otra entrevista para el medio especializado en música clásica Classic FM, Cate Blanchett afirma que la película no se trata de ese tipo de música, sino que bien podría ser una obra sobre una banquera internacional o una arquitecta de renombre. La actriz dice que “realmente es una examinación sobre la naturaleza corrupta del poder institucional”. Un poder que, según ella, han ostentado los hombres blancos heterosexuales y que esta película viene a reflejar en el cuerpo de una mujer lesbiana que cuenta con la validación de instituciones como la Flimarmonica de Berlín o el famoso conservatorio Julliard en Nueva York.
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Esta es una película que, además, se pregunta por el papel de las redes sociales en la arquitectura de las personalidades de cada uno de los individuos. También cuestiona la posibilidad de la separación entre la obra y el artista, una conversación nos interpela directamente en casos como el de Diomedes Díaz o Diego Armando Maradona.
Un paralelo se teje entre esta película y Rebelión, de José Luis Rugeles, el largometraje colombiano que el año pasado intentó enfrentarnos al claroscuro de un personaje como el Joe Arroyo. Una película que habló de temas como el consumo de sustancias, la irresponsabilidad y la obsesión que, en ocasiones, va de la mano con la genialidad. Mientras que Rebelión nos confrontaba con la realidad desordenada del Joe, compositor de canciones que mil veces hemos bailado; Tár nos enfrenta a la obsesión por la limpieza y el control extremo que conlleva haber crecido bajo las presiones de un ambiente como es el de la música clásica.
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Lydia Tár es un personaje que, con el transcurrir de la película, se va desvistiendo de su atavío extraordinario, de persona bendita con un don, para mostrarse cada vez más repleta de miedos, errores y corrupciones propias de un ser humano que se desequilibra ante el poder. Una película que, según muchos, se destaca entre la temporada de premios por su cuidado visual, pero, sobre todo, por permitirle a los espectadores tomar la batuta para decidir el argumento del filme.