Te llevaré a La Habana, amor…
Algunas cuestiones sobre libros y letras, apropósito de una invitación a la XXXI Feria Internacional del Libro de La Habana, que se inició ayer.
Julia Díaz Santa
Hay quienes dicen que los poetas no mueren. Otros dicen que sí, que no solo mueren, sino que lo hacen muchas veces y por eso nadie les cree cuando al fin expiran, por última vez. También he llegado a leer que los poetas no fenecen, sino que se deshacen. Sobre todo, si no practican el verso libre. Yo los he visto derretirse bajo el sol del trópico. No sé si eso cuente.
Ahora, recuerdo a un presentador de televisión que se encogió cuando murió. Mi abuela decía que su féretro no superaba los 120 centímetros. Pero el hombre, en vida, había medido 170, aproximadamente. ¿Sería un poeta? Si no cómo explicamos que se haya encogido de esa manera. Creo que en los finales se conoce a la gente.
—Mariana, no mires con quién te vas a casar, sino de quién te vas a separar —me decía un amigo que era dueño de un bar. Mariana es mi segundo nombre.
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Entonces seguimos con lo de siempre: la muerte, la separación, la desintegración o el derribo son oportunidades únicas para conocer a los poetas. Pero, vivo o muerto: ¿qué es un poeta?
“Un ser desdichado que oculta profundos tormentos en su corazón, pero cuyos labios están formados de tal modo que cuando los suspiros y alaridos pasan a través de ellos, suenan como hermosa música”, respondió Kierkegaard, en “Diapsálmata”, publicada a mitad del siglo XIX.
Y cuando escribo la legendaria cita recuerdo ese poema de Frank Báez: “Anoche soñé que era un DJ”: “Llamo por teléfono a Miguel y le pregunto / si piensa que me iría mejor de DJ o como poeta / y Miguel responde que siga como poeta. / Mi novia también dice que como poeta. / El hermano de mi novia dice que como poeta / y una jevita que hacía una fila en el cine / y que recién conocí dice que como DJ. / Las menores me ven más como DJ / y las mujeres que compran en el supermercado / dicen que persista con los poemas. / Mi mamá dice que como poeta. / El plomero dice que poeta. / Los cinco poetas que conozco me dijeron/ que me iría mejor como DJ / Mi hermana se abstuvo de votar (…)”.
¿Qué es un poeta? Todavía no sé, leyendo a Báez, quizás es un DJ del ombligo para abajo. Hace 10 años, a propósito, fui a La Habana por primera vez. Iba con mi madre, quien me invitó al Festival de Danzón. Del verso libre a la melomanía rimada solo hay un ombligo.
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Aturdida de danzoneras, escribí unos versos de amor romántico, sin ningún pudor, en una tarde cubana. Jaime Jaramillo Escobar, en su “Método fácil y rápido para ser poeta”, dijo que el verso ha sido el refugio tradicional de los malos poetas. Y también dice que “al optar por el verso libre, los poetas pierden algo que les fue esencial”. Por eso aprendí que no hay que hacerle caso al método de Jaime Jaramillo, pero sí a sus “Poemas de la ofensa”.
Nos enseña que un poeta es alguien que anda en busca de una palabra que le sirva para volverse negro, quedarse el día entero debajo de una palma y olvidarse de todo a la orilla del agua…
Unos tres años después del viaje, encontré las líneas enamoradas. Tenía que limpiar la casa, entonces preferí ajustar el texto a la medida del soneto: catorce versos endecasílabos, dos cuartetas y dos tercetas. No tuve que hacer mucho esfuerzo, habían sido escritos, sin proponérmelo, con esa estructura.
En los finales se conocen las cosas. Una vez terminada la labor de artesanía, me di cuenta de que en realidad no era un poema, era algo así como un bolero. Pensando en canciones y danzones, la línea melódica salió fulminante, sin vacilar. Ya no importaban los endecasílabos, quedó finalmente así: “Te llevaré a La Habana, amor, pa’ decirte / las cosas que siempre le digo yo al mar, / secretos tan hondos, antiguos y tristes, / palabras de agua, de lluvia y de sal (…)”.
Desde ese entonces, pasó mucha agua bajo el puente. Entre otras, la composición fue grabada hace un par de años, con una nómina de músicos y productores de gran trayectoria. Se compartió por todo el mundo, bajo el heterónimo de Santaora. Pese al bloqueo, nadie pudo evitar que aterrizara en Cuba.
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No lo busqué, pero 10 años después de aquella creación, me llevan a La Habana, amor. Fui invitada a la XXXI Feria del Libro en la capital cubana, para compartir poemas, textos y también a decir otras canciones sobre un amor que, en nuestra contemporaneidad, quizá ya no se vive. Voy a intercalar versos libres con letras de amor romántico, sin ningún pudor. Todo sea dicho, también voy a participar en los espacios de diálogo, como docente universitaria.
Para darme confianza, sigo en esto y voy por ahí preguntando: ¿qué es un poeta? Una señora que me estaba cortando el pelo me dijo: “Es alguien desobediente y extraviado que, no obstante, se cuida de no confundir la poesía con el poema”. En mis sueños, las poetas cantan boleros mientras usan las tijeras.
Hay quienes dicen que los poetas no mueren. Otros dicen que sí, que no solo mueren, sino que lo hacen muchas veces y por eso nadie les cree cuando al fin expiran, por última vez. También he llegado a leer que los poetas no fenecen, sino que se deshacen. Sobre todo, si no practican el verso libre. Yo los he visto derretirse bajo el sol del trópico. No sé si eso cuente.
Ahora, recuerdo a un presentador de televisión que se encogió cuando murió. Mi abuela decía que su féretro no superaba los 120 centímetros. Pero el hombre, en vida, había medido 170, aproximadamente. ¿Sería un poeta? Si no cómo explicamos que se haya encogido de esa manera. Creo que en los finales se conoce a la gente.
—Mariana, no mires con quién te vas a casar, sino de quién te vas a separar —me decía un amigo que era dueño de un bar. Mariana es mi segundo nombre.
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Entonces seguimos con lo de siempre: la muerte, la separación, la desintegración o el derribo son oportunidades únicas para conocer a los poetas. Pero, vivo o muerto: ¿qué es un poeta?
“Un ser desdichado que oculta profundos tormentos en su corazón, pero cuyos labios están formados de tal modo que cuando los suspiros y alaridos pasan a través de ellos, suenan como hermosa música”, respondió Kierkegaard, en “Diapsálmata”, publicada a mitad del siglo XIX.
Y cuando escribo la legendaria cita recuerdo ese poema de Frank Báez: “Anoche soñé que era un DJ”: “Llamo por teléfono a Miguel y le pregunto / si piensa que me iría mejor de DJ o como poeta / y Miguel responde que siga como poeta. / Mi novia también dice que como poeta. / El hermano de mi novia dice que como poeta / y una jevita que hacía una fila en el cine / y que recién conocí dice que como DJ. / Las menores me ven más como DJ / y las mujeres que compran en el supermercado / dicen que persista con los poemas. / Mi mamá dice que como poeta. / El plomero dice que poeta. / Los cinco poetas que conozco me dijeron/ que me iría mejor como DJ / Mi hermana se abstuvo de votar (…)”.
¿Qué es un poeta? Todavía no sé, leyendo a Báez, quizás es un DJ del ombligo para abajo. Hace 10 años, a propósito, fui a La Habana por primera vez. Iba con mi madre, quien me invitó al Festival de Danzón. Del verso libre a la melomanía rimada solo hay un ombligo.
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Aturdida de danzoneras, escribí unos versos de amor romántico, sin ningún pudor, en una tarde cubana. Jaime Jaramillo Escobar, en su “Método fácil y rápido para ser poeta”, dijo que el verso ha sido el refugio tradicional de los malos poetas. Y también dice que “al optar por el verso libre, los poetas pierden algo que les fue esencial”. Por eso aprendí que no hay que hacerle caso al método de Jaime Jaramillo, pero sí a sus “Poemas de la ofensa”.
Nos enseña que un poeta es alguien que anda en busca de una palabra que le sirva para volverse negro, quedarse el día entero debajo de una palma y olvidarse de todo a la orilla del agua…
Unos tres años después del viaje, encontré las líneas enamoradas. Tenía que limpiar la casa, entonces preferí ajustar el texto a la medida del soneto: catorce versos endecasílabos, dos cuartetas y dos tercetas. No tuve que hacer mucho esfuerzo, habían sido escritos, sin proponérmelo, con esa estructura.
En los finales se conocen las cosas. Una vez terminada la labor de artesanía, me di cuenta de que en realidad no era un poema, era algo así como un bolero. Pensando en canciones y danzones, la línea melódica salió fulminante, sin vacilar. Ya no importaban los endecasílabos, quedó finalmente así: “Te llevaré a La Habana, amor, pa’ decirte / las cosas que siempre le digo yo al mar, / secretos tan hondos, antiguos y tristes, / palabras de agua, de lluvia y de sal (…)”.
Desde ese entonces, pasó mucha agua bajo el puente. Entre otras, la composición fue grabada hace un par de años, con una nómina de músicos y productores de gran trayectoria. Se compartió por todo el mundo, bajo el heterónimo de Santaora. Pese al bloqueo, nadie pudo evitar que aterrizara en Cuba.
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No lo busqué, pero 10 años después de aquella creación, me llevan a La Habana, amor. Fui invitada a la XXXI Feria del Libro en la capital cubana, para compartir poemas, textos y también a decir otras canciones sobre un amor que, en nuestra contemporaneidad, quizá ya no se vive. Voy a intercalar versos libres con letras de amor romántico, sin ningún pudor. Todo sea dicho, también voy a participar en los espacios de diálogo, como docente universitaria.
Para darme confianza, sigo en esto y voy por ahí preguntando: ¿qué es un poeta? Una señora que me estaba cortando el pelo me dijo: “Es alguien desobediente y extraviado que, no obstante, se cuida de no confundir la poesía con el poema”. En mis sueños, las poetas cantan boleros mientras usan las tijeras.