La sala principal del Teatro Colón de Buenos Aires, en forma de herradura, cumple con las normas más severas del teatro clásico italiano y francés.
Foto: Caterine Alvarado Barragán.
Había un señor canoso que tenía las manos cruzadas y las mejillas rosadas. También tenía una argolla dorada puesta en uno de sus dedos y una bufanda a cuadros. Olía a pino. Su gesto de satisfacción era imposible de ignorar. No se movía, solo sonreía levemente y en sus cachetes sobresalía un par de líneas muy finas que delineaban el gesto. En ese momento, sonaba “Yo me llamo cumbia”, la canción de la gira que indica la victoria: si el público le abría los brazos a la orquesta y lo demostraba a través de aplausos largos y persistentes, como...
Por Laura Camila Arévalo Domínguez
Periodista en el Magazín Cultural de El Espectador desde 2018 y editora de la sección desde 2023. Autora de "El refugio de los tocados", el pódcast de literatura de este periódico.@lauracamilaadlarevalo@elespectador.com
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