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Tejidos hechos de montañas, anhelos y resistencias

Ana Calle, una de las artistas que participa en el proyecto “Interior/Exterior”, del Banco de la República, habla de su experiencia con esta iniciativa, su técnica y sus vivencias durante el confinamiento.

Laura Camila Arévalo Domínguez
19 de septiembre de 2020 - 03:00 a. m.
Obra de Ana Calle
Obra de Ana Calle
Foto: Archivo Particular
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La obra de Ana Calle es refugio: sus creaciones tienen en cuenta la tejeduría indígena, que va cargada de tierra y lenguaje. “El tejido se vuelve territorio”, dice, y aclara que eso fue lo que la sedujo de la tejeduría tradicional en guanga: cada puntada tiene algo de las montañas, los árboles o la comida. Hay vida en el tejido.

Antes de que comenzara la cuarentena, Calle hacía parte de los artistas que participarían en “Imagen Regional 9”, un proyecto del Banco de la República que partía de los principios de formación, creación, circulación, visibilidad y trabajo en red de artistas regionales. Al ver que la iniciativa no era viable con el aislamiento, nació “Interior/Exterior”, una apuesta en la que, además de producir teniendo en cuenta las condiciones en las que ahora vivimos, artistas de todo el país se relacionan por medio de su técnica y sus obras: producen, exponen en las fachadas de sus casas y redactan instrucciones de su obra para que otro artista las siga y también exhiba el resultado. De este proceso salen dos obras: la propia y la que se hizo con la guía de alguien más: la reinterpretación de los pasos ajenos. Calle hace parte de los 130 artistas que se sumaron a esta iniciativa.

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En 2015, la artista se convirtió en maestra en Artes Plásticas de la Universidad Nacional. Su trabajo, desde este momento, se ha relacionado con la producción textil. Estos cinco años de experiencia tejiendo le hicieron replantear la obra que produciría para “Interior/Exterior”. No podía dar por hecho que el artista que recibiría sus instrucciones sabría tejer, así que Calle decidió preguntarse por lo que más le ha costado de la realidad surreal que atravesamos, y después pensar en la forma. Lo que más le ha dolido del confinamiento es la distancia con la gente que quiere. Extraña la reunión. Anhela el verde que veía en Aldana, Nariño, pueblo al que viajaba cada quince días para atender su emprendimiento Tejedoras del Sol. Allí trabaja, desde hace varios años, con diez mujeres que producen chaquetas con un diseño contemporáneo, pero hechas en tejido tradicional indígena. A ella y las mujeres del resguardo Pastas les interesa que las nuevas generaciones no olviden el tejido tradicional milenario, así que por medio de su negocio promueven esta práctica entre los más jóvenes.

“Yo quería ofrecer la sensación de cuidado que sientes cuando te cubres con una manta”, dice Calle, que habla con nostalgia sobre la distancia a la que está de sus amigos y las personas que admira. Se ha mantenido “encerrada” para prevenir el contagio del nuevo virus, que nos desplazó de los lugares comunes a las paredes de nuestras casas. Lleva meses sin explorar el campo. Hace días que extraña y quiere abrazar. Le duele todo el espacio que hay entre sus amores y ella. Su obra para “Interior/Exterior” es entonces una forma de juntarse con los suyos: hizo una lista con las personas que no ha podido ver y que son muy cercanas “a su corazón”. A cada uno de ellos le envió una invitación personalizada: foto con ella, texto en el que recuerda cómo y dónde se conocieron, además de recordarle cuáles eran las características que a ella le hacían sentir afecto. En total, cien personas recibieron una invitación para sumarse a la cobija de retazos que los reuniera: si aceptaban, debían enviarle una prenda a Calle para que ella, después de juntar todo, hiciera la gran manta que los volviera a reunir.

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La artista, que tiene 33 años y nació en Pasto, vive en una montaña en la que ventea con fuerza. Cuando recibió las prendas y las cosió, tuvo que resolver cómo montar la manta, que podría cobijar gran parte del morro en el que se asienta su casa. Vive con dos tías, así que con ayuda de su fuerza y la gracia o la vergüenza que les producía ver esa gran colcha de colores en su fachada, montó la obra. Después, también tuvo que poner una pequeña placa que les explicara a las personas por qué había una cometa colorida danzando al frente de sus ventanas: los primeros vecinos que vieron la manta le preguntaron si había decidido secar su ropa en la fachada. Que qué había pasado con su terraza, le dijeron.

Las cien personas que eligió agradecieron la invitación a esa reunión simbólica que les devolvió la esperanza de que algún día, en algún momento, el virus dejara de impedirles abrazarse. Ella, que sintió que en cada una de las prendas había pura energía y un poco de la historia de la persona que lo usó, concluyó que su obra fue un gesto honesto con el que se recargó la ilusión. Entendió que, además de fortalecerse la fe en tiempos menos tensos, supo que estábamos viviendo los días del cuidado y que su obra también era un símbolo de esto: tenía que estar atenta a que la gran manta no se cayera, se mojara ni se despedazara. Su atención constante a esa gran reunión fue la que la mantuvo vigilante a los detalles, al estado de su producción, a la gran reunión.

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Calle se demoró cinco semanas produciendo su idea. El segundo paso, el de las instrucciones, trató de hacerlo de forma literal. Quería que Juan Carvajal, el artista con el que intercambió las guías para reproducir las obras, entendiera sin problemas el proceso. La fachada de Calle ocupa gran parte de su cuadra y tiene dos pisos. La de Carvajal es una “casita” hecha en teja muy acogedora y ubicada en el campo. La manta, en efecto, se veía muy distinta, no solamente porque resultó de la reinterpretación que Carvajal hizo de las instrucciones, sino por la diferencia de las dimensiones. “Eso fue bellísimo. Su imagen era muy delicada y sencilla, así que entendí que no tendría control sobre lo que hicieran los demás de mis instrucciones. Yo soy de las que piensan en el resultado y cuando vi el de él me impresioné. Nunca me lo imaginé de ese modo, pero fue un rediseño precioso”, dijo Calle.

¿Y cómo se sintió siguiendo las instrucciones de Carvajal?

Fue una locura. Mientras yo fui muy literal, él fue muy poético. Me envió una serie de acciones que debía hacer, así que fue difícil, pero muy bello. Muchas de estas actuaciones eran difíciles de llevar a la fachada de mi casa, así que elegí tres que me parecieron muy bellas: medir el Ecuador, señalarlo, tomar el vaso de agua de la esperanza y sembrar un árbol.

***

Calle está convencida de que los artistas necesitan del público y celebra que esta haya sido una manera para exteriorizar sus señales. Su tono de voz sube y es evidente su emoción cada vez que recuerda que su casa fue, por dos días (6 y 7 de agosto), una galería. Después dice que agradece el apoyo del Banco de la República: “Nos salvaron. Los artistas no tenemos mensualidades ni seguridades, así que este proyecto fue un respiro desde todo punto de vista”.

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Por estos días, los del confinamiento, el aislamiento, la incertidumbre y la larga espera, Calle se levanta algunos días a las 8 de la mañana y otros a las 10. No hay nada fijo en su rutina y los días, a pesar de que se sienten iguales, son distintos, pero por pura inercia: dependen del ánimo, de la esperanza o el tedio. Desayuna café, pan y huevos “de verdad”: las gallinas se confinaron con ella y sus tías. Después se va para el huerto y allá es donde tiene su taller. Puede durar todo el día bordando o diseñando. Algunos días hace yoga, otros trota y otros salta cuerda. En la noche duerme. Y así otro día y otro más. La salva el arte, que le convierte las rutinas en producciones que para ella van cargadas de montañas sagradas y resistencia.

Laura Camila Arévalo Domínguez

Por Laura Camila Arévalo Domínguez

Periodista en el Magazín Cultural de El Espectador desde 2018 y editora de la sección desde 2023. Autora de "El refugio de los tocados", el pódcast de literatura de este periódico.@lauracamilaadlarevalo@elespectador.com

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