“Tengo sueños eléctricos”: una historia atravesada por el dolor de la adolescencia
Reseña de la película “Tengo sueños eléctricos” de la directora Valentina Maurel. “Nos queremos a gritos a veces a golpes; la rabia que nos atraviesa no nos pertenece”.
Laura Arias
Eva tiene 16 años, sus padres se están divorciando. Mientras su madre remodela la casa, Eva le ayuda a su padre a buscar un apartamento donde eventualmente puedan irse a vivir juntos. A pesar de las insistencias de su madre, Eva aún no puede decidir de qué color quiere pintar su cuarto. Así se inicia, bajo el calor del trópico en Costa Rica, Tengo Sueños Eléctricos (2022), un largometraje de Valentina Maurel.
Eva intenta darle una oportunidad y retejer una nueva relación con su padre, sin embargo, está mediada por los miedos y la insistencia de su madre, así como los prejuicios que caen sobre cada uno después de separarse. Martín es traductor y siempre le ha gustado la poesía. Quiere a sus hijas e intenta demostrar una preocupación genuina por ellas, pero no deja de ser un hombre desesperado, ansioso, impulsivo y violento. Quiere aprovechar esta etapa de su vida para explorar su interés por la poesía, atreverse a probar cosas nuevas y encontrarle paz, de alguna forma, a las crisis internas que lo atormentan.
A lo largo de la película vemos una tensión constante entre la figura de la madre y el padre de Eva. Su madre representa una autoridad rígida, muchas veces asfixiante, que le exige ciertas responsabilidades y formas de comportarse, que se enfrentan todo el tiempo a lo que Eva desea hacer. Por otro lado, su padre le permite una libertad que parece no tener límites. Juntos empiezan a desarrollar una especie de complicidad, en la que cada uno vive de una manera distinta esta otra adolescencia.
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Para Eva, el divorcio se convierte en una fisura y en una grieta que le permite explorar(se). De la mano de su padre, y la crisis que él carga, termina envuelta en un ambiente lleno de fiestas, drogas y alcohol. Le agarra un nuevo gusto al cigarrillo y a la birra, empieza a transitar entre las tertulias de poesía de su padre y todo el descontrol que estas traen. Mientras su padre les coquetea a mujeres a lo largo de la noche, Eva también se lanza a explorar su cuerpo y abrirse paso en un descubrimiento sexual. Todo el tiempo la película está explorando las fronteras entre los personajes. Nos hace cuestionarnos sobre lo prohibido, lo que está bien y lo que está mal.
Para sorpresa de los espectadores, las escenas de sexo entre Eva y Palomo, el amigo de su padre (más de 20 años mayor que ella), carecen de cualquier pudor, en su lugar, se genera una comodidad extraña en la que no se puede juzgar a ninguno de los personajes. La película es una constante exploración donde la fotografía juega un papel fundamental. Sin muchos diálogos, la potencia de la narración está en la imagen y en encuadres contemplativos.
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La película se construye desde los detalles sutiles; Kwesi, el gato que al igual que su dueña atraviesa muchas vidas, la incapacidad de decidir el color del cuarto de Eva, la camisa mal abotonada después de sexo furtivo, la camisa llena de sangre y la rabia de su padre sublimada en golpes y estrangulamiento. La casa también es otro personaje más de la historia, ya que es un elemento que sirve para entender las relaciones y tensiones que desarrollan los protagonistas a lo largo de la película. Muchas escenas hacen énfasis, por un lado, en la casa en remodelación, la madre reparando los daños junto a sus hijas, la búsqueda de un color adecuado para las paredes de un cuarto en el que Eva no quiere estar, el sentimiento de la casa vacía cuando Eva y su hermana no están, y por otro, en un padre que se refugia en la casa de sus amigos, la larga búsqueda de apartamento y el sentimiento constante de todos de estar habitando en el no lugar.
Es imposible no salir de la sala haciéndose preguntas, con un montón de sensaciones revueltas. Esta es una historia atravesada por el dolor de la adolescencia, pero también de la adultez. Una adultez inestable y desordenada en la que tampoco parecen haber certezas sobre la vida. Eva y su padre, en dos momentos muy distintos de la vida, dialogan cada uno desde su dolor, desde la incapacidad de comprenderse el uno al otro y de entender a ciencia cierta qué es lo que están viviendo. Vemos plasmados en la pantalla los dilemas de la juventud, las tensiones con los padres, la exploración del cuerpo y la dificultad por construir un hogar. La película cierra con un aura de nostalgia y melancolía que refuerza el sentimiento de complicidad que se ha construido entre los personajes, quienes a pesar de todo el drama y la ola de violencia en la que están envueltos, guardan un lazo estrecho entre padre e hija.
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Eva tiene 16 años, sus padres se están divorciando. Mientras su madre remodela la casa, Eva le ayuda a su padre a buscar un apartamento donde eventualmente puedan irse a vivir juntos. A pesar de las insistencias de su madre, Eva aún no puede decidir de qué color quiere pintar su cuarto. Así se inicia, bajo el calor del trópico en Costa Rica, Tengo Sueños Eléctricos (2022), un largometraje de Valentina Maurel.
Eva intenta darle una oportunidad y retejer una nueva relación con su padre, sin embargo, está mediada por los miedos y la insistencia de su madre, así como los prejuicios que caen sobre cada uno después de separarse. Martín es traductor y siempre le ha gustado la poesía. Quiere a sus hijas e intenta demostrar una preocupación genuina por ellas, pero no deja de ser un hombre desesperado, ansioso, impulsivo y violento. Quiere aprovechar esta etapa de su vida para explorar su interés por la poesía, atreverse a probar cosas nuevas y encontrarle paz, de alguna forma, a las crisis internas que lo atormentan.
A lo largo de la película vemos una tensión constante entre la figura de la madre y el padre de Eva. Su madre representa una autoridad rígida, muchas veces asfixiante, que le exige ciertas responsabilidades y formas de comportarse, que se enfrentan todo el tiempo a lo que Eva desea hacer. Por otro lado, su padre le permite una libertad que parece no tener límites. Juntos empiezan a desarrollar una especie de complicidad, en la que cada uno vive de una manera distinta esta otra adolescencia.
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Para sorpresa de los espectadores, las escenas de sexo entre Eva y Palomo, el amigo de su padre (más de 20 años mayor que ella), carecen de cualquier pudor, en su lugar, se genera una comodidad extraña en la que no se puede juzgar a ninguno de los personajes. La película es una constante exploración donde la fotografía juega un papel fundamental. Sin muchos diálogos, la potencia de la narración está en la imagen y en encuadres contemplativos.
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La película se construye desde los detalles sutiles; Kwesi, el gato que al igual que su dueña atraviesa muchas vidas, la incapacidad de decidir el color del cuarto de Eva, la camisa mal abotonada después de sexo furtivo, la camisa llena de sangre y la rabia de su padre sublimada en golpes y estrangulamiento. La casa también es otro personaje más de la historia, ya que es un elemento que sirve para entender las relaciones y tensiones que desarrollan los protagonistas a lo largo de la película. Muchas escenas hacen énfasis, por un lado, en la casa en remodelación, la madre reparando los daños junto a sus hijas, la búsqueda de un color adecuado para las paredes de un cuarto en el que Eva no quiere estar, el sentimiento de la casa vacía cuando Eva y su hermana no están, y por otro, en un padre que se refugia en la casa de sus amigos, la larga búsqueda de apartamento y el sentimiento constante de todos de estar habitando en el no lugar.
Es imposible no salir de la sala haciéndose preguntas, con un montón de sensaciones revueltas. Esta es una historia atravesada por el dolor de la adolescencia, pero también de la adultez. Una adultez inestable y desordenada en la que tampoco parecen haber certezas sobre la vida. Eva y su padre, en dos momentos muy distintos de la vida, dialogan cada uno desde su dolor, desde la incapacidad de comprenderse el uno al otro y de entender a ciencia cierta qué es lo que están viviendo. Vemos plasmados en la pantalla los dilemas de la juventud, las tensiones con los padres, la exploración del cuerpo y la dificultad por construir un hogar. La película cierra con un aura de nostalgia y melancolía que refuerza el sentimiento de complicidad que se ha construido entre los personajes, quienes a pesar de todo el drama y la ola de violencia en la que están envueltos, guardan un lazo estrecho entre padre e hija.
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