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                                                                                                                                Dos colombianas en Israel: entre la resistencia y el pánico

                                                                                                                                Rosmira Rinkevich y Andrea Sánchez* son dos colombianas residentes en Israel, quienes hablaron para El Espectador sobre sus rutinas diarias desde que comenzó la guerra y las razones por las que decidieron permanecer en sus hogares.

                                                                                                                                Laura Camila Arévalo Domínguez

                                                                                                                                Editora de El Magazín cultural
                                                                                                                                Rosmira Rinkevich, entre muchos de los habitantes de Israel que viven en medio del fuego cruzado entre este país y Palestina.
                                                                                                                                Foto: Rosmira Rinkevich

                                                                                                                                Eran las 6 de la mañana. La colombiana Rosmira Rinkevich y su esposo estaban durmiendo. Los despertaron los sonidos de las alarmas, los misiles y las balas. La casa se movía. Recibieron un mensaje con la orden de encerrarse. Así fuesen a salir del país, nunca tuvieron que echar llave antes de este día, así que cuando fueron a obedecer las recomendaciones no supieron cómo asegurar la casa. No con llaves, ni cerrojos, ni candados. De cualquier modo lo lograron. Salieron corriendo al refugio (tuvieron 15 segundos para entrar y cerrar la puerta) que había dentro de la casa. Allí esperaron hasta el mediodía, hora en la que todo se calmó un poco, pero en la que se mantuvo la orden de no salir a las calles.

                                                                                                                                Gracias por ser nuestro usuario. Apreciado lector, te invitamos a suscribirte a uno de nuestros planes para continuar disfrutando de este contenido exclusivo.El Espectador, el valor de la información.

                                                                                                                                Rosmira Rinkevich, entre muchos de los habitantes de Israel que viven en medio del fuego cruzado entre este país y Palestina.
                                                                                                                                Foto: Rosmira Rinkevich

                                                                                                                                Eran las 6 de la mañana. La colombiana Rosmira Rinkevich y su esposo estaban durmiendo. Los despertaron los sonidos de las alarmas, los misiles y las balas. La casa se movía. Recibieron un mensaje con la orden de encerrarse. Así fuesen a salir del país, nunca tuvieron que echar llave antes de este día, así que cuando fueron a obedecer las recomendaciones no supieron cómo asegurar la casa. No con llaves, ni cerrojos, ni candados. De cualquier modo lo lograron. Salieron corriendo al refugio (tuvieron 15 segundos para entrar y cerrar la puerta) que había dentro de la casa. Allí esperaron hasta el mediodía, hora en la que todo se calmó un poco, pero en la que se mantuvo la orden de no salir a las calles.

                                                                                                                                Le sugerimos leer: “El dolor de tu olvido”, una guía sobre cómo enfrentar el Alzheimer

                                                                                                                                “Tenemos un equipo de defensa, así que se me hizo el milagro y viví junto a mi esposo y mi hija, pero el kibutz Kfar Aza, que queda a cinco minutos de donde vivo, recibió todo el golpe. Mataron 52 personas, destruyeron las casas y secuestraron familias. Quemaron los carros de las personas que viajaban sobre la ruta. Fue una masacre”.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Rinkevich no dudó de que Hamás estuviese bombardeando, pero su impresión fue mayor cuando vio los videos en los que los integrantes del grupo terrorista celebraron la invasión a Israel. “Tuve que ver videos en los que cortaron cabezas, descuartizaron a niños y atentaron contra mujeres embarazadas. No hay un día en el que no deje de llorar”.

                                                                                                                                Para Rosmira Rinkevich, colombiana residente de Israel, los tanques y soldados se convirtieron en parte de su día a día.
                                                                                                                                Foto: Rosmira Rinkevich

                                                                                                                                Podría interesarle leer: Contra un mundo de guerras, un mundo de poemas

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                                                                                                                                Rosmeri, que se quedó con su esposo y 25 ciudadanos israelíes que decidieron permanecer, contó que hace unos días un misil cayó en el jardín de su casa y rompió todos los vidrios. Ahora hay tablas de madera que protegen sus ventanas. El domingo pasado, 15 de octubre, evacuaron a todas las familias con niños: “A los papás les pidieron que, al salir, les taparan los ojos a los más pequeños para que no vieran toda la destrucción que había afuera”.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Porque esta es mi casa. Hay 200 soldados que hicieron campamento porque es un lugar de refuerzo. Hay que atenderlos.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                ¿Cómo lidia con la dureza de la situación? ¿Qué piensa diariamente entre esa decisión que tomó y los misiles que aún caen tan cerca de su casa?

                                                                                                                                Para mí no es un sacrificio. Contribuyo a que este país se refuerce.

                                                                                                                                Pero es un riesgo. Supongo que el miedo es algo que siente a diario...

                                                                                                                                El primer día tuve miedo porque no sabía qué pasaba. Ahora tengo un dolor profundo. Mi corazón está roto. Hoy visité a las familias del kibutz Kfar Aza. Las personas que están llorando a sus seres queridos están destrozadas. Todos estamos sufriendo, pero tengo que ser fuerte para mí, para ellos, para los soldados.

                                                                                                                                Un misil cayó en el jardín de la casa de la colombiana Rosmira Rinkevich.
                                                                                                                                Foto: Rosmira Rinkevich.

                                                                                                                                ***

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Rosmira Rinkevich, antes Rosmira Pérez, estaba acostumbrada a que como se vestía la recibían. Se ponía tacones y se pintaba las uñas. Cuando llegó al kibutz de Mefalsim vio por primera vez una informalidad sorprendente: “Me dijeron que aquí las personas valían por lo que eran, no por como se veían. Y luego lo comprobé”. Recuerda que hace 30 años, cuando vivía en Bogotá, olía puro humo, pero al abrir la primera ventana en Israel “olió naturaleza” y escuchó pájaros. La primera vez que estuvo allí se quedó como voluntaria: trabajó ordeñando vacas, cuidando gallinas y recogiendo naranjas. Lo que se le pidió, lo hizo. Y lo disfrutó. Se sentía en una finca de la que no quería irse. Su mamá le preguntaba cuándo regresaría a Bogotá: “Mamá, extienda el pasaje otro tiempo”. Y pidió extenderlo tantas veces hasta que cambió la respuesta: “Me quedo”.

                                                                                                                                Podría interesarle escuchar: Mario Mendoza: “Hay que desconfiar de la gente que sufre demasiado”

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                                                                                                                                Como dice, ese ahora es su hogar y no quiere dejarlo. Antes de que esta guerra estallara se desempeñaba como profesora de cerámica y escultura en el colegio Shaar Hanegev, que pertenece a la regional de los kibutzim de la zona. Su esposo es argentino y lo conoció en ese lugar en el que se realizó como madre, mujer y esposa. Describe su cooperativa, su kibutz, como un lugar en el que “todo es para todos”.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Después de los misiles los días de Rinkevich comienzan a las 5 de la mañana. Mira su correo y se pone al día con sus familiares de Colombia. Prepara café, desayuna con su esposo, y él en ocasiones sale al supermercado. Se baña y lava la casa. Cree que lo hace por ansiedad, porque en su casa solo están ellos dos. Qué va a limpiar. Pero igual limpia a fondo. Después prepara tortas, sobre todo de naranja. Luego va al refugio donde está el equipo de ayuda y refuerzo, que tiene toda la logística del kibutz: cámaras, equipos militares, enfermería, etc. Va a contestar teléfonos, a ayudar. Luego cocina huevos, organiza la mesa y pone quesos, pan y verduras. Recibe a los soldados y va mirando qué se termina para reponerlo. Al finalizar la tarde se sienta con los que tenga cerca para comer o tomar café, desahogarse y se va a dormir. Les desea a los demás una noche tranquila. Recibe lo mismo de los otros. Luego se va a su casa a organizar qué le queda para cocinar después. Entra antes de que oscurezca para que, cuando comiencen los misiles, sepa qué hacer: meterse debajo del carro.

                                                                                                                                “Nos avisaron que esto no será corto”, concluye la colombiana, que se resiste a abandonar su kibutz.

                                                                                                                                Le sugerimos leer: Murakami escribe las historias que le “caen del cielo” y las encaja en el “murakaismo”

                                                                                                                                Andrea Sánchez Ramírez*

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Esta colombiana lleva 17 años en Israel. Exactamente vive en Haifa. Su esposo es israelí y sus dos hijos también. Los niños tienen 9 y 5 años, y están diagnosticados con autismo. Se fue de Colombia porque conoció a su pareja, quien es judío. Ella no lo es, pero más por él que por ella: “Yo ya soy judío. No quiero entrar en clases ni nada parecido”, le dice cuando le toca el tema: para que se convierta su pareja debe participar, pero el proceso no le emociona a su esposo, que no puede heredarles la religión a sus hijos, ya que esto solo ocurre por medio de la madre.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Lo que más le sorprendió de Israel cuando llegó fueron los horarios: comenzó a estudiar hebreo de domingo a jueves. Algunas personas trabajan hasta el mediodía y otras no: “Es como un minisábado”. El viernes la gente usa las mañanas para hacer vueltas de bancos o compras pendientes, y así alistarse para cerrar los negocios. Se preparan para el shabatt, el día de descanso que se reserva para la plegaria y la suspensión del trabajo. Las personas más religiosas aprovechan la jornada para prender sus velas, reunir a la familia e ir a la sinagoga. Otros no usan televisión, no prenden su teléfono y no salen en sus carros. Su shabatt es sagrado y lo toman como un momento de desconexión. El esposo de Andrea solo descansa.

                                                                                                                                Podría interesarle leer: “El teatro colombiano goza de cabal salud y nos representa con un altísimo nivel”

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                                                                                                                                Pánico por sus hijos. Piensa en los tantos prisioneros que se han llevado desde Israel. “Los terroristas de Hamás son un peligro”, afirma, y teme que su familia o ella tengan que cruzarse con alguno.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Pánico por el fuego. Andrea no tiene cuarto de seguridad, así que a veces no soporta la sensación de indefensión. Su esposo no quiere irse: su mamá ya es mayor, no puede caminar y depende de un tanque de oxígeno. En su trabajo muchos decidieron no pensarlo y abandonar el país, además de que su jefe estaba en la reserva del ejército, así que si se va, ¿quién podría asumir toda la responsabilidad? Ella sí quiere salir. Quiere montarse con sus dos hijos en un avión hacia Colombia, pero no puede viajar sola con ellos por sus necesidades. “A veces, sobre todo el mayor, se pone agresivo. Me da miedo enfrentar ese viaje y que ocurra algo”.

                                                                                                                                Le sugerimos leer: Joe Biden: “Putin y Hamás quieren acabar con la democracia, eso tienen en común”

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                                                                                                                                Pánico de una tortura. Cree que ella y los que conocen le temen a la muerte, sí, pero sobre todo a la tortura. También siente pánico por todas las personas que están en contra de Israel, pero cree que no entienden el problema: “Desde hace mucho tiempo los palestinos están siendo gobernados por un grupo terrorista, pero reciben dinero de Israel. De aquí sale agua y luz para Palestina. Si les dieran todo el territorio israelí, eso tampoco sería suficiente para estos fundamentalistas que quieren acabar con todo lo que se llame Estado de Israel y con todas las personas que tengan alguna conexión con el judaísmo”.

                                                                                                                                Cabe mencionar que, tras el ataque, Israel ordenó un “asedio” total, cortando agua, suministro de alimentos y energía a Gaza, lo que ha sido fuertemente criticado por la comunidad internacional.

                                                                                                                                El grado más alto de pánico que ha sentido Andrea se debe al recuerdo de una madre que fue secuestrada con sus dos bebés en brazos. Sua ataques se deben, sobre todo, a la incertidumbre de la guerra, que no se apiada de nadie, que ha visto no tener compasión por las limitaciones de nadie.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Andrea Sánchez solicitó cambiar su nombre real*

                                                                                                                                Por Laura Camila Arévalo Domínguez

                                                                                                                                Periodista en el Magazín Cultural de El Espectador desde 2018 y editora de la sección desde 2023. Autora de "El refugio de los tocados", el pódcast de literatura de este periódico.@lauracamilaadlarevalo@elespectador.com
                                                                                                                                Ver todas las noticias
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