“The father”: la vulnerabilidad detrás de los olvidos
Florian Zeller, director de The Father, lleva al espectador a entender desde dentro la fragilidad de Anthony, personaje principal del filme.
Andrés Osorio Guillott
The Father tiene la magia del cine, pero mantiene la esencia del teatro. La película de Florian Zeller es una adaptación de las tablas al séptimo arte. Y mantiene la esencia porque el espectador termina interactuando con el desarrollo de la historia. Los momentos de confusión abundan y el miedo se va apoderando de quienes vemos la película, de a poco el temor de pensar en la fragilidad de la memoria va adentrándose en el pecho, en los brazos, en ese frío que nos hace temblar y nos induce en la vida de una persona que sufre demencia senil.
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The Father tiene la magia del cine, pero mantiene la esencia del teatro. La película de Florian Zeller es una adaptación de las tablas al séptimo arte. Y mantiene la esencia porque el espectador termina interactuando con el desarrollo de la historia. Los momentos de confusión abundan y el miedo se va apoderando de quienes vemos la película, de a poco el temor de pensar en la fragilidad de la memoria va adentrándose en el pecho, en los brazos, en ese frío que nos hace temblar y nos induce en la vida de una persona que sufre demencia senil.
“Y es lo que tiene de intolerable la vida, el final se parece al principio. Pero también es un ciclo de belleza, y de palabras que se dicen y que no se pronuncian en otra situación. Al final el personaje no sabe quién es pero siente la vibración del amor. Y ese es el tema, los vínculos entre seres humanos”, afirmó Florian Zeller, director de The Father, en una entrevista realizada por el portal Público.
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Escenografías que cambian en pequeños detalles y escenas vistas desde varios momentos hacen pensar que no estamos entendiendo, que nos aterra esa idea de perder la noción del tiempo y del espacio. Todo es confusión. Todo nos lleva a asistir a la fragilidad de la vida, a la fragilidad de la memoria como una de las más aterradoras maneras de llegar al fin de nuestra existencia.
“No quería que a los tres minutos se entendiera todo, quería que el público entrara en la cabeza del protagonista. Por eso al principio hay suspense, no entiendes qué sucede, es un thriller que poco a poco se convierte en un drama familiar. Primero hay que abordar ciertos territorios para llegar a las emociones. Hay que llevar al espectador a ese laberinto de ¿quién es quién? ¿esto es real o no? ¿esto es antes o después? Creo en la inteligencia del espectador y quiero que la use para recomponer las piezas. Tampoco quería que fuera un puzle perfecto en el que todo encajara, hay una pieza que siempre falta. Es necesario para aceptar que el cerebro ya no entiende qué está pasando exactamente. Ahí la historia pasa a otro nivel”.
Para Zeller la familia y la relación entre los seres humanos son temáticas esenciales en su obra. Las figuras de la madre y el hijo también han sido tratadas en el teatro, de hecho una de ellas también está pensándose para el cine. El caso particular de esta película interpretada por Anthony Hopkins y Olivia Collman está basado en los recuerdos del director francés cuando era un adolescente y su madre empezó a sufrir de demencia. Imágenes que forman la paradoja de la fuerza de los recuerdos y la fuerza de los olvidos repentinos y definitivos.
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“Es una experiencia dolorosa y humana, una experiencia que nos interroga sobre la relación que tenemos con los otros. Adivinamos que Olivia Collman, además, ha tenido una relación difícil con su padre, que él prefería a la otra hija. Pero ella, con su sonrisa, está más allá de ese sufrimiento. Aunque no se diga, hay una historia de contrariedad”.
El arte en todas sus expresiones. La magia del cine, la vivencia del teatro y las experiencias personales que potencian la interpretación de una historia tan humana como el dolor que refleja. Y no hay que dejar pasar por alto la metáfora del reloj que atraviesa todo el relato y todo el momento que vive Anthony. Aterrarse por la pérdida del reloj y fascinarse por llevar el mismo consigo es el símbolo por excelencia de la fragilidad en la vejez, del estadio de vulnerabilidad en la que puede caer una persona cuando su memoria y sus habilidades cognitivas empiezan a flaquear. Un detalle que realza la apuesta de Zeller y nos invita a pensar nuestra relación con los otros, con nosotros mismos y con nuestra dependencia al tiempo, a su ritmo y a su manera de hacernos saber que nuestra conciencia depende de cómo vivamos en él y cómo lo podemos percibir conforme a nuestras reminiscencias y nuestros anhelos.