The lost Daughter: los polémicos mandatos de la maternidad
Olivia Colman protagoniza esta película disponible en Netflix. La temática: la maternidad no deseada. Un filme sugerente dirigido por Maggie Gyllenhaal.
Laura Camila Arévalo Domínguez
La empatía que logra Colman. Esa palabra que ya tantos odian o en la que simplemente algunos ya no creen, se cruza cuando hay que hablar sobre el trabajo de esta actriz: no es difícil sentir lo que siente. Si ella llora, las lágrimas del espectador se asoman. Si se enfurece, es fácil entender sus razones. Si se incomoda, suenan las sillas del teatro, la cama o el lugar que esté soportando a su público. Tal vez haya que aterrizar este logro, sobre todo, en esta película, una obra sugerente.
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La empatía que logra Colman. Esa palabra que ya tantos odian o en la que simplemente algunos ya no creen, se cruza cuando hay que hablar sobre el trabajo de esta actriz: no es difícil sentir lo que siente. Si ella llora, las lágrimas del espectador se asoman. Si se enfurece, es fácil entender sus razones. Si se incomoda, suenan las sillas del teatro, la cama o el lugar que esté soportando a su público. Tal vez haya que aterrizar este logro, sobre todo, en esta película, una obra sugerente.
The lost Daughter o La hija oscura, el título que eligieron para Latinoamérica, es la ópera prima de Maggie Gyllenhaal, a quien ya habíamos visto en pantalla por sus interpretaciones en películas como Maestra de Kinder, Histeria, entre muchas otras. Es la hermana de Jake Gyllenhaal, también actor. El debut de esta estadounidense ha sido celebrado por la crítica, sobre todo por la temática del filme: la maternidad no deseada. La ausente disposición de una mujer que tuvo que ser madre sin quererlo. Sus decisiones, tan polémicas, y sus consecuencias. Algo similar a lo que un espectador pudo sentir con el documental Amazona, de los directores Clare Weiskopf y Nicolás Van Hemelryck.
Retomando a Colman: interpreta el papel de Lida, una profesora de literatura comparada y escritora que se va de vacaciones a una isla en Grecia. Al principio de la película se ve como una mujer cómoda en su soledad que se regocija con el viento, el olor y la expectativa del descanso que le espera en sus días en la playa. Una mujer que, al parecer, disfruta del presente y es educada, delicada y gentil con el mundo, ya que el mundo ha sido gentil con ella. Y todo esto, narrado por medio de gestos sugestivos, una fotografía precisa y una banda sonora que va fluyendo igual de liviana y positivamente maleable que Leda (así se llama el personaje): se deja llevar con placer, disfruta lo que hay.
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La película avanza y el panorama cambia. Hay lentitud, pero no demasiada. Después del entusiasmo de la protagonista solitaria, pero cómoda con su estado, además de gentil, hasta ahora muy gentil, emerge la fragilidad a la que arroja el trauma, los problemas desatendidos. Leda se inquieta y, de ahí en adelante, tensa sus gestos, lo que demuestra su incomodidad por la compañía. No tolera el ruido, no sabe manejarlo. Se siente excluida de una fiesta a la que jamás la han invitado y a la que tampoco quiere asistir, pero, de todas formas, no puede evitar que la confronte el hecho de sentir una especie de envidia o recelo por ese goce burdo. Es casi que intencionalmente torpe cuando no puede evitar el contacto con otros. El asunto deja de ser una molestia simple y pasa a tocar sus sombras cuando se reconoce en alguien más, en otra mujer más joven que la hace recordar. Sus planes de descanso se trastocan porque no descansará, sino que padecerá su pasado.
Los días de juventud de la Leda del presente, los interpreta Jessie Buckley. Y en este paralelo sí que hubo aciertos: las diferencias entre estas dos actrices fueron casi que imperceptibles. Sus físicos, sus maneras de hablar, su gestualidad y su estado de ensimismamiento: mucha frustración en la juventud, una cárcel. Mucha culpa en los años maduros, otra prisión. Estos flashbacks van explicando las causas del presente incómodo y confuso de esta mujer, que comprende los barrotes por los que está mirando aquella madre joven que llegó con el grupo de bullosos a la playa en la que descansaba tan a gusto. Pero además de comprender, lo recuerda, se recuerda: su “encarte” criando, su amor genuino, pero su anhelo de largarse a construir su carrera y a explorar su sexualidad.
Dakota Johnson interpreta a la mujer joven, a la madre primeriza en la que Leda se refleja.
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Ni se denuncian las imposiciones de la maternidad no deseada (o no calculada), ni hay quejas sobre los deberes morales, ni hay vigilantes ni religiones amenazando con el infierno como destino de una madre desnaturalizada que no quiere invertir su energía, muy acumulada por cierto, criando, sino viviendo para sí misma. En esta película está el tránsito de esa frustración. El amor visible, pero insuficiente, y la culpa, que se parece al barro: esa espesura parece enterrar a Leda, que no puede evitar revolcarse hasta manifestar su humanidad “malvada” o su “malicia” en pequeños actos que la convierten en un ser ambivalente.
Es probable que su indefensión y dulzura no le alcancen para que el espectador no la considere desagradable. Para, por momentos, no juzgarla por su egoísmo. Puede que sí se identifique con su autodesprecio. También puede llegar a comprenderla y hasta arrepentirse de señalarla. Puede llegar a concluir que, antes de madre, fue mujer.