“The Whale” y la compasión y la ternura y la indefensión
Esta película se desarrolla en la casa del protagonista, que parece estar enterrado en su sofá. The whale, dirigida por Darren Aronofsky y protagonizada por Brendan Fraser, detalla los padecimientos de una mente torturada por ausencias y culpas que causaron dolores aliviados con comida. Su estreno es hoy, 2 de febrero, en todas las salas del país.
Laura Camila Arévalo Domínguez
Ni siquiera mastica. Su hoyo es tan grande que le produce un dolor hondo. Tan hondo que lo último que le importa es el sabor del pollo frito que se devora. Se lo traga. Tiene un afán desesperante por tapar ese hueco, que intenta llenar con paliativos. Crece y crece porque come y come. Se muestra desagradable porque se sabe desagradable, pero también indefenso, y entonces se devela su ternura. Una ternura cruel. Se castiga. Se atora con el placer más fácil. Se dice mentiras y se distrae masticando. Se dispone a cavar su tumba, que se ve como un sofá que lo sostiene. Su muerte se anuncia con el sonido de un televisor y el olor de la mayonesa. Su dulzura es desesperante y se traduce en la impotencia de quien no puede salvarse de su propia inclemencia. Se abandona y llora. Sus lágrimas se disparan desde el ombligo que decidió no volver a ver.
Según el equipo de producción de “The whale”, esta es una historia sobre un hombre que lucha con la enormidad de su arrepentimiento, el deber de la paternidad y la viabilidad de la bondad misma. En esencia, es un relato sobre transformación y trascendencia. La odisea de un hombre dentro de sí mismo y fuera de su cuerpo, un viaje a través de las profundidades del dolor hacia la posibilidad de salvación.
La humanidad de Charlie, el protagonista de este filme interpretado por Brendan Fraser, desbarata la noción de un mundo binario, de la maldad y la bondad, y expone la vida de un hombre lleno de contradicciones: su pasado es una carga, no resiste su presente y es incapaz de imaginarse un futuro. Se hizo tan pesado que, a su mejor amiga, personaje interpretado por Hong Chau, le pide perdón constantemente por su existencia. Seguir respirando es un atrevimiento. Ella lo sostiene con compañía y lo auxilia salvándole la vida, que pende de un hilo. Se enoja porque sabe que lo perderá, porque es consciente de que se convirtió en cómplice de aquel suicidio lento y silencioso.
La película se desarrolla en un mismo espacio, la casa de Charlie, por un periodo de cinco días en los que se revelan detalles sobre la cotidianidad del protagonista, quien da clases virtuales de escritura en medio de su circunstancia: un computador con la cámara apagada que se soporta sobre una mesa puesta en frente del despliegue de su cuerpo, que no tiene mucha movilidad, que no entiende de límites, que a veces, ni siquiera cabe en el recuadro de Darren Aronofsky, el director.
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Aronofsky quiso adaptar “The whale” como una película desde que la vio por primera vez como obra de teatro, escrita por Sam D. Hunter, hace casi una década. Según la productora A24, inmediatamente después de tener contacto con el texto, el director quedó impresionado por su inteligencia y la forma intrépida en que interroga la condición humana sin ofrecer una respuesta fácil.
“Lo que me encanta de “The whale” es que te invita a ver la humanidad de los personajes que viven en tonos grises como lo hace la gente, y que tienen una vida interior extremadamente rica e intrincada. Todos han cometido errores, pero lo que comparten es un corazón inmenso y el deseo de amar, incluso cuando los demás parecen desagradables. Es una historia que hace una pregunta simple, pero esencial: ¿podemos salvarnos unos a otros?”, dice Aronofsky.
La película es protagonizada por Brendan Fraser, que, por distintas situaciones profesionales y personales, había sido una gran incógnita en la industria. No se supo de él en mucho tiempo, más allá de la muerte de su madre, la separación de su esposa, los problemas económicos, etc. Los comentarios que ya se han leído sobre esta película es que este podría ser su papel “más importante”, su trabajo “más recordado”, su interpretación “más desafiante”. Y es probable que eso sea cierto: aunque antes se había destacado, sobre todo, por películas de comedia o acción, Fraser tuvo que hacer una investigación exhaustiva sobre la obesidad, subir de peso y embarcarse en los planes del equipo liderado por el canadiense Adrien Morot (nominado al Óscar 2010 a Mejor Maquillaje por Barney’s Version), quien debió crear una prótesis corporal para lograr los 270 kilos requeridos por el personaje. Este trabajo obtuvo la nominación al Óscar en la categoría a Mejor Maquillaje y Peinados.
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Con la dirección de fotografía de Matthew Libatique y la música original de Rob Simonsen, se ambienta el apartamento de Charlie, donde se evidencia la insondable penumbra que lo rodea. Una opacidad agobiante, que se intensifica con el sudor permanente de su rostro, y que se extiende a la pantalla de su computador cuando dicta sus clases virtuales, pero que también se alivia con el humor, el amor, la voz y la ternura que llenan sus abultadas carnes.
En este filme también actúan Sadie Sink (Stranger Things) en el papel de Ellie, la mordaz y rebelde hija adolescente; Ty Sympkins (Avengers: Endgame), como Thomas, el joven y devoto misionero con varias mentiras a cuestas, y Samantha Morton (The Walking Dead), interpretando a la esposa abandonada. Todos han sufrido una pérdida, todos tienen un agravio no procesado y todos parecen llenar sus vacíos con comportamientos compulsivos y personalidades complejas. La limitada movilidad de Charlie (Brendan Fraser) los obliga a reencontrarse en un mismo espacio, para enfrentar sus realidades y, tal vez, intentar salvarse unos a otros, cada uno a su manera.
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El poder de la mente y su capacidad de generar caos o crear belleza interior y exterior, se refleja en las decisiones de Charlie, que resultan despertando preguntas sobre la empatía y sus saldos. Sobre la compasión y sus efectos en el que la recibe, aunque el concepto siempre divide a las personas entre la percepción de esta como insulto o un acto de solidaridad. Lo que hace este personaje a través de sus ojos, a través de esta fragilidad tan evidente, pero tan imposible de transformar, es, entre muchas otras cosas, reflexionar sobre los impactos de los traumas y sus miles de posibles conclusiones. Sobre los impactos, además, de los señalamientos y las consecuencias de las propias elecciones en la vida de los demás, además de las proporciones en las que se miden estos impactos. “Charlie es una persona con muchos defectos, pero entiende el poder de la imaginación. Él cree que si te tomas el tiempo, cualquiera podría imaginar, e incluso comprender, el mundo de otra persona”, dice Aronofsky.
Según el equipo de rodaje, como profesor de secundaria, Charlie estaría íntimamente familiarizado con lo importante que es, tanto en los ensayos como en la vida, tener una visión clara; defender la posición de uno, omitir la “pelusa innecesaria”, llegar al meollo del asunto de la manera más concisa posible.
Es este sistema de creencias el que sustenta el deseo de Charlie de reconectarse con las personas en su vida, para atar hilos sueltos en la anticipación de un párrafo final fuerte, en lo que él cree que son sus últimos días en la tierra.
Ni siquiera mastica. Su hoyo es tan grande que le produce un dolor hondo. Tan hondo que lo último que le importa es el sabor del pollo frito que se devora. Se lo traga. Tiene un afán desesperante por tapar ese hueco, que intenta llenar con paliativos. Crece y crece porque come y come. Se muestra desagradable porque se sabe desagradable, pero también indefenso, y entonces se devela su ternura. Una ternura cruel. Se castiga. Se atora con el placer más fácil. Se dice mentiras y se distrae masticando. Se dispone a cavar su tumba, que se ve como un sofá que lo sostiene. Su muerte se anuncia con el sonido de un televisor y el olor de la mayonesa. Su dulzura es desesperante y se traduce en la impotencia de quien no puede salvarse de su propia inclemencia. Se abandona y llora. Sus lágrimas se disparan desde el ombligo que decidió no volver a ver.
Según el equipo de producción de “The whale”, esta es una historia sobre un hombre que lucha con la enormidad de su arrepentimiento, el deber de la paternidad y la viabilidad de la bondad misma. En esencia, es un relato sobre transformación y trascendencia. La odisea de un hombre dentro de sí mismo y fuera de su cuerpo, un viaje a través de las profundidades del dolor hacia la posibilidad de salvación.
La humanidad de Charlie, el protagonista de este filme interpretado por Brendan Fraser, desbarata la noción de un mundo binario, de la maldad y la bondad, y expone la vida de un hombre lleno de contradicciones: su pasado es una carga, no resiste su presente y es incapaz de imaginarse un futuro. Se hizo tan pesado que, a su mejor amiga, personaje interpretado por Hong Chau, le pide perdón constantemente por su existencia. Seguir respirando es un atrevimiento. Ella lo sostiene con compañía y lo auxilia salvándole la vida, que pende de un hilo. Se enoja porque sabe que lo perderá, porque es consciente de que se convirtió en cómplice de aquel suicidio lento y silencioso.
La película se desarrolla en un mismo espacio, la casa de Charlie, por un periodo de cinco días en los que se revelan detalles sobre la cotidianidad del protagonista, quien da clases virtuales de escritura en medio de su circunstancia: un computador con la cámara apagada que se soporta sobre una mesa puesta en frente del despliegue de su cuerpo, que no tiene mucha movilidad, que no entiende de límites, que a veces, ni siquiera cabe en el recuadro de Darren Aronofsky, el director.
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Aronofsky quiso adaptar “The whale” como una película desde que la vio por primera vez como obra de teatro, escrita por Sam D. Hunter, hace casi una década. Según la productora A24, inmediatamente después de tener contacto con el texto, el director quedó impresionado por su inteligencia y la forma intrépida en que interroga la condición humana sin ofrecer una respuesta fácil.
“Lo que me encanta de “The whale” es que te invita a ver la humanidad de los personajes que viven en tonos grises como lo hace la gente, y que tienen una vida interior extremadamente rica e intrincada. Todos han cometido errores, pero lo que comparten es un corazón inmenso y el deseo de amar, incluso cuando los demás parecen desagradables. Es una historia que hace una pregunta simple, pero esencial: ¿podemos salvarnos unos a otros?”, dice Aronofsky.
La película es protagonizada por Brendan Fraser, que, por distintas situaciones profesionales y personales, había sido una gran incógnita en la industria. No se supo de él en mucho tiempo, más allá de la muerte de su madre, la separación de su esposa, los problemas económicos, etc. Los comentarios que ya se han leído sobre esta película es que este podría ser su papel “más importante”, su trabajo “más recordado”, su interpretación “más desafiante”. Y es probable que eso sea cierto: aunque antes se había destacado, sobre todo, por películas de comedia o acción, Fraser tuvo que hacer una investigación exhaustiva sobre la obesidad, subir de peso y embarcarse en los planes del equipo liderado por el canadiense Adrien Morot (nominado al Óscar 2010 a Mejor Maquillaje por Barney’s Version), quien debió crear una prótesis corporal para lograr los 270 kilos requeridos por el personaje. Este trabajo obtuvo la nominación al Óscar en la categoría a Mejor Maquillaje y Peinados.
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Con la dirección de fotografía de Matthew Libatique y la música original de Rob Simonsen, se ambienta el apartamento de Charlie, donde se evidencia la insondable penumbra que lo rodea. Una opacidad agobiante, que se intensifica con el sudor permanente de su rostro, y que se extiende a la pantalla de su computador cuando dicta sus clases virtuales, pero que también se alivia con el humor, el amor, la voz y la ternura que llenan sus abultadas carnes.
En este filme también actúan Sadie Sink (Stranger Things) en el papel de Ellie, la mordaz y rebelde hija adolescente; Ty Sympkins (Avengers: Endgame), como Thomas, el joven y devoto misionero con varias mentiras a cuestas, y Samantha Morton (The Walking Dead), interpretando a la esposa abandonada. Todos han sufrido una pérdida, todos tienen un agravio no procesado y todos parecen llenar sus vacíos con comportamientos compulsivos y personalidades complejas. La limitada movilidad de Charlie (Brendan Fraser) los obliga a reencontrarse en un mismo espacio, para enfrentar sus realidades y, tal vez, intentar salvarse unos a otros, cada uno a su manera.
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El poder de la mente y su capacidad de generar caos o crear belleza interior y exterior, se refleja en las decisiones de Charlie, que resultan despertando preguntas sobre la empatía y sus saldos. Sobre la compasión y sus efectos en el que la recibe, aunque el concepto siempre divide a las personas entre la percepción de esta como insulto o un acto de solidaridad. Lo que hace este personaje a través de sus ojos, a través de esta fragilidad tan evidente, pero tan imposible de transformar, es, entre muchas otras cosas, reflexionar sobre los impactos de los traumas y sus miles de posibles conclusiones. Sobre los impactos, además, de los señalamientos y las consecuencias de las propias elecciones en la vida de los demás, además de las proporciones en las que se miden estos impactos. “Charlie es una persona con muchos defectos, pero entiende el poder de la imaginación. Él cree que si te tomas el tiempo, cualquiera podría imaginar, e incluso comprender, el mundo de otra persona”, dice Aronofsky.
Según el equipo de rodaje, como profesor de secundaria, Charlie estaría íntimamente familiarizado con lo importante que es, tanto en los ensayos como en la vida, tener una visión clara; defender la posición de uno, omitir la “pelusa innecesaria”, llegar al meollo del asunto de la manera más concisa posible.
Es este sistema de creencias el que sustenta el deseo de Charlie de reconectarse con las personas en su vida, para atar hilos sueltos en la anticipación de un párrafo final fuerte, en lo que él cree que son sus últimos días en la tierra.