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“Todos necesitamos una historia”. Esa es la premisa vertebral en The Wonder (‘El prodigio’, 2022), la película de Sebastián Lelio basada en el libro homónimo de la novelista irlandesa Emma Donoghue. Y es que un milagro, un prodigio, un hecho o un ser inexplicable y fantástico requieren de una historia que los explique, pero, sobre todo, necesitan de una historia que nos permita creer que ese prodigio no solo es posible, sino que es verdad.
Esa verdad es la que le encomiendan develar a Lib Wright (Florence Pugh), una enfermera inglesa que viaja hasta un pequeño pueblo en el centro de Irlanda que apenas se recupera de la hambruna en 1862. Allí, se rumorea de una niña de 11 años, Anna O’Donnell (Kíla Lord Cassidy), quien lleva cuatro meses sin probar comida y, aun así, se mantiene sana y sin afectación aparente por la falta de alimento. Se sostiene apenas con agua y con los besos de su devota madre Rosaleen O’Donnell (Elaine Cassidy).
Un comité de autoridades del pueblo quiere dar una explicación a esa extraña maravilla a la cual los creyentes del pueblo ya adjudican cualidades milagrosas, posiblemente de una joven santa. Por ello llaman a la señorita Wright junto con una monja, quienes tendrán que vigilar por turnos a Anna y descifrar así el misterio de cómo logra sostener un ayuno tan extenso.
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Al principio, la tarea parece una puja evidente entre la razón de la ciencia y la fe ciega de la devoción religiosa, sin embargo, la develación del misterio de Anna tiene implicaciones mucho más profundas; incluso para la enfermera. La historia que la familia ha construido alrededor de la condición milagrosa de su hija empieza a tener repercusión en la historia íntima y secreta de la señorita Wright.
Durante el primer intercambio que tiene la familia con la enfermera nos enteramos de que Anna tuvo un hermano que murió un par de años atrás por una enfermedad. La familia O’Donnell aún carga con el impacto por la muerte repentina de ese hijo. La madre cree que su hijo es un ángel escogido por Dios y le habla a Wright de lo que las madres son capaces de hacer por sus hijos. Rosaleen le pregunta si tiene “bendiciones propias”. La enfermera contesta que no, que enviudó y solo estuvo casada menos de un año. Sin embargo, pronto nos enteramos de que hay un secreto que Wright guarda tras esa historia, y ese secreto la lanzará a unirse al destino de Anna.
Además de la monja y la enfermera hay alguien más en el pueblo indagando sobre la historia de esta niña prodigio. Se trata del periodista Will Byrne (Tom Burke). Está buscando una entrevista con la niña y por ello se acerca a la enfermera para ver si es posible, pero ella se niega, incluso demuestra desprecio por el oficio de Will, y le echa en cara que sería capaz de escribir cualquier historia a costa de otros por unos centavos.
Sin embargo, en poco tiempo la tensión entre Byrne y Wright deviene en atracción sexual, así se hacen cómplices en su intención de descubrir el misterio de la pequeña Anna. Byrne empieza a hacer visitas regulares cuando la enfermera y la niña salen a tomar aire fresco a las afueras de la casa. En una de esas caminatas, Byrne le regala a Anna un taumatropo. Es un simple juguete que consiste en un cartón circular con hilos en dos de sus extremos para hacerlo girar; en cada cara del cartón tiene un dibujo, en una cara un ave y en la otra una jaula vacía; al girar el cartón con los hilos se produce la ilusión de ver el ave dentro de la jaula. En inglés este juguete se conoce como wonderturner (que traduce algo como giramaravillas). Al ver ese efecto casi mágico, Anna pregunta a Will cuál es la verdad, si el ave está dentro o fuera de la jaula, a lo que él responde que depende de ella decidirlo.
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Este es el núcleo y el motivo de esta historia: la alegoría constante entre lo que está adentro y afuera, lo real contra lo imaginado, y viceversa. En esa afirmación de Byrne reposa el pacto que hacemos para creer lo que decidimos creer, así se trate de una ilusión. En cada cara de la vida, como en el taumatropo, hay unas realidades opuestas: un ave libre y una jaula vacía; pero un simple giro de esas realidades nos permite creer que el ave está enjaulada, si giramos lo suficiente, esa ilusión puede hacerse realidad para nosotros. Un giro une lo que está adentro y afuera.
Así es como Will le enseña a Anna que en eso que vemos hay realidades que inventamos. Anna afirma que su único sustento es maná que Dios le provee. Esa es la ilusión que ella ha creado para explicar su maravilla. Wright sabe que eso es imposible, sospecha que algo o alguien deben estar suministrando alimento a Anna de forma secreta. Por ello decide prohibir cualquier contacto de la familia con Anna, ni siquiera los besos que su madre le da en las mañanas y en las noches. Es entonces cuando la salud de la niña empieza a desmejorar y para la enfermera se hace evidente que, de seguir así, Anna morirá.
A medida que la salud de Anna se deteriora, Wright indaga más sobre las razones que llevaron a Anna a empezar ese ayuno. Entonces descubre que se trata de una penitencia para redimir un terrible “pecado” cometido por su hermano muerto. Anna quiere salvarlo del infierno. Ayuna para tener una historia que dé sentido a su pena. Esa historia es la otra cara del taumatropo. Entonces Wright se da cuenta de que la única manera de salvar a esa niña es creando una nueva historia que la redima y la libere. Dar un giro a la maravilla, hacer su propio wonderturner.
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Eso es lo fascinante de esta película, que une lo que está adentro con lo que está afuera para crear una nueva realidad. Desde el inicio la película nos propone el pacto de creer en lo que vemos, aunque sepamos que es una ficción, una escenografía, un invento construido tras las cámaras.
La ficción y las historias que nos contamos a nosotros mismos, y a otros, para dar sentido a lo que creemos y explicar aquello que nos sucede requieren el pacto de creer en eso que se cuenta, olvidarnos de las pequeñas mentiras que sostienen esa ficción, olvidarnos de la tras escena, de los trajes, el maquillaje y los demás recursos que inventamos para hacer de una historia algo creíble, algo natural. La ficción es en esencia eso: una mentira que acordamos creer de inicio a fin.
Ese pacto que invocan las ficciones es lo que sostiene siglos de tradición en la literatura y el cine. Es el pacto que lleva a los personajes en The Wonder a creer en las mentiras que han creado, pues la verdad detrás de esas ficciones, cada cara del taumatropo, el ave libre y la jaula vacía, ese adentro y afuera separados, esa verdad es a veces más dolorosa que la ficción. Y, en últimas, descubrimos que la ficción es el verdadero prodigio.
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