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El mundo del entretenimiento nos ha acostumbrado a ver caras frescas y joviales en todo momento. El prime time de los canales más importantes está colmado de actores, actrices y modelos a quienes parece que el tiempo no les pasa. La vejez no se manifiesta, no existe para muchos presentadores de televisión que venden a diario la ilusión de juventud eterna y felicidad constante. Ciertos círculos de la sociedad se empeñan en mostrar la tercera edad como un momento de la vida para despedirse, dejar de hacer, de ser y dedicarse a esperar la pensión… o la muerte. Intentan a toda costa vendernos productos para vernos jóvenes, ocultar las arrugas, las canas y dar la sensación de que somos inmutables, impermeables al paso del tiempo. Envejecer en el siglo XXI puede ser sinónimo de convertirse en una persona descartable para la sociedad.
Por fortuna, aún hay quienes no se preocupan por envejecer y mostrar cómo el tiempo incide en sus cuerpos y sus formas de afrontar la vida. A pesar de la propaganda constante por ocultar la edad y modificar nuestro aspecto, en algunos sectores de la sociedad se sigue entendiendo la vejez como un lugar ideal, un momento de la vida en el cual la experiencia se convierte en un tesoro del cual los más jóvenes se pueden nutrir. Las arrugas, las canas y manchas en la piel dejan de ser un problema a ocultar y se revelan como testimonio del implacable correr del tiempo.
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En junio regresó a Bogotá Tiempos de color ocre, la obra teatral de la compañía Otium Teatro, en donde el paso del tiempo se reivindica y el valor de los años adquiere un peso fenomenal sobre el escenario. La historia de una pareja de viejos que solo se tienen a sí mismos y se enfrentan a la soledad, la enfermedad y los quiebres de la memoria llegó a la Casa Teatro Teatrova el 16 de junio. La puesta en escena se potencia en un escenario con poca escenografía que resalta la presencia de Yolanda Jiménez y Jorge Molano, actores que demuestran a sus casi setenta años que pararse sobre un escenario no requiere necesariamente un cuerpo atlético, pues el entrenamiento actoral sobrepasa el ejercicio físico y exige un entrenamiento sensible y expresivo. El maquillaje, su forma de andar y de relacionarse entre sí no son solo decisiones estéticas, vienen cargadas de un contenido que sería imposible de retratar por una pareja de actores jóvenes. Es que Yolanda y Jorge comparten la vida juntos desde hace cuarenta años. Al igual que los personajes que interpretan, tienen miles de recuerdos juntos, fotografías y experiencias de vida que les permiten estar en el escenario comunicándose de forma sincera, con la complejidad propia del amor que perdura en el tiempo.
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En este montaje el relato pasa a un segundo plano, como en un buen poema, te sientes atravesado por las palabras antes de querer entender su significado. La relación de los actores en escena, su complicidad y profundidad comunicativa son el resultado de un proceso largo en el que su director, Camilo Casadiego, viene trabajando desde hace más de cinco años. Antes de encontrar a Yolanda y Jorge intentó poner en escena este texto, pero, a pesar de contar con un incentivo económico otorgado por el premio de dramaturgia “Rutas a la creación” fue imposible plasmar la contundencia de los personajes cuando eran interpretados por actores jóvenes.
Permitir el paso del tiempo y valorar el encuentro humano por encima de la producción acelerada para sacar adelante el montaje hizo posible poner en escena este montaje que viene de participar en el Festival de la Memoria en Mendoza, Argentina, se presentará por pocos días en Bogotá y se prepara para hacer una temporada en Ciudad de México.