Todo se acaba menos Jaime Jaramillo Escobar
En la última etapa de su vida, Jaime Jaramillo Escobar (X-504) logró lo que muchos poetas quisieran: hablar por escrito. La simpleza, el pueblo, el humor, el candor y el instinto son algunas razones por las que su poesía tiene ventaja. Presentamos una entrevista que el poeta dio para hablar sobre su libro “Método fácil y rápido para ser poeta”.
Jose Hoyos
En el taller de poesía que dictaba Jaime Jaramillo Escobar se aprendía ante todo a observar. Desconfiaba de los entusiasmos mediáticos y colectivos, pero no perdía de vista los problemas esenciales de la condición humana, parado junto al camino.
*
¿Cómo es eso de Método fácil y rápido para ser poeta, si se ha dicho que para serlo no existe método, y que no es fácil, y mucho menos rápido?
Es fácil ser poeta, lo difícil es escribir buenos versos, o buena prosa, que también es poesía. La vida misma, el tiempo, la experiencia humana y una imparable observación de los mundos —el físico, el metafísico y el patafísico—, así como el goce de mirar el tapiz por el revés, constituyen el método. También hay que agudizar los siete sentidos, incluido el de la magia y el del absurdo. Hay que vivir la poesía, después, si queda tiempo, se escribe. La esencia de la poesía está en el modo de percibir, escribir es una añadidura.
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Entonces habrá un mínimo de condiciones requeridas para percibir la mística de la poesía, para vivirla, así no se escriba…
Anormalidad, primero que todo. Tener la disposición de ubicarse a un ladito del camino y ver pasar las personas y las cosas. Hacerse amigo de los duendes. Tener un dolor permanente en el costado. El artista no se siente diferente, la sociedad lo diferencia. En cierto momento, hacia la adolescencia, le da un codazo y le dice: usted no es de los nuestros. Y él se queda con ese codazo doliéndole en las costillas. Aloysius Bertrand decía que el mundo suele derrumbarse sobre la cabeza del poeta.
Conviene llevar una vida discreta, pero ¿qué puede decirse de esos grandes poetas y escritores que tuvieron vidas agitadas y mediáticas?
Si tienes que trabajar todo el día y la semana y el año en lo que no te gusta, la poesía huirá de ti. Te has convertido en un esclavo. Es de la esencia de la poesía ser libre. Un escritor es, antes que nada, un pensador. No se puede pensar trabajando en una fábrica. La gente que vive sin pensar encuentra su acomodo en una fábrica, o en una oficina, o en la universidad. De ahí salen convertidos en miembros sociales. El trabajo literario requiere aislamiento, silencio, concentración y tiempo indefinido. Siempre que no olvide sacar el periscopio, el buen poeta es sumergible. La actividad social de Truman Capote era la forma de expurgar su profunda soledad. Y la vida diplomática de Neruda, o cualquier vida que hubiera llevado, no le habría impedido la genialidad porque Neruda era un desvergonzado.
Inspiración, agudeza, tacto y un ángulo propicio desde donde observar la vida, todos esos elementos, ¿se adquieren o se poseen?
La respuesta es una palabra: tiempo. Quien se precipita a pregonar su poema estando aún crudo, es el poeta ordinario, ramplón. Sus escritos son bobaditas que no pasan del lugar común. Aunque a juzgar por la literatura de montón que hoy predomina, cualquier garabato es un poema. Cosas así son muy fáciles de escribir. Cuando escribir te salga muy fácil, cuidado, algo anda mal. La buena poesía exige esfuerzo, sudor. Aun después de terminar tu poema, déjalo quieto hasta que madure, como los aguacates. El tiempo dirá cuándo soltarlo. Salir corriendo a gritar tus pobres poemas solo obedece a la vanidad. El que va cerca se apresura en llegar. El que pretende llegar lejos, va despacio. El poeta que tiene vocación de permanencia les da tiempo a sus textos, porque el tiempo es el filtro de todas las cosas.
Con frecuencia se cuestionan las teorías literarias que pregona la academia. ¿Cabe la posibilidad de que la influencia académica haya disuelto la diferencia entre escribir y redactar?
Son cosas muy distintas y muy fáciles de confundir. Se redacta una lista de mercado o un informe; se escribe un poema o un cuento. La academia suele invertir ese orden. Redactar comunica. Escribir emociona. Para redactar hay que estar cuerdo, para escribir hay que estar loco. Hemingway decía que cuando uno empieza a escribir nunca fracasa. Uno piensa que es maravilloso y se divierte mucho. Piensa que es fácil y disfruta mucho haciéndolo, pero está pensando en uno mismo, no en el lector. El lector no disfruta mucho. Más tarde, cuando se ha dejado de redactar y uno se empieza a interesar en escribir para el lector, ya no es fácil. De hecho, lo que uno recuerda en última instancia acerca de algo que haya escrito, es lo difícil que fue escribirlo.
Háblenos de su postulado acerca del verso como “refugio preferido de los malos poetas”, y de la prosa que contiene tanta o más poesía que el verso.
La poesía en verso ha llegado a ser un tanto dificultosa porque hay que espigar mucho para encontrar una espiga cargada de buen grano. La prosa inspirada también es poesía. El que quiera aprender a escribir buena poesía, debe primero aprender a escribir buena prosa. El cuento, por ejemplo, es la verdadera joya de la literatura: más amplio, más claro y más completo que el poema, pero sin el peso de la novela o del ensayo. A la poesía actual le conviene que se acabe el verso y que los poemas se escriban en prosa. Los poetas mediocres, puestos a escribir en prosa, tendrían que capitular. O aprender a escribir. Vale mucho más un buen párrafo que una mala estrofa. No digas en verso mediocre lo que puede decirse en bella prosa. Reservar el término poeta solo para el que escribe versos es empequeñecer la poesía.
En Los poemas de la ofensa hay poesía vigorosa y auténtica, de experiencias reales, hablada en el lenguaje sencillo de la gente común, pero dotada de intuición y de cargas de profundidad existencial, ¿cómo se alcanza eso?
El secreto de mi estilo es que siempre escribo desnudo. Y que los indios americanos me enseñaron a callar. En literatura y poesía, una cosa es la valoración académica, de pedante suficiencia, fundamentada en vanas teorías y rellena de citas ilustres y pomposas; otra, lo que el escritor signifique en la historia de un pueblo. Hubo una época en que la poesía era del pueblo. Hoy es de los profesores de literatura. Los poemas de la ofensa están escritos en esa lengua lengüilarga, flexible e irreverente, y no en la lengua anquilosada, asmática, recortada y pulida de los gramáticos. Todos los poemas del libro son escrupulosamente reales. “Los pregones cantan los títulos de los periódicos / los helados van por las calles, precedidos de música y campanillas”. No invento nada, porque no soy inventor. Si digo que en las noches les dejo su comida servida a los fantasmas, se piensa que estoy loco. Locos son los fantasmas que vienen a comer. Si hablo de la soledad, no es la soledad del autor, ni la falta de compañía, sino la soledad esencial del ser. Muchos que escriben se conforman con que su lector entienda lo que pueda, otros escriben confusamente con la intención de obligar a ese lector a un esfuerzo inútil que, por supuesto, no hace. Metáforas, galimatías, acertijos y malabarismos no demuestran habilidad literaria. Solo sirven para encubrir. Escriba usted como quiera, pero sacuda a sus lectores. El texto más interesante es el que, estando escrito con perfecta claridad, debe ser sin embargo descifrado.
¿A qué otros factores, además de la vanidad propia, se puede atribuir la falta de autocrítica y el afán por publicar?
Los textos propios deben leerse como si fueran ajenos, y solo publicarlos si pasan esa prueba. He sido siempre muy indiferente a lo que escribo. Una vez publicado, el poema ya no me pertenece, es del pueblo. No me interesa el elogio ni la diatriba. No me seduce la fama, ni buena ni mala. Mis amigos están en la biblioteca. La humanidad en conjunto me parece triste. La ONU debería declarar al planeta Tierra como patrimonio de la humanidad. La pelea entre los poetas no es por la poesía, sino por el mercado, es decir, su imagen publicitaria. Aunque, si un libro no tiene enemigos, su calidad es sospechosa. Ninguna época está preparada para aceptar ideas nuevas. Escribe Mark Van Doren que durante años Walt Whitman no pasó de ser una persona anónima y corriente. En 1855 publicó Hojas de hierba, donde expresó un concepto de la vida que no se parecía al de ningún otro norteamericano y, claro está, fue rechazado. Se vendió un ejemplar de su libro, solo uno, y se lo devolvieron con una carta insultante.
En el poema Proverbios de los charlatanes sobresale la sátira de un verso: “Ni acuses a un solo hombre… Acusa a toda la humanidad. Así te matarán entre todos”. ¿Qué percepción tiene sobre la presencia del humor en la poesía?
Uno en la vida tiene que reírse de todo, empezando por uno mismo. Quienes rechazan el humor en la literatura lo excluyen de su vida: son los adustos, amargados, solemnes y aburridos. En el humorismo hay un convencimiento tácito de que nada es verdad y nada es serio. Diversos animales muestran capacidad de juego y burla, principio de humor. Los dioses también. Desde El Satiricón, la crítica social, para ser efectiva, requiere del humor. Desde que la poesía bajó del tono retórico al estilo conversacional, el humor de buena ley la preserva de caer en lo tedioso. No se trata del chiste y el chascarrillo ni de la invectiva malévola, sino del humor que rebaja el impulso apasionado y provoca la sabia e indulgente sonrisa.
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Entendemos el arte como la manifestación de algo, por lo que su opuesto vendría a ser el silencio, la inexpresión. Sin embargo, usted encuentra favorable el silencio como condición previa al verdadero escritor.
Estimo que lo primero que debe aprender un escritor es a callar. El silencio es pensamiento. Si el poeta no se exigiera pensar, sería muy fácil ser poeta. Antes del escritor, tiene que vivir el ser silencioso. De mí puedo decir que escribo con facilidad y alegría y espontáneamente. Como debe ser, porque antes practico el arte de no escribir. Escribir no tiene por qué ser un acto forzado. Por eso será que escriben tan mal, pero se exhiben tanto. El artista sobresale por su intuición, la originalidad de sus descubrimientos, su sorprendente imaginación y sentido de la belleza. Los conocimientos no producen sensibilidad. Las teorías ayudan poco al poeta. La expresión palabra poética da risa, huele a universidad. La poesía educada será amaneramiento de salón, verso domesticado, pero no será poesía. Primero hay que saber bailar, después se aprende a escribir.
Gonzalo Arango dijo que usted era el único nadaísta que cometía la irresponsabilidad de firmar cheques con fondos.
El primer manifiesto nadaísta fue un manifiesto contra el trabajo. La propagación del nadaísmo se inició por medio de conferencias explosivas, pues hace ya mucho tiempo que las gentes no reaccionan si no se les sacude un poquito. La imagen pública del nadaísmo es de desorden, descuido, falta de disciplina e irresponsabilidad. Es una imagen falsa, proyectada deliberadamente como atractivo popular. Pocos fueron tan trabajadores y concentrados en su tarea como Gonzalo Arango. Lo que salvó al nadaísmo fue que entre nosotros no hubo ningún académico, todos éramos inteligentes. Pasados los años es evidente que el nadaísmo se está acabando. Como se está acabando el sol, como nos estamos acabando todos aquí sentados, menos yo que no estoy sentado, sino que estoy de pie.
En el taller de poesía que dictaba Jaime Jaramillo Escobar se aprendía ante todo a observar. Desconfiaba de los entusiasmos mediáticos y colectivos, pero no perdía de vista los problemas esenciales de la condición humana, parado junto al camino.
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¿Cómo es eso de Método fácil y rápido para ser poeta, si se ha dicho que para serlo no existe método, y que no es fácil, y mucho menos rápido?
Es fácil ser poeta, lo difícil es escribir buenos versos, o buena prosa, que también es poesía. La vida misma, el tiempo, la experiencia humana y una imparable observación de los mundos —el físico, el metafísico y el patafísico—, así como el goce de mirar el tapiz por el revés, constituyen el método. También hay que agudizar los siete sentidos, incluido el de la magia y el del absurdo. Hay que vivir la poesía, después, si queda tiempo, se escribe. La esencia de la poesía está en el modo de percibir, escribir es una añadidura.
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Entonces habrá un mínimo de condiciones requeridas para percibir la mística de la poesía, para vivirla, así no se escriba…
Anormalidad, primero que todo. Tener la disposición de ubicarse a un ladito del camino y ver pasar las personas y las cosas. Hacerse amigo de los duendes. Tener un dolor permanente en el costado. El artista no se siente diferente, la sociedad lo diferencia. En cierto momento, hacia la adolescencia, le da un codazo y le dice: usted no es de los nuestros. Y él se queda con ese codazo doliéndole en las costillas. Aloysius Bertrand decía que el mundo suele derrumbarse sobre la cabeza del poeta.
Conviene llevar una vida discreta, pero ¿qué puede decirse de esos grandes poetas y escritores que tuvieron vidas agitadas y mediáticas?
Si tienes que trabajar todo el día y la semana y el año en lo que no te gusta, la poesía huirá de ti. Te has convertido en un esclavo. Es de la esencia de la poesía ser libre. Un escritor es, antes que nada, un pensador. No se puede pensar trabajando en una fábrica. La gente que vive sin pensar encuentra su acomodo en una fábrica, o en una oficina, o en la universidad. De ahí salen convertidos en miembros sociales. El trabajo literario requiere aislamiento, silencio, concentración y tiempo indefinido. Siempre que no olvide sacar el periscopio, el buen poeta es sumergible. La actividad social de Truman Capote era la forma de expurgar su profunda soledad. Y la vida diplomática de Neruda, o cualquier vida que hubiera llevado, no le habría impedido la genialidad porque Neruda era un desvergonzado.
Inspiración, agudeza, tacto y un ángulo propicio desde donde observar la vida, todos esos elementos, ¿se adquieren o se poseen?
La respuesta es una palabra: tiempo. Quien se precipita a pregonar su poema estando aún crudo, es el poeta ordinario, ramplón. Sus escritos son bobaditas que no pasan del lugar común. Aunque a juzgar por la literatura de montón que hoy predomina, cualquier garabato es un poema. Cosas así son muy fáciles de escribir. Cuando escribir te salga muy fácil, cuidado, algo anda mal. La buena poesía exige esfuerzo, sudor. Aun después de terminar tu poema, déjalo quieto hasta que madure, como los aguacates. El tiempo dirá cuándo soltarlo. Salir corriendo a gritar tus pobres poemas solo obedece a la vanidad. El que va cerca se apresura en llegar. El que pretende llegar lejos, va despacio. El poeta que tiene vocación de permanencia les da tiempo a sus textos, porque el tiempo es el filtro de todas las cosas.
Con frecuencia se cuestionan las teorías literarias que pregona la academia. ¿Cabe la posibilidad de que la influencia académica haya disuelto la diferencia entre escribir y redactar?
Son cosas muy distintas y muy fáciles de confundir. Se redacta una lista de mercado o un informe; se escribe un poema o un cuento. La academia suele invertir ese orden. Redactar comunica. Escribir emociona. Para redactar hay que estar cuerdo, para escribir hay que estar loco. Hemingway decía que cuando uno empieza a escribir nunca fracasa. Uno piensa que es maravilloso y se divierte mucho. Piensa que es fácil y disfruta mucho haciéndolo, pero está pensando en uno mismo, no en el lector. El lector no disfruta mucho. Más tarde, cuando se ha dejado de redactar y uno se empieza a interesar en escribir para el lector, ya no es fácil. De hecho, lo que uno recuerda en última instancia acerca de algo que haya escrito, es lo difícil que fue escribirlo.
Háblenos de su postulado acerca del verso como “refugio preferido de los malos poetas”, y de la prosa que contiene tanta o más poesía que el verso.
La poesía en verso ha llegado a ser un tanto dificultosa porque hay que espigar mucho para encontrar una espiga cargada de buen grano. La prosa inspirada también es poesía. El que quiera aprender a escribir buena poesía, debe primero aprender a escribir buena prosa. El cuento, por ejemplo, es la verdadera joya de la literatura: más amplio, más claro y más completo que el poema, pero sin el peso de la novela o del ensayo. A la poesía actual le conviene que se acabe el verso y que los poemas se escriban en prosa. Los poetas mediocres, puestos a escribir en prosa, tendrían que capitular. O aprender a escribir. Vale mucho más un buen párrafo que una mala estrofa. No digas en verso mediocre lo que puede decirse en bella prosa. Reservar el término poeta solo para el que escribe versos es empequeñecer la poesía.
En Los poemas de la ofensa hay poesía vigorosa y auténtica, de experiencias reales, hablada en el lenguaje sencillo de la gente común, pero dotada de intuición y de cargas de profundidad existencial, ¿cómo se alcanza eso?
El secreto de mi estilo es que siempre escribo desnudo. Y que los indios americanos me enseñaron a callar. En literatura y poesía, una cosa es la valoración académica, de pedante suficiencia, fundamentada en vanas teorías y rellena de citas ilustres y pomposas; otra, lo que el escritor signifique en la historia de un pueblo. Hubo una época en que la poesía era del pueblo. Hoy es de los profesores de literatura. Los poemas de la ofensa están escritos en esa lengua lengüilarga, flexible e irreverente, y no en la lengua anquilosada, asmática, recortada y pulida de los gramáticos. Todos los poemas del libro son escrupulosamente reales. “Los pregones cantan los títulos de los periódicos / los helados van por las calles, precedidos de música y campanillas”. No invento nada, porque no soy inventor. Si digo que en las noches les dejo su comida servida a los fantasmas, se piensa que estoy loco. Locos son los fantasmas que vienen a comer. Si hablo de la soledad, no es la soledad del autor, ni la falta de compañía, sino la soledad esencial del ser. Muchos que escriben se conforman con que su lector entienda lo que pueda, otros escriben confusamente con la intención de obligar a ese lector a un esfuerzo inútil que, por supuesto, no hace. Metáforas, galimatías, acertijos y malabarismos no demuestran habilidad literaria. Solo sirven para encubrir. Escriba usted como quiera, pero sacuda a sus lectores. El texto más interesante es el que, estando escrito con perfecta claridad, debe ser sin embargo descifrado.
¿A qué otros factores, además de la vanidad propia, se puede atribuir la falta de autocrítica y el afán por publicar?
Los textos propios deben leerse como si fueran ajenos, y solo publicarlos si pasan esa prueba. He sido siempre muy indiferente a lo que escribo. Una vez publicado, el poema ya no me pertenece, es del pueblo. No me interesa el elogio ni la diatriba. No me seduce la fama, ni buena ni mala. Mis amigos están en la biblioteca. La humanidad en conjunto me parece triste. La ONU debería declarar al planeta Tierra como patrimonio de la humanidad. La pelea entre los poetas no es por la poesía, sino por el mercado, es decir, su imagen publicitaria. Aunque, si un libro no tiene enemigos, su calidad es sospechosa. Ninguna época está preparada para aceptar ideas nuevas. Escribe Mark Van Doren que durante años Walt Whitman no pasó de ser una persona anónima y corriente. En 1855 publicó Hojas de hierba, donde expresó un concepto de la vida que no se parecía al de ningún otro norteamericano y, claro está, fue rechazado. Se vendió un ejemplar de su libro, solo uno, y se lo devolvieron con una carta insultante.
En el poema Proverbios de los charlatanes sobresale la sátira de un verso: “Ni acuses a un solo hombre… Acusa a toda la humanidad. Así te matarán entre todos”. ¿Qué percepción tiene sobre la presencia del humor en la poesía?
Uno en la vida tiene que reírse de todo, empezando por uno mismo. Quienes rechazan el humor en la literatura lo excluyen de su vida: son los adustos, amargados, solemnes y aburridos. En el humorismo hay un convencimiento tácito de que nada es verdad y nada es serio. Diversos animales muestran capacidad de juego y burla, principio de humor. Los dioses también. Desde El Satiricón, la crítica social, para ser efectiva, requiere del humor. Desde que la poesía bajó del tono retórico al estilo conversacional, el humor de buena ley la preserva de caer en lo tedioso. No se trata del chiste y el chascarrillo ni de la invectiva malévola, sino del humor que rebaja el impulso apasionado y provoca la sabia e indulgente sonrisa.
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Entendemos el arte como la manifestación de algo, por lo que su opuesto vendría a ser el silencio, la inexpresión. Sin embargo, usted encuentra favorable el silencio como condición previa al verdadero escritor.
Estimo que lo primero que debe aprender un escritor es a callar. El silencio es pensamiento. Si el poeta no se exigiera pensar, sería muy fácil ser poeta. Antes del escritor, tiene que vivir el ser silencioso. De mí puedo decir que escribo con facilidad y alegría y espontáneamente. Como debe ser, porque antes practico el arte de no escribir. Escribir no tiene por qué ser un acto forzado. Por eso será que escriben tan mal, pero se exhiben tanto. El artista sobresale por su intuición, la originalidad de sus descubrimientos, su sorprendente imaginación y sentido de la belleza. Los conocimientos no producen sensibilidad. Las teorías ayudan poco al poeta. La expresión palabra poética da risa, huele a universidad. La poesía educada será amaneramiento de salón, verso domesticado, pero no será poesía. Primero hay que saber bailar, después se aprende a escribir.
Gonzalo Arango dijo que usted era el único nadaísta que cometía la irresponsabilidad de firmar cheques con fondos.
El primer manifiesto nadaísta fue un manifiesto contra el trabajo. La propagación del nadaísmo se inició por medio de conferencias explosivas, pues hace ya mucho tiempo que las gentes no reaccionan si no se les sacude un poquito. La imagen pública del nadaísmo es de desorden, descuido, falta de disciplina e irresponsabilidad. Es una imagen falsa, proyectada deliberadamente como atractivo popular. Pocos fueron tan trabajadores y concentrados en su tarea como Gonzalo Arango. Lo que salvó al nadaísmo fue que entre nosotros no hubo ningún académico, todos éramos inteligentes. Pasados los años es evidente que el nadaísmo se está acabando. Como se está acabando el sol, como nos estamos acabando todos aquí sentados, menos yo que no estoy sentado, sino que estoy de pie.