“Todos estamos en capacidad de aportar a la protección de la biodiversidad”
Rosamira Guillén, directora de la Fundación Proyecto Tití, que cumplió 20 años como organización jurídica, habló para El Espectador sobre la protección del mono tití cabeciblanco y su trayectoria en esta causa.
Andrea Jaramillo Caro
La fundación cumplió 20 años, ¿cómo ha sido su desarrollo?
Han sido dos décadas de crecimiento continuo, en particular la última. Al principio la fundación empezó con cinco personas y ahora somos 40 en el equipo. Además, todos los indicadores con respecto a nuestra misión de proteger el bosque y educar a las nuevas generaciones para amar al tití se han multiplicado. Luego comenzamos a ayudar en la protección de la especie. Han sido años de aprendizaje, porque a veces las reglas de la conservación no aplican mucho en el campo, lo que nos ha llevado a saber cómo hacer las cosas mejor y a cumplir los objetivos.
¿Cómo llegó a la dirección de la fundación?
Fue un camino extraño. Me formé como arquitecta en Barranquilla, pero me fascinaba el tema ambiental y me gané una beca para estudiar paisajismo en Estados Unidos. A mi regreso, mi primer trabajo fue la remodelación del Zoológico de Barranquilla, y ahí conocí al tití. Jamás me habían hablado sobre esta especie, hasta que lo vi en su jaula y tuve que rediseñar su espacio. Como tenía que investigar sobre cada animal, aprendí sobre el tití y conocí a Anne Savage, quien había fundado el proyecto, y me enamoré de la causa. Por cosas de la vida terminé como directora del zoológico, y siete años después llegué a trabajar con Proyecto Tití, siendo cofundadora de la organización como fundación en 2004. Este camino nos dice que en la conservación cabemos todos y, sin importar nuestros antecedentes, podemos aportar a la protección de la biodiversidad.
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¿Qué fue lo primero que le llamó la atención del tití cabeciblanco?
Visualmente, fue el pelaje blanco y frisado que tiene y su cuerpo, que es del tamaño de una ardilla, con una cola larga. Tiene una cara de guerrero que me impresionó, pero de las cosas que más me tocaron el corazón fue saber que solo se encuentra en Colombia. Me parecía muy curioso que, siendo una especie endémica, no conociéramos mucho sobre ella. Eso hizo que durante mis años como directora del zoológico el tití fuera nuestro símbolo. Me gustó asumir el reto de darlo a conocer a una mayor escala, porque es una especie carismática y muy parecida a los humanos en muchos aspectos.
Si no fuera el tití, ¿qué otra especie la habría enamorado de la misma manera?
Mi encuentro con el tití fue casual, pero él terminó siendo el símbolo de un trabajo mucho más amplio. Porque si reconstruyo y restauro un bosque para él, también lo estoy protegiendo para todas las otras especies de fauna y flora que habitan en el bosque seco tropical del Caribe colombiano. Los beneficios de hacer esto no son solo para los animales, también para nosotros. Otras especies amenazadas, como la tortuga carranchina, el paujil picoazul, las guacamayas, los ocelotes y osos perezosos, también me llaman la atención.
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¿Qué lecciones de su formación como arquitecta utiliza ahora en su trabajo?
En arquitectura uno aprende a tener una mente bastante estructurada, imaginativa, visionaria y de planeación. Cuando uno se sienta a hacer un plano, lo imagina con un objetivo, función y estética. En mi maestría de paisajismo, me enfoqué en planeación ambiental. Eso me ha servido mucho para mi trabajo en la planeación del bosque y de los corredores de conservación. Mi educación ha sido bastante útil porque, en mi papel como directora, la planeación y la visión son dos grandes pilares para lograr nuestras metas.
¿Cuáles son las habilidades que ha adquirido desde su involucramiento en el trabajo ambiental?
La gestión de fondos y lograr conectar a diferentes personas con la causa son cosas que uno no suele desarrollar. Aprender a trabajar en equipo también ha sido una enseñanza, porque los arquitectos normalmente somos muy ensimismados en nuestras habilidades de diseño, pero la planeación requiere ser capaz de trabajar con más personas y hacer alianzas, porque realizar esto solo es imposible. También he aprendido a identificar las necesidades de las comunidades para conectar con ellas y poder desarrollar colaboraciones efectivas.
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¿Qué le ha enseñado el tití cabeciblanco?
De él he aprendido que juntos somos más fuertes, porque ellos son una especie que vive en grupos familiares, donde cada uno tiene un rol y todos se ayudan y se cuidan entre sí. Ese es el secreto de su éxito como especie. Otra cosa es que son bastante resilientes y se adaptan a los cambios y al ecosistema, con tal de sobrevivir. Eso me pareció espectacular, porque a veces somos muy quisquillosos y ponemos barreras cuando algo se nos dificulta. Los titís, si en temporada seca no encuentran frutas, comen insectos y así garantizan su supervivencia.
¿Cuál es el origen de su interés por el medio ambiente?
Durante mi último año de carrera, para la tesis que desarrollamos con otros tres compañeros, hicimos la planeación ambiental de una comunidad pesquera en Taganga. Recuerdo que estudié y consulté libros de arquitectura bioclimática. Haber estudiado esto me abrió la curiosidad.
La fundación cumplió 20 años, ¿cómo ha sido su desarrollo?
Han sido dos décadas de crecimiento continuo, en particular la última. Al principio la fundación empezó con cinco personas y ahora somos 40 en el equipo. Además, todos los indicadores con respecto a nuestra misión de proteger el bosque y educar a las nuevas generaciones para amar al tití se han multiplicado. Luego comenzamos a ayudar en la protección de la especie. Han sido años de aprendizaje, porque a veces las reglas de la conservación no aplican mucho en el campo, lo que nos ha llevado a saber cómo hacer las cosas mejor y a cumplir los objetivos.
¿Cómo llegó a la dirección de la fundación?
Fue un camino extraño. Me formé como arquitecta en Barranquilla, pero me fascinaba el tema ambiental y me gané una beca para estudiar paisajismo en Estados Unidos. A mi regreso, mi primer trabajo fue la remodelación del Zoológico de Barranquilla, y ahí conocí al tití. Jamás me habían hablado sobre esta especie, hasta que lo vi en su jaula y tuve que rediseñar su espacio. Como tenía que investigar sobre cada animal, aprendí sobre el tití y conocí a Anne Savage, quien había fundado el proyecto, y me enamoré de la causa. Por cosas de la vida terminé como directora del zoológico, y siete años después llegué a trabajar con Proyecto Tití, siendo cofundadora de la organización como fundación en 2004. Este camino nos dice que en la conservación cabemos todos y, sin importar nuestros antecedentes, podemos aportar a la protección de la biodiversidad.
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¿Qué fue lo primero que le llamó la atención del tití cabeciblanco?
Visualmente, fue el pelaje blanco y frisado que tiene y su cuerpo, que es del tamaño de una ardilla, con una cola larga. Tiene una cara de guerrero que me impresionó, pero de las cosas que más me tocaron el corazón fue saber que solo se encuentra en Colombia. Me parecía muy curioso que, siendo una especie endémica, no conociéramos mucho sobre ella. Eso hizo que durante mis años como directora del zoológico el tití fuera nuestro símbolo. Me gustó asumir el reto de darlo a conocer a una mayor escala, porque es una especie carismática y muy parecida a los humanos en muchos aspectos.
Si no fuera el tití, ¿qué otra especie la habría enamorado de la misma manera?
Mi encuentro con el tití fue casual, pero él terminó siendo el símbolo de un trabajo mucho más amplio. Porque si reconstruyo y restauro un bosque para él, también lo estoy protegiendo para todas las otras especies de fauna y flora que habitan en el bosque seco tropical del Caribe colombiano. Los beneficios de hacer esto no son solo para los animales, también para nosotros. Otras especies amenazadas, como la tortuga carranchina, el paujil picoazul, las guacamayas, los ocelotes y osos perezosos, también me llaman la atención.
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¿Qué lecciones de su formación como arquitecta utiliza ahora en su trabajo?
En arquitectura uno aprende a tener una mente bastante estructurada, imaginativa, visionaria y de planeación. Cuando uno se sienta a hacer un plano, lo imagina con un objetivo, función y estética. En mi maestría de paisajismo, me enfoqué en planeación ambiental. Eso me ha servido mucho para mi trabajo en la planeación del bosque y de los corredores de conservación. Mi educación ha sido bastante útil porque, en mi papel como directora, la planeación y la visión son dos grandes pilares para lograr nuestras metas.
¿Cuáles son las habilidades que ha adquirido desde su involucramiento en el trabajo ambiental?
La gestión de fondos y lograr conectar a diferentes personas con la causa son cosas que uno no suele desarrollar. Aprender a trabajar en equipo también ha sido una enseñanza, porque los arquitectos normalmente somos muy ensimismados en nuestras habilidades de diseño, pero la planeación requiere ser capaz de trabajar con más personas y hacer alianzas, porque realizar esto solo es imposible. También he aprendido a identificar las necesidades de las comunidades para conectar con ellas y poder desarrollar colaboraciones efectivas.
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¿Qué le ha enseñado el tití cabeciblanco?
De él he aprendido que juntos somos más fuertes, porque ellos son una especie que vive en grupos familiares, donde cada uno tiene un rol y todos se ayudan y se cuidan entre sí. Ese es el secreto de su éxito como especie. Otra cosa es que son bastante resilientes y se adaptan a los cambios y al ecosistema, con tal de sobrevivir. Eso me pareció espectacular, porque a veces somos muy quisquillosos y ponemos barreras cuando algo se nos dificulta. Los titís, si en temporada seca no encuentran frutas, comen insectos y así garantizan su supervivencia.
¿Cuál es el origen de su interés por el medio ambiente?
Durante mi último año de carrera, para la tesis que desarrollamos con otros tres compañeros, hicimos la planeación ambiental de una comunidad pesquera en Taganga. Recuerdo que estudié y consulté libros de arquitectura bioclimática. Haber estudiado esto me abrió la curiosidad.