“Todos somos artistas”: Paolo Bortolameolli
El director chileno-italiano habló para El Espectador, en el marco de un concierto con la Orquesta Sinfónica Nacional, sobre la música clásica, el acercamiento de este género a nuevos públicos y el arte y la cultura como pilares fundamentales de la sociedad.
Andrea Jaramillo Caro
“Pasión” es una palabra que Paolo Bortolameolli está acostumbrado a escuchar. Afirma que se la repiten mucho cuando un “neófito” asiste a un concierto de música clásica y se sorprende de lo que ve y escucha. Tocar con pasión, dirigir con pasión y hacer que se sienta en un auditorio no es tarea fácil. El director chileno-italiano, que se presentó el pasado 9 de junio en el auditorio Fabio Lozano junto a la Orquesta Sinfónica Nacional, en un concierto cuyo repertorio incluyó a Jacques Ibert, Johannes Brahms y el colombiano Pedro Sarmiento, comentó para El Espectador que la música clásica “tiene un problema de marketing, porque cuando llevas a la gente al concierto, generalmente queda absolutamente cautivada y sorprendida. Te dicen: ‘Oye, no pensé que esto era así’. Ahí es donde me doy cuenta de lo mal que han vendido este género musical, porque de antemano ya piensan que era música aburrida, que era música para dormir, que era música poco activa”.
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“Pasión” es una palabra que Paolo Bortolameolli está acostumbrado a escuchar. Afirma que se la repiten mucho cuando un “neófito” asiste a un concierto de música clásica y se sorprende de lo que ve y escucha. Tocar con pasión, dirigir con pasión y hacer que se sienta en un auditorio no es tarea fácil. El director chileno-italiano, que se presentó el pasado 9 de junio en el auditorio Fabio Lozano junto a la Orquesta Sinfónica Nacional, en un concierto cuyo repertorio incluyó a Jacques Ibert, Johannes Brahms y el colombiano Pedro Sarmiento, comentó para El Espectador que la música clásica “tiene un problema de marketing, porque cuando llevas a la gente al concierto, generalmente queda absolutamente cautivada y sorprendida. Te dicen: ‘Oye, no pensé que esto era así’. Ahí es donde me doy cuenta de lo mal que han vendido este género musical, porque de antemano ya piensan que era música aburrida, que era música para dormir, que era música poco activa”.
Cuando sus conciertos son descritos como apasionados, una pregunta salta a su mente y es: ¿quién escogería una música aburrida? El género al que ha dedicado su vida “nos mueve mucho, y la música clásica lo que tiene es que está llena de contraste, es la música con más contraste que existe. En una sinfonía tienes desde lo más plácido hasta lo más arrebatado, hasta lo más estridente, sutil, hay danza, hay contemplación, hay tantas cosas en la música clásica que hace que sea como la propuesta musical más variada. Desde un punto de vista estrictamente musical, es una manifestación artística anacrónica, no pertenece a ningún tiempo, porque es la música la que te llega. Lo que te llega es cómo está escrita, cómo está hecha, cómo te lleva al discurso, las melodías, las armonías, los giros, los ritmos, los colores…”.
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Desde el atrio, y con batuta en mano, Bortolameolli llevaba a la orquesta a través de las páginas de la partitura de Brahms. No es la primera vez que dirige a una orquesta al son del compositor alemán o del francés Ibert. Sin embargo, la costumbre no va en contravía de la novedad y, aunque son obras que son parte de un repertorio habitual, el director las ve como un “organismo vivo”, al igual que el resto de la música. “Uno descubre cosas nuevas y vas reflexionando nuevamente al revisitar esta música que ya conocías, y cuando ya la comienzas a llevar a la práctica en un ensayo, también te nutres de lo que la orquesta te ofrece”. En una especie de simbiosis sin jerarquías, Bortolameolli no se ve a sí mismo como un jefe para las orquestas que dirige, este es un rol en el que “el director viene a conectar energías y hacer que la música fluya, y de la manera en que eso ocurre tiene que ver mucho con que tú estés dispuesto a escuchar lo que ellos te ofrecen, lo que estudiaste, lo que empiezas a redescubrir, y ahí va surgiendo una versión que inevitablemente va a ser distinta a la anterior y siempre va a haber una versión distinta, no hay que esforzarse mucho para que la versión sea distinta. Es una cosa muy orgánica”.
La novedad con la que regresa a esas partituras que lleva interpretando por años es la misma que aplicó para la obra de Pedro Sarmiento, pues fue la primera vez que dirigió esta obra. Aunque asegura que el proceso de familiarización y acercamiento con la pieza tuvo que ser más acelerado, cuenta que “una obra nueva puede ser completamente nueva, pero la música en sí misma no se inventó recién”, y esto, junto con los ensayos con la orquesta, hacen que la obra y la percepción de esta frente al director y la orquesta se construyan en conjunto.
Además de ser el director asociado de la Filarmónica de Los Ángeles y el director invitado principal de la Ópera Nacional de Chile, Bortolameolli extendió su trabajo a la divulgación del género al que se dedica más allá de la música, en forma de libros y charlas con las que espera ampliar la diversidad de públicos que disfrutan de lo clásico y se dejan llevar por las historias que cuentan.
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Para el chileno-italiano “hay una narrativa musical que usa el mecanismo más básico del mundo. Es como se cuentan las historias, con personajes protagónicos, que generalmente son mínimo dos y que para definirlos son bastante contrastantes. Después de eso, de la presentación de los personajes viene un desarrollo, que es el desarrollo de la historia y después una conclusión donde uno vuelve a escuchar a esos personajes protagónicos. Así también uno puede leer una novela o puede ver un capítulo de una serie de Netflix: protagonismo, conflicto, crisis, drama, conclusión. Mucha música está escrita así, y uno se enfrenta a que escucha la primera melodía y debe ser seguramente el primer tema, el primer protagónico y después avanza la música y te dan otra idea, que generalmente es contrastante. Después de eso estos dos personajes que tú reconoces auditivamente comienzan como a desarrollarse, entonces uno escucha variaciones de los mismos clímax, la construcción de un momentum y después vuelves a escuchar, de forma muy clara y transparente, estos mismos dos personajes y puede haber una conclusión. No necesitas tanto academicismo y tanta terminología, porque al final de cuentas, si bien, la música está construida, así no sea ese el fin. Está construida así porque ese es un mecanismo narrativo que funciona, pero no es el fin, el fin es que la música llegue y la música llega a través de la música y nada más”.
La forma en la que se acerca a la música es desde un ángulo en el que la percibe como “parte de un grupo de manifestaciones que son el arte, que considero en el macroentendimiento del arte como el máximo logro de nuestra especie. Me emociono mucho de pensar todavía que somos capaces de generar belleza, porque sabemos que ese producto de belleza nos va a emocionar y ese ejercicio humano me parece un milagro, es supremo. Somos capaces de hacer algo que nos emociona a nosotros, es bellísimo”.
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Ese asombro por la capacidad del ser humano para crear este tipo de manifestaciones artísticas ha acompañado al director desde muy joven. Recuerda que a los siete años comenzó a identificarse propiamente con la música clásica, aunque no hubiera un músico profesional en su familia, la cercanía a esta expresión sonora la lleva en la sangre. Su abuelo le heredó a su padre el amor por la música y su padre a él, pero el camino se esclareció cuando “después de ir a un concierto con mi papá me emocioné hasta las lágrimas. No entendía por qué y estaba muy impactado por esto de sentir algo tan fuerte sin entender por qué. Entonces fuimos a ver al director de orquesta, que era conocido de mi papá, y le contó al director lo que me pasaba. El director se emocionó mucho, se arrodilló y me abrazó, y me dijo: ‘Por esto hacemos lo que hacemos’. Ahí me cambió la vida, ahí dije: ‘Ya, esto es, mi vida está resuelta’. Tengo que ser él”.
Desde la infancia ha estado impregnado en un mundo de creatividad y, debido a que constantemente busca proyectos nuevos y desafiantes, es una característica que está en constante desarrollo. Este es para él “uno de los motores fundamentales de nuestro cerebro. La creatividad es algo que se aplica en absolutamente todos los campos habidos y por haber, las artes, las ciencias, el deporte, la arquitectura… todos los seres humanos tienen que ser creativos para enfrentarse al día a día del mundo que nos rodea. Tomando eso en cuenta, creo que uno le puede dar vuelta al concepto y decir el arte, finalmente, se traduce en una especie de gran gimnasio de este músculo de creatividad que necesitan todos los seres humanos y ahí vamos a un punto mucho más profundo que tiene que ver con por qué el arte en las sociedades se relega a segundo plano, por qué no es protagónico en las mallas curriculares de los colegios, en la universidad, en el quehacer. No tiene nada que ver con que queramos poblar todo el planeta de puros artistas, sino que el arte debiese ser un quehacer humano tan natural y tan objetivamente probado que es positivo, como decir que hoy en día se sabe que hay que comer sano y hacer deporte. El arte es exactamente igual, el arte objetivamente es así de importante, así de relevante”.