Todos somos pinturas de Edward Hopper
Tras el ataque a Pearl Harbor en 1941, Edward Hopper pintó su obra más famosa: Nighthawks. En ella, al igual que en muchas de sus obras, se transmiten una serie de sentimientos universales, que trascienden las situaciones específicas de quienes habitan una gran ciudad.
Daniela Cristancho
Es de noche en Nueva York. La intersección entre dos calles se ilumina únicamente por la luz amarilla del restaurante que ocupa la esquina. Es un diner, como lo llaman los estadounidenses. Aunque carece de entrada, en su interior hay cuatro personas. Se ve la espalda de un hombre, de traje y sombrero, encorvado sobre la barra, sosteniendo su bebida. Una pareja se sienta cerca, aunque no aparentan estar juntos. Ella, la mujer con vestido rojo, sujeta un objeto entre los dedos y lo observa con detenimiento. Él, el hombre con corbata, frunce el ceño y sostiene su cigarrillo. El letrero del diner indica que los venden a cinco centavos. El mesero, con su uniforme y gorro blanco, parece servir algo detrás de la barra. Ninguno conversa ni sostiene contacto visual con otro.
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Es de noche en Nueva York. La intersección entre dos calles se ilumina únicamente por la luz amarilla del restaurante que ocupa la esquina. Es un diner, como lo llaman los estadounidenses. Aunque carece de entrada, en su interior hay cuatro personas. Se ve la espalda de un hombre, de traje y sombrero, encorvado sobre la barra, sosteniendo su bebida. Una pareja se sienta cerca, aunque no aparentan estar juntos. Ella, la mujer con vestido rojo, sujeta un objeto entre los dedos y lo observa con detenimiento. Él, el hombre con corbata, frunce el ceño y sostiene su cigarrillo. El letrero del diner indica que los venden a cinco centavos. El mesero, con su uniforme y gorro blanco, parece servir algo detrás de la barra. Ninguno conversa ni sostiene contacto visual con otro.
Edward Hopper los llamó halcones de la noche, aves nocturnas y solitarias. Los personajes de la obra de arte están en el mismo lugar, pero cada uno está sumido en sus propios pensamientos, buscando en aquel restaurante un refugio de la soledad propia de la noche y la guerra. La imagen de Nighthawks evoca sentimientos universales, igual que muchas otras obras del artista Edward Hopper: Gasolina, La Autómata, Sol en la Mañana, Habitación en Nueva York. Una gasolinera vacía, una mujer sola en un café, otra mujer recibiendo el sol matutino desde su cama, una pareja abstraída en sus actividades individuales.
Aunque negó haber dotado su arte, deliberadamente, de símbolos de vacío urbano y aislamiento humano, Hopper reconoció que en esta obra, probablemente, de manera inconsciente, estaba pintando la soledad de una gran ciudad. Una paradoja: el aislamiento que se puede sentir en medio de una multitud. Hoy, 8.82 millones de individuos llaman hogar a la ciudad de Nueva York. Las calles se inundan de personas, cada una con audífonos en sus oídos, caminando a su propio ritmo, persiguiendo su propio sueño o simplemente buscando su supervivencia. Estar rodeado de gente no garantiza, en una ciudad como Nueva York, una conexión con los demás y Edward Hopper lo supo plasmar en sus pinturas desde 1920.
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El cuadro está inspirado en un restaurante de la Avenida Greenwich, en esta misma ciudad, la metrópoli que formó a este artista realista al lado de maestros como Robert Henri y en la que falleció en 1967. El pintor observó el diner poco después del siete de diciembre de 1941, día en el que Pearl Harbor fue atacada por la armada japonesa. Teniendo la imagen del restaurante como inspiración y ansioso por la guerra que apenas comenzaba, Hopper se dispuso a pintar la que sería su obra más célebre y una de las más reconocidas en el arte del siglo XX.
Antes de que el conflicto armado llegara a tierras estadounidenses, el artista solía caminar por las calles neoyorkinas. Una experiencia que se transformó, como tantos otros aspectos de la vida, con la guerra. Aunque la luz fluorescente se había comenzado a utilizar a principios de 1940, el miedo a futuros ataques enemigos llevó a los habitantes de Nueva York a realizar simulacros de apagón y a optar por luces más tenues en los espacios públicos.
Nighthawks, un restaurante completamente iluminado en el que se reúnen desconocidos, constituye una pieza de esperanza: algo de luz en medio de la oscuridad, algo de compañía en medio de la soledad. Así lo describió Gail Levin, historiadora del arte que escribió un libro sobre el mencionado artista: “En este extraordinario estallido de concentración y creatividad, Hopper encontró un refugio de la ansiedad de la guerra”.
A pesar de que la obra original cuelga en las paredes del Instituto de Arte de Chicago, hoy los visitantes de Manhattan pueden ver una versión de esta imagen e, incluso, sumergirse en ella. En el corazón de Chelsea, en el mercado que alguna vez fue fábrica de galletas, se encuentra Artechouse, un espacio destinado a la imaginación, los formatos artísticos digitales y la creación de experiencias novedosas, como transportarse al interior de una obra que tiene ocho décadas de antigüedad.
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Cuando entro, descubro un holograma, una versión gigante de Nighthawks. Reconozco a la mujer de vestido rojo, pintada a la imagen de Josephine Hopper, la esposa de Edward. Empieza a desaparecer de a poco. Los píxeles que forman su rostro se tornan grises y, en su lugar, veo mi silueta dentro del cuadro. Estoy inmersa en el mismo bar que los personajes y, quizás, experimentando los mismos sentimientos que tenía su autor cuando los trajo a la vida hace ochenta años: soledad, alienación, incertidumbre, esperanza. ¿Qué habría hecho yo para resguardarme de la oscuridad que traía un conflicto armado de talla global?. ¿Qué he hecho yo para evitar la alienación que trajo el aislamiento social?
Unas cuadras más al norte, los avances tecnológicos del siglo XXI pierden protagonismo y lo adquieren los artistas modernos, como Monet y Picasso. En el Museo de Arte Moderno de Nueva York, el espectador se enfrenta a otra obra original de Hopper: Gasolina. En medio de la pared blanca del museo se aprecia una estación de gasolina con un único personaje: un hombre que trabaja allí. No hay automóviles. La soledad y melancolía que habitan una carretera rural en los años cincuenta. El artista Charles Burchfield creía que pinturas como esta serían memorables más allá de su tiempo, porque son una “presentación honesta de la escena estadounidense. Hopper no insiste en lo que debe sentir el espectador”.
Aun así, en el recorrido artístico de Edward Hopper abundan las imágenes de individuos solitarios, alienados o en medio de una crisis espiritual. Personajes sumidos en sus bebidas, en sus lecturas o en sus pensamientos. Mujeres que miran a través de sus ventanas, más allá de sus habitaciones. Parejas que comparten un espacio, pero no una mirada ni una conversación, de manera similar a la dinámica del mismo Hopper con su esposa Josephine.
Más conocida como ‘Jo’, ella hizo las veces de modelo para las pinturas de su marido. Aunque se conocieron cuando estudiaban juntos en la Escuela de Arte de Nueva York, el verdadero acercamiento entre Jo y Edward se dio cuando ya tenían cuarenta años. Con la ayuda de la primera, el segundo logró vender un cuadro al Museo de Brooklyn en 1923, lo que lo catapultó a la fama. Desde ese momento, Jo se convirtió en su modelo, quien personificó a las mujeres aisladas y nostálgicas de las obras de Hopper.
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Aunque ella también pintaba, desde principios de 1930 hasta mediados de 1960 recurrió a otra forma de expresión: la escritura a través de diarios. Esta fue, en parte, una manera de compensar el silencio que dominaba su relación marital. “A veces hablar con Eddie es como dejar caer una piedra en un pozo, excepto que no suena cuando toca el fondo”, escribió sobre su esposo. “Él [Edward] quiere sentarse y leer, leer, leer. Nunca quiere hablar de nada. No necesito ir a lugares, pero sí me gusta mirar a las personas o discutir las circunstancias, no como él, sin conciencia del paso de las horas, los días, las semanas, las vidas”.
Para Josephine, la escritura se convirtió en un escape a la frustración, al silencio de una casa donde nunca hubo niños y, frecuentemente, no había compañero. Al igual que las pinturas de su esposo, sus escritos en los diarios fueron herramientas de análisis e introspección, reflejos de sí misma ante una situación difícil y solitaria.
Los Hopper descubrieron que el arte tiene la capacidad de crear lenguajes y conexiones relevantes. Aún en momentos difíciles, como una guerra en 1940 o una pandemia en 2020, las expresiones artísticas, como la pintura y la escritura, se configuran como luces de esperanza, comprensión y compañía. Todos tenemos la capacidad de identificarnos con los personajes de Nighthawks, e incluso con los mismos Edward y Jo Hopper. La soledad se experimenta en un café rodeado de extraños, en la multitud de una gran ciudad o en la misma habitación con tu pareja. De cualquier forma, tenemos la misma salida que ellos: el arte.