Tom Wolfe: el periodista que tuvo lo que hacía falta
La era espacial, esos años en los que el mundo observó con asombro cómo el hombre, por primera vez, rompía la barrera de la bóveda celeste. De las misiones y despegues hay mucho material, sin embargo el que ha trascendido a la actualidad es el relato de Tom Wolfe de esos primeros siete hombres que se le midieron a la tarea.
Andrea Jaramillo Caro
“90 segundos para el lanzamiento”, la ansiedad consume al público.
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“90 segundos para el lanzamiento”, la ansiedad consume al público.
“60 segundos y contando”, todos los ojos están sobre el gigante de metal que está a punto de partir al espacio exterior llevando a la última tripulación a la Luna.
“10... 9... 8... 7... Secuencia de ignición, todos los motores están encendidos. Tenemos ignición. 2... 1... 0... Y ¡tenemos un despegue!” la multitud vitorea y celebra con emoción el despegue de la misión Apollo 17.
Era diciembre de 1972 y desde Cabo Cañaveral en Florida un hombre elegante, que siempre vestía de traje blanco, observaba cómo el cohete se elevaba sobre el cielo estadounidense. En ese momento el periodista y escritor Tom Wolfe se preguntó “¿qué es lo que hace que un hombre desee sentarse encima de una enorme vela romana, como un cohete Redstone, Atlas, Titán o Saturno, y esperar a que alguien encienda la mecha?”.
A partir de esta curiosidad innata nació el libro por el que sería recordado el resto de su vida. ‘Elegidos para la gloria’ (The right stuff). Una entrega que es, pero no es sobre el espacio. El relato del proyecto que catapultó a los Estados Unidos a la era espacial fue contado por Wolfe, que sería considerado luego como el padre del ‘nuevo periodismo’.
En el prefacio de su libro Wolfe recuenta los orígenes del libro que le tomaría buena parte de la década de los 70 terminar de escribir. Para responder a su propia pregunta el escritor escribió: “me decidí por la aproximación más sencilla. Les preguntaría a algunos astronautas y obtendría mi respuesta […] Rápidamente descubrí que ninguno de ellos, sin importar lo simpáticos y habladores que fueran, iban a responder la pregunta o si quiera ponderar durante unos segundos el corazón del asunto, que es, el coraje”.
El escritor, que tenía 42 años para el lanzamiento del Apollo 17, había sido asignado por Jann Wenner para escribir una serie de cuatro artículos para la revista Rolling Stone, algunas versiones de la historia dicen que estos artículos relataban la última misión a la luna y otras afirman que fue enviado a hacer reportería y escribir sobre el programa Mercury. Sin embargo, el hecho central es que a partir de esta experiencia Wolfe se obsesionó con el espacio y los astronautas.
Su entrega para la revista la tituló “Remordimiento Post-Orbital” y giraba en torno a la depresión que algunos astronautas sentían al regresar del espacio. Pero no se detuvo aquí. Durante esta época las apuestas por la mejor publicación sobre la carrera espacial eran muy altas y Norman Mailer ya le había ganado a Wolfe. Al publicar ‘Un incendio en la Luna’ en 1970, una obra de no-ficción que comenzó como una serie para la revista Life, Mailer consagró su obra como un ejemplo del nuevo periodismo, según The Guardian. El relato de Mailer sobre la llegada del hombre a la Luna impulsó a Wolfe a intentar hacer algo mejor, de acuerdo con las palabras de Brian Ragen en su libro ‘Tom Wolfe: un compañero crítico’.
Según Ragen, Wolfe se obsesiono con los astronautas y el espacio poco después de la publicación de su serie de artículos en 1973. Sin embargo, el periodista no quería caer en las mismas estrategias narrativas de su ‘némesis’. Wolfe consideraba que “la técnica autobiográfica de Mailer nunca tuvo éxito en llevar al lector dentro de la cápsula, mucho menos dentro de los puntos de vista o el sistema nervioso de los astronautas en sí mismo”, decía en su libro ‘El nuevo periodismo’.
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En su travesía por contar una historia sobre la era espacial que superara la de Mailer, Wolfe se lanzó a la investigación de todo el recorrido histórico de Estados Unidos en el espacio. Su proyecto inicial se convirtió en uno de siete años en los que publicó, también, ‘The painted word’ (un libro sobre arte) y ‘Mauve Gloves & Madmen, Clutter & Vine’ (su tercera colección de ensayos). Fue hasta 1977 que decidió retomar su libro sobre el espacio, había cambiado su enfoque de las situaciones y condiciones post vuelo a la cualidad necesaria para desear estar sentado, mirando al cielo en lo que parece un misil agrandado.
Sin embargo, para 1972 Wolfe tenía muchos programas espaciales sobre los cuales escribir. En una entrevista de 2008 con la Biblioteca Pública de Chicago respondió a la pregunta ‘¿por qué el Proyecto Mercury?’ Y afirmó que “se habían asignado dos psiquiatras para estudiar a los astronautas. En su primer informe, dijeron que los siete tenían ciertas cosas en común: todos eran blancos, todos eran protestantes, todos eran primogénitos, cuatro de ellos tenían un menor después de sus nombres, todos eran de familias estables y todos eran nacido en pueblos pequeños. ¡Ese era yo! Excepto por la parte de la pequeña ciudad. Crecí en Richmond, Virginia. Todas esas cosas en común resultaron ser irrelevantes o simplemente incorrectas. Pero eso estuvo bien. Nunca seré feliz hasta que haya investigado lo suficiente como para hacer explotar mi propia hipótesis”.
La NASA nació oficialmente en 1958, un año después de que la Unión Soviética sorprendiera a los Estados Unidos, lanzando su primer satélite ‘Sputnik’ al espacio, y con esto se inició la organización que ya ha lanzado 10 programas de misiones tripuladas. Wolfe pudo haber tomado este como su punto de partida, pero decidió ir más atrás al final de la década de los 40 e inicios de los 50 para explorar el territorio de los pilotos de prueba.
Eran estos hombres que, posterior a la Segunda Guerra Mundial, volaban los nuevos modelos de aviación militar apoyando la meta de los Estados Unidos de romper la barrera del sonido. Durante este periodo fueron muchos los que ascendieron en esa escalera de rangos y otros que murieron en el intento, así es como Wolfe introduce al lector a su historia.
Una llamada a la casa de la vecina “¿ya oíste lo que sucedió?” se preguntaban entre las esposas de estos hombres que ponían su vida en riesgo a diario. “Si, pobre. Debe estar devastada” respondían al otro lado de la línea y la era inevitable ver del hombre alto y pálido vestido con traje y sombrero negro, al que Wolfe se refiere como ‘El amigo de las viudas’. Una vez lo veían caminar el corto sendero a la puerta de la casa de una de ellas la noticia de la muerte de uno de sus pilotos era confirmada. Con esta escena comienza la historia, una ambientación que lleva al lector a imaginarse con lujo de detalles tanto los sentimientos como el escenario y circunstancias de sus personajes.
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El autor trabajó de cerca con algunos de estos hombres para entender a cabalidad qué era esto y por qué lo hacían. Principalmente describió sus razones para tener éxito, escalar lo que el llamó el ‘Gran Zigurat’. Fue una era en la que estaban determinado a desafiarse cada vez más tripulando aeronaves que, según la descripción de su autor, “eran como chimeneas con pequeñas alas que parecían cuchillas de afeitar, donde debías tenerle miedo al pánico.
La gloria en este sector se creía que se alcanzaba únicamente si se tenían las cualidades correctas, ese concepto de lo que hacía falta para ser un verdadero hermano en la comunidad de los pilotos de prueba. En este sentido, “para un piloto de prueba lo que hace falta tener en el departamento de la oración no era ‘por favor, Dios, no permitas que explote’. No, la suplica en esos momentos era ‘por favor, Dios, no permitas que la embarre’”, escribió Wolfe.
El periodista llegó a conocer profundamente a Chuck Yeager, el piloto cuyo nombre pasaría a la historia tras haber sido el primer hombre en romper la barrera del sonido en un avión X-1. El 14 de octubre de 1957 fue un día de celebración entre el ejército estadounidense, tras años de intentos fallidos lo habían logrado, pero a Yeager no lo dejaron disfrutar de su gloria temiendo que si la noticia se divulgaba los soviéticos pudieran empezar a tener ideas.
Cabe preguntarse entonces, ¿cómo hizo Wolfe para penetrar en ese mundo? ¿para conseguir las historias de todos estos hombres y mujeres que componen su libro? Y la respuesta se la dio a la revista Rolling Stone en 1980 “si tu estás dispuesto a ser el recolector de información del pueblo, ellos solo te enterraran en material para leer. Mi única contribución a la disciplina de la psicología es mi teoría de la compulsión por información. Parte de la naturaleza de la bestia humana es sentir que se ganan unos puntos de estatus al contarle a otras personas cosas que no saben”.
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Al lograr su objetivo, Wolfe recopiló las historias que brindan un contexto amplio sobre el antes, durante y final inmediato del Programa Mercury. Si hay algo en lo que su pluma se concentró fue en las percepciones de los siete primeros astronautas. Fueron presentados al público como unos héroes enviados por Dios para ganar la carrera contra los rusos. Alan Shepard, John Glenn, Deke Slayton, Scott Carpenter, Gus Grissom, Gordon Cooper y Walter Schirra fueron introducidos a la vida pública como hombres correctos, que tenían lo que hacía falta y añadieron un escalón adicional a ese ‘Gran Zigurat’. “Los siete pilotos del Proyecto Mercury pudieron haber sido designados General de Combate Individual. El manto del Guerrero Frío del paraíso fue puesto sobre sus hombros”.
Sin embargo, lo que no sabía la opinión pública en ese momento es, según el relato de Wolfe, el descontento que sintieron al enterarse que la cápsula de los cohetes no les permitía tener casi ningún control “¿cómo se hacían llamar, entonces, pilotos?”. El material recopilado de estos vuelos, que se puede ver en el documental ‘The Real Right Stuff’, deja ver todos los monitores y cables a los que iban atados para conocer su estado de salud.
En las palabras de Wolfe “el Proyecto Mercury, la aproximación de la bala humana, se veía como un esquema de bombillo Larry Light, daba ese sentimiento de pánico. Cualquier piloto que entrara no sería más un piloto. Sería un animal de laboratorio conectado del cráneo al recto con sensores médicos. Los pilotos de cohetes pelearon esto cada paso del camino. […] Los pilotos que se apuntaron a arrastrarse dentro de la cápsula Mercury -la cápsula, notaban todos, no el bote- serían llamados ‘astronautas’. Pero, en realidad, serían conejos de laboratorio con cable en todas partes”.
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Más allá de relatar los movimientos internos, sensaciones y sentimientos de los astronautas y sus familias, Wolfe también incluyó aspectos técnicos y de la ingeniería detrás del proyecto en su historia. Alex Marsh, en un artículo de 2020 para National Geographic, entrevistó al científico jefe retirado de la Agencia Espacial de Reino Unido el profesor Chris Lee. El científico espacial, en su entrevista con Marsh, elogió a Wolfe por haber rescatado las historias personales de los astronautas y las hazañas científicas detrás del proyecto. “Toda la ingeniería que estuvo detrás de escenas -cómo construyeron los cohetes en el tiempo en que lo hicieron, cómo construyeron los sistemas de soporte vital, cómo los probaron el doble de rápido. Fue un logro enorme de ingeniería y no creo que yo haya reconocido eso”, le dijo al periodista.
Después de la publicación del libro en 1979, el director Philip Kaufman adaptó el texto de Wolfe a una película de tres horas en 1983. La recepción del público frente a ella fue muy buena, sin embargo, la percepción de algunos astronautas sobre ella es que no es del todo veraz. Algunos tienen la misma visión sobre el libro afirmando que Wolfe se tomó varias libertades literarias para exagerar los acontecimientos.
En la entrevista de 2008 Wolfe afirmó que no sabía si a la mayoría de los siete astronautas del Proyecto Mercury les había gustado el libro. Pensaba que “si a un escritor le preocupa ese tipo de cosas debería dedicarse a las relaciones públicas”. Dice que el único del grupo Mercury Seven que definitivamente detestó su texto fue Alan Shepard, el primer estadounidense en el espacio. Del otro lado apareció John Glenn, el segundo del grupo en volar, pero el primero en orbitar la tierra, quien en una entrevista en 1997 afirmó que “la cobertura de Tom Wolfe fue bastante buena. La película fue pésima, pero la cobertura de Wolfe en el libro, pienso, que no fue mala en absoluto”.
Para Tom Wolfe esta misión se consagró como icónica e incluso después de su muerte en 2018 aún se recuerda el legado que su reportería y trabajo dejaron a la cultura popular y el periodismo. El Proyecto Mercury era para el escritor icónico, observó las misiones de los programas Gemini y Apollo pero ninguno se comparó con el que llevó a Estados Unidos a tocar las estrellas. “Ni siquiera el primer estadounidense en caminar sobre la luna conocería las efusiones de las emociones más primitivas de la gente que Shepard, Cooper y, sobre todo, Glenn habían conocido”, escribió. “La era de los primeros guerreros de un solo combate de Estados Unidos había llegado, y se ha ido, tal vez para nunca volver a ser revivida”.