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Manuel Zapata Olivella pasó una noche de enero de 1974 en una de las mazmorras de la isla de Gorée, frente a Dakar, Senegal, en la misma gruta de la fortaleza donde los esclavizados jolofos y mandingas eran encerrados, esperando las últimas horas antes de ser embarcados en un viaje sin retorno, para venir a fundar a palos nuestra América mestiza. Es una noche que dura más de cuatro siglos… Noche de ruido, furor y pesadillas que yace en nuestro inconsciente, sustrato geológico, noche durante la cual todos los mulatos surgidos del “comercio triangular” (Europa, África, América) comenzamos a soñar un día con la rebelión, con la luz de las espermas, las velas que tenemos en el entierro del caos y los orígenes de la cumbia.
Esa noche le permitió a Zapata armar un gran fragmento de la historia negra, la historia nuestra, damas y caballeros, contada y cantada en su libro Changó, el gran putas, publicado en 1983: “Esa noche, sobre la roca, humedecido por la lluvia del mar, entre cangrejos, ratas, cucarachas y mosquitos, a la pálida luz de una alta y enrejada claraboya, luna de difuntos, ante mí desfilaron jóvenes, adultos, mujeres, niños, todos encadenados, silenciosos, para hundirse en las bodegas, el crujir de los dientes masticando los grillos. Las horas avanzaban sin estrellas que pusieran término a la oscuridad. Alguien, sonriente, los ojos relampagueantes, se desprendió de la fila y, acercándose, posó su mano encadenada sobre mi cabeza. Algo así como una lágrima rodó por su mejilla. ¡Tuve la inconmensurable e indefinible sensación de que mi más antiguo abuelo o abuela me había reconocido!” (La rebelión de los genes, 1997). (Recomendamos otro artículo del autor sobre literatura caribeña).
En Chambacú, corral de negros, su novela de 1962, ya él hablaba de “esa noche larga y tenebrosa de cuatrocientos años. La vieja África transportada en los hombros de sus antepasados” (los antepasados de Máximo, el líder de las revueltas de Chambacú). No es ocasional que Chambacú, corral de negros, haya nacido al pie de las murallas de Cartagena. Nuestros antepasados fueron traídos aquí para construirlas. Los barcos negreros llegaron atestados de esclavos provenientes de toda África. Mandingas, jolofos (wolof), minas, carabalíes, biáfaras, yorubas, más de cuarenta tribus. Para diferenciarlos marcaban las espaldas y pechos con hierros candentes, los carimbos, los sellos, se leen en esta novela que ganó el Premio Casa de las Américas.
Debemos al profesor Darío Henao Restrepo, decano de la Facultad de Humanidades de la Universidad del Valle, el hecho de conocer ese muy humano dato sobre Manuel Zapata: pedir al presidente de Senegal, el poeta Leopold Sédar Senghor, que le permitiera pasar una noche en las cuevas de Gorée. El lo cuenta en el prólogo que escribió para la reedición de Changó, el gran putas en la colección de literatura afrocolombiana del Ministerio de Cultura.
El profesor Henao Restrepo, coordinador de la Mesa Nacional para la celebración en 2020 del “Año Zapata Olivella”, anunció a fines de octubre la publicación impresa y virtual de la obra completa del escritor, así como la creación de la ópera Changó el gran putas, bajo la dirección del maestro Alberto Guzmán.
Me permitiré referirme aquí a mi experiencia personal para mostrar como el ejemplo y la obra del mitógrafo de Lorica pueden inspirarnos, mientras disfrutamos con los artículos que escribió sobre folclor y literatura, compilados por Alfonso Múnera en Por los senderos de sus ancestros.
Múnera nos aclara que los textos reunidos en este libro hallan “el hilo conductor, lo que les da sentido de unidad, en que constituyen el conjunto de escritos más consistente de alguno de nuestros escritores contra la colonialidad del poder y por la defensa del arte y la cultura colombianos”.
Gracias a Zapata Olivella yo también fui a Gorée, a descubrir las corrientes de africanía en nuestra cultura, a comprobar que somos mestizos culturales. Fue en 2006, en mi segundo viaje a Senegal, adonde había ido para participar en un taller de danza. “Si no sabes adonde vas, debes saber al menos de dónde vienes”, es un proverbio africano que le escuché al cantante de Costa de Marfil, Alpha Blondy, quien tiene una hermosa canción a Gorée, isla donde pervive la memoria de la esclavitud.
Escribí al final de mi crónica de viaje este párrafo: “Gorée: sus casas de tonos pastel, salmón, naranja, ocres, verdes, amarillas, rosadas, entre piedras antiguas, en medio de ese mar esmeralda y las palmeras y baobabs, el aire como un bálsamo de emoción y belleza, de silencio, paz y lejanos tambores, creía oír que me contaban las historias de los años mil seiscientos sobre la deportación a Cartagena de miles de hombres y mujeres… admiraba ahora el porte de los jóvenes senegaleses, sus cabelleras, los colores de los vestidos, su manera de caminar bajo el Sol... nos sonreíamos sin hablar…”.
Autobiografía de un mulato
En 1988, Manuel Zapata Olivella llegó a París para presentar su libro autobiográfico Levántate mulato y recibir el Premio Nuevos Derechos Humanos que le concedió el Senado de Francia. Fue entonces cuando lo conocí. Solo había leído su novela En Chimá nace un santo (1964). Me llamó la atención que se considerara un mulato y que no reivindicara su “negritud”. Recordé entonces dos cosas muy importantes en mi vida: el color moreno de la piel de mi padre, entre el tabaco y la miel, el chocolate y la caoba, su pelo rizado y su nariz. ¡Mi viejo era un mulato! También vino a mi memoria la obra de teatro que nuestro profesor de español y literatura, en el colegio de bachillerato de la Universidad Libre de Barranquilla, Ramón Molinares Sarmiento, nos propuso montar: Mulato, del escritor afroamericano Langston Hughes. Descubrí que Manuel Zapata, como lo cuenta en su libro Pasión vagabunda, fue amigo de Hughes. Estábamos ligados para siempre. Por eso en mi último libro, Las palmeras suplicantes, la segunda parte se llama Autobiografía de un mulato.
Gracias a Manuel Zapata muchos ahora somos conscientes de nuestro mestizaje cultural. Hemos orientado nuestras búsquedas por esos lares, identificando las grandes facultades que África nos dio para reinventarnos, o captar fuerzas espirituales y cantarle a nuestros orichas, imaginarnos deidades, y bailar con nuestros tambores congos, guineos, batás o yorubas. También hemos aprendido a bailar con las chuanas y gaitas de los indígenas.
En Barranquilla bailamos las danzas de los congos desde siempre y hemos incluido máscaras de animales en las comparsas del carnaval. Toda la música que hemos escuchado desde la infancia, en especial Celia Cruz, Celina y Reutilio, Merceditas Valdés, Arsenio Rodríguez, Chano Pozo, y después al final de la adolescencia Richy Ray y Bob Marley, nos ha abierto el sendero de los ancestros, ha influido en nuestro inconsciente, así como escuchar a los gaiteros de San Jacinto…
Así tocan los indios
Tenemos que insistir en que la educación primaria, secundaria y universitaria de Colombia se abra cada vez más al estudio de nuestras raíces y nuestro mestizaje cultural… Reclamar “el derecho simple de ser lo que somos”…. como pide Máximo, de alguna manera Kid Chambacú, sobrenombre adoptado por Manuel Zapata Olivella cuando se hizo boxeador durante su viaje por Centroamérica.
En los últimos años, gracias al filósofo Numas Armando Gil Olivera, he estado viajando a San Jacinto y a los Montes de María. Llegué como llegó alguna vez Manuel Zapata Olivella buscando a Toño Fernández. He tenido la fortuna de conversar en su patio con uno de los gaiteros históricos, Juan Chuchita Fernández.
“Los viajes forman a la juventud”, suelen decir los franceses. Manuel Zapata Olivella se hizo a punta de viajes. “En 1939 viajé a Bogotá a continuar estudios en la Universidad Nacional, donde hice hasta quinto año de medicina. Ya te dije que el primero lo hice en la Universidad de Cartagena, pero me retiré para iniciar mi viaje a pie por Centroamérica que duró siete meses, llegando a Honduras, donde me hice boxeador, peleando como Kid Chambacú, hasta que me noquearon. En México permanecí hasta 1946. A principios de ese año entré a Estados Unidos, hasta regresar a Colombia y publicar mi primera novela, Tierra mojada, cuyos originales había llevado en mi morral de vagabundaje”, cuenta Manuel Zapata en una entrevista con el escritor Roberto Montes Mathieu, publicada en el Magazín del Caribe de mayo-junio de 2017. Después de graduarse de médico, el 9 de abril de 1948, día en que mataron a Jorge Eliécer Gaitán, viajó a Valledupar a ejercer su profesión en zonas rurales. Allá permaneció hasta 1954, cuando junto a su hermana Delia comenzó a organizar los primeros grupos folclóricos.
En 1952 había llevado a Bogotá los primeros conjuntos de acordeones a Fermín Pitre y otros. El segundo viaje fue en 1954. Llegó con Delia y recorrieron todo el país, organizando grupos folclóricos. De uno de ellos salió Leonor González Mina, La negra grande de Colombia. “El primero que hicimos, formado por gente de la costa atlántica, llevó el nombre de Danzas Folclóricas Delia Zapata Olivella. Después se hizo otro, que se llamó Conjunto de Danzas Folclóricas del Chocó, y luego de los dos grupos se escogieron las mejores figuras y conformamos el grupo con el que recorrimos Europa. Después traje a Bogotá a Los Gaiteros de San Jacinto, a Toño Fernández, los Lara y a los acordeoneros Juan López y Juan Manuel Muegues, este compuso el vallenato La gira, grabado por Jorge Oñate con el acompañamiento de Emiliano Zuleta”, sigue contando Manuel Zapata a Montes Mathieu.
Numas Armando Gil cuenta ese fantástico viaje, que se inició el 4 de julio de 1956, en el segundo volumen de sus investigaciones sobre los Mochuelos cantores de los Montes de María la Alta, dedicado a Toño Fernández. Cerca de dos años viajando.
Era la primera gira mundial del folclor afroamerindio de Colombia. Viajaron Erasmo y Roque Arrieta (Bolívar), Lorenzo Miranda (San Basilio de Palenque), Julio Rentería (Tadó, Chocó), Madolia de Diego y Óscar Salamandra, (Quibdó), Leonor González Mina, (Robles, Valle del Cauca), Salvador Valencia (Guapí, Cauca), Toño Fernández, Juan y José Lara, Nolasco Mejía, Mañe Mendoza (San Jacinto, Bolívar) Delia y Manuel Zapata Olivella (Cartagena). Gabriel García Márquez se les unió unas semanas en el viaje por los países socialistas…
Esta gira es importante porque por primera vez se arma un grupo de artistas para mostrar lo que somos, simbolizados por la música, la danza, el canto y las décimas de las diferentes regiones del país, sobre todo de las costas atlántica y pacífica. Delia Zapata dirige las danzas, comienza a trazar las planimetrías de la cumbia. Se afianza así nuestra personalidad histórica.
* Colaborador de El Espectador, fue corresponsal en París y es autor de los libros Vestido de bestia, Los domingos de Charito, Trapos al sol y Dionea. Su más reciente novela es Pechiche naturae (Collage Editores).