Tras los restos y la gloria de Manuelita Sáenz
Fragmento de “Manuelita. Por la gloria, por Bolívar”, la nueva biografía sobre la llamada “Libertadora”, una heroína andina sobre la que aún se exploran muchos enigmas.
Pamela S. Murray * / Especial para El Espectador
Después de su muerte, los restos de Manuela Sáenz cayeron anónimamente en la tierra seca de los alrededores de Paita. La tradición local dice que la Libertadora fue enterrada en una fosa común al sur del pueblo junto a otras víctimas de la epidemia de difteria de 1856, en lugar del cementerio de la parroquia, donde normalmente se enterraba a los residentes. Si bien en la década de 1980 se llevó a cabo una investigación, patrocinada por el Gobierno peruano, el lugar exacto donde fue enterrada es aún desconocido.
Es revelador, sin embargo, el interés público sobre el lugar donde se encuentran sus restos. Ese interés se pone de manifiesto en los peregrinajes que se realizan a Paita desde su muerte y coincide con una creciente conciencia de la historia y el folclor del lugar, lo que comprende recuerdos de los paiteños sobre los estrechos vínculos de Manuela Sáenz con las familias locales, incluidos sus lazos de compadrazgo con algunas de las mujeres que trabajaron en su casa y le ayudaron a ganarse la vida.
Pero Manuela Sáenz ha trascendido el mero recuerdo. En las últimas décadas, gracias a la obra de escritores, periodistas, novelistas y otros (incluso directores de cine), en Hispanoamérica se ha convertido en una figura mítica, incluso icónica. Su estatus de ícono le debe mucho a la obra de Alfonso Rumazo titulada Manuela Sáenz: La Libertadora del Libertador. El libro fue el primer retrato convincente de la Libertadora; a diferencia de obras anteriores, la muestra menos como un personaje estereotipado o sensacional que como una mujer dinámica, compleja, de carne y hueso. También rechaza las afirmaciones moralistas de autores anteriores, indicando, por ejemplo, que “el pecado original de Sáenz fue limpiado por el rocío de la libertad que ella ayudó a conquistar”. (Lea más de la investigación de Pamela Murray sobre Manuela Sáenz).
Además, como lo demuestra esta afirmación, Rumazo proyecta a su protagonista como heroína épica. De hecho, reflejando la sensibilidad nacionalista (y panamericanista) propia de los escritores de su generación, la muestra como una partícipe clave de la guerra continental contra el colonialismo liderada por Bolívar. Destaca, por lo tanto, el papel desempeñado por Manuela Sáenz en la etapa final de la guerra (la peruana), que, como se mencionó, comprendió la Campaña Andina y la importante batalla de Ayacucho. (Video sobre la vida de Manuelita Sáenz).
Ante todo, el autor la caracteriza como una patriota y una luchadora por la libertad, una especie de madre fundadora, una amazona. En opinión de Rumazo, la Libertadora “no era solo una amante que merecía al Libertador sino un soldado americano que peleó heroicamente por la independencia del continente”. El atractivo de esta imagen tal vez se manifieste en el hecho de que, desde 1944, la biografía de Rumazo mereció al menos diez ediciones en lengua española, publicadas en España y cuatro países de Hispanoamérica; la más reciente se publicó en Quito, en el 2003.
La heroína elegante, luchadora de la libertad, ha capturado a una amplia gama de lectores. Y ha inspirado a autores de izquierda. Entre ellos, sin duda el más famoso es el poeta chileno Pablo Neruda. En su atrapante y lírica “La insepulta de Paita: Elegía dedicada a la memoria de Manuela Sáenz, amante de Simón Bolívar”, Neruda celebra a la Libertadora como una revolucionara apasionada, una militante en las filas de una insurgencia guerrillera.
La tercera estrofa del poema se refiera a ella como “la sirena de los fusiles / la viuda de las redes / criolla traficante de miel, palomas, pilas y pistolas… Durmió entre las barricas, amarrada a la pólvora insurgente”. En líneas posteriores recuerda a la “perdida comandante” con “ojos turbulentos y manos cortas como el acero”. El poema la caracteriza como “traficante pura” y “guerrillera”, y dice de ella que fue “mujer herida... Tuvo por sueño una victoria, por amante una espada”.
Tales frases suponen que, para Neruda, la verdadera importancia de Manuela Sáenz tiene menos que ver con su papel en las circunstancias históricas reales que con su bien conocido compromiso con la causa de la revolución y, por lo tanto, según su enfoque, con la lucha antiimperialista de América para liberarse de la dominación española. La Libertadora ha sido “coronada no solo por azahares, no solo por el gran amor…”, sino también “...por nuestra sangre y nuestra guerra”.
En síntesis, cuando invoca a Sáenz entre los acantilados de Paita, Neruda transforma a Sáenz en un símbolo progresista, en un ícono de la revolución y la independencia a la par de Bolívar. En general, los novelistas y otros escritores contemporáneos han adherido a esta imagen idealizada de Sáenz como revolucionaria. En El general en su laberinto, la renombrada novela histórica que escribió en 1989, Gabriel García Márquez concibe a Manuela Sáenz casi como una moderna guerrillera. La describe de este modo: “Fumaba una cachimba de marinero, se perfumaba con agua de verbena, que era una loción de militares, se vestía de hombre y andaba entre soldados, pero su voz afónica seguía siendo buena para las penumbras del amor”.
En su obra de 1990, El libertador y la guerrillera, Germán Arciniegas refuerza la imagen de Sáenz como integrante de la vanguardia de Bolívar. La obra adopta la forma de una clásica tragedia de tres actos y rastrea la historia del surgimiento y la caída política de Bolívar. En la trama interviene un coro de esclavos negros recientemente liberados. El autor muestra a Sáenz como una compañera de armas del Libertador y como triste testigo de su destino, incluyendo el colapso de su sueño de unidad hispanoamericana. También aparece como una especie de profetisa o adivina, un ser que puede ver ese destino pero no puede cambiarlo o detenerlo.
Las feministas hispanoamericanas, en particular, han acogido a Sáenz con especial fervor. Su interés en ella floreció en los años ochenta del siglo xx, estimulado por los diversos movimientos de derechos humanos y derechos de la mujer, y en especial, gracias a la escritora y activista ecuatoriana Nela Martínez. En una pionera recopilación de ensayos titulada Manuela Libertad (1983), Martínez —miembro del Partido Comunista y líder del Frente Continental de Mujeres por la Paz y Contra la Intervención— reclamó una perspectiva renovada y más equilibrada sobre Manuela Sáenz y sus “muchas caras”.
En su ensayo pidió que los historiadores reconocieran a la Libertadora su “justo lugar en la historia” y admitieran que había sido mucho más que una amante famosa. Luego, para destacar ese lugar y celebrar a la heroína de Quito, convocó el “Primer Encuentro con la Historia: Manuela Sáenz”. El evento congregó a unas cuarenta mujeres de Ecuador, Perú y Cuba que, a fines de septiembre de 1989, se reunieron en Paita para honrar la memoria de Sáenz y visitar su casa y su hipotética tumba.
El Primer Encuentro ofreció a sus participantes una oportunidad inigualable. Durante la ceremonia inaugural, Martínez, la oradora principal, se refirió a la Libertadora como mujer emancipada y “precursora” feminista, que en su vida había demostrado “la capacidad de las mujeres para ejercer liderazgo”. También habló de la ideología bolivariana de Manuela Sáenz. Como su célebre amante, ella había reconocido “la necesidad de crear un gran hogar latinoamericano, borrar los límites coloniales y llevar a estos países hacia… una independencia y solidaridad completa y verdadera”. Prosiguió sugiriendo que esa perspectiva tenía en cuenta la apremiante situación de los “abusados herederos de los indoamericanos”.
Martínez declaró luego que las contribuciones de Sáenz a la Independencia estaban a la par que las de su amante, que había sido “copartícipe” de su proyecto continental y que, por lo tanto, debía ser vista menos como la Libertadora (un término aparentemente contaminado por su origen patriarcal) que como “Colibertador”. Ella y otras participantes firmaron luego un documento que se conoció como la Declaración de Paita. Las firmantes prometían “recoger la bandera de Sáenz” y completar el proceso de emancipación que ella sostensiblemente había iniciado; prometieron, ante todo, “luchar para eliminar cualquier forma de discriminación por razón de sexo, raza, clase o nacionalidad”.
* Escritora estadounidense con familia materna de origen colombiano. Ph.D en Historia y especializada en Latinoamérica. Se publica por cortesía de Penguin Random House Grupo Editorial.
Después de su muerte, los restos de Manuela Sáenz cayeron anónimamente en la tierra seca de los alrededores de Paita. La tradición local dice que la Libertadora fue enterrada en una fosa común al sur del pueblo junto a otras víctimas de la epidemia de difteria de 1856, en lugar del cementerio de la parroquia, donde normalmente se enterraba a los residentes. Si bien en la década de 1980 se llevó a cabo una investigación, patrocinada por el Gobierno peruano, el lugar exacto donde fue enterrada es aún desconocido.
Es revelador, sin embargo, el interés público sobre el lugar donde se encuentran sus restos. Ese interés se pone de manifiesto en los peregrinajes que se realizan a Paita desde su muerte y coincide con una creciente conciencia de la historia y el folclor del lugar, lo que comprende recuerdos de los paiteños sobre los estrechos vínculos de Manuela Sáenz con las familias locales, incluidos sus lazos de compadrazgo con algunas de las mujeres que trabajaron en su casa y le ayudaron a ganarse la vida.
Pero Manuela Sáenz ha trascendido el mero recuerdo. En las últimas décadas, gracias a la obra de escritores, periodistas, novelistas y otros (incluso directores de cine), en Hispanoamérica se ha convertido en una figura mítica, incluso icónica. Su estatus de ícono le debe mucho a la obra de Alfonso Rumazo titulada Manuela Sáenz: La Libertadora del Libertador. El libro fue el primer retrato convincente de la Libertadora; a diferencia de obras anteriores, la muestra menos como un personaje estereotipado o sensacional que como una mujer dinámica, compleja, de carne y hueso. También rechaza las afirmaciones moralistas de autores anteriores, indicando, por ejemplo, que “el pecado original de Sáenz fue limpiado por el rocío de la libertad que ella ayudó a conquistar”. (Lea más de la investigación de Pamela Murray sobre Manuela Sáenz).
Además, como lo demuestra esta afirmación, Rumazo proyecta a su protagonista como heroína épica. De hecho, reflejando la sensibilidad nacionalista (y panamericanista) propia de los escritores de su generación, la muestra como una partícipe clave de la guerra continental contra el colonialismo liderada por Bolívar. Destaca, por lo tanto, el papel desempeñado por Manuela Sáenz en la etapa final de la guerra (la peruana), que, como se mencionó, comprendió la Campaña Andina y la importante batalla de Ayacucho. (Video sobre la vida de Manuelita Sáenz).
Ante todo, el autor la caracteriza como una patriota y una luchadora por la libertad, una especie de madre fundadora, una amazona. En opinión de Rumazo, la Libertadora “no era solo una amante que merecía al Libertador sino un soldado americano que peleó heroicamente por la independencia del continente”. El atractivo de esta imagen tal vez se manifieste en el hecho de que, desde 1944, la biografía de Rumazo mereció al menos diez ediciones en lengua española, publicadas en España y cuatro países de Hispanoamérica; la más reciente se publicó en Quito, en el 2003.
La heroína elegante, luchadora de la libertad, ha capturado a una amplia gama de lectores. Y ha inspirado a autores de izquierda. Entre ellos, sin duda el más famoso es el poeta chileno Pablo Neruda. En su atrapante y lírica “La insepulta de Paita: Elegía dedicada a la memoria de Manuela Sáenz, amante de Simón Bolívar”, Neruda celebra a la Libertadora como una revolucionara apasionada, una militante en las filas de una insurgencia guerrillera.
La tercera estrofa del poema se refiera a ella como “la sirena de los fusiles / la viuda de las redes / criolla traficante de miel, palomas, pilas y pistolas… Durmió entre las barricas, amarrada a la pólvora insurgente”. En líneas posteriores recuerda a la “perdida comandante” con “ojos turbulentos y manos cortas como el acero”. El poema la caracteriza como “traficante pura” y “guerrillera”, y dice de ella que fue “mujer herida... Tuvo por sueño una victoria, por amante una espada”.
Tales frases suponen que, para Neruda, la verdadera importancia de Manuela Sáenz tiene menos que ver con su papel en las circunstancias históricas reales que con su bien conocido compromiso con la causa de la revolución y, por lo tanto, según su enfoque, con la lucha antiimperialista de América para liberarse de la dominación española. La Libertadora ha sido “coronada no solo por azahares, no solo por el gran amor…”, sino también “...por nuestra sangre y nuestra guerra”.
En síntesis, cuando invoca a Sáenz entre los acantilados de Paita, Neruda transforma a Sáenz en un símbolo progresista, en un ícono de la revolución y la independencia a la par de Bolívar. En general, los novelistas y otros escritores contemporáneos han adherido a esta imagen idealizada de Sáenz como revolucionaria. En El general en su laberinto, la renombrada novela histórica que escribió en 1989, Gabriel García Márquez concibe a Manuela Sáenz casi como una moderna guerrillera. La describe de este modo: “Fumaba una cachimba de marinero, se perfumaba con agua de verbena, que era una loción de militares, se vestía de hombre y andaba entre soldados, pero su voz afónica seguía siendo buena para las penumbras del amor”.
En su obra de 1990, El libertador y la guerrillera, Germán Arciniegas refuerza la imagen de Sáenz como integrante de la vanguardia de Bolívar. La obra adopta la forma de una clásica tragedia de tres actos y rastrea la historia del surgimiento y la caída política de Bolívar. En la trama interviene un coro de esclavos negros recientemente liberados. El autor muestra a Sáenz como una compañera de armas del Libertador y como triste testigo de su destino, incluyendo el colapso de su sueño de unidad hispanoamericana. También aparece como una especie de profetisa o adivina, un ser que puede ver ese destino pero no puede cambiarlo o detenerlo.
Las feministas hispanoamericanas, en particular, han acogido a Sáenz con especial fervor. Su interés en ella floreció en los años ochenta del siglo xx, estimulado por los diversos movimientos de derechos humanos y derechos de la mujer, y en especial, gracias a la escritora y activista ecuatoriana Nela Martínez. En una pionera recopilación de ensayos titulada Manuela Libertad (1983), Martínez —miembro del Partido Comunista y líder del Frente Continental de Mujeres por la Paz y Contra la Intervención— reclamó una perspectiva renovada y más equilibrada sobre Manuela Sáenz y sus “muchas caras”.
En su ensayo pidió que los historiadores reconocieran a la Libertadora su “justo lugar en la historia” y admitieran que había sido mucho más que una amante famosa. Luego, para destacar ese lugar y celebrar a la heroína de Quito, convocó el “Primer Encuentro con la Historia: Manuela Sáenz”. El evento congregó a unas cuarenta mujeres de Ecuador, Perú y Cuba que, a fines de septiembre de 1989, se reunieron en Paita para honrar la memoria de Sáenz y visitar su casa y su hipotética tumba.
El Primer Encuentro ofreció a sus participantes una oportunidad inigualable. Durante la ceremonia inaugural, Martínez, la oradora principal, se refirió a la Libertadora como mujer emancipada y “precursora” feminista, que en su vida había demostrado “la capacidad de las mujeres para ejercer liderazgo”. También habló de la ideología bolivariana de Manuela Sáenz. Como su célebre amante, ella había reconocido “la necesidad de crear un gran hogar latinoamericano, borrar los límites coloniales y llevar a estos países hacia… una independencia y solidaridad completa y verdadera”. Prosiguió sugiriendo que esa perspectiva tenía en cuenta la apremiante situación de los “abusados herederos de los indoamericanos”.
Martínez declaró luego que las contribuciones de Sáenz a la Independencia estaban a la par que las de su amante, que había sido “copartícipe” de su proyecto continental y que, por lo tanto, debía ser vista menos como la Libertadora (un término aparentemente contaminado por su origen patriarcal) que como “Colibertador”. Ella y otras participantes firmaron luego un documento que se conoció como la Declaración de Paita. Las firmantes prometían “recoger la bandera de Sáenz” y completar el proceso de emancipación que ella sostensiblemente había iniciado; prometieron, ante todo, “luchar para eliminar cualquier forma de discriminación por razón de sexo, raza, clase o nacionalidad”.
* Escritora estadounidense con familia materna de origen colombiano. Ph.D en Historia y especializada en Latinoamérica. Se publica por cortesía de Penguin Random House Grupo Editorial.