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Tres nombres y un destino llamado Occidente (De Urufa a Europa XI)

El monje Graciano, el obispo Roberto Grosseteste y Tomás de Aquino fueron tres de los estudiosos que con sus obras lograron recuperar la sabiduría de los clásicos, y a partir de ellas, crear nuevos saberes, como el derecho canónico, el método científico y el estudio de la naturaleza por medio de la razón. Gracias en gran medida a ellos, los siglos XII y XIII fueron esenciales en la historia de la formación de Europa.

Fernando Araújo Vélez
13 de diciembre de 2024 - 10:43 p. m.
Tomás de Aquino (izquierda), el obispo Roberto Grosseteste (superior derecha) y el monje Graciano (inferior derecha)
Tomás de Aquino (izquierda), el obispo Roberto Grosseteste (superior derecha) y el monje Graciano (inferior derecha)
Foto: Wikicommons
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Hasta el siglo XII, el sistema de derecho en aquellas tierras que los árabes, los indios y los chinos llamaban La cristiandad, era un absoluto desorden. Las leyes, esencialmente eclesiásticas, dependían de los obispos, de sus subalternos, y los obispos dependían del papa, y el papa de los reyes y los emperadores de cada pequeño o inmenso territorio. No había ningún tipo de “corpus”, de sistema, ni de manual en estados de legalidad que eran básicamente religiosos. Los delitos y las penas cambiaban según la región, y de acuerdo con el humor y las preferencias de cada “juez”. Aquel caos que llevó a que Europa fuera tierra de nadie y ley de venganzas personales, comenzó a transformarse gracias a la obra de un monje boloñés llamado Graciano, que se dedicó a escribir una obra que tituló “Concordancia de los cánones discordantes”.

Aquel libro con los años fue llamado “Decretum”, y apareció hacia el año de 1140. Generó distintas polémicas, y algunos de sus puntos fueron ampliamente debatidos. Sin embargo, su trabajo fue aceptado por la Iglesia, aunque no lo oficializara, y se convirtió en la base del derecho canónico, en parte por su lógica, su laboriosidad, y en parte porque hasta entonces no se había hecho una organización y racionalización de la ley eclesiástica. Graciano acabó por imponer su sistema, y su sistema se expandió por el continente, pero más allá de eso, su libro se convirtió en una semilla para la unidad teórica de Europa. Con él se iniciaba el concepto de la uniformidad en la ley, y también, en la vida. Su manual, por llamarlo así, fue de obligatorio uso en el derecho canónico hasta 1917, y en recurrente consulta después.

Graciano pasó a la historia como un monje. No obstante, algunos estudiosos afirmaron que fue consejero de los papas Inocencio II y Eugenio II, y que había sido obispo. Pese a que nunca se logró saber dónde había nacido o en qué año, ni los principales datos de su muerte, Bolonia erigió un monumento en su honor en la basílica de San Petronio. Con él, por él, y por Irnerio en el campo del derecho civil, la ciudad se convirtió por aquellos años en el centro del derecho europeo. Por sus trabajos, basados en la Biblia, en documentos religiosos y antiguos, en los libros sagrados católicos y de otras religiones, en las bulas papales, en diversos textos que se contradecían y en otros que surgían del poder civil, el derecho se convirtió en una ciencia jurídica separada de la retórica.

Por los últimos años del siglo XII y los primeros del XIII, un pensador y escritor casi contemporáneo de Graciano llamado Roberto Grosseteste, nacido en Sulfolk, Inglaterra, obispo de Lincoln, removió los viejos y muy viejos cimientos del saber occidental con sus teorías sobre la luz, la creación del universo y el método. Estudió en Oxford y en la Universidad de París, y como lo señaló Roger Bacon en su “Compendium Studii”, “Antes que otros hombres, Grosseteste escribió sobre ciencia”. Bacon leyó y puso en prueba sus teorías, y por ellas y por lo que había observado del imperio Mongol en una demostración del uso y la producción de la pólvora, dedujo cómo se podía fabricar de una manera científica. Con amplias influencias de Grosseteste, perfeccionó el método científico.

Trescientos años antes de que se hicieran los primeros lentes de aumento, Grosseteste había escrito que “Esta parte de la óptica, cuando se entiende bien, nos muestra cómo podemos hacer que cosas que están a una distancia muy lejana parezcan como si estuvieran muy cerca, y las cosas grandes que están cerca parezcan muy pequeñas, y cómo podemos hacer que las cosas pequeñas que están lejos parezcan de cualquier tamaño que queramos; de manera que podría ser posible para nosotros leer las letras más pequeñas a distancias increíbles o contar la arena o las semillas o cualquier clase de objetos diminutos”. Entre sus estudios de la luz y la óptica, la religión y la política, fue convenciéndose cada vez más de que los inventos de los humanos debían evolucionar, y que eso solo se podría lograr si se deducía su método.

Grosseteste había logrado desarrollar un estilo de inducción y de pruebas sistemáticas basadas en los textos de Aristóteles que había traducido, y consideraba que la primera acción de cualquier tipo de búsqueda debía pasar por descomponer el fenómeno que pretendía conocer e indagar en él los principios que lo conformaban. Luego, según sus estudios, combinaba los elementos y principios hallados de una forma sistemática y anotaba los resultados obtenidos. En sus procesos, que partían y terminaban en la observación y con ella, tenía muy en cuenta las mediciones que había realizado, que como toda medición, eran un medio, no un fin. Su objetivo era conocer, y conociendo, crear, y creando, evolucionar. Con sus métodos cambió en Occidente la idea del tiempo, y aparecieron los primeros relojes en las torres de las plazas principales de algunas ciudades.

El tercer personaje que influyó con sus trabajos y sus observaciones en la creación de Europa fue Tomás de Aquino. Según el historiador británico Peter Watson, “Su intento de reconciliar el cristianismo con Aristóteles y los clásicos en general fue una hazaña de gran creatividad que rompió todos los moldes. Antes de Aquino el mundo no tenía significado ni orden excepto en relación con Dios. Lo que conocemos como revolución Tomista creó, al menos en un principio, la posibilidad de una perspectiva natural y secular, al distinguir, como señala Collin Morris, ‘entre los ámbitos de lo natural y lo sobrenatural, de la naturaleza y la gracia, de la razón y la revelación. Desde Aquino en adelante, el estudio objetivo del orden natural fue posible, al igual que la idea de un estado secular’”. Para él, la naturaleza tenía unas leyes, un orden, que eran apreciados y entendidos por la razón.

En principio, sus postulados fueron tomados como una especie de herejía por la Iglesia y el pueblo, pues Aquino parecía negar “el poder de Dios para realizar milagros”. Luego, sus afirmaciones provocaron una profunda revolución en la manera de entender la vida, tanto de los cristianos como de los no cristianos, y se abrieron de nuevo las puertas para la razón, cerradas desde hacía mil años. Partiendo de Tomás de Aquino, Hugo de Saint-Víctor, de la abadía agustiniana de París, afirmaba que había que aprenderlo todo para después darse cuenta de que nada era superfluo. De aquella actitud, según Watson, “surgió la práctica medieval de escribir ‘summae’, tratados enciclopédicos preocupados por sintetizar todo el conocimiento. Hugo escribió la primera y Aquino, probablemente, la mejor”.

Fernando Araújo Vélez

Por Fernando Araújo Vélez

De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.Faraujo@elespectador.com

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