Tres poemas militantes para recordar al Pablo Neruda comunista
En el aniversario de la muerte del gran poeta chileno, Premio Nobel de Literatura 1971, recordamos su polémica militancia en el Partido Comunista de su país y su admiración por líderes de la antigua Unión Soviética como Stalin.
Pablo Neruda * / Especial para El Espectador
LOS COMUNISTAS
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LOS COMUNISTAS
Han pasado unos cuantos años desde que ingresé al partido
Estoy contento
Los comunistas Hacen una buena familia...
Tienen el pellejo curtido y el corazón templado...
Por todas partes reciben Palos...
Palos exclusivos para ellos...
Vivan los espiritistas, los monarquitas, los aberrantes, los criminales De varios grados...
Viva la filosofía con humo pero sin esqueletos...
Viva el perro que ladra y que muerde, Vivan los astrólogos libidinosos, viva la pornografía, viva el cinismo, viva el camarón, viva todo el mundo, Menos los comunistas...
Vivan los cinturones de castidad, vivan los conservadores que no se lavan los pies Ideológicos desde hace quinientos años...
Vivan los piojos de las poblaciones miserables, viva la losa Común gratuita, viva el anarcocapitalismo, viva Rilke, viva André Gide con su corydoncito, viva cualquier Misticismo...
Todo está bien...
Todos son heroicos...
Todos los periódicos deben salir...
Todos pueden Publicarse, menos los comunistas...
Todos los políticos deben entrar en Santo Domingo sin cadenas...
Todos deben celebrar la muerte del sanguinario, del Trujillo, menos los que más duramente lo Combatieron...
Viva el carnaval, los últimos días del carnaval...
Hay disfraces para todos...
Disfraces de Idealista cristiano, disfraces de extremo izquierda, disfraces de damas benéficas y de matronas caritativas...
Pero, cuidado, no dejen entrar a los comunistas...
Cierren bien la puerta...
No se vayan a equivocar...
No Tienen derecho a nada...
Preocupémonos de lo su objetivo, de la esencia del hombre, de la esencia de la Esencia...
Así estaremos todos contentos...
Tenemos libertad...
Qué grande es la libertad...
Ellos no la Respetan, no la conocen...
La libertad para preocuparse de la esencia...
De lo esencial de la esencia...
Así han pasado los últimos años...
Pasó el jazz, llegó el soul, naufragamos en los postulados de la Pintura abstracta, nos estremeció y nos mató la guerra...
En este lado todo quedaba igual...
¿O no quedaba Igual?...
Después de tantos discursos sobre el espíritu y de tantos palos en la cabeza, algo andaba mal...
Muy mal...
Los cálculos habían fallado...
Los pueblos se organizaban...
Seguían las guerrillas y las Huelgas...
Cuba y Chile se independizaban...
Muchos hombres y mujeres cantaban la Internacional...
Qué Raro...
Qué desconsolador...
Ahora la cantaban en chino, en búlgaro, en español de América...
Hay que Tomar urgentes medidas...
Hay que proscribirlo...
Hay que hablar más del espíritu...
Exaltar más el mundo Libre...
Hay que dar más palos...
Hay que dar más dólares...
Esto no puede continuar...
Entre la libertad de Los palos y el miedo de Germán Arciniegas...
Y ahora Cuba...
En nuestro propio hemisferio, en la mitad de Nuestra manzana, estos barbudos con la misma canción...
Y para qué nos sirve Cristo?...
De qué modo nos Han servido los curas?...
Ya no se puede confiar en nadie...
Ni en los mismos curas ...
No ven nuestros Puntos de vista...
No ven cómo bajan nuestras acciones en la Bolsa...
Mientras tanto trepan los hombres por el sistema solar...
Quedan huellas de zapatos en la luna...
Todo lucha por cambiar, menos los viejos sistemas...
La vida de los viejos sistemas nació de inmensas Telarañas medioevales...
Telarañas más duras que los hierros de la maquinaria...
Sin embargo, hay gente
Que cree en un cambio, que ha practicado el cambio, que ha hecho triunfar el cambio, que ha florecido el Cambio...
Caramba!...
La primavera es inexorable!
A MI PARTIDO
Me has dado la fraternidad hacia el que no conozco.
Me has agregado la fuerza de todos los que viven.
Me has vuelto a dar la patria como en un nacimiento.
Me has dado la libertad que no tiene el solitario.
Me enseñaste a encender la bondad, como el fuego.
Me diste la rectitud que necesita el árbol.
Me enseñaste a ver la unidad y la diferencia de los hombres.
Me mostraste cómo el dolor de un ser ha muerto en la victoria de todos.
Me enseñaste a dormir en las camas duras de mis hermanos.
Me hiciste construir sobre la realidad como sobre una roca.
Me hiciste adversario del malvado y muro del frenético.
Me has hecho ver la claridad del mundo y la posibilidad de la alegría.
Me has hecho indestructible porque contigo no termino en mí mismo.
ODA A STALIN
Camarada Stalin, yo estaba junto al mar en la Isla Negra,
descansando de luchas y de viajes,
cuando la noticia de tu muerte llegó como un golpe de océano.
Fue primero el silencio, el estupor de las cosas, y luego llegó del mar una
ola grande.
De algas, metales y hombres, piedras, espuma y lágrimas estaba hecha esta
ola.
De historia, espacio y tiempo recogió su materia
y se elevó llorando sobre el mundo
hasta que frente a mí vino a golpear la costa
y derribó a mis puertas su mensaje de luto
con un grito gigante
como si de repente se quebrara la tierra.
Era en 1914.
En las fábricas se acumulaban basuras y dolores.
Los ricos del nuevo siglo
se repartían a dentelladas el petróleo y las islas, el cobre y los canales.
Ni una sola bandera levantó sus colores
sin las salpicaduras de la sangre.
Desde Hong Kong a Chicago la policía
buscaba documentos y ensayaba
las ametralladoras en la carne del pueblo.
Las marchas militares desde el alba
mandaban soldaditos a morir.
Frenético era el baile de los gringos
en las boîtes de París llenas de humo.
Se desangraba el hombre.
Una lluvia de sangre
caía del planeta,
manchaba las estrellas.
La muerte estrenó entonces armaduras de acero.
El hambre
en los caminos de Europa
fue como un viento helado aventando hojas secas y quebrantando huesos.
El otoño soplaba los harapos.
La guerra había erizado los caminos.
Olor a invierno y sangre
emanaba de Europa
como de un matadero abandonado.
Mientras tanto los dueños
del carbón,
del hierro,
del acero,
del humo,
de los bancos,
del gas,
del oro,
de la harina,
del salitre,
del diario El Mercurio,
los dueños de burdeles,
los senadores norteamericanos,
los filibusteros
cargados de oro y sangre
de todos los países,
eran también los dueños
de la Historia.
Allí estaban sentados
de frac, ocupadísimos
en dispensar condecoraciones,
en regalarse cheques a la entrada
y robárselos a la salida,
en regalarse acciones de la carnicería
y repartirse a dentelladas
trozos de pueblo y de geografía.
Entonces con modesto
vestido y gorra obrera,
entró el viento,
entró el viento del pueblo.
Era Lenin.
Cambió la tierra, el hombre, la vida.
El aire libre revolucionario
trastornó los papeles
manchados. Nació una patria
que no ha dejado de crecer.
Es grande como el mundo, pero cabe
hasta en el corazón del más
pequeño
trabajador de usina o de oficina,
de agricultura o barco.
Era la Unión Soviética.
Junto a Lenin
Stalin avanzaba
y así, con blusa blanca,
con gorra gris de obrero,
Stalin,
con su paso tranquilo,
entró en la Historia acompañado
de Lenin y del viento.
Stalin desde entonces
fue construyendo. Todo
hacía falta. Lenin recibió de los zares
telarañas y harapos.
Lenin dejó una herencia
de patria libre y ancha.
Stalin la pobló
con escuelas y harina,
imprentas y manzanas.
Stalin desde el Volga
hasta la nieve
del Norte inaccesible
puso su mano y en su mano un hombre
comenzó a construir.
Las ciudades nacieron.
Los desiertos cantaron
por primera vez con la voz del agua.
Los minerales
acudieron,
salieron
de sus sueños oscuros,
se levantaron,
se hicieron rieles, ruedas,
locomotoras, hilos
que llevaron las sílabas eléctricas
por toda la extensión y la distancia.
Stalin
construía.
Nacieron
de sus manos
cereales,
tractores,
enseñanzas,
caminos,
y él allí,
sencillo como tú y como yo,
si tú y yo consiguiéramos
ser sencillos como él.
Pero lo aprenderemos.
Su sencillez y su sabiduría,
su estructura
de bondadoso pan y de acero inflexible
nos ayuda a ser hombres cada día,
cada día nos ayuda a ser hombres.
¡Ser hombres! ¡Es ésta
la ley staliniana!
Ser comunista es difícil.
Hay que aprender a serlo.
Ser hombres comunistas
es aún más difícil,
y hay que aprender de Stalin
su intensidad serena,
su claridad concreta,
su desprecio
al oropel vacío,
a la hueca abstracción editorial.
Él fue directamente
desentrañando el nudo
y mostrando la recta
claridad de la línea,
entrando en los problemas
sin las frases que ocultan
el vacío,
derecho al centro débil
que en nuestra lucha rectificaremos
podando los follajes
y mostrando el designio de los frutos.
Stalin es el mediodía,
la madurez del hombre y de los pueblos.
En la guerra lo vieron
las ciudades quebradas
extraer del escombro
la esperanza,
refundirla de nuevo,
hacerla acero,
y atacar con sus rayos
destruyendo
la fortificación de las tinieblas.
Pero también ayudó a los manzanos
de Siberia
a dar sus frutas bajo la tormenta.
Enseñó a todos
a crecer, a crecer,
a plantas y metales,
a criaturas y ríos
les enseñó a crecer,
a dar frutos y fuego.
Les enseñó la Paz
y así detuvo
con su pecho extendido
los lobos de la guerra.
Frente al mar de la Isla Negra, en la mañana,
icé a media asta la bandera de Chile.
Estaba solitaria la costa y una niebla de plata
se mezclaba a la espuma solemne del océano.
A mitad de su mástil, en el campo de azul,
la estrella solitaria de mi patria
parecía una lágrima entre el cielo y la tierra.
Pasó un hombre del pueblo, saludó comprendiendo,
y se sacó el sombrero.
Vino un muchacho y me estrechó la mano.
Más tarde el pescador de erizos, el viejo buzo
y poeta,
Gonzalito, se acercó a acompañarme bajo la bandera.
«Era más sabio que todos los hombres juntos», me dijo
mirando el mar con sus viejos ojos, con los viejos
ojos del pueblo.
Y luego por largo rato no dijimos nada.
Una ola
estremeció las piedras de la orilla.
«Pero Malenkov ahora continuará su obra», prosiguió
levantándose el pobre pescador de chaqueta raída.
Yo lo miré sorprendido pensando: ¿Cómo, cómo lo sabe?
¿De dónde, en esta costa solitaria?
Y comprendí que el mar se lo había enseñado.
Y allí velamos juntos, un poeta,
un pescador y el mar
al Capitán lejano que al entrar en la muerte
dejó a todos los pueblos, como herencia, su vida.