Le decían La pluma, aún antes, muchos años antes de que sus compañeros de lucha empezaran a llamarlo Trotski, en honor a su carcelero en Siberia, un hombre con quien habló y profundizó sobre el ser ruso, sobre literatura y filosofía, y con quien discutía sobre Dostoievski y Pushkin y el verdadero sentido de la vida, sobre la política, Dios y los zares.