Último canto del ‘negrito contento’
El Espectador le hizo la última entrevista a uno de los más grandes artistas del país, el chocoano Alfonso Córdoba.
Nelson Fredy Padilla
La gran voz del Chocó iba a sonar por última vez, pero sólo él parecía saberlo. Cuando llegó a la Casa de Encuentros Isaac Rodríguez, en Quibdó, todo mundo empezó a aplaudirlo hasta que tomó asiento. Era el invitado especial al homenaje a los maestros del Chocó, organizado por el programa juvenil “La Legión del Afecto”. Venía agarrado del brazo de uno de sus alumnos de música, vestido de blanco de pies a cabeza, con su clásica boina blanca. Respondía a las palmas con venias.
Se sentó junto a Libia Abadía de Valencia, una maestra de 87 años que recorrió el Chocó durante medio siglo y asegura que “a través de las últimas dos generaciones fui testigo de la vida y obra de este gran hombre: Alfonso Córdoba Mosquera, mi amigo, el maestro de maestros, la palanca cultural de la región, el coloso, el brujo”. Al lado estaba Consolación Murillo de Lozano, la madre de Alexis Lozano, el director de la orquesta Guayacán. “El Brujo nos enseñó a cantar a todos, nos hizo felices, ha sido inspiración para mi hijo y para todos los artistas afrocolombianos. No sé por qué sólo hasta ahora el país se dio cuenta de su vocación y de su legado”. “Tuvo que haber una ministra negra para que vinieran a imponerle la Gran Orden al Mérito Cultural”, comentan ellas.
“Maestro: usted es un ejemplo para el país”, le dijo el presidente Álvaro Uribe el año pasado cuando le impuso dicha condecoración en un consejo comunal, junto con la ministra de Cultura, Paula Moreno. Considerado por este Ministerio “uno de los diez grandes personajes de la cultura nacional”, esta semana la funcionaria lamentó su muerte: “Alfonso Córdoba fue uno de los mayores exponentes del patrimonio y la memoria musical del Pacífico colombiano, un artista integral”.
Hoy, 3 de julio, la ministra le rendirá un homenaje en Quibdó, durante el Primer Encuentro Nacional de Diversidad Cultural. Será el primero de muchos porque están en camino discos inéditos de las mil canciones que le atribuyen haber compuesto, uno de ellos grabado por Alexis Lozano, otros de las diez orquestas de las que formó parte, toques en los bares de Barranquilla, Cali y Bogotá donde cantó, dos documentales, libros, escuelas en su memoria... herencia cultural.
A pesar de la debilidad que mostraba diez días antes de su fallecimiento, por una deficiencia cardíaca, impresionaba estrecharle la mano gigante y callosa al bracero del río Baudó, al carpintero de ribera; y a la vez encontrarse de frente con la dulzura del más talentoso boga del Chocó, hijo de Salomón el juglar y Clara la vivandera. Un cantor y cuentero capaz de hacer reír o llorar con el timbre de su voz, de fabricar del corazón de los árboles de la selva marímbulas y caránganos para interpretar música, de tallar madera o moldear esculturas de arcilla con sus dedos mágicos, de crear los disfraces para las fiestas de San Pacho o de diseñar la filigrana de oro y platino que le valió, en 2005, el Premio Nacional de Artesanías de Colombia. Cuando paseaba por el malecón de Quibdó, la gente decía: “Allá va El Brujo, el que más sabe”.
La entrevista
Maestro: ¿Qué significan para usted estos homenajes como artista? “Un reconocimiento a tanta cosita que uno ha hecho”. ¿Dónde estudió? “Sólo hice hasta cuarto de primaria, pero enriquecía el oído con los músicos de mi generación y con ritmos foráneos como el son, el calypso, el tango y el charleston”. ¿Cuántos años tiene? “Tengo 82, cumplo 83 el 30 de agosto, pero ponga ahí que tengo 83 a ver si de aquí a allá sigo sonando”. ¿En qué proyectos trabaja actualmente? “Quiero crear una escuela de joyería (la aprendió de maestros italianos en Barranquilla) para los jóvenes más pobres con la ayuda del Sena, y estoy recopilando la memoria musical del Chocó, para que quede grabada a disposición de todos los colombianos”. ¿Qué ha hecho usted por el Chocó? “Hice todo lo que pude como afrocolombiano por el mejor vivir de mi pueblo, sin imaginarme que mis últimos días iban a ser de tanto homenaje”. ¿Por qué incluso ante la muerte, los chocoanos quieren ser felices? “Eso viene con nuestra alma nativa. Todos tenemos que morir y lo importante es estar preparado para ese momento, con la conciencia tranquila”.
Sesenta profesores chocoanos, sus amigos de los ríos Baudó, San Juan y Atrato, querían que los acompañara en una travesía nacional de reconocimiento que termina el 6 de julio en Medellín. Alfonso Córdoba les dijo: “Mi corazón ya no aguantaba tanto voltaje”. Hablaba despacio y la respiración se le iba con cada frase. En aquel momento me pidió que lo dejara tomar aire, porque estaba allí para cantar. Libia y Consolación estuvieron de acuerdo.
El maestro se cubrió los ojos con su mano derecha en busca de concentración y pasados un par de minutos, con los últimos arrestos de energía que le quedaban, se paró apoyado en el brazo de su alumno para cantar a capela El negrito contento, una de las canciones que lo inmortalizaron. Es una oda a su tierra, en la que da gracias por las bendiciones recibidas, un grito de felicidad que termina a carcajadas —dichosas y macabras—, y con el estribillo soy, yo soy... un negrito contento.
La gran voz del Chocó iba a sonar por última vez, pero sólo él parecía saberlo. Cuando llegó a la Casa de Encuentros Isaac Rodríguez, en Quibdó, todo mundo empezó a aplaudirlo hasta que tomó asiento. Era el invitado especial al homenaje a los maestros del Chocó, organizado por el programa juvenil “La Legión del Afecto”. Venía agarrado del brazo de uno de sus alumnos de música, vestido de blanco de pies a cabeza, con su clásica boina blanca. Respondía a las palmas con venias.
Se sentó junto a Libia Abadía de Valencia, una maestra de 87 años que recorrió el Chocó durante medio siglo y asegura que “a través de las últimas dos generaciones fui testigo de la vida y obra de este gran hombre: Alfonso Córdoba Mosquera, mi amigo, el maestro de maestros, la palanca cultural de la región, el coloso, el brujo”. Al lado estaba Consolación Murillo de Lozano, la madre de Alexis Lozano, el director de la orquesta Guayacán. “El Brujo nos enseñó a cantar a todos, nos hizo felices, ha sido inspiración para mi hijo y para todos los artistas afrocolombianos. No sé por qué sólo hasta ahora el país se dio cuenta de su vocación y de su legado”. “Tuvo que haber una ministra negra para que vinieran a imponerle la Gran Orden al Mérito Cultural”, comentan ellas.
“Maestro: usted es un ejemplo para el país”, le dijo el presidente Álvaro Uribe el año pasado cuando le impuso dicha condecoración en un consejo comunal, junto con la ministra de Cultura, Paula Moreno. Considerado por este Ministerio “uno de los diez grandes personajes de la cultura nacional”, esta semana la funcionaria lamentó su muerte: “Alfonso Córdoba fue uno de los mayores exponentes del patrimonio y la memoria musical del Pacífico colombiano, un artista integral”.
Hoy, 3 de julio, la ministra le rendirá un homenaje en Quibdó, durante el Primer Encuentro Nacional de Diversidad Cultural. Será el primero de muchos porque están en camino discos inéditos de las mil canciones que le atribuyen haber compuesto, uno de ellos grabado por Alexis Lozano, otros de las diez orquestas de las que formó parte, toques en los bares de Barranquilla, Cali y Bogotá donde cantó, dos documentales, libros, escuelas en su memoria... herencia cultural.
A pesar de la debilidad que mostraba diez días antes de su fallecimiento, por una deficiencia cardíaca, impresionaba estrecharle la mano gigante y callosa al bracero del río Baudó, al carpintero de ribera; y a la vez encontrarse de frente con la dulzura del más talentoso boga del Chocó, hijo de Salomón el juglar y Clara la vivandera. Un cantor y cuentero capaz de hacer reír o llorar con el timbre de su voz, de fabricar del corazón de los árboles de la selva marímbulas y caránganos para interpretar música, de tallar madera o moldear esculturas de arcilla con sus dedos mágicos, de crear los disfraces para las fiestas de San Pacho o de diseñar la filigrana de oro y platino que le valió, en 2005, el Premio Nacional de Artesanías de Colombia. Cuando paseaba por el malecón de Quibdó, la gente decía: “Allá va El Brujo, el que más sabe”.
La entrevista
Maestro: ¿Qué significan para usted estos homenajes como artista? “Un reconocimiento a tanta cosita que uno ha hecho”. ¿Dónde estudió? “Sólo hice hasta cuarto de primaria, pero enriquecía el oído con los músicos de mi generación y con ritmos foráneos como el son, el calypso, el tango y el charleston”. ¿Cuántos años tiene? “Tengo 82, cumplo 83 el 30 de agosto, pero ponga ahí que tengo 83 a ver si de aquí a allá sigo sonando”. ¿En qué proyectos trabaja actualmente? “Quiero crear una escuela de joyería (la aprendió de maestros italianos en Barranquilla) para los jóvenes más pobres con la ayuda del Sena, y estoy recopilando la memoria musical del Chocó, para que quede grabada a disposición de todos los colombianos”. ¿Qué ha hecho usted por el Chocó? “Hice todo lo que pude como afrocolombiano por el mejor vivir de mi pueblo, sin imaginarme que mis últimos días iban a ser de tanto homenaje”. ¿Por qué incluso ante la muerte, los chocoanos quieren ser felices? “Eso viene con nuestra alma nativa. Todos tenemos que morir y lo importante es estar preparado para ese momento, con la conciencia tranquila”.
Sesenta profesores chocoanos, sus amigos de los ríos Baudó, San Juan y Atrato, querían que los acompañara en una travesía nacional de reconocimiento que termina el 6 de julio en Medellín. Alfonso Córdoba les dijo: “Mi corazón ya no aguantaba tanto voltaje”. Hablaba despacio y la respiración se le iba con cada frase. En aquel momento me pidió que lo dejara tomar aire, porque estaba allí para cantar. Libia y Consolación estuvieron de acuerdo.
El maestro se cubrió los ojos con su mano derecha en busca de concentración y pasados un par de minutos, con los últimos arrestos de energía que le quedaban, se paró apoyado en el brazo de su alumno para cantar a capela El negrito contento, una de las canciones que lo inmortalizaron. Es una oda a su tierra, en la que da gracias por las bendiciones recibidas, un grito de felicidad que termina a carcajadas —dichosas y macabras—, y con el estribillo soy, yo soy... un negrito contento.