Un álbum sin rostro (El cajón de Santaora)
Por décadas, el aspecto de Bobby Caldwell fue, para muchos, una silueta sentada en un parque al atardecer. La noticia de su muerte puso a rodar su figura y sus canciones por las redes sociales. Todavía nos pregunta ¿qué no haríamos por amor?
Julia Díaz Santa
El tipo se subió al escenario y la sorpresa fue mutua. Pensó que los gestos de asombro en el público debían parecerse a los de su propia cara. Era su primera gira y oficiaba como telonero de Natalie Cole. Una cantante que promocionaba sus más recientes éxitos, los cuales reunían a más de cuatro mil quinientos espectadores en el recinto esa noche.
La madre de ella, María Hawkins Ellington, había sido cantante principal de la orquesta de Duke Ellintong. Su padre, nada más y nada menos que Nat King Cole. Natalie, la primera artista femenina en tener dos álbumes de platino en un año. Eran finales de los años setenta y el R&B inundaba la radio norteamericana.
Y ahí estaba él. También venía de una familia con pedigree, pero no de ese tamaño ni del mundo de la música. Sus padres, Bob and Carolyn Caldwell, eran los presentadores de uno de los shows de televisión más exitosos de su tiempo.
¿De dónde había sacado el chico blanco este ritmo y esa voz que parecía venir de las mismísimas raíces afroamericanas? “Pasé la mayor parte de mi infancia en Miami, que era un basurero para todo tipo de música: haitiana, reggae, latina, pop, R&B. Quiero decir, era realmente una ciudad diversificada”, diría en una entrevista para npr music, un par de décadas después.
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No solo eso, hacía unos años que el joven músico se había hecho amigo de Bob Marley. Carolyn Caldwell, la madre también corredora de bienes raíces, le vendió su casa en Miami a la leyenda del reggae. Así que “como amigos nos acercamos lo suficiente, pude sentir que había estado en Jamaica”, dijo en esa entrevista para npr music.
Volvamos a la gira inaugural. Bobby estaba ahí parado en el escenario para interpretar What You Won’t Do For Love, una canción que iba avanzando muy rápidamente en las listas de la radio en Estados Unidos. Una canción que por poco no aparece en su álbum debut como cantante solista.
El disco había sido grabado en TK Records, un sello ubicado en Florida. El tipo que dirigía la compañía, Henry Stone, un magnate de la música, se le acercó cuando habían terminado la grabación y le dijo que le gustaba el álbum, pero que simplemente no escuchaba el hit.
“Entonces, rápido, a toda prisa, en los últimos minutos, entramos y cortamos este ritmo. Yo, velozmente, escribí una letra. Ya sabes, eso solo te muestra que a veces las cosas que ignoras son las cosas que surgen y te hacen levantar cabeza, ¿sabes?”, dijo en la misma conversación con la periodista Farai Chideya.
Antes de pararse en el escenario, en su primera noche de gira, Bobby no sabía que toda su audiencia sería completamente afroamericana. Y el público que fue a verlo, mucho menos se imaginaba que quien por esos días los hacía bailar lucía así, como un niño blanco.
La cuestión se había invertido. Durante los años sesenta, muchos afroamericanos publicaron álbumes sin sus imágenes en la portada por temor a que los blancos no compraran su música. Y ahora, en TK Records no querían que se supiera que Bobby era blanco. “Hoy, mientras hablamos, todavía hay algunos que no saben eso”, diría tras veinticinco años de carrera.
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Algo extraño si recordamos que su canción What You Won’t Do For Love fue versionada por distintos artistas, desde ese entonces. Tanto así que Tupac Shakur, uno de los raperos más importantes de todos los tiempos, símbolo de resistencia y activismo contra el racismo, la incluyó en su canción “Do For Love”.
Bobby Cadwell miró a su audiencia en ese momento inaugural, su primera gira como solista. Al verse cara a cara, todos estaban un poco impactados. Luego salió ese sonido de algodón de azúcar con el órgano Hammond. Las trompetas deslizadas, el teclado electrónico y el contrabajo fueron haciendo lo suyo mientras Bobby cantaba felizmente. Y entonces el aspecto de las cosas ya no importó en absoluto. Todo fue sensorialidad, cuerpo.
Hace algunas semanas, la noticia de la muerte de Bobby Cadwell puso a rodar su figura y sus canciones por las redes sociales. Con su traje, su sombrero, su nariz grande y sus ojos claros. Muchos recién descubrieron su rostro. Más allá de los vericuetos del mercadeo en la industria musical, él todavía nos pregunta ¿qué no haríamos por amor?
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El tipo se subió al escenario y la sorpresa fue mutua. Pensó que los gestos de asombro en el público debían parecerse a los de su propia cara. Era su primera gira y oficiaba como telonero de Natalie Cole. Una cantante que promocionaba sus más recientes éxitos, los cuales reunían a más de cuatro mil quinientos espectadores en el recinto esa noche.
La madre de ella, María Hawkins Ellington, había sido cantante principal de la orquesta de Duke Ellintong. Su padre, nada más y nada menos que Nat King Cole. Natalie, la primera artista femenina en tener dos álbumes de platino en un año. Eran finales de los años setenta y el R&B inundaba la radio norteamericana.
Y ahí estaba él. También venía de una familia con pedigree, pero no de ese tamaño ni del mundo de la música. Sus padres, Bob and Carolyn Caldwell, eran los presentadores de uno de los shows de televisión más exitosos de su tiempo.
¿De dónde había sacado el chico blanco este ritmo y esa voz que parecía venir de las mismísimas raíces afroamericanas? “Pasé la mayor parte de mi infancia en Miami, que era un basurero para todo tipo de música: haitiana, reggae, latina, pop, R&B. Quiero decir, era realmente una ciudad diversificada”, diría en una entrevista para npr music, un par de décadas después.
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No solo eso, hacía unos años que el joven músico se había hecho amigo de Bob Marley. Carolyn Caldwell, la madre también corredora de bienes raíces, le vendió su casa en Miami a la leyenda del reggae. Así que “como amigos nos acercamos lo suficiente, pude sentir que había estado en Jamaica”, dijo en esa entrevista para npr music.
Volvamos a la gira inaugural. Bobby estaba ahí parado en el escenario para interpretar What You Won’t Do For Love, una canción que iba avanzando muy rápidamente en las listas de la radio en Estados Unidos. Una canción que por poco no aparece en su álbum debut como cantante solista.
El disco había sido grabado en TK Records, un sello ubicado en Florida. El tipo que dirigía la compañía, Henry Stone, un magnate de la música, se le acercó cuando habían terminado la grabación y le dijo que le gustaba el álbum, pero que simplemente no escuchaba el hit.
“Entonces, rápido, a toda prisa, en los últimos minutos, entramos y cortamos este ritmo. Yo, velozmente, escribí una letra. Ya sabes, eso solo te muestra que a veces las cosas que ignoras son las cosas que surgen y te hacen levantar cabeza, ¿sabes?”, dijo en la misma conversación con la periodista Farai Chideya.
Antes de pararse en el escenario, en su primera noche de gira, Bobby no sabía que toda su audiencia sería completamente afroamericana. Y el público que fue a verlo, mucho menos se imaginaba que quien por esos días los hacía bailar lucía así, como un niño blanco.
La cuestión se había invertido. Durante los años sesenta, muchos afroamericanos publicaron álbumes sin sus imágenes en la portada por temor a que los blancos no compraran su música. Y ahora, en TK Records no querían que se supiera que Bobby era blanco. “Hoy, mientras hablamos, todavía hay algunos que no saben eso”, diría tras veinticinco años de carrera.
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Bobby Cadwell miró a su audiencia en ese momento inaugural, su primera gira como solista. Al verse cara a cara, todos estaban un poco impactados. Luego salió ese sonido de algodón de azúcar con el órgano Hammond. Las trompetas deslizadas, el teclado electrónico y el contrabajo fueron haciendo lo suyo mientras Bobby cantaba felizmente. Y entonces el aspecto de las cosas ya no importó en absoluto. Todo fue sensorialidad, cuerpo.
Hace algunas semanas, la noticia de la muerte de Bobby Cadwell puso a rodar su figura y sus canciones por las redes sociales. Con su traje, su sombrero, su nariz grande y sus ojos claros. Muchos recién descubrieron su rostro. Más allá de los vericuetos del mercadeo en la industria musical, él todavía nos pregunta ¿qué no haríamos por amor?
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