Un análisis a partir del libro “Un año nuevo de descanso y relajación”
Esta novela transcurre en el 2000, un año que presenció la proliferación y el esplendor neoliberal. Un análisis sobre la productividad y el trabajo a partir de la lectura de este libro, escrito por Ottessa Moshfegh.
Valeria Akl Gómez
“El sueño parecía productivo. Algo se estaba arreglando. En el fondo de mi corazón sabía -quizá era lo único que mi corazón sabía entonces- que cuando hubiera dormido lo suficiente, me encontraría bien. Me renovaría, renacería”. Ottessa Moshfegh, Mi año de descanso y relajación
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“El sueño parecía productivo. Algo se estaba arreglando. En el fondo de mi corazón sabía -quizá era lo único que mi corazón sabía entonces- que cuando hubiera dormido lo suficiente, me encontraría bien. Me renovaría, renacería”. Ottessa Moshfegh, Mi año de descanso y relajación
Percibida con sospecha por nuestra sociedad del capitalismo tardío, la relajación es relegada de manera exclusiva a las clases altas o aquellos poco productivos. Al estar inmersos en el devenir del neoliberalismo, hemos normalizado el asociar nuestra valía como personas a nuestra capacidad de producción; enajenandonos del disfrute. Ottessa Moshfegh en su libro Mi año de descanso y relajación (2019) nos recuerda de manera satírica la importancia del sueño y de la hibernación como una terapia reparadora para volver a nosotros mismos y deleitarnos observando la cotidianidad de nuestro existir.
Esta novela transcurre en el 2000, un año que presenció la proliferación y el esplendor neoliberal. Una década atrás había caído la cortina de hierro y Estados Unidos se legitimó como hegemón internacional, como definidor del orden mundial. En este año, las lógicas del consumo y de producción funcionaban por inercia, llegando a su punto máximo: la globalización se encontraba en su apogeo.
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Dos décadas más tarde, las bases de la institución neoliberal se mantienen sólidas; lo que ha llevado a pocos cambios en cuanto a, por ejemplo, la estética, la manera en que las personas se visten, la música e inclusive el arte. Las expresiones estéticas reflejan las realidades socioeconómicas y políticas de distintos períodos y contextos. Estos cambios estéticos suelen emerger en momentos de disrupción estructural, como revoluciones o transformaciones en los imaginarios culturales. Por ejemplo, al considerar décadas separadas por 20 años durante el siglo XX, las diferencias estéticas entre los años 60 y 80, o entre los 70 y 90, son notablemente distintas entre sí.
No obstante, en el siglo XXI un momento vertiginoso que sacudió estas inercias fue la pandemia, trayendo imprevistos para nuestras instituciones y actividades mundanas, como la manera en que trabajamos. Durante el auge del capitalismo tardío, nos hemos acostumbrado a ritmos de consumo rápidos e insaciables, y para sostener esta actividad voraz, necesitamos de ritmos de producción acelerados e incesantes, dando rienda suelta a ciclos de sobreexplotación insostenibles.
Durante la década de 2010, surgieron nuevos modelos de negocio impulsados por la economía gig. Este período fue testigo de la irrupción de empresas innovadoras como WeWork, las cuales promovieron una glamourización artificial en torno a la obsesión por el trabajo, fomentada por las estrategias de la industria tecnológica que ofrecían incentivos (como mesas de billar o comida gratuita) para persuadir a los empleados a pasar más tiempo en la oficina y resultaran trabajando más.
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Con la irrupción de la pandemia, las personas se vieron obligadas a trabajar desde sus casas y la concepción de una rutina laboral normal experimentó un cambio drástico: los espacios de oficina ya no eran el epicentro del trabajo. El auge del trabajo remoto difuminó la línea divisoria entre el tiempo dedicado al trabajo y al ocio personal, generando en muchos una sensación de agotamiento y de estar “quemados”. Pero, para otros, este periodo representó una oportunidad valiosa para reconocer la falta de equilibrio entre su vida personal y laboral, impulsándolos a replantear sus prioridades y valores.
En la misma década (2010), surgieron figuras corporativas destacadas que idealizaban arquetipos como el de la “Girl Boss” (mujer fundadora de empresa). Estas mujeres atribuían sus éxitos al esfuerzo y a su capacidad para desafiar las estructuras heteropatriarcales arraigadas en el mundo empresarial. Esta figura reveló problemáticas que la distanciaban de ser un símbolo feminista geniuno, ya que la girl boss promedio se basaba en privilegios como la blanquitud, posición socioeconómica y belleza.
Sophia Amoruso, autora de #Girlboss (2014) y fundadora de Nasty Gal, un e-commerce, alcanzó un volumen anual de ventas de USD $100 millones con su empresa y obtuvo reconocimiento a través de una serie en Netflix. Sin embargo, junto con su éxito mediático surgieron críticas que cuestionaban la autenticidad de su autoproclamado feminismo, y Nasty Gal fue acusada de plagio por parte de diseñadoras independientes. Además, hubo denuncias de despido de empleadas que tomaron licencia de maternidad.
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Un incidente más reciente implica a Chiara Ferragni, influencer y creadora de uno de los blogs de moda más exitosos y reconocidos: The Blonde Salad. Ferragni se vio envuelta en un escándalo en Italia relacionado con una campaña que prometía objetivos benéficos para el hospital Reina Margarita de Turín, a traves de la venta de unos panes de Navidad. La donación se hizo antes de la venta de los panes, generando confusión entre los compradores: la cantidad de unidades vendidas no representarían mayores recursos para el hospital. En redes sociales, muchos usuarios la tildaron de hipócrita, pues Ferragni usa con frecuencia discursos feministas y de justicia social en sus plataformas para posicionar su marca personal.
También hay figuras masculinas notables en el ámbito corporativo que promueven abiertamente el sistema neoliberal y la cultura del trabajo incesante, sin preocuparse por crear entornos laborales tóxicos para sus empleados. Un ejemplo de esto fue Adam Neumann, fundador de WeWork, quien obligaba a sus empleados a participar en eventos de integración de la empresa donde se incentivaba el consumo de alcohol, y los presionaba para trabajar largas jornadas. Neumann cultivó una especie de culto en torno a WeWork y a la cultura del ajetreo, resultando en el agotamiento y traumas psicológicos para sus empleados.
En diciembre, el empresario colombiano Alexander Torrenegra, fundador de Torre, una de las principales plataformas de empleo en Latinoamérica, publicó en su perfil de X una foto en la que se jactaba de su productividad y de su equipo, mencionando trabajar más de 15 horas al día para cumplir con los objetivos de fin de año. Esta publicación generó críticas y cuestionamientos por parte de varios usuarios, quienes señalaron la normalización de la explotación laboral encabezada por Torrenegra y otros líderes corporativos. Estos hechos de la vida real, similares a los tropos del jefe tóxico que vemos en las películas, nos muestran cómo estas figuras respaldan un sistema corporativo neoliberal que comercializa el feminismo y fomenta un sentido de pertenencia falso y tóxico.
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En esta nueva década de los años 20, han surgido movimientos anti-trabajo que desafían el ethos predominante de las décadas de los 2000 y2010. En ese entonces, la cultura del exceso laboral se veía como el camino para progresar en las jerarquías corporativas, obtener mejores ingresos y, por consiguiente, mejorar la calidad de vida. Empero, la crisis económica y la inflación agravadas por el COVID-19 han desacreditado el ajetreo laboral, ya que los salarios no son suficientes y las generaciones más jóvenes, como los millennials y centennials, priorizan su bienestar emocional.
Estos grupos poblacionales han sido estigmatizados por ser percibidos como perezosos en comparación con generaciones anteriores. Sin embargo, tanto los millennials como los centennials han enfrentado dos crisis económicas globales importantes, la precarización laboral y costos desproporcionados en vivienda y educación. Estas adversidades les han dificultado acumular riqueza de la misma manera que lo hicieron las generaciones precedentes.
Tras el movimiento de la gran renuncia en 2021 y la renuncia silenciosa en 2022, el movimiento “lazy girl job” o trabajo de chica perezosa se volvió tendencia en TikTok en 2023. Se trata principalmente de empleos con responsabilidades mínimas que no requieren de horas extra. Según informa el medio Dazed, el término “lazy girl” en TikTok ha acumulado más de 12 millones de búsquedas, y millones de mujeres han compartido sus experiencias laborales en estos trabajos, donde aseguran recibir buenos salarios a pesar de realizar tareas menos exigentes.
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En medio de una época de inflación, puede resultar ilógico el constante ajetreo, pero la estructura misma de la sociedad impulsa a la mayoría a trabajar. Por ello, no sorprende que entre la clase corporativa y trabajadora se están contemplando maneras de resistir dentro de un sistema de producción y consumo insaciable. A pesar de que muchos se sientan atraídos por ideas radicales que desafían el concepto del trabajo, la mayoría no cuenta con la libertad de renunciar, sobre todo en momentos de dificultades económicas.
La región latinoamericana, por ejemplo, ha sido un terreno fértil para las nuevas formas de esclavitud, las cuales aprovechan el creciente desempleo y mano de obra barata como oportunidad de negocio. Muchos jóvenes optan por trabajos en call centers, pues brindan muchos beneficios como prestaciones sociales, acceso a salud, no requieren de experiencia previa y proporcionan ingresos que superan el salario mínimo. Los estrictos horarios de estos call centers y el interminable flujo de llamadas, que por lo general conllevan insultos y tratos pasivo-agresivos, terminan por cicatrizar psicológicamente a los empleados.
La crisis del alto costo de vida está llevando a replantear la idealización del constante ajetreo, motivando a la clase corporativa a buscar alternativas que redefinan la percepción del trabajo, dando mayor importancia al descanso y la relajación como impulsores clave para la productividad. A pesar de que la discusión sobre el agotamiento generalizado y la renuncia silenciosa pueda parecer negativa, en realidad refleja un cambio positivo en la mentalidad hacia las expectativas en entornos laborales nocivos.
Aunque la renuncia silenciosa o los trabajos con menos responsabilidades no generen cambios estructurales por sí solos, esta tendencia representa una oportunidad para reflexionar sobre el papel que debe desempeñar el trabajo en nuestras vidas y buscar un enfoque más equilibrado y consciente.