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FICCI interruptus

El sector fílmico mide el pulso al Festival de Cine de Cartagena de Indias -FICCI a propósito de sus relevos en la gerencia y la dirección artística.

Manuela Saldarriaga H
09 de diciembre de 2023 - 06:08 p. m.
El Festival Internacional de Cine de Cartagena tiene nuevos nombres en su gerencia y dirección artística: Alessandro Basile y Ansgar Vogt, respectivamente.
El Festival Internacional de Cine de Cartagena tiene nuevos nombres en su gerencia y dirección artística: Alessandro Basile y Ansgar Vogt, respectivamente.
Foto: FICCI
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“Qué asco”, eso gritaba el público del Festival de Cine de Cartagena de Indias FICCI en 1991. En esa década Víctor Nieto Junior exhibía cine porno y gay en salas de un teatro contiguo al bar de salsa Quiebra Canto. “Eso fue divino”, recuerda David Melo, quien sería después director de cinematografía del Ministerio de Cultura.

Melo cree que Nieto Junior fue el gestor de algunos de los mejores momentos del Festival, pues además de buen gusto, tenía conexiones robustas. “Fue un quijote. Estuvo al frente del movimiento del cine latinoamericano gestado alrededor de La Habana con Gabriel García Márquez”, augura.

En sus inicios, el FICCI exhibía películas sobre una tela colgante en el Muelle de los Pegasos, a cien metros de la Torre del Reloj, en la Bahía de las Ánimas. En los últimos años, en más de 60 ediciones desde 1960, el Festival proyectó a través de equipos láser de 32.000 lúmenes con pantallas gigantes en plazas y teatros.

Progresivamente exhibir una cinta en la Heróica pasó de ser una experiencia retadora a consolidarse como un escenario para el pensamiento, la producción y la distribución del cine latinoamericano.

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La última edición con Felipe Aljure como director artístico destapó un debate en el sector cinematográfico que hoy se pregunta por la salud del certamen como patrimonio cultural de la nación. Este atraviesa un momento bisagra, ahora que tiene nuevos nombres en su gerencia y dirección artística: Alessandro Basile y Ansgar Vogt, respectivamente.

El mito de origen

En el año 97 fue cuando Melo entró como asesor al Ministerio de Cultura y en el 2004 se convirtió en director de Cinematografía. Desde ahí, antes de ser viceministro de Economía Naranja ―cargo que inventó el expresidente Iván Duque―, Melo sostuvo un liderazgo visible y aportó a las leyes de cine 814 de 2003 y 1556 de 2012. Por su trayectoria asegura que el FICCI era el lugar de encuentro más importante del cine nacional y latinoamericano.

Gracias al esfuerzo de la Corporación que lo gestiona, explica, y a la tarea titánica de quienes han pasado por ahí, “principalmente Víctor Nieto Núñez, el gran patriarca del Festival y de su hijo Víctor Nieto”; el evento congregó lo mejor del talento del séptimo arte.

Las relaciones entre Cuba (con el Festival de La Habana) y Cartagena (con el FICCI) fueron tan fuertes que la programación llegó a ser coordinada por Nieto (hijo) directamente con el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), “en ese momento, con un proyecto político muy sólido: darle voz al cine del continente y de Iberoamérica”, continúa Melo.

El FICCI empezó a garantizar una programación enfocada en el cine periférico. La apuesta idiosincrática, relata Melo, fue acoger las representaciones aisladas y avasalladas por la hegemonía de la pantalla norteamericana. “La idea fue convertirla en un puerto de visibilidad del cine continental y un espacio de encuentro de todas las disidencias. La principal, en ese momento, era lo que significa ser latinoamericano”.

Aunque se consolidó en el despertar de un cine que tuvo orígenes en Brasil, en Argentina y en México, el gran boom del cine del continente se dio, según el experto, gracias a Gabo y a Fidel Castro, que conectaron todo lo que se movió en pantalla en los años 60, 70 y 80. Y aunque Cartagena nunca llegó a funcionar con la militancia de La Habana, donde el gran cine intelectual africano, asiático, etc., produjo otros movimientos; Melo asegura que Cartagena sí se convirtió en un faro.

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Otros impulsos

Al Festival se sumaron familias consagradas al sector y con poder económico como la del napolitano Salvo Basile, miembro de la Junta Directiva por casi tres décadas y cuyo liderazgo será compartido ahora con su hijo, Alessandro Basile, quien sustituye a Lina Rodríguez como gerente general.

Rodríguez tuvo a cargo los últimos 16 años, entre otras, la consecución de dinero como representante legal de la Corporación del FICCI. “La inversión ha variado según coyunturas políticas, económicas y del mismo sector cinematográfico”, advierte. El patrocinio se mantuvo parejo durante los primeros siete años y luego llegó a ser un 70 por ciento público.

La exgerente lo atribuye a las rutas de gestión que ella habilitó a nivel local, departamental y nacional, así como a la solicitud de apoyos a otras regiones de Colombia. Algo que Diana Bustamante, cineasta de la Universidad Nacional y antecesora de Aljure en la dirección artística del FICCI, cuestiona: “en la medida en que el FICCI representa el festival de mayor relevancia en el país, también tiene la capacidad de jalonar más recursos, pero esto es inequitativo para festivales como Mambe, por ejemplo, organizado en Caquetá y el cual se vio afectado por la llegada de la agenda amazónica del FICCI, que únicamente representó dos ‘mega proyecciones’, que reduce el cine únicamente al espectáculo, dejando de lado a los cultores locales que se quedan afuera del lobby político que un festival como FICCI puede llegar a tener”. Un evento con este impacto, agrega la directora y productora de cine, debería estar llamado a apoyar los procesos locales y no a tomar los pocos recursos que a nivel regional existen.

La alianza con Fontur fue la que marcó una diferencia en cuanto al apoyo acostumbrado desde lo público, así como el Programa Nacional de Concertación Cultural del Ministerio de Cultura que lo benefició con creces.

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“Por su dimensión, el Festival pertenece a ese grupo pequeño en el que no hay más de 200 proyectos de su tipo. Y, mientras en proyectos departamentales se reciben 4.500 (y la mitad, 2.200, se financian con entre 15 y 20 millones); los nacionales son menos proyectos con más recursos”, afirma Melo y añade que es muy posible que el FICCI, durante varios años, haya ocupado los primeros lugares entre los eventos que más reciben recursos del Estado.

El exviceministro menciona que el FICCI ha recibido dinero de más de una dependencia institucional; por ejemplo, de la antigua Dirección de Comunicaciones —que adoptó recientemente el nombre de Dirección de Audiovisuales, Cine y Medios Interactivos (DACMI)— y de los caminos que abrió Rodríguez a la par con otros ministerios, como el de Turismo o el de Relaciones Exteriores. “Eso fue creciendo en el tiempo e, independientemente de los gobiernos, se robusteció con un relacionamiento público del más alto nivel ejecutivo”, dice la gerente saliente.

En el 2010 hicieron otra alianza trascendental que modificó la dinámica de gestión: la Gobernación de Bolívar se convirtió en el principal aliado con unos aportes históricos que superaron los mil millones de pesos. “El relacionamiento con la Alcaldía de Cartagena también se volvió muy fuerte, pese a los cambios institucionales. En 16 años de trabajo —aclara la exgerente— tuve que sentarme con 11 alcaldes”.

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Sin un peso pesado

La inversión pública y privada del Festival cambió aún más en 2019 con la salida de Ardila Lülle. Felipe Aljure, quien era el director artístico, presenció en la puerta de entrada la caída de ese gran patrocinador.

“A mí no me tocaron esos años maravillosos de los dineros del canal RCN y cuando llegué, noté la fractura”, anticipa Aljure. “Supongo que debe ser mucho más cómodo contar a ciegas con un presupuesto importante como ese, por lo menos en los últimos diez años”, adhiere.

Aunque el relacionamiento con ministerios trascendió al de Ambiente, al del Interior y a buscar recursos en otras entidades descentralizadas; el panorama hubiera sido desalentador de no ser porque durante el gobierno Santos los temas de paz fueron importantes, dice Rodríguez, “y el contenido que se propuso se trabajó en esa perspectiva, consolidando alianzas con entidades que tenían objetivos comunes”.

Las fuentes consultadas atribuyen el cierre anticipado del convenio por parte de la Organización Ardila Lülle a una incomodidad ideológica, otras lo meten en la bolsa de la crisis de los medios y hay quienes insisten en que un posible quiebre del certamen, si lo hay, tiene que ver con el golpe financiero provocado por la pandemia y una débil propuesta conceptual.

Todo el circuito que se beneficiaba de los aportes de Ardila Lülle notó la ausencia de ese peso pesado y personas del sector cuestionaron, a su vez, el deterioro de la relación con el gobierno.

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Ese año a la ceremonia inaugural del FICCI no asistió Iván Duque que se estrenaba en su cargo presidencial. En su lugar, estuvo la vicepresidenta Martha Lucía Ramírez quien, al dirigirse al público, escuchó un abucheo que provocó su enojo y abandonó el recinto. Aljure tomó la palabra y calmó los ánimos. Así dio paso al cineasta Rubén Mendoza, cuya película, Niña errante, abrió el telón de boca de la edición 59. Pero su discurso no gustó a los poderosos.

El cierre anticipado de convenio, según afirma alguien off de récord, tendría que ver con la incomodidad a las ideas expresadas en esa ocasión. Dice que en el recinto había inversionistas de varias de las filiales de la Organización (son 80 compañías, no especifica cuáles) que, ante lo sucedido, decidieron recular de lo pactado.

La exgerente Rodríguez aclara que de la Organización Ardila Lülle dependía en ese momento una serie de apuestas culturales que defendía con vehemencia. “Hubo una realidad económica que marcó la decisión, pero también hubo un atenuante en ese momento de la inauguración, no lo niego”.

Lo que ocurrió con Rubén Mendoza pudo haber generado un ambiente adverso, acepta Rodríguez. “Estuvimos muy cerca de darle la vuelta a la salida de esos patrocinadores y de mantenerlos en otra escala, que era un poco la negociación que venía después de la notificación unilateral de cierre de convenio”, aclara.

Aljure agrega que “empresas de televisión como esta, que podían facturar 600 mil millones al año, ya solo facturan 280 mil”. Y Rodríguez insiste en que “RCN entró en una crisis conocida por el país, hubo cambios internos, llegó otro presidente y vicepresidente, reconfiguraron su estructura y recortaron aportes”, aclara.

Aunque la exgerente señala la difícil situación económica del canal como la causa del problema, sostiene también que las agendas mediáticas generaron un ambiente que alteró la ejecución del Festival. “Toda la atención se fue hacia donde no tenía cuando el Festival ha sido una conversación social, cultural y, por supuesto, política. Pero eso fue demasiado oportunista y forzado en su momento y generó un ambiente indeseable”, sentencia Rodríguez.

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Para Aljure, independiente del discurso de Mendoza, la función del Festival ha sido permitir que todas las voces se expresen libremente. “Tuvimos, por ejemplo, a una Vicepresidenta que habló del ratón Mickey Mouse con un discurso inapropiado para una audiencia cinematográfica, preocupada por el país y pensante”. Todo fue un enorme desatino, concluye.

Aunque los aportes públicos subieron a otro nivel, en parte por la caída de un gran patrocinador, vino después el interruptus de la pandemia.

El interruptus

La peste cerró los telones del Festival al segundo día de la edición 60, en 2020, cuando nada dejó de costar lo que costó. “Ese año terminó de modificar el escenario de gestión. Las empresas privadas se vieron obligadas a defender sus negocios y el tema cultural —que ya era marginal y exigente— se abandonó por completo”, explica Rodríguez.

El FICCI alcanzó los números más altos en 60 años. “Pero lo demás es una historia muy dolorosa que hirió profundamente al Festival porque desaparece el 60 por ciento del presupuesto de esa edición”. En 2019 sumó más de 10 mil millones en aportes públicos y privados y en 2020 contó con casi mil menos.

En los últimos cinco años, según reportó el FICCI a esta investigación, recibieron casi 16.200 millones de pesos del sector público y casi 19.000 millones de pesos del sector privado que resultaron de alianzas estratégicas entre 2019 y 2023. En el año 2021, posterior a la pandemia, los ingresos del sector privado se redujeron considerablemente: de casi 4.500 millones de pesos (en 2020) a 1.900 millones (en 2021).

El 2021 fue, además, una versión sui generis: el escenario de inversión tuvo una tendencia hacia lo público, que otorgó entonces casi el 90 por ciento de lo que costó. “Fue patrocinado por Fontur y el resto estuvo alrededor del Ministerio de Cultura, a través de la DACMI y el Plan de Concertación Nacional”, declara la exgerente.

La pandemia fue para ella una novedad jurídica. “Logramos hacer dos días y medio de festival pero no era suficiente para justificar legalmente, y nos tocó renunciar a los aportes que se habían confirmado y que ya habíamos ejecutado, porque un festival ya está hecho el día que arranca, lo demás es ponerle play”.

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Rodríguez asegura que estuvo ante un sector económico ensimismado que atendió intereses vitales pero dejó al sector cultural relegado. “El golpe económico fue brutal. Estábamos jugados, fue una herida casi de muerte de la que, por fortuna, el Festival ha podido recuperarse. Pero fueron épocas oscuras”.

Están a tres años de poder darle la vuelta y empezar cero kilómetros en términos económicos, asegura la exgerente. Por eso Aljure convoca más solidaridad del gremio y atención pública, porque dice que este certamen se ha apoyado medio siglo en el bolsillo privado. Y aunque todo lo que pasó prueba para el exdirector artístico que la aventura cultural financieramente se sostiene, declara que la pandemia y el coletazo de la retirada de RCN son golpes que el gobierno nacional debería mirar con cuidado.

Aljure cuenta que quedan 218 alianzas —una cifra que casi duplica las del año 2022, que fueron 120—. “Pero hay que preguntarse por qué siempre descargar esa responsabilidad en un equipo de mercadeo, si es que estamos hablando de un certamen que es patrimonio nacional”.

Sin embargo, Bustamante considera que la situación del FICCI es mucho más compleja, dice que es una corporación privada manejando bajo criterios propios dineros que llegan a ser en un 70% de origen público. “La junta directiva del Festival no cuenta con representación alguna de ningún funcionario del Ministerio de Cultura, así como tampoco tiene relación o representación con agentes relevantes de la industria nacional. Ninguna de las asociaciones bien sea de guionistas, de directores o de productores han sido convocadas a hacer parte de dicha junta”.

La cineasta agrega que vale la pena preguntarse, entre otras, por qué un evento de carácter nacional, que recibe aportes públicos, no tiene una articulación con la política pública. “¿Por qué el Estado es tan poco riguroso haciendo veeduría de estos recursos que son importantes y por qué la ciudadanía misma, la comunidad cinematográfica, no se hace esta clase de preguntas?”, añade la cineasta y reitera, en sus palabras, que hay que revisar a profundidad cuál es el criterio para que festivales de curadurías más arriesgadas, de enfoque local y por ende de menor visibilidad mediática, no tengan apoyos institucionales de orden nacional, y sin embargo, funcionen mejor que el de Cartagena, que va para sus 62 años. “En el país hay más de 170 festivales de cine que reciben muy limitados recursos, quizá es momento de mirar hacia los eventos más puntuales”.

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Las proyecciones

El Festival de Cine de Cartagena de Indias, en los últimos años, también adoptó cambios metodológicos y conceptuales como eliminar la competencia acostumbrada. Una consecuencia de esa decisión fue perderse del camino a una categoría AAA. Eso en cine significa que las películas que se proyectan adquieren prestigio con solo alumbrar la pantalla, pues las pescan y viajan por todo el circuito mundial de festivales.

Melo y Bustamante coinciden con otros productores consultados en que esa fue razón suficiente para que creadoras y creadores piensen en otros escenarios de distribución que otorguen mayor reputación al cine hecho en Colombia.

“El FICCI se había logrado posicionar como un referente del cine Iberoamericano a través de un proyecto curatorial serio y consistente en el tiempo desde la llegada de Monika Wagenberg y Orlando Mora a la programación en el 2010″, anticipa la cineasta. “Después, con Monika como directora y conmigo, el crecimiento se continuó, se solidifica y muestra de ello es que en el 2018, el 70 % de la programación en competencia tenía su premier latinoamericana en el FICCI, por encima de festivales como Guadalajara, Mar del Plata, Río y similares”. Esa, para Bustamante, es una de las grandes pérdidas, “que sus decisiones curatoriales tiraron por la borda 10 años de trabajo previo”, dice.

Aljure, por su parte, asegura que el Festival está perfectamente posicionado y nunca perdió de vista construir arquitecturas financieras para las películas que envuelvan dos o tres países. En una de las últimas ediciones, detalla, se hicieron negocios por 12 millones y medio de dólares de los cuales 3 millones se pagaron in situ. Asimismo, defiende su propuesta conceptual.

El exdirector de arte explica que después de la pandemia les preocupó, en sus palabras, cómo se fueron copando espacios de creación por máquinas. “El ciber-feudalismo es un escenario de terratenientes digitales y campesinado electrónico; manadas salvajes y rebaños mansos”, dice Aljure, a quien le preocupa no ver el oportunismo en cuestionarlo desde el cine cuando, en menos de un año, Chat GPT empieza a reemplazar trabajadores y oficios por todas partes.

Pero Melo insiste en que tanto Bustamante como Wagenberg entendieron qué tenían que hacer en ese espacio. “Fue algo en lo que Nieto Junior dejó un precedente”. Cree que cuando Aljure llegó con el discurso de mirar hacia dentro, el Festival perdió relevancia internacional y se volvió difícil sustraer joyas cinematográficas.

Rodríguez explica que en este punto el Festival venía herido. “Sabemos que hay unas voces que se han encargado de desinformar y de minimizar conceptualmente la propuesta temática que el festival pone al aire y bueno, eso es legítimo, el sector está para criticarse, para hablarse a sí mismo con la fuerza que venga y puede con eso y con todo”, declara la exgerente.

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Melo asegura que no existirían en Colombia las leyes de cine si no es por Aljure y dice que él mismo no habría entrado al Ministerio si Aljure no hubiera movido la estructura para convertir a FOCINE (que cerró en 1991) en la Dirección de Cinematografía. Pero cree, en sus términos, que hizo falta un esfuerzo intelectual de Aljure como director artístico.

Para Bustamante, en la coyuntura de un Ministerio de Cultura en interinidad ―al momento de comenzar esta investigación, en abril de 2023―, había una nula mirada desde la política pública por parte del gobierno nacional al sector del cine en general, pero en particular, una posición poco rigurosa frente a lo que pasaba con el FICCI.

“No se trata únicamente de dinero, sino de qué discurso se está construyendo. Un festival de cine no es una colección de películas al azar, es una posición. El FICCI lamentablemente perdió el rumbo curatorial. Lo que vimos en esta última edición es un despropósito en lo estético, en lo discursivo y, en suma, una gran pobreza conceptual que se financia con dinero público de manera caprichosa y a contravía del sentir de la comunidad cinematográfica”.

Las fuentes consultadas manifiestan angustia por el diálogo cultural que el gobierno vigente aún no propone con el sector. Aljure, por su parte, asegura que llevaban una conversación dinámica con la exministra de Cultura Patricia Ariza, designada y removida en menos de un año por Gustavo Petro. “A una semana de la última edición del FICCI, salió Ariza de una manera que al menos yo no entendí. De cara a lo público, es grosera e indebida. Y luego, peor aún, ese Ministerio quedó abandonado. La esperanza que había de un gobierno más simpatizante o más conocedor de la importancia de la cultura, se diluyó y el sector quedó huérfano”.

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El deterioro del Festival, para Bustamante, afecta a toda la comunidad cinematográfica, por eso defiende y hace el llamado para que el Ministerio, incluso, tenga una posición más sólida a la hora de financiar este tipo de eventos. “Permitir que Cartagena se pierda del panorama mundial cinematográfico e incluso del nacional, es una pena. Cada espacio que como sociedad se pierde a nivel cultural, es un espacio que gana la vulgaridad, la mediocridad y la violencia”.

*Esta investigación comenzó en abril de 2023, cuando el Ministerio de Cultura estuvo a cargo de Jorge Ignacio Zorro, quien durante casi seis meses estuvo en interinidad, como otros cuatro cargos directivos de la cartera. En agosto de este año el presidente Gustavo Petro designó como ministro al escritor y editor Juan David Correa. El reportaje se actualizó tras su publicación, en diciembre del mismo año, por petición de una de las fuentes.

Por Manuela Saldarriaga H

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