Un centenario de tres libros sobre las caucherías en Colombia
La Vorágine, En el corazón de la América Virgen y La guarida de los asesinos, son algunas de las novelas que visibilizaron la masacre de las caucherías en Colombia, y que este año cumplen su primer centenario.
J. Mauricio Chaves-Bustos
Muchos ubican la masacre de las caucherías del Putumayo en 1879, año en que inicia la fiebre mundial dado el desarrollo tecnológico de la industria automotriz, a 1912, año en que inician las denuncias por el genocidio que se estaba cometiendo en el territorio contra los pobladores indígenas por parte de explotadores de Colombia, Perú y Brasil, principalmente. Estas denuncias fueron presentadas en informes por parte de algunos ingleses que vieron con horror el maltrato que se le daba a los indígenas, asesinándolos, mutilándolos, incendiándolos vivos y mil maneras más que la imaginación pueda tener. Sin embargo, ese límite temporal va mucho más allá en su génesis y desarrollo, especialmente en un lugar donde parecía que ni siquiera la mano de Dios llegaba.
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Muchos ubican la masacre de las caucherías del Putumayo en 1879, año en que inicia la fiebre mundial dado el desarrollo tecnológico de la industria automotriz, a 1912, año en que inician las denuncias por el genocidio que se estaba cometiendo en el territorio contra los pobladores indígenas por parte de explotadores de Colombia, Perú y Brasil, principalmente. Estas denuncias fueron presentadas en informes por parte de algunos ingleses que vieron con horror el maltrato que se le daba a los indígenas, asesinándolos, mutilándolos, incendiándolos vivos y mil maneras más que la imaginación pueda tener. Sin embargo, ese límite temporal va mucho más allá en su génesis y desarrollo, especialmente en un lugar donde parecía que ni siquiera la mano de Dios llegaba.
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Al lado de los informes que denunciaban los atropellos, surgió también una especie de atención literaria respecto a lo que se estaba viviendo en la amazonia, de tal manera que poetas y novelistas concentraron su atención en ella, inclusive muchos de ellos viajaron al territorio para ser testigos fieles de lo que, para muchos, era una exageración o una imposta política en contra de los grandes potentados que se estaban enriqueciendo a costa de cientos de miles de indígenas sacrificados.
Curiosamente, en 1924 aparecen tres libros que van a descarnar hondamente lo que ahí estaba sucediendo. Para nadie es un secreto que “La vorágine”, de José Eustasio Rivera, es la novela por antonomasia que retrata crudamente lo que ahí estaba pasando. Muchos de los personajes son reales, como Arturo Cova, el protagonista, poeta frustrado que huye con su amada Alicia para evitar así un matrimonio impuesto por su familia; Feliciano Silva, es quizá el personaje que representa de cierta forma la angustia que vivieron miles de caucheros en el territorio, el pastuso que emprende viaje para buscar a su hijo de 12 años, del cual encuentra únicamente sus huesos, los cuales los lleva en un costal, buscando darles digna sepultura; el Pipa, quien siendo adolescente llega a los llanos, hasta convertirse en un ser ambivalente, roba, asesina, huye, está con los colonos así como con los indígenas, haciendo hasta lo imposible por sobrevivir.
Además del contenido, la forma en que fue escrita la novela remite a una búsqueda original de novelar, el prólogo anuncia unos manuscritos encontrados por el autor para que sean corroborados por el gobierno, así como de denuncia para que el Estado prestara la atención debida frente a lo que estaba pasando en la amazonia; y el escueto epílogo condensa lo que ahí acontecía como una hecatombe: “Ni rastro de ellos” “¡Los devoró la selva!”, como una metáfora de lo que vivían miles de colombianos olvidados por un Estado centralista que no miraba más allá de las montañas que rodean las grandes ciudades andinas.
De Rivera y de su obra se escribe cada tanto, acorde con la visión que las generaciones van teniendo acerca del arte literario y de las honduras personales que cada vez se van por distintas ramas, como es lógico con el visor humano sobre el otro, máxime cuando éste es un artista, por ello anotamos lo dicho por Manuel Antonio Bonilla en 1935: “Recio de constitución, como los robles de nuestras montañas; de noble estirpe espiritual, como la savia generosa de ellos; y fuerte como su tronco, para resistir los embates de la fortuna y de los hombres”.
La novela “Au Cœur de l’Amérique Vierge”, aparece en París el mismo año que La vorágine, su autor es Julio Quiñones Pasos, natural de la ciudad de Pasto, un autor poco conocido en su propio departamento, quizá porque desde muy joven emprendió viaje a Europa, radicándose un tiempo en París, publicando ahí esta novela y otra, “C`est le destin que je pardone”, la cual, según Víctor Sánchez Montenegro, le dio renombre americano. Se radicó un buen tiempo en Cartagena, escribiendo para muchos periódicos de la costa Caribe, se casó en Santa Cruz de Manga, Cartagena de Indias, con Ester Gómez Casseres, el 17 de diciembre de 1941. Sus padres fueron Pablo Quiñones y Celia Pasos, naturales de Pasto. Suministramos estos datos porque sirven para rastrear al autor que ha sido tan esquivo con los investigadores.
La editorial Diente de León sacó una edición, la segunda en español, ya que su autor publicó una en 1948, Bogotá, editorial ABC, la misma que revivió el tema de las caucherías y sus horrendos atropellos. Esta novela de Julio Quiñones es una vivencia con la comunidad de los Uitotos, especialmente en la tribu de los Nonuyas. Pareciera haber una simbología -acaso una carga impuesta por los lectores dentro de un marco determinado: las caucherías y la Casa Arana- desde el Jaguar, pero también desde cada uno de los personajes: El blanco -intruso, como Cova en La Vorágine-, los sabios viejos -las comunidades indígenas asentadas en los territorios- los jóvenes guerreros -acaso las defensas propias que hicieron para no ser depredados más-.
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Interesante que las descripciones no son de asombro o meramente descriptivas, sino que el autor las hace desde una apropiación de una cultura que no es la suya, pero que le es cercana. Además, en la novela se anota que hay unos cambios que deben aceptarse, hay una dualidad entre el pasado y el presente: “Nuestros antepasados vivían del porvenir y nosotros vivimos del pasado, porque en nuestra ignorancia, vivimos siempre atormentados por la añoranza de las cosas desaparecidas.”
Hay un reclamo a desconocer las leyes que imperan en la naturaleza, por eso el desequilibrio -el jaguar no opera aquí como ese ajeno, sino más bien como una espiritualidad que reclama al otro que es considerado un enemigo, por eso ahí está el alma de los enemigos, siendo necesario matarlo-, por ello el encuentro de tribus se alimenta con lo que cada una de ellas representa, de ahí el reproche o la preocupación de encontrar en medio de ellos a un blanco, llamados por ellos “biracuchas”.
La relación de amor que surge es prohibida, por eso se esconde, el autor no puede dejar de lado el romanticismo propio de las novelas de entonces -mucho menos la herencia francesa de sus lecturas-, ese amor prohibido puede traer la ruina del pueblo, por eso ella prefiere suicidarse antes que huir con el biracucha, con el ajeno, antes del ritual de su casamiento, ofrenda su vida para no caer en la tentación de un amor prohibido. ¿Acaso el veneno es un símbolo más del mal que venían padeciendo, de los blancos y del relajamiento de costumbres que cada vez se narra en la novela? “Yo no puedo huir, yo soy la hija de Fusicayna”, y este recuerdo llenaba su corazón de tristezas y de desesperación; él comprendió su amor, y la grandeza de su sacrificio”.
Icha, es decir, el extranjero, se suicida también, no puede vivir sin el amor de su amada. ¿Acaso una metáfora de muerte también del extranjero en medio de la selva que desconoce? El ciego, al final, por eso, recita una letanía por no poder llorar. La ceguera, como una metáfora de quien ignora lo que pasa, de hacerse el desconocido frente a todo el drama que se suscita a su alrededor.
“La Guarida de los asesinos”, de Ricardo Gómez A., también nacido en Pasto, fue Concejal en su ciudad, Contralor del departamento de Nariño, este libro de relatos recoge su propia experiencia en el Putumayo, ya que fue testigo presencial de estos hechos a sus 16 años de edad. De ahí que el libro sea uno de los que más crudamente relata los asesinatos y violaciones cometidos por los dueños y capataces de las caucherías.
El autor recoge los nombres de aquellas personas que explotaban el caucho en el Putumayo, tanto peruanos como colombianos y otros extranjeros -entre estos dominicanos-, que llegaron a este territorio pagados por la Casa Arana, esclavizando a los indígenas y sometiéndolos a una serie de tratos inhumanos con el fin de obligarlos a entregarles el líquido del caucho, el cual era pagado sumamente mal, apareciendo ahí nombres comunes para los estudiosos del tema, como: Abelardo Agüero, Armando Normand, Augusto Jiménez, Carlos Poppe (el Yanqui), Jacob Isaac Barchilón (el Judío), Víctor Macedo, entre muchos otros más.
El propio Ricardo Gómez anota: “Siendo nuestro propósito exhibir ante la faz del mundo la silueta moral de cada uno de los tenebrosos asesinos que aún hoy vegetan por las regiones amazónicas, haremos que desfilen por las lúgubres páginas de esta histórica narración toda esa pandilla de bribones, no superados por nadie en la magnitud de los crímenes cometidos en el centro de estos vastos y dilatados montes, donde el canto de las aves, con sus sonidos quejumbrosos, parece fueran las únicas que lanzaran al cielo su grito de protesta.”
Dentro de los relatos, está el crimen cometido contra su tío José Francisco Gómez, mandado a asesinar por publicar artículos en contra de los caucheros peruanos. La 4ª edición (1933), inserta la conferencia sobre asuntos amazónicos “La fuerza del derecho”, de Arcesio Aragón, historiador bugueño, hijo adoptivo de Popayán, ahí se exponen las tesis de pertenencia por parte de Colombia de los territorios amazónicos, en contra de la pretensión peruana de entonces. Como se puede apreciar, el libro tuvo una gran acogida entre el público colombiano y americano, alcanzando cuatro ediciones.
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No puede ser coincidencia que estos tres libros hayan visto la luz pública en 1924, época de cambios mundiales y de posguerra, donde el liberalismo se asentaba en Europa y se regaba como pólvora por los países latinoamericanos, fundados en el dogma y la fe, razón por la cual se justificó durante tanto tiempo el exterminio y pervivió el esclavismo disfrazado de servidumbre, particularmente con los pueblos indígenas.
De ahí que la lectura y el análisis de estos tres textos puedan arrojar no solamente visiones de la estética literaria de un periodo determinado, sino también permitirán mostrar la radiografía de una realidad desde tres visiones distintas, siendo un aporte muy importante para la cultura nacional.