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Este 20 de noviembre se celebrará “La semana de la resiliencia 2024″ con un conversatorio. Háblenos acerca de esta jornada.
Este es un encuentro organizado por Usaid, FUPAD y El Espectador en pro de la confianza, del diálogo y la posibilidad de que las comunidades y las autoridades locales desarrollen soluciones en torno a los desafíos de convivencia y seguridad que enfrentan los municipios donde trabajamos. Estamos en 35 municipios, en zonas afectadas por el conflicto, en seis regiones de Colombia: el Catatumbo, los Montes de María, el sur de Córdoba, el Bajo Cauca, el norte de Cauca y la costa Pacífica. Trabajamos de la mano con las comunidades y las autoridades, generando procesos de diálogo y construcción colaborativa frente a esos factores de riesgo que afectan la convivencia y la seguridad ciudadanas en estas zonas, tanto rurales como urbanas.
¿Cuál ha sido la respuesta de las comunidades?
Lo primero que hemos logrado es romper la desconfianza. Ahora comunidades y autoridades locales se encuentran en espacios permanentes para construir, evaluar y diseñar política pública. Conseguimos que las administraciones anteriores entregaran a las nuevas, que comenzaron el 1º de enero, una base con recomendaciones claras de lo logrado con el programa “Somos Comunidad”. Lo más importante ha sido generar, junto con las autoridades, espacios de participación ciudadana para construir los planes de desarrollo y los planes integrales de seguridad y convivencia. En todos los municipios, estos planes contaron con el apoyo y la visión de las comunidades.
Me gustaría preguntarle sobre su trayectoria. ¿Qué lo ha traído hasta este punto y qué reflexiona sobre ese camino?
Llevo trabajando en zonas de conflicto y en la construcción de paz desde 1999. He recorrido un largo camino en la función pública; trabajé en Bojayá como defensor comunitario después de la masacre. Luego fui director de la política de prevención de derechos humanos en el Ministerio del Interior y de Justicia, donde tuvimos la responsabilidad de evidenciar los falsos positivos, denunciarlos, investigarlos y tratar de generar los correctivos posibles desde la política pública de derechos humanos. Tuve la fortuna de trabajar con los excombatientes en la Agencia Colombiana para la Reintegración, y en la Presidencia de la República. Además, dirigí la Agencia durante los diálogos de La Habana, entre 2014 y 2018, en el segundo período del presidente Santos. Así que he venido entendiendo el territorio, cómo podemos trabajar para mejorar las condiciones de las comunidades y cómo hacer que la política pública sea más eficiente para resolver sus necesidades. Llegué a dirigir este programa en enero-febrero de 2021, y estoy muy feliz trabajando con PADF-FUPAD, dirigiendo esta iniciativa que creo está transformando, generando innovación desde los territorios y ayudando a resolver los dolores y dificultades de las comunidades afectadas por el conflicto.
Seguramente, en muchos momentos de ese camino se encontró con situaciones frustrantes, quizá se dio cuenta de que las cosas no avanzaban como imaginó en un principio. ¿Cómo enfrenta esos momentos cuando se habla de las comunidades, por ejemplo?
Primero, siempre me acuerdo de dónde venimos, y quiero darte un dato alarmante: en 2000-2001 teníamos más de 700 municipios sin presencia permanente de sus alcaldes y más de 700 municipios sin presencia de la Fuerza Pública. Y hoy podemos decir con orgullo que el camino recorrido en materia de construcción de paz y desarrollo territorial nos ha llevado a una situación completamente distinta. Siempre trato de enfocarme en esos resultados, en esa evolución, para poder dimensionar que sí estamos transformando, y que el granito de arena que construimos con los proyectos y las actividades está realmente cambiando vidas y transformando las realidades de nuestros territorios. Eso es un poco donde me abrigo para hacer el balance de las transformaciones y los cambios profundos. No estamos todavía en una situación ideal, nos falta mucho, pero el camino recorrido en los últimos 25 años ha sido profundo y ha significado una transformación tanto del Estado como de las realidades de las comunidades.
En su relación con líderes sociales y con las comunidades, ¿tiene alguna experiencia que haya marcado especialmente su visión sobre este trabajo?
Ya son más de 25 años en estos temas, y la verdad es que todos los días me sorprenden los aportes de las comunidades, de los líderes, las lideresas, los jóvenes y de esas organizaciones que defienden la vida, el medio ambiente, la cultura y la posibilidad de que los jóvenes no se vayan al conflicto ni sigamos sumando muertos. En el programa “Somos Comunidad” he conocido liderazgos que me han sorprendido profundamente. He visto organizaciones que empezaron con muy pocas capacidades y que hoy están presentando proyectos a la cooperación internacional y al Gobierno Nacional en convocatorias abiertas. Eso me da la alegría de poder decir: “Sí vale la pena apostarle a esto”. Apostarle a construir capital social, a fortalecer el tejido social en el territorio.
¿Hay algún momento en que haya tenido que retirarse, decir “vamos a pausar esto y volver después”?
Es parte de las dinámicas y de la lógica de los ecosistemas que apoyamos. Sin embargo, creo que, con los ejercicios de cocreación y las metodologías que empleamos, actuamos como facilitadores, no como protagonistas. Somos conscientes de que este es un programa con un inicio y un final, y siempre apostamos por construir primero para que sean las propias organizaciones las que lideren hasta donde quieran llegar. En ese marco, aunque a veces tengamos que hacer una pausa o tomar un respiro, al final estas comunidades nos dicen: “Venga, vuelvan, necesitamos su apoyo, queremos seguir aprovechando este proceso”. Y lo que te puedo decir es que hoy, en estos 35 municipios donde hemos estado, estas organizaciones están realmente construyendo y labrándose por sí mismas un futuro y un horizonte común para sus territorios. Es decir, no dependen de “Somos Comunidad” ni del proyecto, porque hemos logrado dinamizar liderazgos, organizaciones e incluso procesos institucionales que son autosostenibles más allá del programa.
¿Cuáles eran sus expectativas cuando empezó a estudiar su carrera y qué reflexiona ahora?
Siempre he tenido la vocación de servir a mi país, conocerlo y aportar a su transformación. Hoy, después de trabajar en los sectores privado, público y la cooperación internacional, me siento afortunado y orgulloso de haber contribuido a un país distinto al que conocí en los 90. Este camino, aunque difícil, ha sido colectivo, construido con comunidades, líderes y equipos comprometidos. Mi motor siempre ha sido dejar un legado de paz y oportunidades para las futuras generaciones.
¿Qué aprendizaje aplica en su vida cotidiana, no solo en su trabajo, sino en su forma de relacionarse con las personas que lo rodean?
Creo que es muy fácil juzgar desde el privilegio, desde la comodidad de nuestros propios zapatos. Algo que he aprendido es la importancia de ponerse en los zapatos del otro, de salirse de la lógica propia para entender otras formas de ver el mundo, otras circunstancias de vida de las personas con las que trabajas. Para mí, la enseñanza más importante es detenerme siempre y tratar de entender al otro. Comprender cuáles son sus desafíos, sus miedos, lo que puede enfrentar una persona o un sector social frente a una dinámica, una política pública o una visión.