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La importancia de este bar radica en la apuesta de su fundador y programador, Santiago Gardeazábal. Este gestor cultural, uno de los más importantes del país en lo corrido del siglo XXI, tiene muy bien afinados sus sentidos: gusto para la música de buena calidad, olfato en la selección de músicos inadvertidos, visión para agrupaciones innovadoras, tacto con los artistas olvidados y oído para entender escenas similares en otros países. A lo anterior se suman su intuición y capacidad de gestión, con los que ha logrado una agenda riquísima de músicos locales y extranjeros que no son o no quieren ser suficientemente visibles para ofrecer grandes espectáculos.
Aquello en lo que El Anónimo se diferencia de los escenarios independientes en Bogotá es, precisamente, la capacidad de Gardeazábal para negociar con músicos de otras geografías y gestionar recursos para traerlos a la ciudad. Por un simple asunto de sumas y restas, los bares difícilmente pueden programar conciertos con músicos de más allá de las fronteras distritales y ni se diga de las nacionales. Pero Gardeazábal lo ha logrado sin espantar al público con boletería costosa ni exigencias elevadas de consumo.
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Por dos décadas, desde los sótanos del Centro Comercial Puente Largo, al norte de Bogotá, en esta tarima se han ofrecido cerca de dos mil conciertos de las más diversas especies de lo urbano y lo popular: jazz, rock, folclore, electrónica, salsa, fusión, las llamadas músicas del mundo y unas cuantas rarezas. Manteniendo un modelo de autogestión que le ha permitido libertad en la programación y fidelización del público, Gardeazábal ha hecho de su bar un escenario clave para mantener nutrida la escena en la ciudad. Allí, las agrupaciones emergentes presentan música nueva, los proyectos consolidados se mantienen vigentes y los veteranos eluden el olvido.
Hace dos meses se hizo el anuncio del cierre a través de las redes sociales, y el mensaje ha pasado tristemente desapercibido. Todo indica que habrá algún tipo de obra en el centro comercial y que solicitaron la entrega de los locales. La noticia no pudo caer en un peor momento, pues Gardeazábal venía trabajando en una gran celebración por los veinte años del bar. Desde entonces se han sucedido una serie de eventos desafortunados como el sellamiento del lugar por la policía en circunstancias poco claras, la cancelación de algunos conciertos ya confirmados y el apretujamiento de la cartelera para poder lograr todas las promesas antes de la fecha del cierre, el 30 de junio.
Es evidente que Bogotá perdería mucho si llegase a desaparecer El Anónimo, lugar que entre los de su tipo no tiene reemplazo a la vista. El distrito y la nación no llenarían el vacío, pues tienen visiones, prioridades y escenarios diferentes, entienden la escena musical de otra forma y la continuidad de sus programas se afecta con cada cambio de administración. Esta columna es un llamado para que el público se anime a ir a los conciertos de los próximos dos meses y medio y le demuestre a Santiago Gardeazábal su apoyo, así sea moral, para que el bar se traslade a otro punto si el desahucio llega a ocurrir.
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