Un día en la Berlinale
Los días en un festival de cine son especiales. Te mueves entre la expectativa y la decepción, el ajetreo de ir de un lugar a otro y el estar pendiente de varias cosas a la vez junto a otros humanos que están en la misma situación. Entre risas y malas caras, ahí vamos.
Doce de la noche de un domingo que se me hizo ya lunes. Salgo de la proyección de una de las grandes decepciones: L’Empire, del francés Bruno Dumont, la que esperaba como comedia al parodiar la franquicia Star Wars, pero la recibí como la película de un viejo verde que muestra exageradamente el cuerpo de dos hermosas mujeres. Por su parte, Berlín no perdona con su lluvia, y yo la siento al salir de palacio de la Berlinale para ir al container donde se pueden dejar las maletas y las bicicletas sin candado. Mascullando el presentimiento —¿qué está haciendo Dumont acá si su arena es Cannes?— me preguntaba por la Bernburger Strasse y me mojaba un poco. Subí al cuarto del Ibis de Postdamer Platz a seguir quejándome, pero con el coro de Mónica Delgado, la colega con la que comparto pieza, mientras ella termina su rutina antes de dormir y yo espero para hacer lo propio. Cremita de ojos contra ojeras y bolsas en los párpados, el serum, la crema de noche, el lavado de dientes, la programación del despertador y la revisión sobre lo que habrá al día siguiente.
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Doce de la noche de un domingo que se me hizo ya lunes. Salgo de la proyección de una de las grandes decepciones: L’Empire, del francés Bruno Dumont, la que esperaba como comedia al parodiar la franquicia Star Wars, pero la recibí como la película de un viejo verde que muestra exageradamente el cuerpo de dos hermosas mujeres. Por su parte, Berlín no perdona con su lluvia, y yo la siento al salir de palacio de la Berlinale para ir al container donde se pueden dejar las maletas y las bicicletas sin candado. Mascullando el presentimiento —¿qué está haciendo Dumont acá si su arena es Cannes?— me preguntaba por la Bernburger Strasse y me mojaba un poco. Subí al cuarto del Ibis de Postdamer Platz a seguir quejándome, pero con el coro de Mónica Delgado, la colega con la que comparto pieza, mientras ella termina su rutina antes de dormir y yo espero para hacer lo propio. Cremita de ojos contra ojeras y bolsas en los párpados, el serum, la crema de noche, el lavado de dientes, la programación del despertador y la revisión sobre lo que habrá al día siguiente.
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07.24. a. m. Triiiiiiiiill: el sonido de la alarma del iPhone que tengo me levanta son su pitido. Estiro la mano y tomo el computador que tiene la pantalla dividida en tres navegadores. En uno de ellos, está mi horario del miércoles. Las otras dos tienen los tiquetes que debo pedir. Un muñequito me dice que, debido a la alta demanda, tendré acceso en unos siete minutos. El proceso para pedir las entradas empieza a las 7:30 de la mañana. Voy al baño, me lavo los dientes y la cara, y uso la crema de día. Gloria!, Spaceman y DIRECT ACTION son las películas que buscaré para el miércoles. Le doy clic en la primera, voy al segundo browser y busco Spaceman. Con mis dos elecciones en el carrito, vuelvo a la primera página en busca del último filme de ese miércoles futuro. Tiquetes listos. Le digo a mi colega que entro a la ducha de rapidez. Bajo con ella a desayunar: dos huevos duros, dos cruasanes pequeños, un pan para hacerme un sánduche y dos manzanas.
08.30 a.m. me voy pedalenado la burrita, la bicicleta, por la Schönenberger Strasse, dirección del palacio del festival. Me espera un día chocolate sol: serán cinco películas, la escritura de este texto y la grabación de un episodio de Cine con Acento junto a algunos de los que estamos en ese pódcast y nos encontramos mamando frío en Berlín. Después, guardar la bicicleta, la maleta con el portátil, el micrófono, y enfilarme hacia el palacio para sentir un ambiente más calientito, —¿demasiado? — y empezar a desencebollarme: quitarme varias capas de ropa para no empezar a sudar.
09.00 a.m. En El huevo de la serpiente, un operario de trenes se queja de la tardanza de una de estas máquinas. El hombre le dice al protagonista que no sabe qué será de Alemania. La historia está plantada justo antes del ascenso del nazismo. Pero miro la hora y nada que arranca la película. Vamos tarde, Alemania, vamos mal. Architecton es un documental del ruso Victor Kossakovsky, quien nos pasea por bellísimas imágenes de arquitecturas pasadas en Roma y Grecia, junto a otras de la naturaleza en sus procesos de cambio. También tiene escenas en las que la belleza escasea, como los barrios de hormigón destruidos como consecuencia de los bombardeos en Ucrania. Y ese discurso que, muy rápidamente, se vuelve fascista al añorar un pasado glorioso y bello: ¿dónde vivirían los pobres en la Roma añorada, querido? Será una bella colección de descansa pantallas.
Hay tiempo para un cafecito y en la esquina del Hyatt hay café colombiano filtrado que me sabe a casa. A las 11:45 seguimos con Europita mirándose el berraco ombligo —y sí, pero no así—. En Langue Étrangère dos adolescentes coquetean con la vida: amor, protestas, lo que es verdad y lo que no lo es, además de todos los grises del intermedio. Una película “linda” de la directora francesa Claire Burger para ver un domingo en la tarde, pero no sé cómo llegó a la competencia oficial. ¡Haceme el favor, pues, Berlín!
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Me encuentro con Antonio Castello, el pana fotógrafo, para almorzar y hablar. El coreano del seguro piso del Manifesto, el mercado de comidas del centro comercial de la calle del festival, nos regala un festín —aunque la rubicunda cocinera es más polaca que cualquiera—. Nosotros nos burlamos un poco de los blancos, de la gringada de lo políticamente correcto y pensamos qué decir en la grabación. Luego de esto, tomar agüita y a correr otra vez. Con Castello nos meteremos a ver Matt and Mara, que arranca a las 16: 45 p. m.
Ay, Dios. Los gringos que hicieron de lo indie algo genérico. Qué sensación de impotencia y de infelicidad. Venir hasta acá, confiar en Encounters (la selección que cura el mismo Chatrian, director artístico) y que pase esto. No lo puedo decir de otra manera, debe ser un accidente. Un error tipográfico, un salto en la Matrix. Si fuera perfecto nos suicidaríamos, nos dijo Smith, el agente.
Vamos al Hyatt, donde reservé una habitación con los de prensa del festival para grabar sin tanto ruido a las 18:00. A las 17: 45 me llama Andrea Jaramillo, de El Espectador, para una entrevista. Llega Mónica. Vamos Caminando y la sala sigue ocupada. Pucha, terminan a las 18:30 y Mónica debe irse a las 19:00. Hay que alistar todo para grabar y empezar. Qué bien se pasa cuando uno se junta a conversar de algo que le gusta tanto, aunque lo visto hasta hoy haya dejado no muchos buenos sabores de boca.
Otra vez llueve y ahora es el CinemaxX 1, donde a las 19:30 se presentará Pepe, del dominicano Nelson Carlos De los Santos Arias, un trabajo que salva el día. La Berlinale me dice que la historia es grande y atrevida. Su protagonista es la voz de un hipopótamo que nos cuenta su vida en un ambiente que no es el suyo: un integrante de la segunda generación de estos animales que llegaron a la hacienda Nápoles, en Puerto Triunfo. En Pepe también se recogen las vidas de hombres y mujeres en las orillas de un río solemne e impertérrito. También, las quejas de estos “dos patas” que se hacen sus vidas imposibles. De los Santos Arias propone, entonces, otra forma de narrar. La felicidad en dos horas y dos minutos. Y el comentario de un blanco en la fila del baño “Is the worst crap I have seen ever!” (Es la peor porquería que he visto en mi vida!). Así vamos. Por esos comentarios tenemos el audiovisual que domina y vemos lo que vemos, pienso.
Decimos en Colombia que lo que comienza mal, termina mal. Pero estamos en Berlín y el cierre de la noche se lo dejan a Hong Sangsoo, el maestro coreano que ha insistido en la lentitud y la gentileza como armas de su cine. Son las 22.00 y ni él ni sus protagonistas han entrado. Cuando aparecen, hay una ovación refleja el respeto que se ganaron a fuego lento. Su trabajo Yeohaengjaui pilyo (A traveler’s Needs) es, para mí, un viaje a algún lugar favorito. A un lugar donde uno se llena de paz y de esperanza en que las cosas sí pueden estar mejor. En que pueden ser de otra manera, aunque nos cueste expresar o explicar los porqués que otros solicitan. “Lo que dice el corazón, lo que se aprenden con él”, reclama la protagonista y parece perdida. Pensé que, quizá, ella tiene más razón de estarlo que muchos de nosotros, que andamos metidos en tanto azare.
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00:09 El proceso del primer párrafo se deberá repetir, pero esta vez salgo muy feliz. Estoy tranquilo. Mi cansancio no me abruma por la sensación de estar en casa, de estar seguro. Eso regala La Berlinale.
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