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A poco más de hora y media de Roma se encuentra esta localidad medieval de caminos estrechos y encaramados a una roca, sobre la que destaca su elegante catedral, ejemplo del gótico italiano, que en una de sus capillas laterales, la de San Brizio, acoge un conjunto pictórico único en el mundo del arte.
“Signorelli llegó a Orvieto tras una búsqueda de más de 50 años, por parte de los constructores del Duomo, para encontrar a un artista que continuara el trabajo iniciado por Angelico”, explica la archivista Noemí Grilli.
Aunque Signorelli (Cortona, cir.1450) ha pasado a la historia como uno de los maestros del Renacimiento, por aquel entonces no gozaba del prestigio de su predecesor, al no trabajar para la corte papal, aunque era considerado un profesional eficaz y rápido.
Eso explica el contrato que firmó el 5 de abril de 1499, por el que se comprometía a finalizar la ambiciosa obra a cambio de alojamiento, una modesta suma de dinero, grano y vino.
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"Él ya era un buen pintor, pero gracias a su trabajo en Orvieto (concluido en apenas tres años) logra ser uno de los pintores más importantes", destaca Grilli.
Ahora, 500 años después de su muerte, en octubre de 1523, la localidad ha organizado decenas de actos en torno a la figura del pintor y de su obra maestra, reclamo también de la candidatura de la ciudad para ser elegida como capital italiana de la cultura en 2025.
En esos frescos, cuyo estado de conservación es excelente, Signorelli consiguió demostrar un dominio hasta entonces no visto de dos de las obsesiones que marcaron los estudios de los artistas del Renacimiento: la profundidad y la anatomía humana.
Tal y como estipulaba el contrato, el pintor representó en bóvedas y paredes los acontecimientos referidos al Apocalipsis y el Juicio Final según los imaginó Dante en la Divina Comedia.
Entre sus logros imaginativos, Signorelli encontró un modo de dibujar al anticristo como un sujeto capaz de manejar a un Jesucristo desprovisto de voluntad, rodeado de la humanidad en su peor versión, protagonista de masacres, ejecuciones, peleas, robos y lujuria.
El artista también supo autoreferenciarse al incluir en una de las paredes un retrato de él mismo con Fra Angelico en una de las esquinas de la capilla, contemplando con expresión satisfecha la intensa actividad de sus escenas.
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"Signorelli creó un admirable efecto de perspectiva ilusionista al insertar las grandes escenas narrativas y decoraciones dentro de una falsa estructura arquitectónica, que parece dilatar el espacio de la capilla rompiendo los muros hacia el horizonte infinito de las visiones apocalípticas", justifica, por su parte, el historiador Giordano Conticelli.
Entre las escenas escogidas, representó pasajes como el Juicio Final, la Resurrección de los Cadáveres, la Predicación del Anticristo, además del Paraíso y el Infierno, ambos repletos de cuerpos desnudos, violencia y alusiones eróticas.
Las arquitecturas fingidas que envuelven y dividen cada escenario, y la expresividad y crudeza de sus protagonistas, sentaron un precedente para otros artistas como Miguel Ángel, quien comenzó a pintar la Capilla Sixtina años después, y Rafael, cuyos frescos perfeccionaron la técnica ideada por Signorelli.
Para conmemorar el quinto centenario de la muerte del artista, la localidad organizará a partir del mes de abril un ciclo de conferencias que, cada mes, irán desgranando aspectos y detalles de la obra
Además, conciertos celebrados en la capilla y una programación especial en el Festival de Jazz de Umbría, en diciembre, también reivindicarán el valor de este pequeño rincón único en la historia del arte.