Un joven gestor con grandes ambiciones
Camilo Casadiego es una de las figuras más relevantes en la gestión teatral de las nuevas generaciones bogotanas.
Moisés Ballesteros
Habitar la cultura es una tarea que implica muchos esfuerzos. Un viejo maestro lo explicó bien: “Es una labor que confiere cierta categoría humana, cierto privilegio al que no pueden acceder otros seres vivos”. La construcción de espacios en los que pueda contenerse la cultura se va materializando en unos cuantos territorios de transformación que pulsan colectivamente por un bien inmaterial. Ser gestor cultural en Colombia es una ambiciosa tarea que suele ser menospreciada por parte de algunas academias y compañías. Camilo Casadiego nos contó sobre su camino personal en un río de aguas tan rápidas y turbias que bien podría haberse ahogado en el primer chapuzón.
Actor, dramaturgo, director del grupo Otium Teatro, cofundador del Circuito de Jóvenes Directores y Dramaturgos y embajador del joven teatro colombiano, Casadiego es una de las más sugestivas apuestas de la cultura teatral de las nuevas generaciones. También es licenciado en artes escénicas de la Universidad Pedagógica y fue pupilo del programa Tejedores de Sociedad.
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El teatro, no importa donde quiera situarse, se produce en una sociedad de consumo y, aunque su valor como producto artístico no pueda ser comparado con otras industrias, depende de la asistencia del público. Casadiego comprende que es necesario atacar el arte desde diferentes puntos de acción, por eso no se olvida de su labor como gestor en todo proyecto que emprende tanto con su grupo como con el Circuito. Consciente de su inexperiencia, pero también de su facilidad para acoplarse a este mundo tecnológico, habla de la importancia de abrazar el hecho creativo con herramientas de marketing, trabajo en redes sociales, medios de comunicación y administración de recursos: elementos que son una importante herencia de su paso por el Teatro R101 y su amistad con Hernando Parra.
Ser gestor cultural requiere de una sensibilidad especial, pero sobre todo de fuerza, porque en el camino habrá un sinfín de gestos que no se valorarán. Se necesita de constancia para llevar a cabo tareas de largo aliento que incluirán a más de un agente. Nadie edifica territorios simbólicos sin contar con el otro, por eso es tan importante la construcción en red: asumir el gremio como un tejido que se construye desde varios puntos y para varios beneficios.
El Circuito es un espacio que ha permitido el crecimiento, no solo de Casadiego, sino de una generación que ha transitado de un espacio a otro entre la Clínica de Dramaturgia de Bogotá y el proyecto de escritura de Umbral Teatro, Punto Cadeneta Punto. Esta red es un esfuerzo colectivo y su conocimiento debe circular con libertad. Contando con tres publicaciones en México, dos ediciones del festival y la circulación de varios textos en Cuba, Argentina y Venezuela, el Circuito apunta a la publicación de una antología de teatro joven bogotano con el Celcit, uno de los archivos de dramaturgia y teatro más nutridos de Latinoamérica. La publicación, que contará con textos de dramaturgos como Eric Bernal, María Adelaida Palacio y Manuela Vera, es una alianza que pretende visibilizar las nuevas generaciones del teatro capitalino para permitirles un puente de comunicación con el entorno internacional.
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Casadiego, que hace parte de una generación invisible que ha tenido que navegar un panorama teatral lleno de dudas, recomienda fijarse otras plataformas que han impulsado con seriedad el quehacer del gremio. También reconoce la importancia de no olvidar espacios como Kiosko Teatral, una plataforma de difusión de la malla de espectáculos de la ciudad, o Museartes, un museo de las artes escénicas que documenta con vigor el panorama dramatúrgico y teatral de Colombia. Por último, este joven gestor considera importante reconocer la labor de creadores cuyo pulso investigativo es trascendental para la edificación de una cultura teatral sólida y de calidad.
Habitar la cultura es una tarea que implica muchos esfuerzos. Un viejo maestro lo explicó bien: “Es una labor que confiere cierta categoría humana, cierto privilegio al que no pueden acceder otros seres vivos”. La construcción de espacios en los que pueda contenerse la cultura se va materializando en unos cuantos territorios de transformación que pulsan colectivamente por un bien inmaterial. Ser gestor cultural en Colombia es una ambiciosa tarea que suele ser menospreciada por parte de algunas academias y compañías. Camilo Casadiego nos contó sobre su camino personal en un río de aguas tan rápidas y turbias que bien podría haberse ahogado en el primer chapuzón.
Actor, dramaturgo, director del grupo Otium Teatro, cofundador del Circuito de Jóvenes Directores y Dramaturgos y embajador del joven teatro colombiano, Casadiego es una de las más sugestivas apuestas de la cultura teatral de las nuevas generaciones. También es licenciado en artes escénicas de la Universidad Pedagógica y fue pupilo del programa Tejedores de Sociedad.
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El teatro, no importa donde quiera situarse, se produce en una sociedad de consumo y, aunque su valor como producto artístico no pueda ser comparado con otras industrias, depende de la asistencia del público. Casadiego comprende que es necesario atacar el arte desde diferentes puntos de acción, por eso no se olvida de su labor como gestor en todo proyecto que emprende tanto con su grupo como con el Circuito. Consciente de su inexperiencia, pero también de su facilidad para acoplarse a este mundo tecnológico, habla de la importancia de abrazar el hecho creativo con herramientas de marketing, trabajo en redes sociales, medios de comunicación y administración de recursos: elementos que son una importante herencia de su paso por el Teatro R101 y su amistad con Hernando Parra.
Ser gestor cultural requiere de una sensibilidad especial, pero sobre todo de fuerza, porque en el camino habrá un sinfín de gestos que no se valorarán. Se necesita de constancia para llevar a cabo tareas de largo aliento que incluirán a más de un agente. Nadie edifica territorios simbólicos sin contar con el otro, por eso es tan importante la construcción en red: asumir el gremio como un tejido que se construye desde varios puntos y para varios beneficios.
El Circuito es un espacio que ha permitido el crecimiento, no solo de Casadiego, sino de una generación que ha transitado de un espacio a otro entre la Clínica de Dramaturgia de Bogotá y el proyecto de escritura de Umbral Teatro, Punto Cadeneta Punto. Esta red es un esfuerzo colectivo y su conocimiento debe circular con libertad. Contando con tres publicaciones en México, dos ediciones del festival y la circulación de varios textos en Cuba, Argentina y Venezuela, el Circuito apunta a la publicación de una antología de teatro joven bogotano con el Celcit, uno de los archivos de dramaturgia y teatro más nutridos de Latinoamérica. La publicación, que contará con textos de dramaturgos como Eric Bernal, María Adelaida Palacio y Manuela Vera, es una alianza que pretende visibilizar las nuevas generaciones del teatro capitalino para permitirles un puente de comunicación con el entorno internacional.
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Casadiego, que hace parte de una generación invisible que ha tenido que navegar un panorama teatral lleno de dudas, recomienda fijarse otras plataformas que han impulsado con seriedad el quehacer del gremio. También reconoce la importancia de no olvidar espacios como Kiosko Teatral, una plataforma de difusión de la malla de espectáculos de la ciudad, o Museartes, un museo de las artes escénicas que documenta con vigor el panorama dramatúrgico y teatral de Colombia. Por último, este joven gestor considera importante reconocer la labor de creadores cuyo pulso investigativo es trascendental para la edificación de una cultura teatral sólida y de calidad.