Un personaje en busca de Stephen King
Octubre se ha convertido en un mes de brujas, hechizos, sortilegios, fantasmas y criaturas del más allá. Por tal motivo, decidimos revivir un texto sobre uno de los escritores más representativos del género del terror: Stephen King.
Fernando Araújo Vélez
Y de pronto te comienza a invadir el presentimiento del pecado. Y tiemblas. Y la sangre empieza a golpear, y luego te hielas, te pones blanco. Y empiezas a recordar lo que hiciste, aquella noche en la que te escapaste de tu casa y te fuiste con otra, o aquella en la que probaste tu primer cacho de marihuana. Recuerdas y te sobresaltas porque ahí en la esquina, ahí nada más, estaba el pecado aguardándote con sus dientes afilados y tú lo presentías. Igual que hora. Pecado, infierno, caer, morir por el fuego eterno de la condena. Lo viste venir decenas de veces, y sin embargo caíste y te hundiste, aunque luego pensaras que había sido más tu imaginación que la realidad, tal vez para aliviarte, igual que ahora, pese a que tu supuesto alivio no disminuye tu presentimiento. Y ahí va ella, y ahí vas tú. Los separan cinco metros. Y ella te mira de reojo, incluso te reconoce y sonríe. Tú sólo piensas en besarla, en aprehenderla, en sentirla.
Si desea leer más de Relatos fantasmagóticos: Edgar Allan Poe y la tinta lapidaria
Pero de repente, muy de repente, tras ella pasa un carro rojo. Rojo quemado. El rojo te recuerda una portada de un libro de Stephen King: “22/11/63”. Piensas en King, y de inmediato, en John F. Kennedy, porque la novela cuenta la historia de un hombre, Frank Dunning, que puede ir hacia el pasado y cambiar las cosas que ocurrieron, y de Kennedy pasas al vestido rosa manchado de sangre de Jacqueline Kennedy, a los pedazos de hueso de la cabeza de su marido que cayeron en su regazo, a ella tratando de recuperarlos, gateando en la parte trasera del Buick en el que iban por las calles de Dallas, y de ahí vuelves a King, y recuerdas a Carrie, la mano levantada en la tumba de Carrie, tu grito, el grito de todos, el terror, el insomnio, después, porque pasaste varias noches sin dormir, con la imagen de Carrie en tu mente, su tumba, su mano, su vestido manchado de sangre, otro vestido manchado de sangre.
El carro termina por desaparecer, pero de alguna manera, tú te vas con él y olvidas a la mujer que te sonrió. Te vas con el carro y te vas al año de 1999, cuando un amigo te llevó un periódico en el que aparecía una noticia sobre tu viejo y querido King: un auto lo había atropellado. Los médicos habían hablado de severas lesiones, de estado crítico, de condición estable, como casi siempre. La nota, firmada por una agencia de noticias cuyo nombre ya ni recuerdas, decía que Stephen King había nacido en Portland, Estados Unidos, en 1947. Que se había ganado el favor de la crítica con su primera novela, Carrie (1974), a la que seguirían El resplandor (1977), que le valió un gran prestigio internacional, It (Eso, 1986), Misery (1987) e Insomnio (1994), por mencionar sólo algunos de sus mayores éxitos. Añadía que se había especializado en relatos de terror, y que muchas de sus novelas habían sido adaptadas al cine.
La mujer ha pasado de largo. Tú la ves de espaldas ahora. La ves como un personaje de Stephen King, con su falda un poco arriba de las rodillas, sus zapatos de tacón medio, una cartera en la mano y un suéter delgado encima de su blusa blanca. La imaginas metida en El resplandor. Es una enfermera. Cuida a los pacientes del psiquiátrico. Piensas por un momento que todas aquellas escenas surgieron cuando la madre de King trabajaba como cocinera en una residencia de enfermos mentales en Durham, Maine, e incluso supones que debió haber ido varias veces con ella. Nada surge de la nada, susurras. Ni siquiera la más ficcional de las obras de ficción surge de la nada. Siempre hay influencias, recuerdos, imágenes que no se borran, que marcan o que, más que marcar, hieren de por vida. Palabras, frases, colores, sonrisas. Un libro es el compendio disfrazado de los recuerdos, concluyes. Sonríes.
Recuerdas a Jack Nicholson y a Stanley Kubrick, protagonista y director de la película del psiquiátrico. Hubieras querido estar ahí, aunque fuera para conversar con la mujer que te sonrió y que ya está a punto de desaparecer de tu vista. Ahora se te mezclan los libros de King con las películas que hicieron de sus libros. Los actores versus tu imaginación, tu antigua y vieja imaginación, que corre el riesgo de desaparecer con tanto bombardeo de realidades con el que te atacan las redes sociales, internet y los miles de canales de videos, etc. A veces ni siquiera puedes evocar las imágenes originales que te hacías. Por más de que lo intentas, se te aparecen borrosas. Carrie es Sissy Spacek, no la adolescente que habías creado. Y Nicholson es Jack Torrance. Y Mort Rainey, el escritor de doble personalidad, doble realidad, doble obra, encerrado en una cabaña como la que siempre quisiste, con gafas también como las que siempre quisiste, no está hecho a tu imagen y semejanza, o no semejanza, sino a la imagen y semejanza de Johnny Depp.
Te escribo para verme de lejos, en perspectiva, no porque yo crea saber más de ti que tú mismo. Es que tú eres yo, aunque suene extraño, y yo soy tú. Los dos hemos vivido inmersos en las páginas de un libro, como simples personajes, además, secundarios, del señor King, que nos ha creado y moldeado a su antojo, aunque haya dicho mil veces que sus personajes son consecuencia de la trama de sus historias. Por eso te propongo que nos salgamos de estas hojas y planeemos la más festiva manera de acabar con nuestro autor, a ver si por fin podemos comenzar a vivir nuestra propia vida.
Y de pronto te comienza a invadir el presentimiento del pecado. Y tiemblas. Y la sangre empieza a golpear, y luego te hielas, te pones blanco. Y empiezas a recordar lo que hiciste, aquella noche en la que te escapaste de tu casa y te fuiste con otra, o aquella en la que probaste tu primer cacho de marihuana. Recuerdas y te sobresaltas porque ahí en la esquina, ahí nada más, estaba el pecado aguardándote con sus dientes afilados y tú lo presentías. Igual que hora. Pecado, infierno, caer, morir por el fuego eterno de la condena. Lo viste venir decenas de veces, y sin embargo caíste y te hundiste, aunque luego pensaras que había sido más tu imaginación que la realidad, tal vez para aliviarte, igual que ahora, pese a que tu supuesto alivio no disminuye tu presentimiento. Y ahí va ella, y ahí vas tú. Los separan cinco metros. Y ella te mira de reojo, incluso te reconoce y sonríe. Tú sólo piensas en besarla, en aprehenderla, en sentirla.
Si desea leer más de Relatos fantasmagóticos: Edgar Allan Poe y la tinta lapidaria
Pero de repente, muy de repente, tras ella pasa un carro rojo. Rojo quemado. El rojo te recuerda una portada de un libro de Stephen King: “22/11/63”. Piensas en King, y de inmediato, en John F. Kennedy, porque la novela cuenta la historia de un hombre, Frank Dunning, que puede ir hacia el pasado y cambiar las cosas que ocurrieron, y de Kennedy pasas al vestido rosa manchado de sangre de Jacqueline Kennedy, a los pedazos de hueso de la cabeza de su marido que cayeron en su regazo, a ella tratando de recuperarlos, gateando en la parte trasera del Buick en el que iban por las calles de Dallas, y de ahí vuelves a King, y recuerdas a Carrie, la mano levantada en la tumba de Carrie, tu grito, el grito de todos, el terror, el insomnio, después, porque pasaste varias noches sin dormir, con la imagen de Carrie en tu mente, su tumba, su mano, su vestido manchado de sangre, otro vestido manchado de sangre.
El carro termina por desaparecer, pero de alguna manera, tú te vas con él y olvidas a la mujer que te sonrió. Te vas con el carro y te vas al año de 1999, cuando un amigo te llevó un periódico en el que aparecía una noticia sobre tu viejo y querido King: un auto lo había atropellado. Los médicos habían hablado de severas lesiones, de estado crítico, de condición estable, como casi siempre. La nota, firmada por una agencia de noticias cuyo nombre ya ni recuerdas, decía que Stephen King había nacido en Portland, Estados Unidos, en 1947. Que se había ganado el favor de la crítica con su primera novela, Carrie (1974), a la que seguirían El resplandor (1977), que le valió un gran prestigio internacional, It (Eso, 1986), Misery (1987) e Insomnio (1994), por mencionar sólo algunos de sus mayores éxitos. Añadía que se había especializado en relatos de terror, y que muchas de sus novelas habían sido adaptadas al cine.
La mujer ha pasado de largo. Tú la ves de espaldas ahora. La ves como un personaje de Stephen King, con su falda un poco arriba de las rodillas, sus zapatos de tacón medio, una cartera en la mano y un suéter delgado encima de su blusa blanca. La imaginas metida en El resplandor. Es una enfermera. Cuida a los pacientes del psiquiátrico. Piensas por un momento que todas aquellas escenas surgieron cuando la madre de King trabajaba como cocinera en una residencia de enfermos mentales en Durham, Maine, e incluso supones que debió haber ido varias veces con ella. Nada surge de la nada, susurras. Ni siquiera la más ficcional de las obras de ficción surge de la nada. Siempre hay influencias, recuerdos, imágenes que no se borran, que marcan o que, más que marcar, hieren de por vida. Palabras, frases, colores, sonrisas. Un libro es el compendio disfrazado de los recuerdos, concluyes. Sonríes.
Recuerdas a Jack Nicholson y a Stanley Kubrick, protagonista y director de la película del psiquiátrico. Hubieras querido estar ahí, aunque fuera para conversar con la mujer que te sonrió y que ya está a punto de desaparecer de tu vista. Ahora se te mezclan los libros de King con las películas que hicieron de sus libros. Los actores versus tu imaginación, tu antigua y vieja imaginación, que corre el riesgo de desaparecer con tanto bombardeo de realidades con el que te atacan las redes sociales, internet y los miles de canales de videos, etc. A veces ni siquiera puedes evocar las imágenes originales que te hacías. Por más de que lo intentas, se te aparecen borrosas. Carrie es Sissy Spacek, no la adolescente que habías creado. Y Nicholson es Jack Torrance. Y Mort Rainey, el escritor de doble personalidad, doble realidad, doble obra, encerrado en una cabaña como la que siempre quisiste, con gafas también como las que siempre quisiste, no está hecho a tu imagen y semejanza, o no semejanza, sino a la imagen y semejanza de Johnny Depp.
Te escribo para verme de lejos, en perspectiva, no porque yo crea saber más de ti que tú mismo. Es que tú eres yo, aunque suene extraño, y yo soy tú. Los dos hemos vivido inmersos en las páginas de un libro, como simples personajes, además, secundarios, del señor King, que nos ha creado y moldeado a su antojo, aunque haya dicho mil veces que sus personajes son consecuencia de la trama de sus historias. Por eso te propongo que nos salgamos de estas hojas y planeemos la más festiva manera de acabar con nuestro autor, a ver si por fin podemos comenzar a vivir nuestra propia vida.