Un "Salvador" que prefirió hacerse el pendejo
"Salvador" es la ópera prima de César Heredia. La película, que fue ambientada en 1985, narra la historia de un hombre que se enamora en medio de una época en la que Bogotá vivió días de sospechas y una latente inseguridad. El largometraje hace parte de la selección oficial del 60 Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias.
Laura Camila Arévalo Domínguez - Twitter: @lauracamilaad
Esta película es una demostración de que el pasado no se distancia tanto del presente. Salvador, el personaje principal de este filme, se encarga de representar un país que se niega a involucrarse en una realidad que terminará por atravesarlo. Es la viva imagen de la pausa, la indiferencia y el desconsuelo. Un tipo amargado, seco y rutinario que se viste de gris porque el tono de su vida es ese: no es muy malo porque es cobarde y no es muy bueno porque también. Está ahí, respirando.
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Esta película es una demostración de que el pasado no se distancia tanto del presente. Salvador, el personaje principal de este filme, se encarga de representar un país que se niega a involucrarse en una realidad que terminará por atravesarlo. Es la viva imagen de la pausa, la indiferencia y el desconsuelo. Un tipo amargado, seco y rutinario que se viste de gris porque el tono de su vida es ese: no es muy malo porque es cobarde y no es muy bueno porque también. Está ahí, respirando.
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Con los tonos opacos y fríos de la Bogotá de 1985, Cesar Heredia rodó su primer filme. En el narra la historia de Salvador, un sastre resentido que se encuentra con Isabel: dulce, abierta, servicial y simpática. Él, que lleva 10 años de resignación trabajando en una oficina aburrida, pero funcional, conoce a la ascensorista caucana, que además de ser nueva en su vida, es nueva en su trabajo. Hace muchas preguntas. Preguntas para él, un tipo acostumbrado a la reserva, el ceño fruncido y la distancia. Un tipo acostumbrado a la desconfianza.
La cámara, que desde el inicio dejó claro que mostraría cada uno de los detalles de Salvador y su vida calculada, comienza también a registrar a la Bogotá en la que era habitual vivir con el radio prendido y las noticias de la guerra. En un paso a paso que registra cómo un hombre se alista con rigor y empeño para llegar a un trabajo en el que permanecerá encerrado, van colándose las transmisiones que anuncian que el presidente Belisario Betacunr pidió, rechazó, habló, no quiso hablar, va a negociar o se echó para atrás.
Cuando la cámara se mueve y enfoca a Isabel, lo que se atraviesa es pura música. Dice que le gustan los boleros y los tararea. Dice también que le gusta bailar y Raúl Santi canta mientras ella limpia, fuma y tambalea las caderas: “Mi vida piénsame como yo siempre a ti te pienso, dime que nunca vas a cambiarme por otro amor. Mi vida quiéreme como yo siempre te he querido, solo contigo pude encontrar la felicidad”.
Esta historia de amor nace en medio de la Colombia de siempre. La que se ha enterrado en el conflicto por la tierra y el poder. Este torpe e incómodo romance se da en medio de la incertidumbre que producen la calle, los desconocidos, los guerrilleros, el ejército y las noches del centro de Bogotá.
Esta película nació de los recuerdos del director, quien escuchó las historias de su abuelo, un hombre que vivió la Toma del Palacio de Justicia a menos de tres cuadras. Su sastrería quedaba en el centro y fue el intercambio de las balas, los bombardeos y los gritos los que lo sacaron de la concentración entre la máquina de coser y la tela. El director, que en ese momento era un niño, guardó las historias y las imágenes que atestiguó: el caos, el partido de fútbol con el que quisieron distraerlos y de nuevo el fuego. Esta película, además de ser una historia de amor, es la forma en la que se demuestra que las tragedias nacionales no son ajenas. Que la coyuntura no se apaga con el control de la televisión y que tarde o temprano, lo que pasa afuera, llega a la sala de nuestras casas.
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La productora de “Salvador”, María Fernanda Barrientos, dice que uno de los desafíos para el rodaje de este filme fue encontrar las locaciones, en especial para las escenas de la Toma del Palacio en las que, en muchas ocasiones, tuvieron que limitarse a los planos cerrados: “Grabamos lugares como la Casa del Florero. Fue complicado por el cambio de época. Por ejemplo, hay imágenes en las que se ve el Palacio de Justicia de antes, pero hacerlas fue difícil. Hay cosas de Bogotá que todavía se conservan, pero el Siglo XXI se cruzaba por todos lados. Las locaciones fueron algo muy complicado. Usamos mucho el MinTic para eso. Afortunadamente ese edificio se volvió construir con las paredes altas y con Cine Color hicimos la post producción y los efectos especiales para rehacer el Palacio que se tomó el M-19”.
El papel de Salvador lo interpreta Héctor García y el de Isabel, Fabiana Medina, quien en “La toma de la Embajada”, película de Ciro Durán, encarnó el papel de “La chiqui”, una de las guerrilleras del M-19 que participó en otro de los golpes por parte del extinto grupo armado al Gobierno Nacional. Una casualidad que en los dos filmes vincula a Medina con el conflicto armado de un país que no ha podido despertarse un solo día sin noticias que derramen sangre.
Salvador se convierte entonces en un símbolo del potencial desperdiciado. En la película se presentan varias situaciones que él, con un poco más de voluntad y menos desencanto, pudo haber cambiado, o por lo menos hecho más tolerables. Pero no. Poco a poco y a medida que avance el filme, la insoportable torpeza lo envuelve. El amor le toca la puerta y él, como puede, lo recibe, pero luego se le escapa. La tragedia también lo llama y él, con terror, decide no enfrentarla sino más bien ignorarla, mirarla de reojo. Al final, su humanidad y la justicia lo mirarán a los ojos para preguntarle qué va a hacer, y él, como siempre, dirá que nada. Será un "Salvador" más que prefirió hacerse el pendejo.