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Un señor del teatro

El director recibió el miércoles el Premio Nacional Vida y Obra del Ministerio de Cultura en la sede centro del Teatro Libre, su casa teatral.

Lina María Gómez González
14 de agosto de 2008 - 09:41 p. m.
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El movimiento pausado de sus delgadas y largas manos, así como la entonación de cada palabra que pronuncia, denotan una actitud siempre histriónica en el maestro Germán Moure. Este hombre ha dedicado más de 50 años de su vida al teatro y, por fortuna, para la historia de las tablas en el país, dejó de lado las clases de arquitectura para empezar su vida artística junto a Santiago García, Gabriela Samper, Felipe González, entre otros.

Aunque su ingreso al teatro fue como actor, paradógicamente, no es el oficio que más le apasione ni extrañe. “En el teatro hay dos cosas difíciles: la escritura de una obra y la actuación. Yo no me especializo en ninguna de ellas. Soy un director de teatro que hace obras ajenas y ayuda a los actores a armar sus personajes”, enfatizó Moure, con tal vitalidad en su tono, y con tanta expresión en sus gestos, que no se podría precisar su edad y que prefiere omitir.

Sin embargo, este pamplonés recuerda con gran emoción la obra Los trotalotodo, escrita por Antonio Montaña, con escenografía de su tío Eduardo Ramírez Villamizar y el programa de Enrique Grau. Fue el primer montaje en que actuó durante sus años de universidad y el que le dio pie para aplazar semestre tras semestre la carrera de arquitecto en la Universidad de los Andes.

Miles de anécdotas rondan por la memoria del maestro Moure. Entre ellas, el día que tocó por primera vez, y sin premeditarlo, las puertas del Bread and Puppets Theater de Nueva York. “Un domingo fui a una matiné. Al terminar la función me quedé mirando los afiches y muñecos que había por todas partes. De repente llegó un señor y me dijo, ya vamos a cerrar, no sin antes preguntarme si quería trabajar allí. Me citó para el martes a las cuatro de la tarde y allí estuve. Ese señor era el mismo Peter Schumann, director de la compañía quien me metió dentro de un muñeco y me subió al escenario. Al martes siguiente empezaron las clases de títeres y de movimiento corporal y con ellos me quedé dos años. Fue una experiencia muy emocionante”, recuerda dejando ver esa timidez infantil que lo ha caracterizado.

Al regresar de Nueva York, fundó junto con Kepa Amuchastegui y Gustavo Mejía el Teatro La Mama en Bogotá. Luego entró a formar parte del Teatro Libre de Bogotá, donde ha desarrollado su carrera como director y formador de actores, experiencia que le da total autoridad para hablar sobre el panorama de las tablas en el país y por la que se puede considerar más que una institución para el teatro colombiano.

“Es poca la oferta de teatro para los actores. Cuando volví a Colombia, fui nuevamente hijo de mami. Sólo cuando empecé a dar clases en la desaparecida Escuela Nacional de Arte Dramático, gané dinero, porque como actor no recibía nada. Es una desgracia que el teatro no sea una profesión rentable en Colombia. Desearía que hubiera más grupos de teatro autosuficientes”, enfatiza.

Fernando Montes, director del Teatro Varasanta, lo describe como todo un esteta y uno de los pilares del teatro en Colombia. “El arte circula por sus venas y tiene esa capacidad de trabajar con los actores como si no lo hiciera. Si existiese en el país una compañía nacional de teatro, él sería un director obligado, por lo menos en una temporada al año”.

En su haber como director son más de 20 obras las que ha conducido, en su mayoría de los dramaturgos clásicos William Shakespeare y Anton Chejov, sus favoritos, así como los contemporáneos Tennesse Williams y Arthur Miller, montajes que ha realizado con suma sencillez y que como afirma Montes, con esa capacidad de desaparecer en cada montaje.

El maestro Moure recibió esta semana el Premio Nacional Vida y Obra del Ministerio de Cultura por su labor artística, reconocimiento, que sin modestias, considera merecido, pues su vida es el teatro. “Si yo dejara de enseñar o de hacer una obra, sería mi final. En el momento en que no pueda hacerlo es porque ya no soy”.

Por Lina María Gómez González

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