Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
En una entrada de su diario en 1962, Alejandra Pizarnik vaticinó que el fin de su vida estaría marcado por el arte. “Sé, de una manera visionaria, que moriré de poesía. Es una sensación que no comprendo perfectamente; es algo vago, lejano, pero lo sé y lo aseguro”, escribió.
Faltaban todavía diez años para que su profecía llegara a cumplirse. Mientras tanto, escribió. Escribió con la fuerza de quien sabe que un pedazo de vida se iba con cada verso. Ese mismo año nació “Árbol de Diana”, predecesor de otras de sus grandes obras como "Los trabajos y las noches" y “El infierno musical”.
Alejandra Pizarnik, la hija de inmigrantes judíos ucranianos que llegaron a Argentina poco antes del exterminio de la Segunda Guerra, encontró desde muy joven un refugio en la poesía. Atormentada por el asma y la tartamudez, leyó desde muy joven a Baudelaire, Rimbaud y Rilke. Leyó a Joyce y a Proust y a los surrealistas, quienes la ayudaron a moldear su voz poética.
Apenas terminó el bachillerato se inscribió en Filosofía en la Universidad de Buenos Aires, al tiempo que quiso experimentar con la reportería en la Escuela de Periodismo, aunque esta fue una faceta que no duró mucho. Fue durante esa época, hace 70 años ya, que publicó su primer poemario “La tierra más ajena”. En ese entonces, todavía firmaba con su nombre completo: Flora Alejandra Pizarnik.
Muy pronto se dio cuenta de que la educación universitaria estaba interfiriendo en su vida de letras y abandonó la facultad. Desde entonces, dedicó su vida a la creación literaria, mientras seguía metiéndose cada vez más al fondo de temas como el surrealismo y el psicoanálisis. Leía y escribía con una ansiedad creativa voraz y eso la llevó a rodearse de otras de las grandes voces literarias de su época.
En 1960, cuando retomó sus estudios en La Sorbona, se cruzó con Julio Cortázar, Rosa Chacel y Octavio Paz, quienes entonces también estaban en proceso de escribir las obras que los inmortalizarían en la historia de la literatura. Con ellos entabló amistades muy cercanas, sobre todo con el primero que, después de su primer intento de suicidio en 1970, le escribió una emotiva carta.
“No te quiero así, yo te quiero viva, burra, y date cuenta que te estoy hablando del lenguaje mismo del cariño y la confianza –y todo eso, carajo, está del lado de la vida y no de la muerte", le escribió Cortázar. Pero sus súplicas no fueron suficientes.
Desde que había vuelto a Buenos Aires, había caído en una profunda depresión y en a la adicción a las pastillas. El día que se quitó la vida, decidió dejar unos últimos versos en el pizarrón de su apartamento:
no quiero ir
nada más
que hasta el fondo
Hoy, 70 años después de la publicación de su primer poemario, recordamos algunas de las piezas que lo componen. Este es un vistazo a su entrada a la literatura, de la que nunca más salió.
Poema a mi papel
leyendo propios poemas
penas impresas trascendencias cotidianas
sonrisa orgullosa equívoco perdonado
es mío es mío es mío!
leyendo letra cursiva
latir interior alegre
sentir que la dicha se coagula
o bien o mal o bien
extrañeza de sentirse innatos
cáliz armonioso y autónomo
límite en dedo gordo de pie cansado y
pelo lavado en rizosa cabeza
no importa:
es mío es mío es mío!!
Ajedrez
todavía la enclítica no destruye
los peones reverentes ante él
millares de montañas
revientan exquisitas
delante del sol rojo
(no sol amarillo)
pensar innato en moldeadas rejas
torta trashumeante de vela sin fogón
quisiera ser masa lingüística
para cortarle la barba
ondas en preciosa lumbre
alzar bandera gratuita
kilómetros de nueces
y golpes en relevante torniquete
Dédalus Joyce
Hombre funesto de claves nocturnas y cuerpo desnudo junto al río profundo de brillantes escupidas. Hombre de ojos anti-miopes exploradores de infinidad. Hombre de rostro en sombra y cuerpo genio abstracto. Hombre sin miedo de pluma en mano ni de ojos en ser ni sonrisa suprema. Hombre dios llegaste solo de infinitudes asombrofantasmales ornado de lágrimas de superioridad vergonzante. Hombre destructor de tabúes y cielos estrellados. Hombre de frágiles vestidos que caen dejando hermanos desnudos. Hombre sin alimento para otorgar a los que buscan. Hombre de altos mares de surcos desolados. Hombre-barco blanco. Hombre que arrancaste el vómito para sepultar el mito. Hombre de tiempo y espacio que arrancan cuerdas locuras. Hombre superhombre, frialdad y tibieza en conjunción. Hombre.